Superdotado y apasionado, al descifrar los jeroglíficos egipcios sufrió un síncope y pasó 5 días inconsciente

En 1799, la expedición de Napoleón a Egipto halló la Piedra de Rosetta, futura llave del misterio de la escritura de los faraones. Los ingleses hurtaron la valiosa pieza, pero el destino hizo justicia: no pudieron leerla. Años más tarde, Jean-François Champollion le dio esa gloria a Francia

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Jean-François Champollion. A los 32 años logró descifrar la compleja escritura jeroglífica del Egipto antiguo, estudiando la Piedra de Rosetta
Jean-François Champollion. A los 32 años logró descifrar la compleja escritura jeroglífica del Egipto antiguo, estudiando la Piedra de Rosetta

El 22 de septiembre de 1822, en París, un joven erudito de 32 años, Jean-François Champollion, explica a los sabios reunidos en la Academia de Inscripciones y Bellas Letras cómo logró descifrar la compleja escritura jeroglífica egipcia.

Unos días antes, el 14 de septiembre de 1822, y luego de extenuantes años de investigación, Jean-Francois Champollion gritó: “¡Lo tengo!” Fue su Eureka... Había logrado descifrar la escritura de los antiguos egipcios… Pero la emoción fue tan grande que sufrió un síncope y perdió el conocimiento.

Necesitó varios días para superar lo que muy posiblemente haya sido un surmenage, un pico de estrés, como se dice actualmente.

Champollion es sin duda el egiptólogo más famoso de todos los tiempos: su descubrimiento fue el punto de partida de la egiptología moderna.

Nacido el 23 de diciembre de 1790 en Figeac, sur de Francia, Champollion fue un hijo de la Revolución Francesa -con la que su padre simpatizaba- pero sobre todo de la Expedición de Napoleón a Egipto, de la que no participó -era apenas un niño- pero que lo inspiró y de la que sin duda será el sabio que más provecho sacará para la ciencia de su tiempo.

Jean-François Champollion fue un niño superdotado que desde muy temprano se interesó por las lenguas antiguas. Aprende griego y latín, pero además hebreo, árabe, siriaco y caldeo. A los 18 años, ya era profesor de historia antigua en la Universidad de Grenoble.

Cuando empieza a interesarse por Egipto, los jeroglíficos presentes en estelas y monumentos en ese país son un absoluto misterio.

Los jeroglíficos son un sistema de escritura formado por unos 5000 ideogramas, que data del año 3100 antes de Cristo
Los jeroglíficos son un sistema de escritura formado por unos 5000 ideogramas, que data del año 3100 antes de Cristo

La palabra jeroglífico es griega: se compone de hieros, que significa sagrado, y glyphein, grabar. Así llamaban los griegos antiguos a las inscripciones de los monumentos faraónicos, porque creían que esos ideogramas con formas estilizadas de animales, de humanos o de objetos eran símbolos religiosos. No imaginaban que podían ser textos.

En realidad, los jeroglíficos constituyen un sistema de escritura de alrededor de 5000 ideogramas surgido en torno al año 3100 antes de Cristo.

Expedición y descubrimiento

Victorioso tras la campaña de Italia (1796-97), Napoleón Bonaparte sentía que en la Francia del Directorio no había lugar para él, al menos no para su talento y ambición. Decidió entonces partir a la conquista de Egipto, un viejo sueño que lo acercaba a sus admirados Alejandro y Julio César.

Pero Napoleón no iba solamente al frente de un ejército; a bordo de las naves que lo llevaban a Egipto viajaban 167 sabios que formaban la Comisión de las Ciencias y de las Artes, con la que el general buscaba conocer en profundidad la historia y la cultura egipcias, pero también civilizar aquel país.

El 15 de julio de 1799, en la ciudad portuaria de Rachid (Rosetta), los soldados franceses estaban reforzando las defensas del fuerte Julien, 3 km al noreste del puerto, cuando el teniente Pierre-François Bouchard vio en una excavación una enorme piedra con inscripciones. De inmediato informó a sus superiores que entendieron que se trataba de un hallazgo importante. De hecho, el descubrimiento fue comunicado rápidamente a la Asociación Científica que Napoleón acababa de crear en El Cairo.

