El jueves 2 de octubre al mediodía Rogelio salió de franco y debía regresar el domingo temprano porque le tocaba estar de guardia. Pero no quería hacerlo. Su mamá Petrona fue quien lo convenció de que se presentara. “Es que no te van a dar más un franco”, le advirtió. Luego del desayuno que ella le preparó, a las cuatro de la mañana partió de su casa de Villa Jardín, donde vivía con ella y sus hermanas. Bordeando el río Paraguay, debía caminar dos kilómetros hasta el Regimiento de Infantería de Monte 29 Coronel Ignacio Warnes, porque no había colectivos que cubrieran el trayecto. Llegó pasadas las 5 y nunca pudo imaginar que menos de doce horas después sería uno de los heridos en el ataque montonero que marcaría, para siempre, la historia de Formosa.
Rogelio Mazacotte se recuerda como un soldado muy activo, cumplidor, que obedecía cada orden al pie de la letra. Había nacido en Pirané, una ciudad del sudeste formoseño el 4 de junio de 1954, y trabajaba como changarín en una fábrica de tanino. Cuando llegó al cuartel ya estaba mordisqueando uno de los tortillones que su mamá le había preparado para matar el hambre que se hacía sentir a mitad de la mañana.
A las siete de la mañana de ese domingo 5 de octubre de 1975, que nunca olvidaría, salió junto a los otros soldados de la compañía A y en perfecta formación recorrió los 200 metros que lo separaban de la guardia. Como era el cuarto relevo, no estaba ocupado. A hacer fajina, entonces. “¿Vos sabés hacer asados?”, le preguntó el subteniente Jorge Ramón Cáceres. “Andá al casino de oficiales y que te den todo. Y traé el vino también”.
Le llamó la atención verlo a mitad de la mañana al soldado Luis Roberto Mayol dando vueltas por la guardia, yendo de un lado para el otro. Había pedido permiso para ir a la compañía a buscar un pulover. “El venía a investigar, ¿viste?”, remarca ahora frente Infobae. Mayol, que había llegado castigado desde Santa Fe, su provincia natal, sería el traidor. Y algo ya en el regimiento se sospechaba.
En el casino de oficiales le dieron la carne y las achuras y Rogelio -obediente- tomó tres botellas de vino, dos para el almuerzo y la restante para él y los muchachos. Con la ayuda de otro soldado, empezó a hacer el asado. Cáceres quería almorzar a las 12, no más tarde.
Los soldados armaron la mesa en la galería del casino de oficiales, donde comieron los oficiales y suboficiales. Los soldados debieron conformarse con el rancho habitual. Luego de comer, el subteniente Cáceres reunió a los oficiales. Alejó a los soldados, pero Mazacotte se quedó cerca para escuchar de refilón lo que el subteniente Massaferro decía: “Me los corto si hoy a la noche no nos atacan; reforcemos la guardia con una ametralladora más”. Cada soldado recibió cuatro cargadores, uno más que lo habitual. En el regimiento había, ese domingo, alrededor de 70 soldados.
“Mazacotte, andá a dormir”, le ordenó Cáceres. “No tengo sueño”, respondió. “Andá, te digo, porque esta noche vamos a tener baile”. Fue de mala gana, porque no estaba cansado.
En la guardia, compartió con los soldados el vino, “que apenas alcanzó para mojarse los labios” y se recostó. Vio que el soldado Juan Pablo Torales, el petiso que le gustaba cantar, se había acomodado sobre el techo del placard de hormigón.
Habrá dormitado unos quince minutos cuando lo sobresaltó el sonido de disparos. “¿Quién es el que está jodiendo?”, protestó. Lo que Mazacotte ignoraba es que había comenzado el ataque: peronistas que baleaban a otros peronistas durante un gobierno constitucional peronista. No se sabía, pero en esa acción hacía su aparición el ejército montonero, con uniforme azul, aunque algunos de ellos vestían camperas de lona y pantalones vaqueros. Dieron en llamar el ataque “Operación Primicia”.
