Era uno de los neurólogos más prestigiosos de la Argentina y uno de los investigadores más destacados de nuestro país: con apenas 42 años, había alcanzado un nivel de excelencia al que muchos de sus colegas -incluso, los de mayor edad- nunca logran llegar. Sin embargo, hace 7 años dejó todos sus logros en nuestro país y, junto a su familia, armó nueve valijas con destino a Canadá. Antes de partir, avisó que le buscaran un reemplazo en las instituciones médicas en las que se desempeñaba: no quería tener un Plan B y todo sus esfuerzos se concentraron en ese nuevo desafío. No se equivocó.
Hoy, el Dr. Luciano Sposato es director del Programa de Enfermedades Cerebrovasculares de Western University y del Laboratorio Corazón-Cerebro de la misma universidad, en London, Ontario, Canada. Fue distinguido con el Barnett “Chair” en investigación, un reconocimiento que otorga la Western University cada 10 años a un investigador en el área de las enfermedades cerebrovasculares en base a méritos científicos. Es además el fundador y líder de la Brain & Heart Task Force de la World Stroke Organization y miembro del comité editorial de varias publicaciones científicas internacionales de primera línea en el área de la neurología. Antes de emigrar a Canadá, se desempeñaba como director del Programa de Enfermedades Cerebrovasculares del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro y como jefe de Neurología de INECO. Era muy reconocido por sus pares, y se había consolidado como un prestigioso neurólogo e investigador.
Casado con la neuróloga Patricia Riccio -con quien hoy es padre de Augusto (8) y Emma (6)-, se subieron a un avión y llegaron a Canadá en 2013, con las incertidumbres de cualquier pareja que emigra, pero con la firme convicción de que era un proyecto familiar por el que estaban dispuestos a hacer el mayor esfuerzo.
-¿Por qué tomó la decisión de irse a vivir a Canadá con casi 43 años de edad, cuando en la Argentina le iba muy bien y estaba consolidado a nivel profesional?
-Desde muy joven había tenido la idea de seguir mi carrera en el exterior, aunque siempre me imaginé en los Estados Unidos. En junio de 2012, me invitaron a dar una conferencia en Nueva York. Al terminar mi presentación, tuve la oportunidad de conversar con un cardiólogo colombiano muy prestigioso, que trabajaba en Canadá y estaba dando una conferencia en el mismo evento. Durante nuestra charla, me preguntó si nunca había pensado en seguir mi carrera en este país. Entonces, me contactó con el jefe de neurología de la Universidad de la provincia de Ontario y en 9 meses estaba haciendo las valijas. En la Argentina me iba muy bien, pero pensaba que había llegado a un techo en términos de investigación, que me iba a ser difícil de superar con los recursos disponibles en ese momento. Además, si bien disfrutaba de mi trabajo, sentía que le dedicaba mucho tiempo a actividades profesionales que me distraían de mi pasión, que era la investigación. En Canadá veía la posibilidad de encontrar un ámbito en el cual me podía desarrollar más como científico, y dejar un poco la sobredemanda clínica y administrativa que tenía en ese momento en la Argentina. En paralelo, tenía algunas preocupaciones con respecto a los ciclos históricos de la Argentina. Mi primer hijo, Augusto, nació en febrero de 2012. Un día de agosto de ese año, le estaba cambiando los pañales y caí en la cuenta de que no le iba a poder ofrecer un buen futuro para su educación, desarrollo profesional y personal: esas mismas oportunidades y recursos que mis padres me habían brindado a mí con mucho esfuerzo, 20 años antes. No era un momento particularmente malo en la Argentina, pero había estado pensando en sus sucesivas crisis, con períodos intermedios de recuperación, que a veces eran espectaculares y generaban mucho optimismo. Sin embargo, a pesar de esas recuperaciones, el país nunca volvía al estado en el que estaba previamente. Veía un deterioro cíclico y progresivo perpetuándose a lo largo de décadas. La idea de seguir mi carrera en el exterior siguió madurando y en marzo de 2013 estábamos volando con mi esposa Patricia y nuestro hijo, Augusto, rumbo a Canadá.
