“La idea es contarles algo que nadie me avisó. De pasar horas leyendo blogs, comentarios de viajeros, grupos en Facebook de Argentinos en diferentes países o grupos de estudiantes en España, me olvidé de prestar atención a la parte más importante de la cuestión de emigrar”, comienza a contar Camila Gonzalo en un mail que envió a Infobae.
Dice que la cantidad de noticias que leyó acerca de familias y jóvenes con ganas de dejar Argentina para instalarse en Europa y en otras partes del mundo, la motivó a reflexionar y a escribir estas líneas. “Si bien en otros países se aprende, se respira tranquilidad y la calidad de vida puede resultar mejor, luego de unos meses viviendo en el extranjero empezás a extrañar y a sentir una nostalgia que ni una buena paella puede tapar. Argentina es un lugar único pese a quien le pese”, sostiene.
Camila tiene 26 años y es de Pilar, zona norte. Estudiante de Bioingeniería del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), hace nueve días que regresó del Viejo Continente, donde partió el 9 de septiembre de 2019 para ir a estudiar y a trabajar.
“Fue algo que siempre tuve ganas de hacer y, finalmente, el año pasado me animé. Me impulsaba la curiosidad de vivir la experiencia y de hacer contactos afuera”, cuenta en comunicación con este medio. “La idea siempre fue regresar a mi país”, agrega.
Su vivencia, dice la joven, fue positiva. Pasó por Málaga, cursó las materias que le faltaban de la carrera, escribió su tesis y cuando terminó, en julio de 2020, viajó a Barcelona a buscar trabajo. Allí, cuenta emocionada, consiguió un puesto en una destacada multinacional.
Durante el año que estuvo en el exterior, Camila compartió un piso con estudiantes de otros países y, también, se dio el gusto de vivir sola.
"Cuando uno llega a otro país se da cuenta de que debe adaptarse a las nuevas tradiciones para poder comunicarse y también para ofrecer respeto a los locales. Eso no quiere decir que hay que olvidarse de las costumbres de origen, pero tampoco hay que imponerlas. Las costumbres argentinas como tomar mate, hablar de política, saludar con un abrazo y la sobremesa eterna podrán imitarse en el extranjero, pero nunca igualarse”, explica.
Para Camila, los primeros meses en España fueron una especie de “vacaciones”. Una vez que se “asentó”, dice, empezó a extrañar. “Los amigos, la familia, el saludo de un vecino, las caras conocidas en la calle, escuchar conversaciones ajenas en el transporte público. Nadie te avisa que se extraña entender el contexto completo, aunque en España se habla castellano no es lo mismo”, dice y trae a colación un ejemplo.
“Los españoles le dicen tarta a nuestras tortas y a la tarta le dicen quiche. Entonces si querés comprar una torta de cumpleaños tenés que ir a buscar una tarta dulce. En cambio, si querés comprar una tarta de verduras tenés que ir a buscar una quiche. Si querés agregarle crema, por alguna razón, tenés que pedir nata”.
Según Camila, los argentinos somos herederos de la mejor combinación culinaria: la mezcla italiana, española y criolla. Por eso, cuenta, una de las cosas que más añoró mientras estuvo en Europa fue la comida de su país. “Yo soy fanática de los puestitos de Costanera, donde suelo comprar sándwiches de bondiola. No sé si la magia se encuentra en el sándwich en sí mismo o en la experiencia: comer parado mientras probablemente se te cae el tomate con mayonesa y un amigo se ríe. Y ahí está, el gran detalle que nadie te avisa. No es solo el hecho de que la comida es mejor en Argentina, es el conjunto de la comida y la parte social que hay que valorar”, expone.
Mientras pasó tiempo en España, asegura Camila, cambió por completo su visión de los inmigrantes. “Aunque jamás viví un episodio de discriminación, una vez fui al banco a hacer un trámite y, cuando les dije mi nombre, me contestaron: ‘Uh, otra argentina más’. En Barcelona está lleno de compatriotas. Es muy duro ver cómo los miran cuando están tomando mate. Por mi parte, cada vez que escuchaba un ‘Bolud...’ o un ‘Che’ me sentía como en casa. Amaba cruzarme con argentinos”.