La expedición de Napoleón a Egipto fue el punto de partida de la egiptología moderna
La expedición de Napoleón a Egipto fue el punto de partida de la egiptología moderna

Un miembro de la comisión, Michel Ange Lancret, redactó un informe, señalando que la piedra contenía tres inscripciones, en diferentes escrituras e idiomas y que podía tratarse de tres versiones de un mismo texto.

La piedra fue llevada a El Cairo y Napoleón en persona llegó a verla, poco antes de embarcarse de regreso a Francia, en agosto de 1799. En septiembre, un artículo en el Courrier de l’Égypte, periódico oficial de la expedición francesa, describía a la que ya era llamada Piedra de Rosetta, como la llave que podría algún día abrir la puerta al misterio de los jeroglíficos egipcios.

Afortunadamente, los expertos de la comisión encontraron la manera de hacer copias de los textos. Usaron la piedra como un sello para grabar impresiones del texto. Una precaución premonitoria, ya que pronto los ingleses les arrebatarían el hallazgo crucial.

Después de la partida de Napoleón de Egipto, las tropas francesas debieron enfrentarse al ataque de otomanos y británicos. Resistieron durante un año y medio. Tras la derrota, una parte del ejército francés, en cuyo poder estaban varias piezas arqueológicas y la Piedra de Rosetta, se replegaron en Alejandría, donde fueron sitiados.

Obligados a rendirse el 30 de agosto de 1801, los franceses no pudieron evitar ser despojados de buena parte de sus hallazgos y de la información recopilada. Amenazando con quemar lo recolectado antes que entregarlo, lograron conservar algunas cosas. Pero los ingleses se quedaron con la Piedra de Rosetta que desde entonces se encuentra en Londres. A fines de 1802 fue depositada en el Museo Británico, siendo el objeto más visitado del lugar.

Los estudios de Champollion sobre la PIedra de Rosetta. Impresos en 1820
Los estudios de Champollion sobre la PIedra de Rosetta. Impresos en 1820

Los ingleses también hicieron copias en yeso e impresiones del texto de la Piedra de Rosetta que enviaron a sus universidades y a estudiosos para su análisis.

Pero la revancha fue francesa ya que ningún experto inglés logró descifrar los jeroglíficos y, gracias a Champollion, esa gloria le correspondió a Francia.

A los 19 años, este joven superdotado ya era profesor de historia antigua en la Facultad de Letras de Grenoble. Corría el año 1809, Napoleón ahora era emperador. Se publica entonces la Descripción de Egipto, un balance científico de la expedición llevada a cabo casi 10 años antes por Bonaparte.

Champollion era un apasionado de las lenguas orientales y de la civilización de los faraones, puesta de moda en gran medida por los sabios que habían participado de la expedición del general Bonaparte. Desde que se entera de la existencia de la Piedra de Rosetta, Champollion decide consagrarse a su estudio, lo que hará con algunas interrupciones resultantes de los tiempos agitados que se vivían.

Por la cercanía de su familia con el Emperador, Champollion y su hermano mayor -que era también su protector y mecenas- fueron víctimas de la intolerancia política de los tiempos de la Restauración absolutista. El joven estudioso perdió su empleo de profesor y conoció la miseria, pero pudo seguir adelante con sus investigaciones gracias al incesante apoyo de su hermano mayor, que era un arqueólogo reconocido.

La ventaja de la Piedra de Rosetta es que su texto está escrito en dos idiomas -griego y egipcio- y en tres sistemas de escritura diferentes.

La primera versión, en jeroglíficos, es la escritura sagrada de los primeros faraones.

La segunda, en demótico, una escritura egipcia tardía, que data del primer milenio a.C.

La tercera, en griego antiguo.