-¿Cómo fueron esos primeros tiempos?
-A los pocos días, un neurólogo colombiano de la Universidad de McMaster -hermano del cardiólogo que conocí en Nueva York- me dijo: “Para destacarte en este país, tienes que brillar desde el primer día”. Y con esa mentalidad encaré los siguientes años de mi carrera. Al año de haber llegado a London, nació Emma, mi segunda hija. Mi futuro en ese momento era incierto porque estaba dando mis primeros pasos en un nuevo país, tenía un hijo de dos años, una hija recién nacida y estábamos en un entorno profesional donde casi nadie me conocía, a diferencia de lo que me pasaba en la Argentina. Viví la incertidumbre sin una ansiedad extraordinaria, feliz porque podía dedicarme casi exclusivamente y sin distracciones a lo que me apasionaba. Por primera vez, tuve muchísimo tiempo para investigar y eso me permitió escribir 30 papers en 2 años, más del doble de lo que había producido en los 5 años previos en la Argentina.
-¿Tenía razón ese neurólogo colombiano?
-Absolutamente. Mirando para atrás, me doy cuenta de que esa frase quedó impregnada en mi mente para siempre. Siempre le repito esa frase a los neurólogos argentinos, o de otras partes del mundo, que vienen a entrenarse con nosotros. Tenía razón porque en Canadá es absolutamente necesario brillar académicamente para destacarse. Cuando analizo el currículum de los jóvenes que aplican a la residencia de neurología, pienso que yo no había hecho ni un cuarto de lo que estos chicos lograron a la misma edad. Tienen las mejores calificaciones en el colegio primario y secundario, hicieron todo tipo de deportes, en los que demostraron condiciones de liderazgo y el valor del trabajo en equipo, aprendieron a tocar algún instrumento musical, fueron voluntarios en regiones del mundo con mayores necesidades, etc. El ingreso a la facultad de medicina es tan competitivo que muchos canadienses se van a estudiar el Reino Unido por falta de cupos en el país. Después, vuelven y compiten por puestos de trabajo con otros médicos entrenados internacionalmente. Otro factor que hace que aquí los médicos sean de primer nivel, es el sistema de monitoreo de calidad constante. Somos evaluados por los pacientes, las enfermeras, los jefes administrativos, los residentes y sus pares. Recibimos estos informes regularmente y, a fin de año, tenemos una reunión con el jefe del Departamento de Neurología, en la cual discutimos estrategias para mejorar el desempeño en base a esas evaluaciones y otras variables.
-¿Cómo le fue con tanta exigencia?
-Si bien me considero un neurólogo con una muy sólida formación clínica, sabía que ser buen médico en el aspecto puramente clínico no me iba a alcanzar para destacarme. Tenía muy claro que la única manera de sobresalir, era demostrando una gran productividad científica, de alto impacto, y por arriba de la media del país. Por suerte me fue bien: mis publicaciones tuvieron mucho impacto, tanto local como internacional, e incluso llegué a publicar como primer autor en Lancet Neurology, la revista científica más importante en el ámbito de la neurología. En ese mismo número, incluyeron una reseña de mi perfil como científico. Después de un entrenamiento necesario para familiarizarme con el sistema, me contrataron en el Departamento de Ciencias Neurológicas de Western University como neurólogo vascular. Dos años más tarde fundé el Laboratorio de Corazón-Cerebro, donde investigamos cómo los accidentes cerebrovasculares afectan al corazón, además de otros temas relacionados. Investigamos esta relación en ratas, pacientes y a nivel epidemiológico en toda la provincia de Ontario. Las cosas funcionaron bien, y para principios de 2018, me nombraron director del Programa de Enfermedades Cerebrovasculares de Western University, algo que no estaba en mis planes, porque interiormente tenía el objetivo de poder concentrarme en hacer investigación y atender pacientes, en lugar de tener que volver a tomar una posición de liderazgo organizacional. De todas maneras, hoy no me arrepiento de haber aceptado el cargo. Como director del programa, superviso aspectos clínicos, educativos y de investigación, tratando de posicionar a nuestro servicio entre los primeros de Canadá.
