Los éxodos de la Argentina: los momentos históricos que hicieron que muchos se fueran del país

Argentina se había consolidado como un país receptor de inmigrantes. Pero desde mediados del siglo XX, la tendencia cambió. Las consecutivas crisis sociales, económicas y políticas instauraron flujos de emigrantes argentinos. Una idea que surgió en “la noche de los bastones largos” en 1966 y llega hasta la pandemia del coronavirus

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El Aeropuerto de Ezeiza vacío,
El Aeropuerto de Ezeiza vacío, con las sillas sobre las mesas, una postal de tiempos de pandemia (Adrián Escandar)

La Historia, la que se dice con mayúsculas, improvisó un rulo. La dinámica migratoria nacional dibujó curvas pronunciadas, ascendentes y descendentes, sobre la línea cronológica. No ensayó un trazo cíclico: no es que volvió a empezar. El rulo rompió un paradigma y supuso una paradoja: el absurdo de haberse convertido en un país de inmigración y de emigración al mismo tiempo. El razonamiento pertenece al doctor en Ciencias Económicas y sociólogo Jorge Graciarena, quien le inyectó a Fernando Osvaldo Esteban, otro sociólogo licenciado en la Universidad de Buenos Aires y doctorado en la Universidad de Salamanca, la idea del mito fundacional de Argentina: la tierra prometida.

En 1914, el 30% de la población no había nacido en el país y el 28% provenía de naciones no limítrofes. Uno de cada tres ciudadanos que habitaban el territorio nacional eran inmigrantes, en su mayoría italianos y españoles. Argentina reunía condiciones para ser considerado un lugar benévolo, hospitalario, promisorio, próspero. Un estudio antropológico del país no puede presumirse vasto e integral si no aborda la inmigración masiva: un componente constitutivo del poblamiento y del desarrollo intelectual, cultural, político y económico.

Argentina fue el destino de importantes flujos migratorios transatlánticos. Los estudiosos instauraron el período ventana entre mediados del siglo XIX y la época de la segunda posguerra. El sociólogo Esteban acreditó que los contingentes inmigratorios tuvieron su auge entre 1870 y 1929. El investigador y demógrafo Alfredo Lattes consignó que Argentina se destacó como el segundo país que más ciudadanos recibió en la ola migratoria del sur europeo y el de mayor impacto demográfico en virtud de la ecuación población nativa - emigrantes. La oleada en vísperas y post Segunda Guerra Mundial gana en dimensión pero pierde en términos empíricos en la comparación con los movimientos masivos previos.

Un grupo de ciudadanos polacos
Un grupo de ciudadanos polacos en el viejo Hotel de los Inmigrantes del barrio de Retiro en 1898, hoy convertido en museo

La historia no es una cosa lineal ni respeta los presentes sostenidos. Hubo, en los períodos posteriores, un cambio de remitente: Argentina empezó a recibir a inmigrantes por goteo de países limítrofes bajo los mismos argumentos de bonanza y camaradería. Pero la Historia, la que se dice con mayúsculas, guardaba otros planes para el país: también el éxodo, la emigración, el exilio o la expulsión de sus residentes.

Argentina tampoco es una cosa lineal ni respeta los presentes sostenidos. Sus fluctuaciones, sus exageraciones, su imprevisibilidad, su versatilidad, sus recursos convertidos en métodos, sus debacles y también su resiliencia. Así como hubo contextos proclives de pujanza y de esperanza, hubo de los otros.

Susana Novick, doctora en Ciencias Sociales y especialista en sociología de la población, dice en su libro Sur-norte: estudios sobre la emigración reciente de argentinos que la inmigración había sido percibida por los pensadores del siglo XIX como un instrumento de desarrollo asociado al progreso. Y, en contrapartida, repara: “En este contexto, la emigración es sentida o vivida como un fracaso respecto de aquel originario proyecto de país y como una pérdida de recursos humanos valiosos”.

