-Hay un fusilado que vive – le dijo un hombre a Rodolfo Walsh una noche de diciembre de 1956 mientras tomaban una cerveza en el Bar Rivadavia de La Plata, donde solían encontrarse para hablar de literatura o jugar al ajedrez.
El hombre se refería a las víctimas de los fusilamientos clandestinos perpetrados por un grupo de policías bonaerenses al mando del inspector mayor Rodolfo Rodríguez Moreno quien recibió la orden del jefe de la Bonaerense, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, en la madrugada del 10 de junio de 1956. Fernández Suárez había encabezado el allanamiento de una casa de la localidad de Florida en la noche del 9 de junio donde detuvieron a varios miembros de la resistencia peronista que, ese día, se sumaban a un levantamiento contra el régimen de facto encabezado por Pedro Aramburu e Isaac Rojas.
-A esa gente me la llevan a un descampado y los fusilan –ordenó Fernández Suárez horas después de la detención, cuando ya había regresado a La Plata.
La fría y brutal orden de ejecución fue transmitida a Rodríguez Moreno, quien no dudó en ponerla en práctica. Los detenidos que estaban en la Unidad Regional San Martín fueron trasladados en un camión celular hasta los basurales de José León Suárez. La furia y la metralla, sin embargo, no acabaron con todos ellos.
“Hay un fusilado que vive”, la frase pronunciada por ese hombre seis meses después de los hechos, fue el punto de partida de la investigación periodística de Rodolfo Walsh que pondría al descubierto la trama de esos fusilamientos ilegales y que quedaría en la historia como Operación Masacre.
¿Quién fue?
Rodolfo Walsh jamás reveló la identidad de esa fuente. Fue secuestrado y desaparecido por otra dictadura veinte años más tarde, el 25 de marzo de 1977, sin haber dado a conocer su nombre.
Tampoco la reveló en vida Enriqueta Muñiz, la joven periodista que colaboró codo a codo con Walsh en la investigación. Ella también conocía la identidad de esa fuente, pero murió el 18 de noviembre de 2013 sin haber publicado nunca una línea sobre su trabajo con Walsh en Operación Masacre ni haber contado su trama oculta.
Rodolfo Walsh y Enriqueta Muñiz cumplieron así, hasta sus muertes, con una de las reglas de oro del periodismo: la preservación de la identidad de una fuente que no quiere que su nombre sea revelado y/o que puede correr peligro en caso de darse a conocer.
Debieron pasar casi 63 años –muchos más que los que demoró en conocerse la identidad de la fuente secreta Watergate, el famoso Deep Throat (Garganta Profunda)- para que finalmente se supiera quién era ese hombre misterioso.
Los cuadernos de Enriqueta
En noviembre de 2019, por decisión de los herederos de Enriqueta Muñiz, Editorial Planeta publicó el contenido de dos cuadernos cuya existencia era prácticamente desconocida. Se trataba de Historia de una investigación, un diario manuscrito en los cuadernos de tipo escolar donde la colaboradora de Walsh fue relatando, sin intención de publicarla, paso a paso la investigación de los fusilamientos de José León Suárez.
Casi al comienzo del primer cuaderno, Enriqueta Muñiz escribió:
“El martes 18 de diciembre (de 1956), Walsh se encontró casualmente con un amigo, Enrique Dillon, quien le relató la increíble historia de diez fusilados inocentes, ajusticiados por la policía provincial en la noche del 9 al 10 de junio de 1956”.
El misterio quedaba así finalmente develado, sin que quedara lugar para dudas. Enriqueta Muñiz había escrito de puño y letra el nombre de aquella fuente: Enrique Dillon.
Los autores de esta nota se propusieron saber quién era el hombre detrás del nombre, quién había sido en vida Enrique Dillon, la fuente de Rodolfo Walsh.
En esa búsqueda hicieron un descubrimiento: la existencia de una fuente anterior a esa fuente. La del hombre que le había dado esa información a Enrique Dillon y que éste le comunicó a Walsh.
¿Quién fue Enrique Dillon?
Enrique Dillon era un poeta y escritor de la ciudad de La Plata y tenía casi la misma edad que Rodolfo Walsh. Trabajaba como empleado en una de las sucursales del Banco Provincia de la capital bonaerense y dedicaba sus ratos libres a la escritura y al ajedrez, dos pasiones que compartía con su amigo periodista.