-¿Cómo es la educación en ese país, algo que priorizó para sus hijos?
-Ambos van a un colegio público, con el cual estamos sumamente satisfechos y agradecidos. Los chicos que salen de los colegios públicos pueden competir por un puesto en la facultad de medicina o en la carrera que sea, porque no necesitan ningún tipo de preparación adicional para ser altamente competitivos. También hay colegios privados y los que se llaman “french-immersion”, en los que se enseña francés como segunda lengua. Los maestros conocen muy bien a cada uno de los alumnos y tienen una relación fluida y de respeto mutuo con los padres. Con la pandemia de COVID-19, se prepararon desde abril hasta septiembre -cuando empezaron las clases- con una organización sin precedentes, rapidez de reflejos y flexibilidad que por ahora están funcionando muy bien, minimizando el riesgo de contagios. Los chicos tienen clases todos los días, usando máscara cuando están adentro y haciendo recreos al aire libre, que son escalonados para que puedan mantener el distanciamiento. Los bancos en las aulas fueron modificados y distribuidos para que sean usados solo por dos chicos y con una separación de dos metros. Los hacen lavarse las manos antes y después de cada recreo y los educan permanentemente para que se acuerden de respetar el distanciamiento físico. Hasta ahora llevan 30 días de clases y aún no hubo contagios a pesar de que estemos en plena segunda ola de la pandemia. Solo hubo casos en 6.5% de los colegios en la provincia.
-¿Cómo se desarrolla la vida diaria en el contexto de la pandemia?
-Después de varios meses de restricciones, las cosas empezaron a funcionar bastante parecido a como lo hacían antes de la pandemia, dentro de la nueva normalidad. Tuvimos confinamiento total a partir del 16 de marzo y, luego se fue relajando gradualmente hasta finales de julio, donde todo volvió a estar abierto. Pasamos unos cuantos meses prácticamente sin nuevos casos. Hoy salgo a correr todos los días y, si viene una persona de frente, me alejo y voy por la calle para poder estar a más de dos metros. Todos hacen lo mismo. La gente que sale a caminar se corre y mantiene dos metros cuando alguien viene de frente. Hay mucho respeto por los demás. Nos adaptamos a esta nueva normalidad y la situación funciona bien, aunque extrañamos reunirnos con amigos. London es una ciudad relativamente chica, de algo más de 400 mil habitantes, lo que ofrece ciertas ventajas en cuanto a adaptabilidad con respecto a las grandes ciudades.
-¿Le costó mucho adaptarse a la vida en London?
-Me habían dicho que era una ciudad muy conservadora y más cerrada que las del resto de Canadá, pero mi sensación fue todo lo contrario. En 7 años, nadie me hizo sentir que era un extranjero. La gente siempre fue abierta, cordial. La universidad me brindó todos los recursos necesarios, incluso económicos, mucho más allá de mis expectativas. La sociedad canadiense es muy abierta. A uno le abren las puertas, pero le piden que demuestre cómo va a contribuir a que todos crezcan. Esa es la mentalidad que prevalece y es inculcada a los inmigrantes desde el primer día: ¿qué va a hacer por los demás? No sólo por usted. Eso es lo que rige mis conductas y objetivos desde que llegué: voy a crecer, pero también voy a ayudar a que lo hagan todos a quienes pueda ayudar. Es algo que trataba de hacer en Argentina, por razones más personales y de convicción. Acá es un tema cultural. Ver que las personas a quienes uno ayuda pueden alcanzar sus objetivos y vivir mejor resulta altamente gratificante. No todo es perfecto. El clima es difícil, con varios meses de nieve y frío intenso que puede llegar a 30 grados bajo cero. No hablar el mismo idioma también es una limitación. El hecho de no tener familia cerca también era difícil al principio, porque si alguien se enfermaba o tenía algún problema, no había mucha gente a quien pedirle ayuda. Ahora, con más amigos, es más fácil.
