“Me duele saber que Irupé no va a conocer el río Paraná que conocí yo”, asegura Sebastián López Brach, que tiene 30 años y es papá de una nena de un año y medio. “Mi hija se llama así en honor a una de las plantas más lindas que hay en el humedal”, agrega sobre el nombre que eligió para su beba, con su pareja, que es de Lima, Perú.
Desde Rosario, Santa Fe, dónde se crió y vive “a dos cuadras del río”, se enorgullece al hablar de su vínculo con aquel cauce fluvial que es el segundo más largo de Sudamérica, después del Amazonas. “Crecí en contacto con la naturaleza. Siempre me gustó navegar. Los rosarinos tenemos una relación simbiótica con el río. Nuestra ciudad fue construida de cara al río, no de espaldas, como Buenos Aires. Todos cruzamos a las islas a comer un asado o tomar una cerveza. En verano las playas explotan”, detalla Sebastián, que es el más chico de cuatro hermanos.
“Tengo a cargo y cuido dos pumas jóvenes. Son víctimas de la deforestación. Soy parte de Mundo Aparte, una organización que rescata y rehabilita animales maltratados. Surgió para contener los animales del zoológico de Rosario, que fue el primero en abrir en nuestro país y también el primero en cerrar”, cuenta sobre el proyecto de María Esther Linaro, que es una activista ambiental más conocida como Beba y “nuestra Dian Fossey argentina”.
–¿Cómo te hiciste fotógrafo?
–Porque me gustaba contar historias. Tengo mucha capacidad de asombro. La fotografía surgió por la necesidad de documentar lo que vivía. Nunca estudie de manera académica. Empecé hace como quince años. En esa época viajaba mucho a Brasil porque tenía familiares y empecé a registrar la historia de Ilha Grande, que queda frente a Río de Janeiro. Es un lugar muy interesante. Es una isla que en los 90 se abrió al turismo, pero dónde antes funcionaba la cárcel más peligrosa de Brasil. Apasionado por semejante lugar me convertí en un narrador visual. Soy un storyteller que usa la cámara como herramienta. Así me siento y es como llaman a los becarios en National Geographic.
–¿Qué hacés concretamente para National Geographic?
–Me dieron una beca para un proyecto vinculado a los tres humedales más grandes de Latinoamérica: Pantanal (Brasil), Esteros del Iberá (Corrientes) y el Bañado La Estrella (Formosa). Integran la Cuenca del Plata que es la reserva acuífera más importante del continente. Es un proyecto que comparto con la fotógrafa Sofía López Mañán y con biólogos y conservacionistas que nos guían en el terreno. En enero participé de una conferencia en Washington y a poco de volver, nos agarró la pandemia y el proyecto quedó un poco parado. Entonces me dieron otra beca para registrar cómo viven el Covid los isleños del delta del Paraná y en eso estoy.
–Así te encontraste con la problemática de las quemas. ¿Qué explicación les encontrás?
–En primer lugar, la sequía. Pasa en el delta del Paraná, pero también en Córdoba y en muchos otros lugares. Hay bajantes históricas. Falta lluvia porque están deforestando la Amazonía. Los ríos más importantes se forman y alimentan de las lluvias. Si no llueve, no crecen. El Paraná nunca va a volver a ser el que fue… Eso me duele mucho.
–Pero, ¿quién y porqué empieza los fuegos?
–Las quemas son una actividad tradicional en muchas partes de nuestro país. Se hacen para renovar la pastura y dejarle buen suelo al ganado. Deberían hacerse en esta época, no en febrero, como ocurrió este año. Con el cambio climático y la consecuente sequía, los fuegos se descontrolaron. Sin embargo, los pequeños ganaderos no son el verdadero problema… De hecho, los isleños cuidan su tierra. Incluso la quieren más que los rosarios que alertan sobre el tema y cortan el puente para reclamar la Ley de Humedales.
–¿Entonces?
–Creo que estas quemas intencionales son productos del acuerdo para exportar cerdos a China. Queman para sembrar la soja que alimenta a los cerdos. Vimos imágenes de maquinaria especializada en la isla de Lechiguanas, dónde hubo uno de los focos más grandes. El gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, permite que esto pase en su jurisdicción. Porque la mayoría de las islas son entrerrianas. Y las autoridades nacionales tampoco se comprometen y ponen un freno. Son cómplices en la inacción. De hecho, ya perdimos un territorio que representa 15 veces la ciudad de Buenos Aires a causa de las quemas.
–¿Qué propone concretamente la Ley de Humedales?
–Busca proteger el área como una reserva o parque nacional. Pero sólo uno de los proyectos contempla cuidar el modo de vida y el respeto de las personas que habitan la zona. En ese sentido, el antecedente de Iberá es un buen ejemplo. Hay una zona de reserva dónde los antiguos habitantes del lugar hoy son guías. Cambiaron muchos paradigmas e hicieron un buen trabajo conjunto.
–Hablabas del rol de los rosarinos…
–Sí, en Rosario hay una lucha importante por detener el fuego y la lleva a cabo la Multisectorial por los Humedales. Organizan actividades y cortes de puentes. Sin embargo, del otro lado de la orilla, están los isleños… Ellos temen que se apruebe la Ley de Humedales y les quiten su lugar. Son gente que vive aislada y se siente olvidada. Hay una grieta entre los citadinos y los isleños. Yo soy intermediario.
–¿Cómo?
–Escuchando y hablando con todos los actores de este conflicto. Yo impulso la Ley de Humedales, pero creo que hay que consultarla con los isleños. Es decir que está bueno que se denuncie con euforia, pero no tenemos que quedarnos en eso... Si no empatizamos y no sabemos cómo viven y sienten quienes viven del otro lado de la orilla, la lucha se convierte en algo superficial.
–En suma, ¿por qué te convertiste en activista?
–Porque sabemos muy poco del valor natural de nuestro delta. Quiero que las nuevas generaciones lo conozcan. Pasé de ser un corresponsal de National Geographic a un portavoz. Mi cuenta de Instagram (@lopezbrachs) tuvo que ver con eso. Mucha gente me mandaba fotos de la problemática de las quemas y yo decidí crear un banco de imágenes para ordenarlas y compartirlas. La idea es hacer ruido y crear conciencia. ¡No podemos quedarnos sin humedales!
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