La salida de cada argentino, cualquiera fuese su razón, puede validarse como pequeños fracasos y debilitan la visión de país. Un repaso rápido por la historia moderna argentina advierte al menos cuatro contextos de éxodos, exilios o desplazamientos poblacionales. Lelio Mármora, director de la maestría y carrera de especialización sobre Políticas y Gestión de Migraciones Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, dijo que la primera migración de argentinos es hija del viernes 29 de julio de 1966: “la noche de los bastones largos”, el detonante de la mayor fuga de cerebros.

La noche de los bastones
La noche de los bastones largos fue un ataque brutal del General Onganía a cinco facultades de la UBA. Es considerado el mayor exilio de mentes brillantes de la historia argentina

Un mes antes, el general Juan Carlos Onganía había conducido el golpe militar contra la democracia y el gobierno de Arturo Umberto Illia. Bautizó el alzamiento como “Revolución Argentina”. El día de la usurpación, la Universidad de Buenos Aires difundió un comunicado de repudio firmado por su rector Hilario Fernández Long. Los sesenta fueron años tumultuosos y en el país, y en el continente, las ideologías políticas se enfervorizaron. Horas antes de que las tropas de la guardia de infantería de la Policía Federal al mando del general Mario Fonseca se agolparan en los alrededores de la histórica Manzana de las Luces, por entonces sede de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, el gobierno de facto promulgó el decreto ley 16.912 que determinaba la intervención de las universidades, prohibía la actividad política en las facultades y anulaba el gobierno tripartito, vigente desde la reforma de 1918 e integrado por graduados, docentes y alumnos.

Los actores afectados por la intervención se autoconvocaron en las universidades para coordinar medidas de resistencia. No tuvieron tiempo. “La universidad es una cueva de comunistas”, decía Onganía. La “Operación Escarmiento” orquestó el desalojo de cinco facultades porteñas. Los reprimieron, los golpearon, los detuvieron. El efecto fue el deseado por las fuerzas institucionales. Según un informe especial de la química Silvia Braslavsky y el matemático Raúl Carnota, en la primera semana de agosto de 1966 renunciaron 1.378 docentes: 391 en Exactas y Naturales, 305 en Filosofía y Letras, 268 en Arquitectura y Urbanismo, 180 en Ingeniería, 66 en Derecho, 35 en Ciencias Económicas, 34 en Medicina, 20 en Agronomía y Veterinaria, 14 en Farmacia y Bioquímica, 2 en Odontología y 63 en los institutos dependientes del rectorado.

Se desmantelaron las escuelas de Biología Marina, Cálculo, Meteorología y Televisión Educativa. Se exiliaron 301 profesionales argentinos: 166 fueron contratados por universidades latinoamericanas, 94 por Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, y 41 por casas de estudio de Europa. El drenaje de talentos comprendió a mentes magníficas: el filósofo Risieri Frondizi; el epistemólogo, físico y meteorólogo Rolando García, que en el exilio desarrolló la epistemología genética junto con Jean Piaget; el historiador Tulio Halperín Donghi; el epistemólogo Gregorio Klimosvsky; la astrónoma Catherine Gattegno; la médica psiquiatra Telma Reca, experta en Psicología Evolutiva; la física atómica Mariana Weissmann; y Manuel Sadosky, el hombre que conectó en la UBA a Clementina, la primera computadora del país.

Luego de los garrotazos, renunciaron
Luego de los garrotazos, renunciaron más de 1.300 docentes y centenares de científicos se fueron del país

Fue el primer gran éxodo. Se llevó a personas calificadas, muchos científicos y técnicos. No fue masiva pero no se trató de un acto individual: significó que un grupo de profesionales decidiera emigrar por la pérdida de autonomía de las universidades y la falta de libertad de los investigadores. La segunda fue mucho más grande -explicó Mármora-: el exilio durante la dictadura militar. En esa ocasión, aproximadamente entre 40 y 50 mil argentinos se escaparon del país. Algunos fueron a Europa, otros hacia México e incluso muchos fueron a vivir a Venezuela, que recibió alrededor de quince mil argentinos”.