Al momento, Camila Gonzalo tiene pensado regresar a España porque la multinacional donde trabajó le ofreció un puesto por tiempo indeterminado a partir de diciembre. “Me voy, pero tengo pensado volver. Por eso quiero que a Argentina le vaya bien porque sé que aquí está mi futuro”, se despide.
Una argentina en Francia
Lucía Pintado tiene 27 años y se crió en el barrio porteño de Belgrano. En julio de 2016, mientras vacacionaba con un grupo de amigas en el Sur, se cruzó con Erwan Lebreton: un francés que estaba recorriendo Argentina “a dedo”. “Lo levantamos de la ruta con el auto y, como era el Día del Amigo, lo invitamos a tomar unas cervezas”, cuenta a Infobae.
En febrero de 2019, después de varios años de noviazgo, Lucía y Erwan decidieron irse a vivir a Francia. Desde entonces, pasan sus días en Nantes, una ciudad ubicada a orillas del río Loira en la región de Alta Bretaña en el oeste del país. Dejar Argentina, asegura la joven, no le resultó nada fácil.
“Nunca había soñado con hacer mi vida fuera de Argentina. Hay muchas personas que tienen ese proyecto y lo persiguen a cualquier precio. No es mi caso. Para mí fue muy duro y super angustiante. Tuve que pensar muchísimo”, apunta.
Al momento de partir, llevaba un año estudiando francés y trabajaba como Maestra de nivel inicial. Lo que más le costó (y le sigue costando) fue dejar los afectos. “Yo soy muy familiera. Sentía mucha culpa de irme de Argentina y alejarme de mis papás, mi hermano, mi hermana y mi perro. Me hacen falta. Los amigos también son un tema: me pesa no poder estar con ellos compartiendo lo cotidiano”, cuenta.
A “lo bueno” de vivir en el exterior, dice Lucía, se adaptó rápidamente. Además de la estabilidad económica, la porteña destaca la seguridad. “En los bares, las mujeres salen a fumar a la vereda y dejan la cartera en la mesa o en la silla. Al principio, cuando veía eso, pensaba: ‘¿Cómo la van a dejar ahí? Va a pasar alguien y se la va a llevar’. Pero eso no sucedía”.
En su caso, el tema del idioma no fue una barrera (“Empecé a estudiar un año antes de irme”), pero sí una limitante. “Ahora mi francés mejoró muchísimo pero, al principio, en reuniones o juntadas de amigos, yo quedaba ‘flotando’. No terminaba de entender bien de qué hablaban”, cuenta.
Según Lucía, cuando un argentino se va a vivir al exterior, el primer reflejo es buscar otros argentinos. En su caso, explica, los contactó por Facebook y se juntaban a comer asados. “En esos momentos, era como estar de nuevo en Argentina”, rescata la joven que, de momento, está cursando un Máster para poder enseñar español.
“Cuando uno se va a vivir al exterior, a menos que lo haga con un contrato laboral previo, es muy probable que consiga trabajo en el rubro de hotelería o gastronómico y si no cuidando niños. Conozco muchas personas que migraron y que, a pesar de tener un título universitario están laburando de camareros. Mismo yo, que vine con un título y dejé un laburo estable. Acá tuve que arrancar de cero. Y arrancar de cero en otro país no es tan fácil como muchos se imaginan. Por otro lado, toda la parte burocrática que implica poner los papeles al día lleva tiempo y, sobre todo, dinero”.
El 30 de agosto pasado, Lucía hizo un posteo muy triste en su cuenta de Instagram. “Escribo porque la palabra libera y sana. Ayer, después de llevar viviendo un año y medio en Francia, viví por primera vez la pesadilla de todo inmigrante. Un desconocido, después de haber pasado tres horas sentado al lado mío en un cumpleaños, abrió la boca para vomitar lo que él creía verdades”, escribió.
En un extenso descargo, Lucía expuso una situación que atravesó y que la dejó con un “nudo en la garganta”. “Jamás había vivido una situación de discriminación: todas las personas con las que me crucé me abrieron los brazos”, dice a Infobae.
Tras aquel episodio, sostiene, empezó a revisar la mirada propia sobre los inmigrantes. “Todos nosotros encontramos siempre alguien más abajo, más oscuro, más gordo, más diferente, más extranjero, más débil, más minoría, para mirar de reojo y depositarle una bolsa de mierda que no le pertenece sobre los hombros”.
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