Los trabajadores del Hotel Bauen decidieron abandonar el histórico edificio de Callao 360, a metros de la eléctrica avenida Corrientes. Arrinconados por las deudas contraídas a raíz de la pandemia, la experiencia cooperativa cerró un capítulo marcado por una inédita reinvención colectiva, recurrentes amenazas de desalojo y un protagonismo político y cultural en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires.
Por los pasillos, habitaciones y rincones del histórico establecimiento circulaban cerca de 1.000 personas por día, entre huéspedes, comensales y asistentes de actividades culturales y sociales. La experiencia contó con artistas como León Gieco, la Orquesta del Teatro Colón, las transmisiones radiales del clásico programa “La Venganza será Terrible” de Alejandro Dolina y actividades con referentes célebres como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, el colectivo de Actrices Argentinas, Adolfo Pérez Esquivel, el PT de Brasil y hasta el ex presidente Evo Morales, entre otros.
Sin embargo, después de 42 años de vida, el Hotel Bauen se vio cara a cara con una tormenta perfecta. La fuente de ingresos del Bauen no era solo hotelería: ofrecía espectáculos y contaba con un restaurante a la calle.
“Reunimos tres de las actividades más afectadas: turismo, gastronomía y espectáculos. Sin vacuna, el sector turístico no va a poder recomponer la actividad con cierta normalidad, lo que nos pone en la necesidad de esperar hasta el próximo invierno. No podíamos aguantar. Las cuentas a pagar continúan y los ingresos son nulos”, señaló a Infobae Federico Tonarelli, presidente de la cooperativa.
Los trabajadores ilustraron la decisión a través de una emotiva carta: “Durante 17 años enfrentamos muchas adversidades. Superamos todas. Hemos luchado con alegría, agradecidos de experimentar esta pasión colectiva. En nuestro querido Bauen hemos trabajado, nos hemos abrazado, reído, llorado, fuimos desdichados y felices. Ninguno de nosotros y nosotras elegiría otro modo de atravesar estos últimos 17 años”.
El desafío de la autogestión
Como si fuera un eterno retorno, el comienzo de los casi veinte años de vida cooperativa del Hotel Bauen arranca en otra crisis histórica de magnitudes catastróficas. Corría el 2001 y los trabajadores veían ingresar, como un huésped más, el desenlace del colapso del modelo de convertibilidad.
Durante su historia moderna, la avenida Corrientes fue una caja de resonancia no solo de la escena cultural porteña, sino también del descontento social y las manifestaciones políticas callejeras. En el Bauen, los trabajadores tuvieron que protagonizar su propia lucha dos años después de la quiebra decretada a fines de 2001.
En los primeros años del milenio, decenas de fábricas y empresas que cerraron sus puertas fueron tomadas y puestas a producir por sus propios trabajadores. Durante los noventa hubo algunas experiencias pioneras, pero esa estrategia de autoempleo se profundizó en el marco del “Argentinazo”. Una salida de subsistencia, frente a un pico de desempleo que alcanzó el 21,5% en el peor momento de la crisis. Las recuperaciones productivas tenían entonces una alta legitimidad entre la opinión pública y se convirtió en un caso de estudio mundial de la economía social.
Junto a la ceramista Zanón, la textil Brukman, la metalúrgica IMPA o la gráfica Chilavert, los despedidos del Hotel Bauen se sumaron a la ola de cooperativismo. En marzo de 2003, ya con un clima político más favorable hacia la autogestión, un grupo de 38 ex empleados ocuparon el edificio con el apoyo del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).
Lentamente, el colectivo laboral reparó las instalaciones y puso a funcionar el establecimiento con el nombre Cooperativa Hotel Buenos Aires Una Empresa Nacional (Coop. Hotel B.A.U.E.N). La cogestión fue un desafío. Muchos ex empleados provenían de sectores medios sin experiencia sindical ni instancias de organización colectiva. Había que reaprender a trabajar sin dueños.
Una vez consolidada la ocupación, el Hotel Bauen se convirtió en la fuente de ingresos de más de 130 personas. La sede se instituyó como un centro neurálgico de la vida pública porteña, desde donde se organizaron actividades culturales y sociales. Pero la cooperativa fue, sobre todo, un espacio de articulación militante y un centro de la política alternativa que amplificó las luchas, demandas y reclamos hacia las autoridades.
Sin embargo, desde que arrancó la etapa autogestiva, la cooperativa nunca pudo saldar el conflicto judicial con los antiguos propietarios. En ese ínterin, sufrió múltiples amenazas de desalojos y clausuras, ante la espera de una ansiada expropiación que ingresó en un derrotero sin fin.
Un termómetro del pulso de la historia
El Hotel Bauen, con categoría de cuatro estrellas, fue inaugurado en 1978 para la víspera del Mundial del Fútbol con el objetivo de recibir turismo internacional. La dictadura apoyó el emprendimiento con una línea de financiamiento del ex Banco Nacional de Desarrollo (Banade). El titular de la compañía estaba a cargo del fallecido Marcelo Iurcovich, un hombre con llegada a la Junta Militar, según investigaciones periodísticas.