Mármora repite las cifras sin leer: dirigió la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina entre 1973 y 1974. Por sus enfrentamientos con José López Rega, el Brujo, secretario privado y ministro de Bienestar Social de Juan Domingo Perón e Isabel Perón, debió exiliarse con su esposa y sus tres hijos primero en Perú y después en Colombia, donde permaneció hasta regresar al país en 1984 con la restitución de la democracia por gestión de la “Comisión Nacional para el retorno de los argentinos en el exterior”, formulada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto a través del Decreto 1798/84, como órgano asesor del Poder Ejecutivo. Ese programa, aseguró Mármora, permitió que dos terceras partes de los migrantes volvieran a instalarse en el país.

Elda Evangelina González Martínez es doctora en Antropología Cultural por la Universidad de Uppsala (Suecia), en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Investigación del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas del gobierno español. Su estudio se concentra en los estudios de antropología cultural argentina. El escrito Buscar un refugio para recomponer la vida: el exilio argentino de los años ’70 -publicado en 2009- comienza con un párrafo resumen: “El exilio argentino que se produce en la década del setenta del siglo pasado se halla inserto en el marco del proceso de violencia política imperante en el país desde 1974, y especialmente, a partir del terrorismo de Estado impuesto entre 1976 y 1983. La salida forzada de miles de argentinos fue el resultado directo de las prácticas represivas implementadas desde el aparato estatal y paraestatal. Por ello, es que la historia del exilio de ese período presenta características específicas que lo distinguen de cualquier otro proceso demográfico de emigración argentina previa o posterior”.

La Junta Militar que tomó
La Junta Militar que tomó el poder a través de un Golpe de Estado el 24 de marzo de 1976 tras el derrocamiento del gobierno de Isabel Martínez de Perón

La antropóloga sugiere que el cálculo de las salidas es un ejercicio tedioso porque las propias características del exilio no permiten estimaciones fiables. La formación de la cultura migratoria argentina, dotada de raíces europeas, tampoco contribuyó a proporcionar una estadística verídica: muchos hijos de italianos y españoles ingresaron a las tierras de sus ancestros como coterráneos y no como argentinos. En su investigación, González Martínez, se aventura en las cantidades: “En general algunos investigadores que se han ocupado de esta temática estipulan que entre 1970 y 1980 fueron 339.329 los individuos que salieron del país. Mientras que para otros la cifra estimada se aproxima al medio millón de personas”.

Y dice que viajaron militantes políticos y sindicales, peronistas, representantes de las distintas izquierdas, profesionales, intelectuales y hasta neutrales sin actividad política que huyeron por el temor de la persecución desatada y dado a que podían quedar asociados a las “fuerzas subversivas” por su entorno íntimo. Emigraron, durante la última dictadura militar, personas sin prevalencia de género específica y en general pertenecientes a la clase media urbana.

Para Silvina Jensen, profesora del departamento de humanidades de la Universidad Nacional del Sur, investigadora del Conicet y especialista en el exilio de la década del setenta, las cifras son materia aún en discusión. Su respuesta más adecuada precisa que un 1 y un 2% de la población, desde 250 mil hasta medio millón de argentinos, sale durante la dictadura por razones políticas”. Los argumentos son múltiples pero repiten un denominador común: la violencia política. “Los exiliados salen huyendo y sin más porque entienden que su vida y su libertad están en peligro, bajo la percepción de amenaza; porque fueron chupados, pasaron por un centro clandestino y fueron liberados; porque atravesaron experiencias represivas como cárcel, secuestros o reapariciones; porque fueron cesanteados de la administración pública; porque su vínculo profesional o sentimental fue diezmado por las fuerzas institucionales”.

La imagen de uno de
La imagen de uno de los murales del Parque de la Memoria, el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado frente al Río de La Plata (Adrian Escandar)

“Para buena parte de la militancia el exilio no era una opción -reflexionó-. Fue entendido como un acto para rearmarse, para salvar los cuadros más importantes de la organización. Era un acto breve, provisorio”. No fue un desplazamiento deseado: no se fueron por gusto, por una perspectiva de realización personal. Se entiende que en los excluidos del mercado laboral o del sistema, en aquellos que pierden proyección en el país, hay una búsqueda por el bienestar, por el desarrollo profesional, por la seguridad y la calidad de vida. El exilio no es una búsqueda, es una huida que se percibe como un castigo o una situación injusta”.