Los terroristas perseguían dos objetivos: obtener armamento y provocar un impacto psicológico político y en la opinión pública.
“¡Salgan y dejen el armamento!”, se escuchó que los atacantes ordenaban a los soldados que estaban en la guardia. Nadie obedeció. Mazacotte nunca supo cómo ni cuándo descubrió que había sido herido en el abdomen. A su lado, su compañero Antonio Arrieta agonizaba. Había que salir.
De pronto vieron cómo un montonero pretendía arrojar una granada hacia el interior por la ventana. Y Torales, desde la altura del placard, lo abatió con su FAL. Al atacante le explotó la granada en la mano.
Dejaron la guardia por una ventana, luego de quitar el mosquitero. Los soldados se la rebuscaron para hallar una posición desde donde defenderse. La encontraron detrás de un timbó, un árbol grande con una amplia sombra que era apreciada en el calor formoseño. Mazacotte no entendía el porqué del ataque.
“No podía imaginar por qué un paisano le disparaba a otro; el soldado no está preparado para pelear entre hermanos. Ellos creían que como éramos soldaditos negros, íbamos a entregar el regimiento”.
Tampoco puede explicar cómo, pero por segunda vez fue herido en el abdomen. Todos disparaban, a pesar de los pedidos de rendición de los atacantes. “Al que se asomaba, lo volteábamos”, relata a Infobae.
Cuando vieron a Mayol salir al descubierto con una ametralladora, todos le tiraron. “No se quién lo mató, pero todos le disparamos”.
Mazzacote, entonces, recibió un tiro en la pierna derecha, arriba de la rodilla, quedó fuera de combate.
También se peleaba en otros puntos del regimiento, como en la compañía A, en la comando y servicio y en el casino de oficiales, lugares donde se multiplicaron los hechos de valentía de aquellos soldados clase 54.
Quizá, lo que más se ha destacado fueron las últimas palabras del soldado Hermindo Luna al enfrentarse a montoneros: “¡Acá no se rinde nadie, mierdas!”
La resistencia de los soldados tomó de sorpresa a los atacantes. En el relato que hicieron en el número 8 de “Evita Montonera”, puede leerse: “Los soldados -armados o desarmados en algunos casos- desobedecieron la orden de rendición, en todos lados presentan fuerte resistencia y en algunos lugares esa resistencia fue suicida. Ninguno suelta el fusil y una vez a distancia buscaban parapetarse para iniciar el fuego”.
Mazacotte calculó que el ataque habrá durado entre veinte y treinta minutos. Recordó que llegaron oficiales y suboficiales, que vivían en el barrio militar, vestidos con lo primero que encontraron; todos gritaban su nombre para evitar que les disparasen.
Luego de abandonar el cuartel, los Montoneros secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, en el que terminarían aterrizando en un campo en Santa Fe. En el aeropuerto mataron al policía Nerio Argentino Alegre.
Los 17 soldados heridos fueron trasladados al hospital de la ciudad. Mazacotte permaneció internado durante quince días. Ese domingo, en Villa Jardín, donde vivía, la gente festejaba a su santo, y ahí todos se enteraron. Cuando su mamá Petrona supo que su hijo no estaba en el Regimiento, fue corriendo al hospital, pero no le permitieron entrar. Recién lo vería a la tarde del lunes.
Fue ese día cuando en el hospital Mazacotte le preguntó a Cáceres qué había pasado. “Fue un momento muy triste enterarme de los compañeros muertos”.
En la defensa del cuartel fallecieron: el subteniente Ricardo Massaferro; el sargento primero Víctor Sanabria, y los soldados Antonio Arrieta, Heriberto Dávalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torales, Alberto Villalba y Hermindo Luna. Todos fueron ascendidos post mortem. Según registros oficiales, fueron 13 los montoneros muertos.