La asistencia crediticia prometida por el gobierno de facto nunca llegó. Y ello dio el comienzo de una historia de pujas y ventas irregulares. Los empresarios a cargo cambiaron cinco veces de razón social. Esos mecanismos permitieron a los dueños expandirse y construir el Hotel Bauen Suite y el Bauen Buzios, unas cabañas ubicadas en Brasil.
Después de la primavera alfonsinista –el momento de mayor esplendor del hotel– los empresarios vendieron en 1997 la propiedad al calor de la llegada de las cadenas hoteleras multinacionales. El Bauen perdía frente a la competencia. La transacción se concretó con el grupo inversor chileno Solari que, según los trabajadores, no se dedicó a apuntalar la compañía sino a vaciarla. De esa operación comercial valuada en 12 millones de dólares, solo se habían abonado 4 millones.
En junio de 2000, los propietarios registraban una deuda impaga de 85 millones de pesos. La Justicia determinó hacia 2006 que los 20 pisos de Callao al 300 finalmente eran propiedad formal de la firma Mercoteles, no del empresario chileno Félix Solari. Los cooperativistas recibieron un revés a su reclamo. El presidente de Mercoteles es el hijo de Marcelo Iurcovich.
Desde que arrancó la autogestión, los trabajadores pudieron resistir con eficacia distintos intentos de desalojo. La gestión del gobierno porteño a cargo de Aníbal Ibarra colaboró en asistencia y subsidios, mientras que las gestiones kirchneristas en el Poder Ejecutivo reconocieron y asistieron al emprendimiento a través INAES, el organismo a cargo de la promoción del cooperativismo.
El problema de la propiedad no podía resolverse sin la intervención del poder judicial y el legislativo. La solución parecía acercarse hacia el final de la presidencia de Cristina Kirchner, cuando se aprobó la media sanción de la ley de expropiación del establecimiento. La iniciativa disponía la compra de parte del Estado y que se tome como compensación la deuda contraída por la dictadura militar. Además, entregaba en comodato el inmueble a la cooperativa del Bauen con ciertas condiciones.
En 2016 se aprobó la ley de expropiación en el Senado, pero poco después el presidente Mauricio Macri vetó la normativa al señalar que la medida favorecía “exclusivamente a un grupo particularizado, sin traducirse en un beneficio para la comunidad en general”.
Nuevamente, el cambio en el clima político complicó los objetivos de la cooperativa. El veto generó un nuevo aumento de la litigiosidad por el inmueble. En los últimos cuatro años, el Hotel tuvo algunas clausuras, la última fue el año pasado y duró seis meses. El diputado del Frente de Todos Carlos Heller presentó una nueva ley de expropiación, pero no logró dictámenes ni pasos sustanciales. El hecho maldito de la crisis de 2001 volvía a cerrarse sobre sí mismo.
Hacia una nueva reconversión
La estructura actual está conformada por los trabajadores del Bauen y de otras cuatro cooperativas: El Descubridor, la organización La Poderosa, el Movimiento Popular La Dignidad y la Revista Cítrica. La llegada del gobierno del Frente de Todos había sembrado expectativas en los 70 cooperativistas. Consideraban que el nuevo signo político sería favorable para el Hotel, con menos presiones de desalojo y mayor respaldo institucional.
Finalmente, la pandemia frustró los anhelos. El proyecto sucumbió ante la crisis y la cuarentena, al igual que otros establecimientos gastronómicos icónicos de la escena porteña. El Hotel no abre sus puertas desde el 30 de marzo y sus trabajadores sobrevivieron con algunos cobros del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y las ayudas asistenciales a las cooperativas.
“La decisión es muy dolorosa pero muy responsable. La fuimos madurando en los últimos dos meses”, apuntó Tonarelli.
En boca de los trabajadores del Espacio Cooperativo Bauen, abandonar el histórico edificio es “una pausa que será pequeña”. “Buscaremos otro inmueble donde funcionar tratando de reconvertir la actividad, que sea menos turístico-gastronómica y más gastronómica-cultural”, precisó Tonarelli. La administración se repartirá, por el momento, entre las dependencias del movimiento cooperativo y la sede de la CTA de los Trabajadores, en la calle Entre Ríos al 488. Los preparativos de mudanza incluyen el remate del mobiliario entre otros objetos del establecimiento.
Para algunos conocedores de la experiencia cooperativa, la visibilidad del Hotel Bauen en plena avenida Corrientes resultó beneficiosa desde el punto de vista de la reivindicación autogestiva. Aunque también tuvo una debilidad: su alta exposición la ubicaba a tiro de los vaivenes políticos.
“Nos vamos, pero ya estamos llegando”, ilustran los cooperativistas entre la nostalgia y el optimismo.
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