Argentina perdió artistas, trabajadores, profesionales, científicos, dirigentes sindicales, sectores intermedios de organizaciones sociales y políticas en el último exilio político: mayoritariamente -no todos- activistas de un cambio social, militantes comprometidos. Jensen lo definió como un fenómeno migratorio que atravesó la pirámide social pero que no representaba una opción disponible para todos: “No imaginamos en el exilio de los setenta que los sectores más desfavorecidos de la sociedad ni la población rural hayan salido del país”.

Caracterizó la emigración de los setenta como la más numerosa en términos políticos, con un sesgo generacional sin distinción de género. Y lo piensa como una diáspora por su dispersión geográfica: “América Latina, que había sido el espacio habitual de los exilios políticos que acompañan la historia argentina, no era una opción viable. Hubo países latinoamericanos que sí facilitaron o posibilitaron el exilio por el tipo de gobierno que tenían como Venezuela y México, particularmente. Pero el que más exiliados recibió fue España”. Jensen también citó, como horizonte de los exiliados, a Francia, por tener la embajada argentina más grande de Europa y a Italia por los estrechos vínculos migratorios que concedieron ciudadanías dobles.

Además de los asesinatos y
Además de los asesinatos y las desapariciones, hubo miles de exiliados políticos durante la última dictadura militar. Las cifras no son oficiales, pero se estima que más de 250 mil argentinos huyeron del gobierno de facto

El exilio argentino en Francia de la historiadora María Oliveira-Cézar recupera las estadísticas de la Oficina Francesa de Protección a las Personas Refugiadas y Apátridas (OFPRA), una institución dependiente del Ministerio de Asuntos Extranjeros, creada por el gobierno francés a raíz de la Convención de Ginebra de 1951. La autora detalla que entre 1976 y 1983 la entidad recibió 975 pedidos de asilo político de argentinos: acordó 921 y rechazó 54. Hubo más de cien que empezaron el trámite y no lo continuaron, pero tomaron el recaudo de anular el dossier para limpiar las huellas. Hubo otro centenar que apeló a sus antepasados para obtener la nacionalidad francesa. “Podemos colegir -apuntó Oliveira-César- que las diversas categorías de exiliados políticos argentinos en Francia sumarían entre 2.200 y 2.500 personas adultas, la mitad de las cuales instaladas en París y sus suburbios”.

Otra fue la epopeya de Enrico Calamai, cónsul de Italia en Buenos Aires entre 1972 y 1977. A sus 31 años, adoptó la figura de héroe silencioso, casi anónimo. En un cuarto íntimo del consulado, dio refugio a militantes argentinos, les entregó pasaportes italianos y los envió a Roma vía Uruguay o vía Brasil hasta febrero del ’77. Habrá salvado al menos a 500 perseguidos políticos.

En una entrevista a Tiempo Argentino realizada en agosto de 2018, recordó: “Había dos tipos de situaciones, la de los familiares, en general matrimonios de italianos con hijos nacidos en Argentina, y la de los chicos jóvenes que llegaban y decían que ya no tenían dónde esconderse, que los perseguían, que si salían a la calle los atraparían y de seguro los torturaban y mataban. Lo que era asombroso y desestabilizador es que yo en mi oficina comprendía lo que estaba ocurriendo pero cuando salía a la calle todo era normal, como si nada pasara. Eso fue lo que me hirió psicológicamente”.

