El domingo 18 de marzo de 1962 el peronismo, bajo la sigla Unión Popular, se impuso holgadamente en la provincia de Buenos Aires. También lo hizo bajo otras denominaciones en Santiago del Estero, Chaco, Misiones, Neuquén, Río Negro, La Pampa, Tucumán, Jujuy y San Juan. Mientras que el oficialismo frondizista triunfó en Capital Federal, Entre Ríos, Corrientes, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Para el gobierno, era una catástrofe. Esa misma noche, el ministro del Interior Alfredo Vítolo concurre a una reunión militar en el comando de la Aeronáutica, donde se le plantean una serie de exigencias: intervención a las provincias, con nulidad de los comicios, hasta la disolución del Parlamento. Anular la ley de Asociaciones Profesionales. La Armada, por su parte, pide la renuncia del presidente.
En las horas siguientes, en medio de maratónicas reuniones militares, una advertencia partió de las propias filas del partido de Frondizi. El Senador Nacional por la UCRI, Alfredo García, opinó que “el triunfo de Unión Popular en algunas provincias puede poner en peligro la estabilidad” y no se equivocó. Los militares exigían condiciones difíciles de cumplir por el Presidente de la Nación. Otros consideraban que debía renunciar.
Al día siguiente, lunes 19 de marzo, el título de La Nación, a seis columnas, lo decía todo: “Anuló el gobierno los comicios de Buenos Aires, Tucumán, Santiago del Estero, Río Negro y el Chaco”. La insólita excusa que se dio para tamaña decisión fue que se hizo “para asegurar la forma republicana de gobierno.”
Entre el martes 20 y el miércoles 28 la sociedad siguió por los medios de comunicación la caravana de reuniones militares, civiles y gestiones de todo tipo para determinar el futuro del gobierno. En principio se conviene en formar un gabinete de unidad nacional y los nombres de los candidatos figuran en los medios gráficos. Finalmente, el cordobés Hugo Vaca Narvaja reemplaza a Vítolo en Interior; Jorge Wehbe en Economía; Rodolfo Martínez asume en Defensa; Roberto Echepareborda es designado en la Cancillería y Oscar Puiggrós en Trabajo y Seguridad Social. Los cambios no alcanzan.
Precisamente, de los documentos militares de la época surge que el 20, durante una reunión de los generales más antiguos se analizan tres variantes para solucionar la crisis. La primera consideraba que Frondizi continuara como presidente “con un control absoluto de las Fuerzas Armadas”. La segunda trataba la renuncia del presidente y la aplicación de la Ley de Acefalia. La tercera, era determinante: “Derrocamiento de Frondizi. Constitución de un Gobierno de facto, integrado por civiles elegidos por las FF.AA.”.
Son horas críticas para Arturo Frondizi porque un golpe militar estaba en el aire, en los despachos del gobierno y en la sociedad política. En esas horas, se realizaron ingentes gestiones para salvar las instituciones democráticas, y la “usina frigerista” le presentaba distintas alternativas. En esos días llega al despacho presidencial “un plan mínimo inmediato de apoyo a la legalidad” que proponía “una gestión ante el embajador de los Estados Unidos para que el Presidente Kennedy realice en el día de hoy una declaración en la que exprese: a) satisfacción por la evolución de la crisis; b) expresión de su propósito de retribuir en Buenos Aires las dos visitas efectuadas a los EEUU por el Presidente Frondizi. Esta gestión podría ser efectuada por el Ministro de Agricultura y Ganadería, César Ignacio Urien, a quien se le ha hecho llegar la iniciativa.” Otro punto consideraba que el Canciller podría hacer unas gestiones ante los embajadores de Chile y Perú “para que el Presidente Jorge Alessandri y Manuel Prado expresen su opinión acerca de la importancia continental que asume la preservación de la legalidad en la Argentina.” También se proponía tomar contacto con las autoridades del Partido Conservador Popular “a los efectos que se pronuncie a favor de la legalidad.”
