Era cerca del mediodía de ese martes 25 de septiembre de 1973. En la antecocina del departamento del fondo de la calle Avellaneda 2953, en Flores, José Ignacio Rucci, 49 años, tomaba unos mates que le cebaba su esposa Nélida Blanca Vaglio, conocida por todos como Coca. Rucci hablaba con Osvaldo Agosto, su jefe de prensa, que había llegado a las 10.
El secretario general de la CGT, el más fiel y fanático peronista de Perón, debía grabar un mensaje en Canal 13 con motivo de las elecciones presidenciales, donde un aluvión de votos había consagrado la fórmula Perón-Perón dos días atrás. Discutía los últimos retoques con Agosto.
En el mensaje, el líder sindical -que había sido uno de los impulsores del regreso de Juan Domingo Perón al país- llamaba a la reconciliación. “Ahora el fragor de las luchas ha pasado a convertirse en historia. La realidad de nuestros días es la unión, el trabajo y la paz”, recalcaba quien al pie de la escalerilla del avión, fue el que sostuvo el paraguas que protegía de la lluvia a su líder, cuando volvió luego de 17 años de exilio.
Agosto tenía entonces 34 años. Era peronista desde chiquito, desde que tenía memoria. Tal vez desde que le acercó una carta a Evita en un acto en una cancha de fútbol. En la Escuela de Comercio Carlos Pellegrini desplegó su militancia como delegado de la Unión de Estudiantes Secundarios, hasta que llegó la Revolución Libertadora y entonces, de un día para el otro, lo pasaron del turno mañana al de la noche y debió esconder las estampitas de Evita y cuidarse ante quién mencionaba a Perón.
En los 60 había conocido al General en su exilio madrileño, donde viajó después del sonado caso que protagonizó al robar, junto a otros compañeros, el sable corvo de San Martín, que se exhibía en el Museo Histórico Nacional. “¿Me trajo el sable, Agosto?”, bromeó Perón cuando lo recibió en Puerta de Hierro.
Ahora, a Agosto le preocupaba la seguridad de Rucci, jefe máximo de la CGT desde el 4 de julio de 1970 y reelecto en 1972. La lista de sindicalistas que habían caído por la vía violenta en el país era importante: el 14 de mayo de 1966, en una confitería céntrica de Avellaneda había sido acribillado Rosendo García, de la UOM; el 30 de junio de 1969 Augusto Timoteo Vandor, también de la UOM, quien había osado enfrentarlo a Perón, había sido ametrallado en su propio despacho; el 27 de agosto de 1970, el auto donde iba José Alonso, secretario de la Federación Obrera Nacional de la Industria del Vestido, fue emboscado en Santos Dumont y Zapata y muerto a balazos. También engrosarían la lista de sindicalistas asesinados Marcelino Mansilla, Dirck Henry Kloosterman y Julián Moreno.
Rucci tenía una enorme influencia y predicamento en las entrañas del poder peronista, tironeado por los ultras de la derecha y de la izquierda; confiaba que con Perón en el poder, todo se encaminaría. De todas maneras, era consciente del peligro. “Yo sé que estoy sentenciado; que quede claro que si me pasa algo, son los inmundos bolches, los troskistas”, advertía. Pero también debía mirar a los que se decían compañeros. Los montoneros, en un acto en el barrio de Saavedra del 26 de julio de 1973, en conmemoración del fallecimiento de Eva Perón, cantaron “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”.
Agosto y Rucci sentían afecto mutuo. Solían compartir asados cada uno con sus familias, y las cargadas por el fútbol eran recurrentes: Agosto era de River y Rucci de San Lorenzo.
Hacía unos años que Agosto trabajaba en una agencia de publicidad, que usualmente era contratada por varios gremios. Uno de sus primeros trabajos fue en la campaña a gobernador de Andrés Framini-Francisco Anglada, en los comicios bonaerenses del 18 de marzo de 1962. No le gusta tanto que lo describan como jefe de prensa, dice que ese es un término que se puso de moda recientemente, que en aquel tiempo había un equipo que hacía todo. “Eran otros tiempos”, resume a sus 81 años.
Recordó ante Infobae cuando el 13 de febrero de 1973 acompañó a Rucci a Canal 11 a participar del debate con Agustín Tosco, que se hizo en el programa Las dos campanas, que conducía un joven Gerardo Sofovich. “Fue espectacular”, recordó. Ambos dirigentes -uno que era la imagen del sindicalismo tradicional frente a otro más combativo, protagonista del Cordobazo- hacía tiempo que polemizaban a través de declaraciones públicas y solicitadas.
