Tras las elecciones nacionales del 24 de octubre de 1999, el 10 de diciembre del mismo año, el cordobés Fernando de la Rúa asumió como Presidente de la Nación. Lo hizo tras derrotar a la formula peronista integrada por Eduardo Duhalde y Ramón Ortega por diez puntos de diferencia. Acompañaba a De la Rúa el dirigente Carlos “Chacho” Álvarez y ambos llegaron al poder en nombre de la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación, una coalición más conocida como la Alianza, integrada por radicales, ex peronistas y sectores de centroizquierda aunados en el Frente País Solidario (Frepaso).
En síntesis: una entidad de centroizquierda guiada por un candidato de centro-derecha que, a su vez, presentaba muestras de falta de liderazgo.
Durante la campaña electoral los candidatos criticaron ferozmente la gestión de Carlos Saúl Menem pero en su propuesta a la ciudadanía, contenida en la “Carta a los Argentinos”, se comprometieron a mantener el programa monetario sostenido por la Ley de Convertibilidad, algo que ya el derrotado Eduardo Duhalde sostenía que venía a terminarlo.
Como un signo de la época, el binomio ganador acentuaba que llegaban a terminar con la “corrupción” imperante. Además, con la consigna “dicen que soy aburrido”, De la Rúa adelantaba que llegaba para poner fin a una suerte de universo de fiesta y frivolidad menemista. Para algunos analistas, el nuevo mandatario se había preparado toda la vida para ejercer el cargo que la ciudadanía le confiaba. Nadie mejor que él para asir el timón de la nave.
Los inicios del Siglo XXI fueron tiempos de grandes urgencias económicas y sociales, mientras una gran parte de la sociedad despedía el viejo centenario con fuegos artificiales y optimismo. Sin embargo, ochenta días más tarde el semanario Noticias prendía la primera luz amarilla, como llamando la atención por la escasa –o mala- gestión del gobierno aliancista frente a los desafíos. En un listado de reproches se le dice al primer mandatario que “sabía que sería presidente siete meses antes e hizo la plancha”, mientras “pacta una reforma laboral insuficiente para ganar competitividad” y se le fugan “inversiones a Brasil”. Le señala que “aumenta impuestos sin un plan que genere reactivación”, “no logra reducir el déficit fiscal por falta de consumo” y advierte que “la prensa se le dará vuelta cuando cambie el humor social”.
Precisamente, en abril el Senado dio media sanción a un proyecto que sería la ley 25.250, más conocida por Ley de Reforma Laboral, en la que los trascendidos al periodismo señalaban como aprobada por la oposición peronista gracias a la “ayuda” económica del gobierno a través de los gastos reservados administrados por la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).
En otras palabras, el denunciante vicepresidente Álvarez, recordaría un consejo del anterior Ministro de Economía, Domingo Cavallo, cuando le dijo: “No hablen más de los fondos reservados porque esa es la plata que hay para sacar las leyes”.
Resulta que Álvarez, ahora, era el oficialismo y que ellos habían llegado para adecentar la política nacional. Días más tarde la Cámara Baja, con el apoyo de 121 votos, completó el trámite. De acuerdo con los medios de la época el trámite se logró con el apoyo de Rodolfo Daher, secretario general de la CGT, en contra de otro sector del sindicalismo liderado por Hugo Moyano.
Días más tarde, el jefe camionero le diría a la prensa que Alberto Flamarique, ministro de Trabajo, en los días en que se trataba la reunión en la Cámara Alta, durante una reunión realizada en Obras Sanitarias había admitido que “para convencer a los senadores (peronistas) tenemos la Banelco”. Es decir, la tarjeta de extraer dinero de una cuenta de un cajero automático; en definitiva de lo que se hablaba era de una suerte de “gobernabilidad tarifada”.
En medio del desconcierto un informe anónimo plagado de detalles sobre el “operativo” comenzó a dar vueltas por el mundo político. Primero, “Chacho” Álvarez lo leyó frente a los senadores y luego llegó a las redacciones. En el papel no faltaba casi nadie, desde el Presidente hasta Mario Pontaquarto, el secretario administrativo del Senado.