Enrique Dillon vivía en una casa de la calle 46, entre 4 y 5, a menos de diez cuadras de la casa donde por entonces Walsh vivía con su mujer, Elina Tejerina, y sus dos pequeñas hijas, Victoria y Patricia, en la calle 54, entre 3 y 4.
Los dos amigos solían encontrarse en el Bar Rivadavia, de la calle 50, entre 7 y 8, el mismo en el que – según se deduce con claridad del prólogo de Operación Masacre - estaba Walsh la noche del 9 de junio de 1956, cuando se produjo el levantamiento del Regimiento 7 de Infantería de La Plata, al mando del teniente coronel Oscar Cogorno, leal al general Juan José Valle, jefe de la sublevación.
Una versión errónea sostiene que esa noche Walsh estaba en el Club de Ajedrez, en la calle 6, entre 53 y 54. Sin embargo, a quien se tome el trabajo de hacer el recorrido de la caminata que Walsh hizo hasta su casa, no le quedan dudas de que salió del Bar Rivadavia, ya que él mismo cuenta que debió cruzar la Plaza San Martín, un trayecto imposible desde el Club de Ajedrez hasta el domicilio de Walsh.
El Rivadavia, hoy desaparecido, era un tradicional bar platense, donde además de tomar un café o una cerveza se podía jugar al ajedrez – tenía mesas con tableros y la casa proveía las piezas y los relojes- y en el fondo, detrás de una mampara, había un amplio espacio donde los parroquianos jugaban al billar, el casín o la bocheta.
Allí, en la cálida noche del martes 18 de diciembre de 1956, Enrique Dillon le dijo a Walsh que había un fusilado que vivía.
Pero, ¿cómo lo sabía Enrique Dillon, un empleado del Banco Provincia totalmente ajeno a los hechos de la noche del 9 de junio? ¿Quién fue realmente la fuente que puso a Walsh detrás de la pista del “fusilado que vive”?
De eso se trata lo que sigue. Algo que, hasta ahora, parecía un secreto imposible de develar.
Una declaración judicial
En la tercera parte de Operación Masacre, titulada “La evidencia”, Rodolfo Walsh transcribe la declaración judicial de un oficial retirado de la Armada Argentina que se presentó “espontáneamente”. Así lo resalta Walsh, para dejar en claro que ese testigo se presentó por propia voluntad ante el juez, sin haber sido citado por la Justicia.
Al contrario de lo que hace con los otros protagonistas del caso –los fusilados sobrevivientes, sus familiares, los abogados, los policías involucrados-, Rodolfo Walsh no describe a esta persona, no dice haberla entrevistado –o, al menos, haberlo intentado-, extrañamente evita dar precisiones. Y, sin embargo, esa era una pieza clave para el esclarecimiento del caso.
La declaración consta a fojas 42 de la causa y Walsh la transcribe textualmente:
“Que en la madrugada del 10 de junio último, aproximadamente a las 0.45 horas, el declarante se encontraba en su domicilio, que está ubicado frente al Departamento de Policía, y al escuchar el tiroteo con que empezó el asalto a dicha dependencia, el que habla, arma en mano, se internó en el Departamento y desde allí colaboró en la defensa del mismo ...; que de esa manera se encontró presente en el asalto a que ha hecho referencia y participó de la represión del mismo; que cuando ya se había sofocado el movimiento en cuanto al ataque a la Jefatura, siendo pasadas las 4 de la madrugada, llegó el jefe de Policía conjuntamente con los cadetes de la escuela Vucetich y demás personal, y los que habían defendido el edificio descendieron la escalinata, donde ocurrió el encuentro con los recién llegados, intercambiándose impresiones y relatos sobre los hechos ocurridos, ... en esa oportunidad el que habla oyó decir al señor jefe de Policía teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, dirigiéndose no recuerda el deponente si al señor Gesteira u otro funcionario, textualmente las siguientes palabras: ‘Transmita la orden a la Unidad Regional de San Martín para que se fusile de inmediato a ese grupo de personas que yo he detenido’, siendo la orden transmitida por radio”.