El 31 de ese mes, cuando se recuperó, obtuvo la baja. Volvió a la fábrica de tanino, pero las heridas que había recibido eran importantes, no podía hacer fuerza, y tuvo que dejarlo. Pasado un tiempo regresó y lo efectivizaron. A los tres años renunció y consiguió un trabajo en una estancia, a 30 kilómetros de su casa. En un encuentro casual con un capitán, éste casi le ordenó que renunciase, que lo haría entrar como empleado en el estado provincial. Mazacotte le hizo caso, pero ese capitán fue relevado y ese trabajo nunca llegó. Hasta el día de hoy se ganó la vida en la construcción.
Se casó, formó una familia, tuvo cuatro hijos, y todos conocen, desde chiquitos, su historia. Y él exhibe orgulloso las dos medallas que le dieron, una al poco tiempo del ataque y la otra el año pasado. Pero Mazacotte, como el resto de sus compañeros, busca el reconocimiento de toda la sociedad y se indigna cuando cuenta que “esos criminales hijos de puta fueron indemnizados y a nosotros nos tiraron en un tacho de basura”. No entiende cómo los nombres de los atacantes muertos son recordados en el Parque de la Memoria.
Tampoco le gustó cuando en uno de los tantos actos, escuchó al pasar que hablaban de ellos como “negros formoseños”. “Pusimos nuestra vida para defender la Constitución”, protesta. Y sintió que debía aclarar: “Jamás íbamos a rendirnos”.
“Recordar y honrar”
En octubre del año pasado, el entonces presidente Mauricio Macri firmó el decreto de necesidad y urgencia n° 829, reconociendo las indemnizaciones a los familiares de los soldados caídos y para los que hubieran sufrido heridas gravísimas o graves. Entre los fundamentos, se señala “…mitigar el dolor, la angustia, la tristeza y la impotencia sufrida por tantos años de olvido”, y destaca que “recordar y honrar a estos valientes hombres de la Patria es una responsabilidad y obligación del Estado Nacional”.
El diputado nacional Mario Arce es un formoseño que nació justo un mes después del ataque. Su mamá, al escuchar esa tarde los primeros disparos, se había acomodado como pudo debajo de la cama. Arce, un abogado que había sido concejal, intenta cumplir lo que había prometido en la campaña: reclama que el Estado concrete el reconocimiento de las indemnizaciones tanto para los familiares de los caídos como de los que fueron heridos, y solicitó que dicho monto se incorpore al presupuesto 2021. “Lo del 5 de octubre de 1975 es el hecho histórico más importante y significativo que pasó en la provincia”, dijo.
Arce pidió la reglamentación del artículo 5° de ese decreto que faculta al Ministerio de Defensa a arbitrar los detalles complementarios en cuanto a tiempo y recursos. También se busca lograr que este hecho sea conocido en las escuelas y que se arme un museo y un centro de interpretación en el Regimiento.
Hará algo más de dos años que el gobierno provincial cedió un terreno en el Barrio Parque Urbano, cerca del mercado frutihortícola, y levantó una casa para que funcionase como centro de veteranos del 5 de octubre. Hasta el momento es una vivienda completamente vacía. Ni internet posee. “Si los políticos, que se pasan haciendo promesas, tienen un poco de dignidad, tendrían que pagarnos; tenemos derecho”, argumentó Mazacotte.
Hay una denuncia presentada por Jovina Luna, hermana del soldado Hermindo para que se investigue a los funcionarios que autorizaron el pago de indemnizaciones a los familiares de los atacantes muertos. Fue caratulada como estafa y está en el juzgado del doctor Daniel Rafecas. Hasta aparecieron los nombres de dos soldados caídos, José Coronel y Dante Salvatierra en el Parque de la Memoria. Ya fueron retirados pero sospechan que alguien cobró las indemnizaciones correspondientes.
Mazacotte tiene 66 años, vive en Formosa, va a todos los actos conmemorativos del ataque del 5 de octubre, porque fue uno de los hechos más importantes que le pasó en la vida. Justificó lo que esa tarde hizo: “Teníamos que defender la celeste y blanca".
Y deja una advertencia: "Los héroes no se borran”.
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