También al despacho presidencial llegaban mensajes de apoyos en pequeños papeles: “Contralmirante Eladio Vázquez (comandante de) Puerto Belgrano. Pensar en él, es legalista. Sostener al Presidente”. Vázquez sería Comandante en Jefe de la Armada del presidente José María Guido y con el presidente Arturo Illia pidió el retiro (26 de octubre de 1963) por no coincidir con el pensamiento del nuevo gobierno radical. Ninguna gestión conseguiría aplacar el malestar del sector castrense. Quedó, entonces, una última prueba: El viernes 23, Laureano Landaburu, Ministro del Interior de la Revolución Libertadora, se entrevista con Frondizi durante el mediodía. De la reunión sale ungido como mediador el ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, con el objetivo de asegurar “a todo trance el orden constitucional”.
Mientras pasaba el tiempo, algunos como el teniente general Raúl Alejandro Poggi, imaginan que podían reemplazar al Primer Mandatario. La tapa de La Nación del 26 de marzo lleva el título: “La Marina sugirió a Frondizi que dimita”. La tapa del 27 es la respuesta: “Niégase el presidente a presentar su renuncia” y al mismo tiempo da a publicidad una carta a Frondizi del mediador, Aramburu, en la que finaliza diciendo: “En nombre de ese orden (jurídico), la Nación pide a Usted un noble renunciamiento. Lo pide y lo espera de su reconocido patriotismo”. En esas horas los medios comentan la existencia de un plan o proyecto de solución elaborado por el Ministro de Defensa, Rodolfo Martínez. En los medios castrenses se conoce que “los tres Secretarios Militares han resuelto fijar para concretar la posibilidad de aplicar el Plan Martínez. Si llegado el mediodía no resulta esto factible, los Secretarios presentarán sus renuncias y se pasará a la variante 3”.
El 28 las agencias noticiosas reproducen el texto de la revista Time que considera a Frondizi “el hombre más impopular de su país” y cita una frase del presidente al respecto: “Solo mi persona está entre el orden y el caos”. La Argentina, dice Time, es una de las naciones que el presidente Kennedy ha elegido como ejemplo para su Alianza para el Progreso, y hace solo tres semanas le destinó una suma de 150 millones de dólares." Ese día, a las 17.25 horas, los tres comandantes en Jefe entran al despacho presidencial. El general Poggi le dice: “Por el bien del país renuncie a su cargo.” Y Frondizi solo respondió: “No renuncio ni renunciaré”. A las 18 horas el Presidente se retira a la residencia de Olivos.
Siendo las 02.30 del 29 de marzo, el secretario de la Armada, almirante Clement, le comunica al presidente: “Quiero informarle que se acaba de adoptar la formula tres (derrocamiento de Frondizi). Lo lamento mucho, pero yo no puedo hacer nada y dentro de un rato lo va a visitar el jefe de la Casa Militar”. Media hora más tarde llegan a Olivos el Ministro Martínez con el doctor Mariano Grondona. Frondizi, durante una reunión que se realiza en su habitación, les reitera que no va a renunciar. “Creo, agrega el Presidente, que una forma de solucionar esta situación es que me destituyan o me metan preso.” Pocas horas más tarde Frondizi era conducido preso a la Isla Martín García.
El 29 fue un día plagado de versiones y rumores. El periodista Enrique Maceira recibe uno de los tantos llamados telefónicos de esa jornada: “Quique le paso el teléfono a alguien que conocés”, le dijo Emilio Ibarra, miembro de la redacción de La Prensa. Tomó el tubo y escuchó una voz que ya había sentido en otras oportunidades, que le preguntaba: “¿Tiene lápiz y papel?” “El Petizo” Maceira respondió afirmativamente. Era el general Raúl Alejandro Poggi, Comandante en Jefe del Ejército. Le dijo: “Anote: Las Fuerzas Armadas han derrocado al presidente de la Nación, doctor Arturo Frondizi. Y aclare –agregó--: firmado, Raúl Alejandro Poggi.” Con esa primicia que quemaba, Maceira buscó a Eduardo Castiglione, un veterano periodista de la Agencia Oficial TELAM y que ahora se desempeñaba en la Agencia Tel-Press. Le conto lo que había vivido y al poco rato la noticia daba la vuelta al mundo.