Para quienes no están familiarizados con el hecho, vale recordar que el coronel Cogorno, tras tomar el Regimiento 7 se dirigió a la jefatura policial con el propósito de rendir al personal allí acuartelado y así contribuir con uno de los focos del levantamiento del general Valle. Sin embargo, la resistencia fue muy alta y Cogorno se retiró con otro oficial en un auto. A la altura de Brandsen pararon a cargar combustible, fueron identificados por la vestimenta, capturados y fusilados el 11 de junio.
Volviendo a la transcripción hecha por Walsh, el testigo prosigue:
“Horas más tarde, encontrándose el declarante en la secretaría de Jefatura, escuchó el comentario de que tal orden había sido cumplida (en los basurales de José León Suárez), pero que se lo había hecho en forma deficiente, pues se había llevado al grupo de detenidos a un descampado y allí algunos habían logrado darse a la fuga, y la policía se había visto obligada a tirarles mientras corrían, no habiendo podido hacerlos formar ante el pelotón de fusilamiento, como es de rigor; según el mismo comentario, aquello había resultado de tal forma ‘una carnicería’, y al tener conocimiento de tal hecho el jefe de Policía mostró indignación por la incapacidad demostrada y pocos días después fue declarado en disponibilidad el entonces jefe de la unidad, Rodríguez Moreno”.
De la lectura de la declaración se desprende indudablemente que este testigo aporta pruebas sobre la hora de la madrugada del 10 de junio en que se dio la orden de fusilamiento de los civiles detenidos desde la noche anterior en la Unidad Regional de San Martín. Además, es preciso respecto de quién impartió la orden, sobre quién la llevo a cabo y también conoce la existencia de fusilados que han logrado escapar y sobrevivir.
Resulta inverosímil que Walsh no haya por lo menos intentado entrevistar a ese testigo fundamental, sobre todo porque lo tenía ahí, podría decirse que “al alcance de la mano”.
El testigo que se presentó espontáneamente ante el juez era el teniente de fragata (RE) Jorge Rodolfo Dillon, primo hermano de Enrique Dillon.
La fuente primigenia
-Enrique era escritor y poeta y, bueno, se conocía con Rodolfo Walsh... De ahí surgió el contacto de mi padre con Rodolfo Walsh. No sé exactamente si Enrique lo fue a ver a papá, o papá a Enrique, no sé cómo habrá sido porque yo era muy chica, pero sí recuerdo que se encontraron. Papá actuó con total honestidad y rectitud. Por eso se presentó ante el juez y accedió a entrevistarse con Walsh. Seguramente ése fue uno de los hilos que le sirvieron a Walsh para escribir Operación Masacre. Uno de los lugares donde se reunieron fue en un café y, aunque no estoy segura, creo que Walsh vino también a nuestra casa –le confirma Verónica Dillon a uno de los autores de esta nota en una entrevista telefónica.
Verónica Dillon es la mayor de los tres hijos del teniente de fragata (RE) Jorge Rodolfo Dillon, ya fallecido. Cuando ocurrieron los hechos era una niña pequeña, pero sus recuerdos son nítidos porque fue un tema que durante años se conversó en la intimidad de su casa y por las consecuencias que acarreó a su padre y a toda la familia.
Queda claro que Walsh utilizó la información que le brindó el teniente de fragata Jorge Dillon pero ocultando todos los rastros que pudieran llevar a identificar su fuente.
-En realidad creo que al no revelar su nombre lo que quería hacer era protegernos a nosotros. A mí mamá y a nosotros. Para mí es un honor que papá haya dicho la verdad. Se arriesgó y no sólo se arriesgó él... Fue terrible en ese momento para la familia – agrega Verónica Dillon en su diálogo con el cronista.
De todos modos, el teniente Jorge Dillon no se mantuvo en las sombras. Su presentación ante la Justicia no fue como testigo reservado sino con nombre y apellido. Lo que no se reveló en aquel momento – y Walsh no lo hizo nunca – fue su aporte fundamental para la investigación del autor de Operación Masacre.
-Recuerdo que empezó a haber problemas por haber dicho la verdad, porque él había tenido una actitud que lo hacía sospechoso para la misma fuerza. Tampoco lo querían “del otro lado”, pasó a ser sospechoso por todos lados por el solo hecho de decir la verdad.
Un hombre íntegro
-En 1956 papá estaba retirado de la Marina, tenía retiro efectivo, pero en un momento lo convocan para intervenir la Obra Social de la policía. Nosotros vivíamos frente a la Jefatura, en 51, entre 2 y 3 –dice Verónica Dillon en coincidencia con los datos que figuran a fojas 42 de la causa por los fusilamientos clandestinos.