-¿Qué le dicen sus colegas o amigos argentinos que también viven allá?
-Hay muchos argentinos, médicos y con otras profesiones. En general, todos están muy contentos y agradecidos con el país que les abrió sus puertas. No conozco a nadie que haya querido volverse.
-Por momentos, ¿extraña a la Argentina?
-Siempre voy a estar muy agradecido a la Argentina, que me permitió estar preparado para poder competir al máximo nivel en un país como Canadá. Me eduqué en un colegio de primera línea como el Nacional Buenos Aires, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Además, estudié medicina, e hice mis dos residencias (medicina interna y neurología) en la misma Universidad. En total, recibí 20 años de educación ininterrumpida, financiada por el Estado argentino. Le debo mucho a la Argentina y por eso trato de seguir en contacto con neurólogos del país para poder contribuir a su crecimiento y proyección internacionales. Aunque no puedo ayudar a todos, trato de hacerlo con aquellos en quienes veo un alto potencial, entusiasmo, constancia y compromiso. Nunca extrañé de una manera melancólica a la Argentina: siempre estuve tan concentrado en el futuro que nunca miré para atrás. Necesitaba tener toda la energía posible enfocada en cumplir los objetivos que me había planteado y solo pensaba en el futuro. Por supuesto que me gustaría tener más contacto con mi familia y amigos, pero se que eso nunca va a ser como era antes y, después de 7 años en Canadá, creo que voy a terminar mi carrera acá, aunque es imposible saberlo con certeza. Creo que no siento el desapego gracias a que existen las redes sociales, los medios de información digitales y, ahora, las plataformas como Zoom. Eso me permite estar en contacto (aunque no sea el más activo en los grupos de amigos) y actualizado acerca de todo lo que pasa en Argentina. Sigo las noticias y la realidad del país. Leo los principales portales digitales argentinos diariamente. Además, como contaba antes, sigo teniendo proyectos de investigación con neurólogos argentinos, lo que me ayuda a seguir conectado.
-Irse de la Argentina, ¿se trató también de una decisión enfocada en la relación con sus hijos, así como también, en el bienestar y en la educación de Augusto y Emma?
-Por supuesto. En la Argentina trabajaba muchísimo y estaba muy poco tiempo en casa con mi familia. No podía ver mucho a mi hijo: quería estar más presente y acompañarlo en su crecimiento y desarrollo personal. Quería priorizar la familia, aunque sabía que iba a seguir trabajando mucho. Hoy, tenemos un estilo de vida parecido al que tuve en mi infancia. Mis hijos salen a andar en bicicleta, como yo salía en Buenos Aires hace unos 40 años. Me iba a andar en bicicleta con mis amigos del barrio, no volvía a casa por horas y mis padres no se preocupaban, porque sabían que era seguro. Creo que les estoy dando la posibilidad a mis hijos de que tengan una vida parecida. En lo personal, salgo a correr de noche por lugares donde no hay luz y no tengo miedo de que me pase algo. Mi esposa entrena todos los días con un nivel de alta competencia y lo hace con toda tranquilidad en la calle o los senderos de los parques de la ciudad. En términos de salud, todo está financiado con impuestos y prácticamente no existe la práctica privada. Desde una simple consulta hasta una cirugía cardiovascular, son cubiertos por el plan de salud de la provincia, que se paga exclusivamente con impuestos, sin desembolsos adicionales de parte de los pacientes. Las enfermedades agudas como un ACV se atienden de manera urgente y eficiente. Por ejemplo, en nuestro programa tenemos un consultorio que se dedica a atender pacientes con ACVs leves o accidentes isquémicos transitorios, que no requirieron internación. Esos pacientes son vistos en menos de 24 horas, tienen una tomografía, análisis de sangre, Holter y ecocardiogramas hechos en el mismo día de la consulta, y una resonancia que en promedio se hace en los siguientes 7 días. Los hospitales tienen médicos excepcionales y tecnología de última generación. Como decía antes, la educación primaria y secundaria son públicas, de alta calidad y personalizadas. Si tuviera que resumir la respuesta a su pregunta, el bienestar de la familia fue un factor relevante al momento de tomar la decisión de seguir mi carrera en Canadá. La educación pública, un sistema de salud de excelencia, la seguridad y la previsibilidad fueron determinantes.