La Casa Rosada se observaba vacía, apenas se encontraba un grupo de periodistas permanentes. Eran los “acreditados” en la Sala de Prensa de la Casa de Gobierno. Estaban siempre, fueron testigos de todo. Roberto Di Sandro, Juan Rey Romo, Alfredo Bufano, Enrique José Maceira, Guillermo Goyena y Osvaldo Piñero (“Piñerito”) entre otros. Las puertas del palacio estaban cerradas. Las abrió Di Sandro cuando escucho los golpes. Era un conjunto de uniformados con caras circunspectas. El documento militar que relata esas horas informa que el coronel Zalazar se presenta en la Casa Rosada para “reconocer” sus interiores, "precediendo al general Poggi que se hace presente con pocas disimuladas intenciones de asumir el poder presidiendo una Junta Militar. Para formalizar el acto ha sido citado el Escribano de Gobierno. Es en esas circunstancias cuando el general Poggi se entera sorpresivamente que el Dr. Guido ha prestado juramento como Presidente ante la Corte Suprema.
Al frente de todos los militares estaba el general Raúl Alejandro Poggi, que venía a hacerse cargo de la Presidencia de la Nación. Llego acompañado por Manuel Ordóñez, uno de los “cerebros” de la maniobra, seguramente, a la búsqueda de una cartera ministerial. Subió al primer piso y vio que las luces estaban apagadas. Recorrió un largo pasillo e intentó entrar en el despacho presidencial, pero las puertas estaban cerradas. Comenzó a gritar y dar órdenes hasta que un ordenanza de la seguridad, en cuya cara se reflejaba el espanto, llegó a su presencia. Poggi le ordenó que abriera y éste le respondió que no tenía las llaves. Le explicó que el empleado que atendía al primer mandatario, después de cumplir su horario y cuando nadie quedaba en el área presidencial, cuando se retiraba se llevaba las llaves a su casa. Entonces, sin poder esconder su furia, el general Poggi intentó forzarlas. Al no lograrlo retornó al edificio del Comando en Jefe del Ejército. La escena, recordó Di Sandro, era fellinesca. Con su escasa altura y su voz bajita “Piñerito” se permitió aconsejarle: “Venga mañana”. Antes de irse hizo correr una alfombra del antedespacho presidencial.
Mientras Poggi se imaginaba ocupar el despacho que había sido de Arturo Frondizi, en la Sala de Reuniones de la Corte Suprema de la Nación, el titular interino del Senado, el rionegrino José María Guido juraba como Presidente de la Nación ante los altos magistrados. Uno de los integrantes del alto tribunal, el doctor Julio César Oyhanarte, fue con Rodolfo Martínez, el que más incidió por encontrar esa fórmula, como una manera de conservar la constitucionalidad… a pesar del disgusto inicial de un sector de las Fuerzas Armadas. El antiperonismo más furioso, esta vez, se quedó en la antesala de la historia. Los jueces que integraban la Corte Suprema eran: Esteban Imaz, Ricardo Colombres, Pedro Aberastury, Julio Oyhanarte, Luis Boffi Boggero y Aristóbulo Aráoz de Lamadrid.
Otra mirada de aquellas horas la dio el oficial aeronáutico Enrique Juncadela: "A partir de 2 de enero del año 1962 desempeñé mis funciones en la Casa Militar de la Presidencia de la Nación, siendo presidente el Dr. Frondizi. En los primeros días de febrero se termina la construcción del helipuerto con el fin de que el señor presidente se traslade diariamente desde y hacia Olivos mediante un helicóptero.
Durante la mañana del día 29 los comandantes se encontraban reunidos en el despacho del Ministro de Defensa (en ese entonces en la Planta Baja de la Casa de Gobierno) sin saber qué hacer con el país que se encontraba sin presidente. Varios asistíamos a ese absurdo hasta que en un momento suena el teléfono, atiende el ayudante del general Poggi, teniente coronel Rosales, y se dirige rápidamente al interior del despacho; les informa a los comandantes que Guido acaba de jurar en la Corte. Salen al paso vivo para ocupar el despacho presidencial. El general Poggi a los gritos ordenando evacuar la Casa de Gobierno. Llegado Guido va a su despacho, ingresa sin cerrar bien la puerta de acceso lo que nos permitió ver y oír lo que ocurría. El doctor Guido le dice Poggi: “General, creo que ese sillón me corresponde”. “¿Por qué?”, le pregunta Poggi. “Porque soy el presidente de la Nación”, le dice Guido extendiéndole una copia del acta firmada en la Corte. Poggi le traslada el acta a los otros comandantes y le cede su sillón a Guido con lo que termina tan lamentable episodio."