El teniente de fragata Jorge Dillon había sido pasado a retiro cuando tenía apenas 25 años, por problemas de salud, precisó su hija.
-Mi papá entró a la carrera naval con el espíritu independentista con que fue formada por el Almirante Brown, la defensa de la patria. Mis abuelos estaban viviendo en Inglaterra y papá vivía en La Plata con un tío, el mayor de la familia y supongo que soñaba con navegar por los grandes mares del mundo, porque navegar era lo que le gustaba. Pero no pudo - explica.
Al retirarse, Jorge Dillon ejerció varios “oficios terrestres”, una categoría utilizada por el propio Walsh para referirse a sí mismo.
-Cuando lo retiraron, papá puso un criadero de pollos, luego de conejos de angora, recuerdo que nosotros éramos chicos y los esquilábamos. En un momento vendió trajes por la calle y cortinas americanas, quedó desclasado de la formación que tenía. Él, en realidad, había querido estudiar Arquitectura, pero con tres hijos era imposible ir a la universidad y trabajar. Además, era muy lírico y profundamente humanista. Si bien su padre era ingeniero sonidista de la RCA Víctor, venía de una familia de escritores, poetas, músicos, todos muy ligados al arte – dice Verónica Dillon.
Más tarde pudo volver a su pasión, la navegación, esta vez como docente.
-Entró como profesor en la Escuela Naval para dar la asignatura Navegación. Paralelamente, escribía libros sobre el tema y también de meteorología. Hoy son textos casi obligatorios para todos aquellos que desean aprobar los exámenes para obtener el carnet de timonel o de patrón de barcos a vela o motor. Mientras tanto, formaba la escuela de vela del Club de Regatas La Plata y dentro de ella, la “Escuela de Optmist” que lleva su nombre. Éstos son veleros muy pequeños, y los primeros que llegaron al club fue gracias a que papá los compró con su sueldo, recuerdo que en casa mamá lo miraba y no podía creerlo. En este tipo de embarcación, los chicos de 6 años empiezan a navegar solos y aprenden a tomar decisiones ante las adversidades climáticas y otras, que los ayudará a tomar desde pequeños futuras decisiones en la vida… así era papá. – dice Verónica haciendo una semblanza de su padre, el hombre que fue clave para la investigación de Rodolfo Walsh.
Razones para una revelación
La identidad de la primera fuente de Rodolfo Walsh para Operación Masacre queda clara: el teniente de fragata (RE) Jorge Rodolfo Dillon, testigo directo de hechos claves sobre los fusilamientos clandestinos, le relata lo sucedido a su primo –a quien lo unen el afecto y la confianza– y éste lo pone en contacto con Walsh.
Jorge Dillon escuchó al jefe de la Policía Bonaerense, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, ordenar la muerte de los detenidos en la Regional San Martín. También supo de boca del propio Fernández Suárez que hubo sobrevivientes de esos fusilamientos ilegales.
Por eso se presentó espontáneamente en la Justicia y también –esta nota acaba de revelarlo– aceptó entrevistarse con Walsh para darle información.
Tal como se dijo al principio de esta crónica, Rodolfo Walsh guardó silencio durante toda su vida sobre la identidad de ese informante clave.
La preservación de las fuentes es una cuestión ética fundamental en el ejercicio del periodismo, también una práctica destinada a proteger a las personas que valerosamente se deciden a brindar una información cuya revelación puede acarrearles graves consecuencias.
Entonces, ¿por qué revelar ahora la identidad de la fuente primigenia de Walsh?
Los autores de esta nota se lo han preguntado a conciencia y la respuesta es la siguiente:
Esta revelación no puede traerle problema alguno al teniente de fragata (RE) Jorge Rodolfo Dillon, que ya ha fallecido; al contrario, si el periodismo es la primera versión de la Historia, le hace justicia a la integridad y la valentía de un hombre que no dudó en arriesgarse para que se conociera la verdad sobre los fusilamientos clandestinos de la madrugada del 10 de junio de 1956 en un descampado de José León Suárez.
(Nota de redacción: por expreso pedido de la familia no se publicaron fotos de Jorge Dillon en esta nota)
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