La investigadora Jensen apuntó otros datos centrales de la construcción del exiliado en subversión. Los contrastó con el libertador José de San Martín, la figura por excelencia del exiliado político de la historia argentina. El exilio del setenta fue, en cambio, colectivo y comprendió a actores de peso relativo en el entramado político: no hubo líderes ni partidos tradicionales afectados; los expulsados (aún los peronistas) se movían en la clandestinidad. Y postuló la teoría de los rosistas y los antirrosistas, los peronistas y los antiperonistas: los antecedentes de exilios grupales ligados a opositores. No se trataron de movimientos masivos pero sí simultáneos. Esgrimió: “El exilio de los setenta no se congregó en un período de tiempo tan pequeño y en un espacio geográfico tan concreto que permitiera visualizar la idea de un éxodo o de una retirada”. No hubo aglomeraciones de exiliados políticos en Ezeiza porque la estrategia original de la Junta Militar no era la deportación. El plan era la desaparición y eliminación.

La vista de la Plaza
La vista de la Plaza de Mayo el 10 de diciembre de 1983, el día de la restitución de la democracia y de la asunción de Raúl Alfonsín, convirtiéndose en el primer presidente democrático tras la dictadura cívico militar que había gobernado el país los últimos ocho años (NA)

Los exiliados mantuvieron la idea del regreso como reivindicación de sus ideales y como capital político. Los retornos se suscitaron principalmente después de la Guerra de Malvinas, cuando el dispositivo de represión entró en decadencia. Durante esos años, los que volvían se encontraron con argentinos con las valijas hechas, atravesados por la crisis económica, los efectos del plan económico neoliberal de Martínez de Hoz y la inflación galopante. “Esto le sirvió a los militares: aquel que se había ido formaba parte de la fantasía viajera de los argentinos, la idea de que cuando el cinturón aprieta la salida que tenemos es irnos del país, y a su vez, nunca reconocieron la existencia de exiliados porque no había una ley de destierro, una norma que estableciera el destierro como penalidad”, dijo Jensen.

Argentina pasó del exilio, un proceso colectivo dominado por la ecuación de poder y la violencia institucional, al éxodo, una riada humana masiva estimulada por un deseo de realización personal. Jensen se niega a decir que los perseguidos políticos adoptaron una decisión voluntaria: su huida supuso un impulso, no un proyecto. En la misma década, el país padeció dos fenómenos de desplazamiento de población de raíces disímiles. El exilio durante la última dictadura militar que llegó hasta 1983 y la hiperinflación de 1989. Fueron años contradictorios: argentinos que volvían por argentinos que se iban.

“El fenómeno hiperinflacionario desatado en 1989/90 ha sido único en la historia argentina. Nunca antes y -afortunadamente- nunca después, el país vivió semejante descalabro de precios”, es el comienzo del documento La hiperinflación de 1989/90. Aportes y reflexiones sobre un episodio que marcó la historia argentina firmado por Marcelo Krikorián, profesor ordinario adjunto de Economía Política de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata.

“Empezó en febrero de 1989 y se extendió hasta el mes de julio de ese mismo año, cuando alcanzó su pico de 194% de inflación mensual”, graficó Ricardo Aronskind, licenciado en Economía de la Universidad de Buenos Aires y magíster en Relaciones Internacionales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

A finales de la década
A finales de la década del ochenta se desató un profundo caos social con saques, protestas y decenas de muertes. Al fenómeno se lo conoce como la hiperinflación del '89

El PBI se desmoronó, el poder adquisitivo cayó en picada, los sueldos se pulverizaron, las reservas se esfumaron, la fuga de capitales se incrementó, la recesión se ensañó, el desempleo, el hambre y la pobreza treparon. Nada nuevo y nada bueno. El ’89 fue puro caos: la crisis desparramó violencia, protestas, saqueos, represión, decenas de muertos y forzó la entrega anticipada del poder. Pero no solo eso, también cosechó desencanto, desesperanza, angustia. Quienes pudieron emigraron movilizados por una coyuntura adversa.

Lucila Nejamkis, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, dijo que una línea de exploración ahondó en los estudios sobre la emigración de argentinos -hijos de inmigrantes de ultramar- hacia Europa: “Hacia fines de la década del ochenta, con la crisis económica, política y social se volvió a hablar de la emigración de argentinos como un tema de agenda”.