A pesar del tiempo transcurrido la Justicia nunca pudo comprobar si se pago o no con fondos de la SIDE la aprobación de la Ley, pero lo cierto es que a partir de los primeros trascendidos se desató un debate dentro del gobierno que provoco la crisis que sobrevendría con la renuncia del vicepresidente y, posteriormente, con la caída del propio De la Rúa, por ésta y otras razones.
En junio La Nación, con la firma de Joaquín Morales Solá, publicó que la ley había sido aprobada en el Senado gracias a las prebendas del oficialismo. Tras la nota llegó la reacción del senador Antonio Cafiero que fue analizada con distintas variantes. Luego llegaría otra nota de Clarín y poco más tarde en Página 12. Frente a “la siesta” inicial, ahora el oficialismo semiparalizado comenzaba a caminar sobre un lodazal, en el que el Presidente aparecía intentando tapar todo y el vicepresidente libraba una campaña ética en su contra.
Días más tarde llega a los kioscos una nota de color en la que se pinta a Álvarez como una suerte de James Bond de las pampas tironeado sentimentalmente por dos mujeres, bajo el título “entre el amor y el poder”. Entre la oficial y la “otra”. Como olvidando en qué país se vivía, o el clima de “destape” que surcaba el periodismo, el vicepresidente culpó a la SIDE y al Presidente por lo que imaginaba era una operación en su contra. Chacho era una suerte de intocable que no recordaba la infinidad de artículos que en diez años de mandato habían padecido los miembros de la familia del ex presidente Carlos Menem y otros funcionarios de la época. Y ni hablar del despliegue sobre el ex mandatario por los pazos que daba al lado de la chilena Cecilia Bolocco.
Como ex justicialista debió haber aprendido aquella observación del senador Leónidas Vicente Saadi que decía que “para hacer política hay que tener piel de cocodrilo”. Poco después de la nota y como el malestar de Álvarez no se apaciguaba, el Ministro del Interior pidió una investigación a la Policía Federal sobre el presunto papel de la SIDE. El resultado, Fernando Cibeira de Página 12 lo resumió así: “No había existido ninguna operación orgánica contra el vicepresidente, aunque no descartaban que algunos ex espías pudieran haber trabajado por su cuenta”. Nada, lo mismo que nada.
En “Un día de Domingo” el semanario La Primera del 9 de septiembre de 2000, daba a conocer a sus lectores que seis días antes el ex presidente Carlos Menem había visitado sigilosamente a Fernando de la Rúa en la residencia de Olivos. Ninguno de los dos reconoció públicamente el encuentro pero los muy informados aseguraban que sí se había concretado y que Menem le aseguró que lo ayudaría en su gestión y que le dijo al despedirse: “Fernando, cuidate de Chacho”.
La cita pareció un disparo al corazón del vicepresidente y, para peor, una ironía de Menem profundizo la distancia entre los dos cuando advirtió: “Voy a proponer una reforma de la Constitución para que se elimine la figura del vicepresidente. No sirve para nada, y otros países como Chile no la tienen. ¿Y? ¿Cuál es el problema de no tener vice? A mí me renuncio Eduardo Duhalde en 1991 para presentarse en la provincia de Buenos Aires, y goberné sin problemas hasta 1995.”
Por un momento, tras varias reuniones dentro del gobierno y de dirigentes allegados al mismo, pareció que la tensión tendía a amainarse. De la Rúa y Álvarez conversaron, lo mismo que los radicales con Raúl Alfonsín. Fue en el momento en que el Presidente se preparaba para realizar una visita a México y a China. A la vuelta, a fin de iniciar una nueva instancia, De la Rúa haría algunos cambios en su gabinete. Sobre todo en dos áreas: Alberto Flamarique dejaría la cartera de Trabajo y Fernando de Santibañez debería abandonar la jefatura de la SIDE.
Hasta llegar el día del cambio de algunos ministros en el Salón Blanco y mientras el Presidente se encontraba en el exterior se realizaron varias fumatas a fin de cohesionar los grupos en disputa. Algunos selectos radicales se encontraron en Villa Rosa, en la localidad de Pilar, lugar donde la familia De la Rúa tenía una casa de fin de semana. A esta altura poco sirve conocer los nombres de los asistentes pero sí interesa señalar las conclusiones a las que llegaron: el problema central del Gobierno es la imagen de debilidad y de lentitud en la gestión, por lo tanto De la Rúa, si era necesario, debería sobreactuar.