Tras el juramento ante la Corte Suprema, cuando la noticia ya recorría las redacciones de los medios periodísticos, José María Guido se apersonó a la Casa de Gobierno y, a las apuradas, le tomó juramento a su primer gabinete presidencial. Todo fue tan rápido e improvisado que, antes de entrar a la ceremonia que se iba a realizar en el Salón Blanco, sus acompañantes se dieron cuenta que no tenía una banda presidencial. Uno de ellos tuvo una originalidad: Fue al Museo de la Casa Rosada y tomó la banda del ex presidente Nicolás Avellaneda (1874-1880). Con esa insignia, y con muy poco público presente, Guido asumió como presidente constitucional de los argentinos el 29 de marzo de 1962.
El abogado rionegrino José María Guido era hasta ese momento el presidente provisional del Senado de la Nación. Cumplió su mandato presidencial hasta el 12 de octubre de 1963. La caída de Frondizi no terminó con las crisis militares y civiles. En septiembre de 1962 y abril de 1963 se llevaran a cabo enfrentamientos armados. La Argentina, una vez más, había entrado en el tirabuzón de su decadencia. En distintas instancias, por su gabinete desfilaron radicales como Jorge Perkins y José Luis Cantilo; independientes de inclinación conservadora como Rodolfo “Rolo” Martínez, Oscar Puiggrós, Mariano J. Drago, Bonifacio del Carril, Carlos Manuel Muñiz, los generales Enrique Rauch y Osiris Villegas y su primer Ministro de Economía fue Federico Pinedo, una figura legendaria de la política argentina. El 30 de marzo, el nuevo Ministro de Economía, anunció un plan económico de “shock contra la inflación”. El precio del dólar saltó de 82 a 150 pesos. Tras quince días de gestión el ministro renunció y volvió al gabinete Álvaro Alsogaray, hermano de uno de los generales del bando Azul.
En la “Historia de las Relaciones Exteriores de la Argentina” de Carlos Escudé y Andrés Cisneros, se refleja el pensamiento de una parte de la dirigencia de la época, cuando se sostiene que: “Por una conversación con Mario Amadeo y Gainza Paz, Adlai Stevenson (embajador de los EE.UU en Naciones Unidas) pudo saber cuáles habían sido los motivos del derrocamiento del presidente. Se juzgaba que Frondizi había establecido una línea independiente respecto de Cuba, ofreciendo su mediación y reuniéndose luego con el Che Guevara. Se había abstenido de votar en Punta del Este e intentado conformar un bloque argentino-brasileño con el tratado de Uruguayana, que podía ser utilizado para chantajear a Estados Unidos en la cuestión cubana. Todo esto era percibido como una posición claramente anti-occidental. También existía el temor de que Frondizi liderara un gobierno de tipo “frente popular”, que incluyera a peronistas y comunistas. Muchos pensaban que Perón seguramente habría vuelto al poder si Frondizi no hubiera sido depuesto”. Como se observa, versiones antojadizas que no iban al fondo del problema, la victoria del peronismo en la provincia de Buenos Aires.
En cuanto a los problemas iniciales del nuevo Presidente de la Nación, especialmente con los EEUU, Escudé y Cisneros observaron que en “los primeros días de abril, el gobierno de Guido no había obtenido todavía su reconocimiento diplomático. La negativa a otorgarlo se debía a la remoción del presidente Frondizi por la fuerza. Los gobiernos europeos no podían entender la paradoja de la expulsión de Frondizi, después de que éste hubiera dispuesto -por presión de los militares- la intervención de las cinco provincias en que habían triunfado los peronistas. McClintock señalaba que no era fácil explicar la política o las personalidades argentinas, incluso en la Argentina. La situación se complicó cuando el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, se opuso a reconocer el régimen de facto de la Argentina y amenazó con llevar el caso de la remoción de Frondizi ante la Organización de Estados Americanos (OEA). El gobierno de Guido, sin embargo, encontró actitudes más favorables en otros gobiernos latinoamericanos y europeos. Por su parte, la embajada estadounidense recomendaba el pronto reconocimiento, sobre la base de que la Corte Suprema de la Argentina había juzgado constitucional la transición, pero el Departamento de Estado procedió con cautela. El secretario de Estado Dean Rusk no quiso otorgar el reconocimiento demasiado rápidamente, porque esto demostraría a los militares que podían hacer lo que querían, sin temor a la desaprobación de Estados Unidos”.
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