Los expertos en la materia nombran a la hiperinflación del ’89 como responsable de uno de los principales flujos migratorios. Pero no hay datos: desde las áreas de Migraciones y Cancillería respondieron que no disponen de estadísticas oficiales referidas a los egresos de argentinos en la historia moderna.

2001 es, por diferencia, la vedette de los procesos de emigraciones argentinas. Las cifras abundan porque abundaban los medios y la demanda de información. Los estudios coinciden en un aspecto: el crecimiento de los saldos migratorios negativos. En 2000 y 2001, según la procesión de datos que el INDEC tomó del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, el aeropuerto Jorge Newbery y el puerto de Buenos Aires, Argentina registró cifras con un menos adelante: entraban pocos y se iban muchos, muchísimos. “Se trata a todas luces de un fenómeno paradigmático para una sociedad constituida a partir de inmigraciones internacionales masivas”, escribió Esteban en el documento lanzado en 2003 bajo el título Dinámica migratoria argentina: inmigración y exilios.

La icónica foto del reportero
La icónica foto del reportero gráfico Enrique García Medina, insignia de las manifestaciones por la crisis de 2001. Se registraron alrededor de 39 muertes en las represiones de las protestas

En el escrito, el autor le asigna números al fenómeno precipitado de los migrantes: en el 2000 hubo 69.795 argentinos que no volvieron al país y en 2001, 48.292. El saldo negativo es descripto como “insólito” en la historia argentina. “Si lo observamos en perspectiva comparada, significa que en dos años emigraron del país prácticamente un quinto del total de residentes argentinos en el exterior, es decir, de un stock constituido por cincuenta años de crecimiento”, explicó el sociólogo.

Si en los desplazamientos anteriores migró un conglomerado específico en términos demográficos, en 2001 fue distinto. Lucila Nejamkis profundizó: “Una de las características que marcan la emigración en ese periodo es que se da un carácter más heterogéneo entre la población que emigra. Es decir, previamente la mayoría eran profesionales universitarios. A partir del 2001 los emigrados argentinos tiene un carácter más variado en su composición social, aunque siempre debemos pensar en gente de clase media para arriba. A los profesionales se sumaron personal técnico y otras ocupaciones. En esta etapa, un reflejo de esta situación lo configura el crecimiento de los saldos migratorios negativos de argentinos, el número de argentinos censados en otros países, así como la demanda de la doble ciudadanía por parte de los argentinos descendientes de europeos, en particular de españoles e italianos".

“La crisis económica, política y social de principios de la década de 1990, que estalló en diciembre de 2001, acentuó el proceso de emigración. Un reflejo de esta situación lo configura el crecimiento de los saldos migratorios negativos de argentinos, el número de argentinos censados en otros países, así como la demanda de la doble ciudadanía por parte de los argentinos descendientes de europeos, en particular de españoles e italianos”, describe el primer capítulo del libro de Susana Novick en el que también participó Lucila Nejamkis junto a otros cuatro especialistas.

El trabajo concede recortes periodísticos de época: para el 20 de diciembre de 2002 -un año después de la masacre de Plaza de Mayo que acabó con cinco vidas y centenares de heridos- 587.005 argentinos vivían en el extranjero, según informes de Cancillería; en el mismo año 128.312 ingresaron a España con visa de turismo de tres meses y solo 18.742 (el 14,6%) regresaron al vencer el permiso, en rigor a reportes del Ministerio del Interior.

El ícono de la crisis
El ícono de la crisis de 2001 fue el helicóptero en el que el 20 de diciembre a las 19:52 Fernando de la Rúa huyó de la Casa Rosada

Argentina estalló en 2001. La expresión unánime del “que se vayan todos” se tornó literal: pasaron cinco presidentes en una semana. Hubo protestas, cacerolazos, gritos, represión, muertes, una salida de la convertibilidad y un corralito. Se configuró la idea de que irse era una solución. Fernando Esteban destacó el volumen y la vertiginosidad del movimiento migratorio de 2001. “Según datos oficiales, en tan sólo dos años abandonaron el país 118.087 argentinos y a juzgar por la prensa, también lo hicieron más de 30.000 inmigrantes extranjeros. Si se compara esta cantidad de emigrados argentinos con el stock estimado de los que residen en el exterior -alrededor de 600.000-, nos encontramos que en dos años se fue del país la misma cantidad de gente que habitualmente lo hacía en diez”.