-¿Qué futuro ve en la Argentina?
-No lo se. Creo que se necesita un profundo cambio cultural, pero honestamente no se me ocurre como se puede pasar de la situación actual a ese cambio tan necesario. No tengo las herramientas, ni el conocimiento necesario para imaginar una solución. Se me ocurre que se debería invertir muy fuertemente en educación, para darle a los ciudadanos la posibilidad de crecer, desarrollarse, e incluso, salir de la pobreza gracias a su trabajo y su esfuerzo. Es un tema muy complejo, con múltiples aristas, que lo convierten en un gran desafío.
-A nivel económico, ¿cuáles son las diferencias sustanciales que encuentra?
-No podría hablar de diferencias macroeconómicas entre los dos países porque no tengo el conocimiento necesario. Lo que puedo decir desde mi visión -resultante de haber vivido en los dos países durante muchos años- es que en Canadá hay más previsibilidad, estabilidad y acceso al crédito a bajas tasas, con una consecuente mayor oportunidad de desarrollo y mejor calidad de vida. Con reglas claras que no cambian constantemente -como consecuencia de tener que afrontar crisis recurrentes- es más fácil planificar a largo plazo. En general, salvo situaciones del tipo “cisne negro” como la crisis financiera global del 2008 o la actual asociada a la pandemia de COVID-19, no hay grandes sorpresas y eso hace posible tener una vida económica más estable.
-¿Recibe llamados de personas que, en el último tiempo, se interesaron por emigrar también a Canadá?
-He recibido llamados de personas 15 o 20 años más jóvenes que yo, que están interesados en venir y averiguando cómo hacerlo. No creo que sea casualidad. Canadá es un país ideal para emigrar porque se nutre y enriquece con la inmigración. Hay 7,5 millones de habitantes que nacieron en otro país. Esto representa alrededor del 22% de la población total. En nuestro Programa de Enfermedades Cerebrovasculares, tenemos un médico de Singapur, uno de Irán, otro argentino (además de mí), un alemán y dos médicas canadienses. En las reuniones, nunca se escucha un acento perfectamente inglés: hay acentos de todas partes del mundo. Es un país sumamente rico en ese aspecto
-¿Qué consejos le da a esas personas que están planeando irse?
-No existe ninguna fórmula que garantice el éxito y, por eso, no me gusta dar consejos. Lo que nos sirvió a nosotros puede no funcionar para otras personas. Además, toda mi experiencia es basada en haber vivido en una ciudad específica de Canadá, que puede no ser el reflejo del resto del país. Hecha esta aclaración, lo primero que diría es que para emigrar se requiere un sacrificio enorme y cierta cuota de suerte. Hacerlo sin objetivos claros o sin un plan podría ser sumamente riesgoso. A nosotros nos favoreció muchísimo haber planeado cada paso que íbamos a dar. Teníamos todo calculado durante los dos primeros años y no improvisamos en casi ningún aspecto. El plan que armamos con mi esposa contemplaba cada posible contingencia y cómo afrontarla. De esa manera llegamos bien preparados para los momentos difíciles y las sorpresas... que, por supuesto, siempre hay. También, nos sirvió viajar persiguiendo un ideal de vida, un objetivo claro, porque eso nos ayudó a sobrellevar algunos momentos complicados, que son muchos. Hay un punto de inflexión interesante y crucial por el que hemos pasado y que muchos otros extranjeros también han vivido. Llega un día en que uno se plantea ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Cómo terminé en este lugar en el mundo? Y ahí, uno se da cuenta que está en el medio del río y que hay que seguir remando. La costa que está a nuestras espaldas es el país que dejamos, el lugar que definió quiénes y cómo somos. La que está por delante es el objetivo que uno