Era necesario crear mística sostenían otros. “No hablo con euforia, lo hago con firmeza” diría días más tarde el presidente en el programa Hora Clave, mientras daba un golpe de puño en la mesa. El cambio de funcionaros, interpretó el Presidente, debían considerarse una constatación de su liderazgo. Ya no era creíble.
Así llegamos, a grandes trancos, al jueves 5 de octubre de 2000. El Salón Blanco estaba atestado de gente que miraban las sombrías caras de algunos funcionarios con “sonrisa de yeso”, por la incomodidad, dijo un observador. La tensión estaba en el aire.
El vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, con la mirada en otra dimensión, se situó a la derecha y un paso atrás del Presidente. Y así comenzó la ceremonia con la presencia del Escribano Mayor del Gobierno. Juró Chrystián Colombo como Jefe de Gabinete en reemplazo de Rodolfo Terragno; Alberto Flamarique, el frepasista gran adversario de Álvarez, no quedaba afuera del gobierno porque pasaba a la Secretaría General de la Presidencia; en la cartera de Trabajo asumía Patricia Bullrich; Nicolás Gallo, el gran amigo presidencial, dejaba el Ministerio de Infraestructura y Vivienda (más tarde volvería al gabinete); Ricardo Gil Laavedra le dejaba el Ministerio de Justicia a Jorge De la Rúa y el jefe de la SIDE, Fernando de Santibañez, otro gran imputado, permanecería en 25 de Mayo.
“Quise producir un cambio en el gabinete con el propósito de reforzar la marcha de la economía, agilizar el trámite de la administración pública y adecuar el ritmo de trabajo a los conceptos de la conducción del gobierno”, afirmó el Presidente en lo que parecía un guión preparado con anterioridad.
A su vez, Flamarique se paro frente a los micrófonos y explico que “el Presidente me ha otorgado una gran confianza. Este es un respaldo no sólo a mi persona sino a un miembro del Frepaso. Mi relación con Chacho Álvarez es absolutamente normal.” Sabía que no decía la verdad pero igual lo dijo y dos días más tarde abandono su nuevo cargo.
Terminada la ceremonia Álvarez se dirigió a su despacho en la Casa Rosada acompañado por los diputados Rodolfo Rodil y Víctor Alessandro. Otros agregaran que también lo rodearon José Vittar e Irma Parentela. Pero el tucumano Vittar, sabiendo lo que tenía que ver y escuchar en el Salón Blanco, prefirió no ir. Hacia allí se dirigió un edecán presidencial para decirle al vice que De la Rúa lo esperaba en su despacho. La respuesta fue corta y gélida: “Díganle que estoy en el baño”. Todos los medios dejaban trascender que Álvarez se había cansado de la tolerancia de De la Rúa hacia la corrupción: “Él lo sabía (lo de los pagos en el senado); él los protegió (a los senadores); el gobierno pagó” (para aprobar la ley de Trabajo). Estas y otras cosas se sostenían en letras de molde y televisión.
Comenzaba a surgir, definitivamente, la crisis de gobierno. Nadie dejaba de tenerla en cuenta desde mucho antes. Un año antes en La Nación se había escrito: “En el Frepaso adelantan que la combinación Álvarez-De la Rúa será conflictiva (por razones ideológicas y de relación personal) y que el jefe del Frepaso buscará delinear un perfil distintivo que le permita posicionarse para una eventual pelea por la sucesión presidencial en el 2003.” Todavía no habían triunfado electoralmente y ya meditaban sobre cómo sería la sucesión presidencial. Ya sobre la hora de las definiciones categóricas, Mariano Grondona opinó que “el problema de la Alianza es que no se puede tener una fórmula presidencial con dos personas que representan a distintos partidos políticos”. Y bueno está agregar que el hombre fuerte del partido mayoritario, del primer mandatario, no estaba en la Casa Rosada sino en su departamento de la avenida Santa Fe. Estamos hablando de Raúl Ricardo Alfonsín.