La versión griega era fácil de leer: se trataba de un texto conmemorativo de la ascensión al trono de Egipto de un faraón de la época helenística, el rey Ptolomeo V, en el año 197 a.C. y una enumeración de los favores que había hecho a los sacerdotes.

Moneda con la efigie de Ptolomeo V, faraón de la etapa helenística
Moneda con la efigie de Ptolomeo V, faraón de la etapa helenística

El nombre del faraón Ptolomeo, escrito en la Piedra de Rosetta dentro de un recuadro, fue identificado muy pronto. Pero el enigma que persistía era si cada jeroglífico representaba una idea o un sonido (fonema) y, en este caso, si cada signo equivalía a una sílaba o a una letra.

Lo primero que comprendió Champollion fue que, como en el árabe y en el hebreo, en el sistema egipcio sólo se escribían las consonantes. Si la escritura jeroglífica hubiese sido fonética, la palabra Ptolomeo (Ptolemaios) debía constar de 5 signos: PTLMS. Pero en realidad llevaba muchos más. Su conclusión fue que la escritura jeroglífica era ideográfica, silábica y alfabética a la vez. Esa complejidad explica la dificultad para descifrarla. Contiene signos que se leen y otros que no se pronuncian pero ayudan a captar el sentido del conjunto.

Champollion había logrado obtener una reproducción de la piedra de Rosetta y así comparar las tres versiones del texto. Leyó sin dificultad la versión griega, como otros expertos. Pero gracias a su familiaridad con la cultura faraónica y su dominio del idioma copto, muy cercano al de los antiguos egipcios, pudo ir más allá que los demás.

Él observó que el texto en jeroglíficos de la piedra de Rosetta contenía tres veces más signos que el texto griego palabras. De ello dedujo que los jeroglíficos -que son alrededor de 5000- no son sólo ideogramas, sino que también pueden, en un mismo texto, servir como signo fonético al igual que las letras de nuestro alfabeto.

Aplicando su intuición a una transcripción extraída de un templo, detecta el nombre de Cleopatra. Podemos imaginar la emoción de Champollion con cada avance, cada confirmación de que iba por el camino correcto.

Busto de Champollion en el Instituto Francés de Arqueología Oriental del Cairo
Busto de Champollion en el Instituto Francés de Arqueología Oriental del Cairo

El 14 de septiembre de 1822, habiendo recibido dibujos de un arqueólogo con inscripciones de otros monumentos, obtiene la confirmación de la exactitud de su descubrimiento, al reconocer los nombres de Ramsés y de Tutmosis.

“¡Lo tengo!”, le grita a su hermano, testigo del momento. Y se desmaya. Luego de unos días, ya recuperado, redacta, con ayuda de su hermano, un informe sobre su hallazgo: son 40 páginas dirigidas al secretario permanente de la Academia de Inscripciones y Bellas-Letras, Bon-Joseph Dacier.

“Es un sistema complejo, una escritura a la vez figurativa, simbólica y fonética en un mismo texto, una misma frase, diría casi en una misma palabra”, explicó Jean-François Champollion sobre el sistema que él mismo había descifrado.

El 22 de septiembre, lee un primer borrador frente al pleno de la Academia, bajo la cúpula del Instituto, al borde del Sena. Los asistentes lo ovacionan. La carta de Champollion a Dacier describiendo el alfabeto de los jeroglíficos fonéticos será publicada el 27 de septiembre de 1822 y le trajo una inmediata notoriedad al joven sabio.

En los años siguientes, Champollion pudo visitar el Museo Egipcio de Torino (Italia) y, por fin, viajar al país de sus sueños, Egipto.

Tras descifrar los jeroglíficos, Champollion emprendió la redacción de una Gramática y un Diccionario de egipcio antiguo, tareas que no llegó a completar por su prematura muerte, el 4 de marzo de 1832, a los 42 años.

El hombre que había sacado a los faraones de su silencio dejaba la escena. Pero, gracias a su legado, sus sucesores pudieron leer, entender y traducir los jeroglíficos egipcios. Su excepcional trayectoria despertó numerosas vocaciones de egiptólogos en Francia y en el mundo.

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