Esa mañana, su jefe de prensa trató de persuadirlo de que cambiase su custodia. Si hasta la noche anterior, cuando Agosto salía tarde del edificio de la CGT, los sorprendió un auto que pasó a toda velocidad disparando al aire. Los guardaespaldas que acompañaban a sol y sombra a Rucci eran gente de confianza del sindicato, pero carecían de ese profesionalismo que se necesitaba por los momentos de tanta violencia que se vivían. Y le sugirió rodearse de efectivos de la policía. El sindicalista no quiso saber nada. "¡Dejate de joder!, lo cortó. Desconfiaba de esa policía y descontaba que cuando Perón fuese presidente, todo cambiaría.
El mensaje que grabaría también incluiría: “Sólo por ignorancia o mala fe se pueden exigir soluciones inmediatas para problemas que fueron profundizados durante tantos años; no se puede apelar a la violencia rayana en lo criminal, en un clima de amplias libertades e igualdad de posibilidades; no se puede seguir abrigando ambiciones y privilegios, creando condiciones injustas, burlando las leyes, impidiendo o saboteando la consolidación de un proceso que ha sido aprobado por la mayoría del país.”
Mientras se ponía el saco, Rucci le dijo a su chofer Abraham Tito Muñoz que se preparase y a Agosto, que fuera saliendo y que subiera al primer auto, que él lo seguiría a Canal 13. Se entretuvo un par de minutos respondiendo una llamada de la secretaria de Lorenzo Miguel, que necesitaba verlo urgente. Dijo que iría luego del canal.
Una explosión. Es lo que recuerda Agosto de aquel instante. Ya estaba en la calle, por subir al auto. La siguiente imagen que quedó grabada en su memoria fue a Rucci, que yacía tirado en la vereda, muerto. De nada sirvió que estuviera rodeado de 13 guardaespaldas.
Perón almorzaba en la residencia de Gaspar Campos con el general Miguel Angel Iñíguez, jefe de la Policía Federal, cuando se enteró. Dicen que fue un duro golpe para él y no quiso salir a hacer declaraciones a los periodistas.
Rucci fue velado en la CGT. En la mañana del 26, el presidente electo asistió acompañado por Isabel. “Esos balazos fueron para mí, me cortaron las patas”, y sintetizó el vínculo que lo unía con el dirigente muerto: “Me mataron a un hijo”.
¿Quién fue?
Hubo una marcada intención del justicialismo en vincular al Ejército Revolucionario del Pueblo como responsable del atentado, aunque sonaba extraño ya que esa organización terrorista no tomaba como blanco a los sindicalistas. Igualmente, el jefe de la policía anunció que “el ERP se atribuía la responsabilidad del crimen”, y que la noticia se había recibido telefónicamente en una comisaría.
La versión se cayó cuando el diario El Mundo y el noticiero de Canal 9 difundieron un comunicado del ERP desvinculándose del hecho. Ambos medios fueron castigados "por divulgar parcialmente un comunicado de la organización declarada ilícita por el decreto 1474/73 (firmado el día anterior del asesinato). El gobierno, a cargo de Raúl Lastiri -yerno de José López Rega- mandó clausurar a El Mundo y suspendió por 48 horas las emisiones del canal.
Cuando los representantes de la juventud no fueron al velatorio -a pesar del pedido expreso de Perón- enseguida se entendió quiénes habían sido los autores. Montoneros asumiría la responsabilidad, hasta le había puesto nombre a la acción criminal “Operación Traviata”, en referencia a la reconocidísima publicidad de la galletita, “la de los 23 agujeritos”.
El 26, a las 2 de la tarde, mientras el cortejo fúnebre con los restos de Rucci estaba a la altura del Congreso- sonó el portero eléctrico en el departamento de Blanco Encalada 3422 donde vivía el militante de Tendencia Revolucionaria Enrique Grynberg, 34 años, dos hijos. Cuando abrió la puerta, acompañado de un chico de 5 años, cuatro jóvenes le dispararon a quemarropa siete disparos de calibre 22 que terminaron con su vida. Los atacantes se llevaron al chico y escaparon en un Rambler azul. Cuando se dieron cuenta que la criatura no era hijo de la víctima, lo soltaron. Grynberg era dirigente del Ateneo Evita de la Juventud Peronista y miembro del Consejo de la Juventud Peronista en zona norte.
Muchos leyeron esta muerte como el inicio de la venganza por lo de Rucci.
Agosto continuó un tiempo más en la agencia de publicidad y después se desempeñó en el área del menor y la familia, en el ministerio de Bienestar Social. Con el golpe del 24 de marzo de 1976 se exilió en España y meses después, cuando tuvo la seguridad de que no era buscado, volvió en secreto al país.
Aún se lamenta de que su jefe no hubiera seguido su consejo y se indignó al enterarse que los propios peronistas de la legislatura bonaerense se negaron a rendirle homenaje a quien definió como “el principal peronista de nuestro movimiento”.
Rucci es otro de los muertos de un país donde, bajo lemas como “la liberación o dependencia” o “Perón o muerte” una generación murió y mató sin sentido.
Fuentes: Osvaldo Agosto; Revista Redacción; La voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós; 1973, el regreso del general, de Julio Bárbaro
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