Cerca de las 8 de la mañana del 6 de octubre de 2000, Chacho Álvarez llamó al Presidente de la Nación para comunicarle que iba a renunciar a la vicepresidencia de la Nación: “Lo lamento Fernando, no puedo seguir, me voy; ya no puedo volver a atrás”.
El Presidente, tras un breve silencio, le pregunto si la decisión era irrevocable y la respuesta fue: “Fernando, los hombres de honor renunciamos indeclinablemente”. La respuesta presidencial todavía dejaba abierta la puerta para un paso atrás: “Pensá bien lo que estás haciendo, me parece una locura, te llamo en 15 minutos, revisá la decisión.” Tras cortar la comunicación De la Rúa mandó a llamar a Flamarique y De Santibañez. Los dos intentaron renunciar pero el Presidente se las negó. El primero se iría al día siguiente, el jefe de la SIDE buscó quedarse pero tuvo que marcharse el 23 de octubre.
Con el correr de los minutos el cuarto piso de la calle Paraguay 4032 se fue llenando de gente que quería saludar al dueño de casa. Los primeros en llegar fueron Juan Pablo Cafiero, Alessandro, Aníbal Ibarra, Vittar, Rodil, el “Turco” Mitre y Graciela Fernández Meijide. Luego llegarían otros personajes como el fiscal Norberto Quantín, el juez Julio Cruciani, Cecilia Rosetto y Rafael Bielsa. Los noventa metros cuadrados del departamento quedaron chicos en pocas horas, mientras abajo el común de la gente gritaba su nombre. Algunos imaginaron una suerte de jornada popular, un 17 de Octubre, aunque pronto se dieron cuenta que no llenarían ni el espacio de la Federación Argentina de Box.
Tras preparar el escrito que iba a leer por televisión, Álvarez se dirigió al Hotel Castelar donde su gente reservo un salón para el acto. A las 19.18, tras saludar y agradecer a los presentes con una leve sonrisa, comenzó a leer y, entre otros conceptos dijo: “Sé que el cargo de vicepresidente no permite mayores desacuerdos en un tema tan sensible como el de los sobornos en el Senado… no renuncio a luchar, renuncio al cargo con el que me ha honrado la ciudadanía (…) Parece paradójico y a la vez resulta cada vez más chocante, cuanto más avanzan la pobreza, la desocupación, el escepticismo y la apatía, desde no pocos lugares se responde con dinero negro, compra y venta de leyes, más pragmatismo y más protagonismo para quienes operan en la política como si fuera un negocio para pocos.”
A las 19.29 termina de leer y se abraza con su esposa Liliana Chiernajowsky.
A las 22.30 de ese viernes 6 llega el discurso de respuesta presidencial en el que se afirma que “aquí no hay crisis” porque “la Alianza se mantendrá unida”. Observando a la cámara, De la Rúa afirma: “Represento las esperanzas del pueblo… vivo y me desvelo. Frente a la desgracias del Senado, lamento que el vicepresidente nos deje antes de conseguir su total depuración… a los corruptos hay que destruirlos.”
Dejando de lado todo tipo de encuestas de la época y vaticinios en uno u otro sentido, la reconocida revista británica The Economist observará que “la purga sirvió sólo para poner en evidencia la debilidad” del Presidente y que el cambio de gabinete ha quedado lejos del “shock de confianza que el Presidente había prometido." Luego, comentará que “la decisión de nombrar a su hermano Jorge como Ministro de Justicia en medio de un escándalo por corrupción es como mínimo poco recomendable”.
La salida de Álvarez no significó su desconexión absoluta con la cosa pública. Se encontró con el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini para tratar cuestiones internacionales “sin grandes novedades”.
“Lo extraño a Álvarez”, dijo el Presidente en Mar del Plata cuando asistió a una reunión de empresarios, mientras en otros lugares se intentaban armar mesas de enlace.
Con el paso del tiempo Chacho Álvarez intentó volver al primer plano de las noticias pero tuvo rechazos. Luego, tras la caída de De la Rúa, estuvo un tiempo no menor en el desierto hasta retornar para treparse a la zaga ética del kirchnerismo y los salarios internacionales. Era otro Chacho.