El ensayo de Novick sitúa en la década del ochenta una cifra estimada en 200 mil argentinos viviendo fuera del país, con preponderancia en Estados Unidos y España. En 2008, el Banco Mundial le entregó un informe al gobierno nacional en el que le informaba que había 800 mil argentinos dispersos por el mundo: más que todos los habitantes de Jujuy. Una investigación llamada Crónicas del retorno. Motivaciones y estrategias del colectivo argentino en España, encargada por la Comunidad de Madrid a la periodista e investigadora Hebe Schmidt, detalla que en 2010 había 971.698 argentinos distribuidos en el exterior. Las Naciones Unidas contaron en 2019 1.013.414 emigrantes argentinos, lo que representa un 2,27% de la población. Lelio Mármora fue contundente: “El narcisismo inmigratorio que teníamos se terminó".

En diciembre de 2000, el diario El País de España extrajo los resultados de una encuesta. Resaltó que un 30% de los argentinos se irían del país si pudieran. La nota se completaba con cifras en contexto: los visados habían crecido en dos años un 77 por ciento y los 56 empleados del consulado español en Buenos Aires -el mayor del país europeo en todo el mundo- estaban colapsados con los mil trámites diarios de nacionalidad.

Infografía de los emigrantes argentinos
Infografía de los emigrantes argentinos según cifras de la ONU

Veinte años después, la tendencia parece haberse consolidado. Según la consultora Taquión Research Strategy, en base a un relevamiento de julio de 2020, ocho de cada diez argentinos con posibilidades de proyección se irían del país si tuvieran las condiciones para hacerlo. La Universidad Argentina de la Empresa (UADE) le preguntó lo mismo, en tiempos de prepandemia, a 1.179 habitantes de la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires con un nivel socioeconómico medio-alto y un promedio de edad de 32 años. El 75 por ciento -o tres de cada cuatro- consideró la opción de emigrar. Las razones: las crisis económicas recurrentes, la búsqueda del desarrollo profesional, la alta presión tributaria y la inseguridad.

“En épocas de estabilidad, la emigración disminuye y se vincula más fuertemente a motivos de estudio o profesionales. En los momentos de crisis, se genera un clima migratorio, expresado en un mayor deseo de las personas de residir en el exterior, con independencia de las posibilidades efectivas de poder hacerlo. Estos climas son reflejados por los medios de comunicación masiva, los que a su vez retroalimentan estas expectativas. Esto pudo verse claramente durante la crisis del 2001”, retrató Marcela Cerrutti, investigadora del Conicet y del Centro de Estudios de Población. Silvina Jensen elaboró una reflexión alineada a la visión de éxodos por crisis: “Los argentinos somos un pueblo al que la idea de irse del país aparece como alternativa, posibilidad y proyecto en momentos en donde la situación económica se torna desfavorable y compleja”.

El coronavirus, la pandemia, el aislamiento y la crisis -el 2020 en definitiva- cimentó una percepción de desencanto en la población argentina con capacidad de proyección y con respaldo para costear un traslado y un proyecto. La incertidumbre disparó la demanda de potenciales emigrantes.

Carlos Enciso, embajador uruguayo en Argentina, contó que reciben cien trámites semanales para solicitar la residencia. Pero las propias condiciones de la pandemia, el cierre de fronteras global y los trámites no presenciales, no contribuyen con los registros estadísticos. Cuando los aviones vuelvan a volar, se sabrá si el coronavirus y sus efectos devastadores habrán potenciado un nuevo proceso migratorio. Y habrá, también, otras investigaciones que indaguen en los desplazamientos poblacionales motorizados por la pandemia.

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