persigue, un ideal. En nuestro caso, la fuerza para remar hasta la otra costa en ese momento clave surgió de estar convencidos acerca de que el objetivo que perseguíamos era lo mejor para nuestra familia y nuestras carreras profesionales. Esto me hace pensar que, si uno se escapa de una situación difícil en el país donde vivió toda la vida para meterse en otra situación marcada por la incertidumbre, como es emigrar, el panorama puede ser muy complicado al momento de cruzar el río, en medio de la tormenta, y estando agotado. Por eso, escapar del país no es lo ideal, porque uno no llega bien preparado al lugar de destino y no va a estar en las condiciones ideales para afrontar los desafíos. Me parece importante plantearse cuánto pesan los afectos y cómo se va a manejar la falta de contacto. Todos los integrantes del núcleo familiar o la pareja deben estar plenamente convencidos acerca de que se trata de proyecto común, en el que la prioridad no es una parte ni la otra, sino la totalidad de la familia o las dos personas en la pareja. Un proyecto con foco unipersonal puede fracasar. Hubo consejos que recibimos mientras nos preparábamos para emigrar que fueron importantes. Los presupuestos económicos siempre se quedan cortos e, idealmente, hay que viajar con un margen para cubrir gastos imprevistos. Es importante prestar atención a quienes ya pasaron por el proceso para poder identificar las dificultades reales y no negar esa realidad. A veces, las ganas de irse o de perseguir un sueño hacen que uno ignore potenciales dificultades. No tiene sentido escaparse de la adversidad para encontrarse con más adversidad, solo por haber ignorado las advertencias.
-Irse de la Argentina y vivir en Canadá, ¿es una decisión que tomaría una y mil veces más?
-Si analizo cómo ha resultado la experiencia hasta ahora, diría que sí, aunque no conozco el final de la película. Hace 7 años que llegué y, hasta el día de hoy, no me arrepiento de haber continuado mi carrera y mi vida aquí. Estoy satisfecho, pero no por comparar a la Argentina con Canadá, sino porque me fui persiguiendo un objetivo familiar y profesional, y por ahora pude cumplirlo. Siento una mezcla de agradecimiento y felicidad, que es compartida por mi esposa y mis hijos, aunque todavía sean muy chicos.
-¿Qué le va a decir a sus hijos cuando sean grandes y le pregunten por qué eligió irse a ese país?
-Les voy a contar las cosas como fueron cuando tengan la capacidad de entender y puedan sacar sus propias conclusiones.
-¿Por qué volvería a elegir Canadá, después de estos 7 años?
-Porque es un país con una sociedad sin prejuicios, ni grandes problemas de discriminación en ningún sentido. Es un país de inmigrantes que está abierto a más inmigrantes. Los canadienses nos abrieron las puertas de par en par y su país nos dio oportunidades, nuevos amigos, educación, salud, seguridad y bienestar.
-¿Qué diferencia ve en la vida diaria que tenía en la Argentina, con la que ahora tiene en ese país?
-Acá, hay unos pocos partidos políticos que discuten, se cuestionan entre sí, negocian y toman decisiones, pero nada de eso afecta el día a día de los ciudadanos. Las reglas del juego son claras y estables, sin sorpresas ni necesidad de tener que tener que adaptarse constantemente por problemas coyunturales. Independientemente del partido que gane las elecciones, la vida sigue en la misma dirección: hacia el desarrollo de la sociedad para hacer un país mejor y más justo, algo que los canadienses cuidan de una forma muy responsable y de lo que se sienten muy orgullosos. Lo que quiero decir con esto es que, aquí puedo concentrarme en hacer mi trabajo y en mi familia, sin tener que estar preocupado por la coyuntura del país.
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