A las 10.10 de la mañana del 17 de septiembre de 1980, Anastasio “Tachito” Somoza Debayle, 54 años, ex dictador nicaragüense exiliado en Paraguay, enfundado en un traje oscuro, transita a bordo de su Mercedes Benz blanco por la avenida América de Asunción, la capital. Recién dejó su mansión, donde acaba de desayunar frutas y un huevo hervido y convive con su pareja, Dinorah Sampson. Al volante va César Gallardo, su chofer. Junto a él, Jou Baittiner, un asesor financiero que había llegado la noche anterior desde Miami. El único contratiempo de la mañana fue que el Mercedes Benz azul, que es blindado, había sufrido un desperfecto. Van hacia un banco. No lo sabe, pero son sus últimos segundos de vida.
Alguien que había luchado contra él en las filas del sandinismo estaba, desde hacía seis meses, preparando un plan para matarlo, al que llamó “Operación Reptil”. Enrique Haroldo Gorriarán Merlo había reclutado un comando de miembros del ERP en Managua. Entre ellos estaba Hugo Irurzun (alias “Capitán Santiago”), que había combatido y sobrevivido a las batallas contra el ejército argentino en el monte tucumano.
Habían alquilado varias casas. Una en el barrio San Vicente para esconder las armas: un lanzacohetes RPG-2, un fusil M-16, varias ametralladoras Ingram y pistolas. Otra, cerca de la vivienda de Somoza. La historia del alquiler es, de por sí, increíble: manifestaron que representaban a Julio Iglesias, que se alojaría allí porque filmaría una película en Paraguay. Le pidieron discreción a la dueña de la inmobiliaria, con la promesa de una foto autografiada del cantante español, lo que obviamente jamás sucedió.
Sabían por dónde circulaba Somoza al salir de su casa y, luego de algunas dilaciones, decidieron ejecutar el plan esa mañana. Habían averiguado que siempre tomaba la misma ruta para dejar la mansión. Uno de los guerrilleros, “Osvaldo”, camuflado como canillita en un kiosko que habían comprado tiempo atrás, daría la señal cuando partiera. Lo hizo: “¡Blanco! ¡Blanco!”, dijo por el walkie talkie. A 250 metros lo estaban esperando.
Todo sucedió en segundos. Una camioneta Cherokee se cruza en el camino de Somoza. Gallardo frena en seco. Irurzun tenía el lanzacohetes. Intenta disparar, pero el primer proyectil se traba. Entonces Gorriarán Merlo, con su fusil M-16, abre fuego contra el vehículo. Alcanza al chofer, que muere. Con el auto detenido, comienza un intercambio de balazos con la custodia. Gorriarán se acerca más y hace blanco en Somoza y su acompañante. Puede ver cómo el cuerpo del dictador se agita con cada impacto. Pero no le hace falta recurrir a la Browning 9 mm que guarda como segunda opción.
Irurzun recarga el lanzacohetes y ahora sí: el proyectil da de lleno y hace volar por el aire al techo y la puerta delantera del Mercedes. Todos los ocupantes mueren en el acto. El cadáver de Gallardo es expulsado del vehículo y cae decapitado sobre el pavimento. Según Gorriarán Merlo, “la explosión fue impresionante. Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más”.
Del comando, sólo Irurzun es detectado y muerto al día siguiente, al resistirse a la redada policial en una de las casas alquiladas para esconderse, según la información oficial. O torturado por la policía paraguaya, según se estableció luego. Estos tres párrafos cuentan el relato oficial y aceptado sobre el asesinato de Somoza.
Pero hay quien pone en duda la presencia de Gorriarán Merlo en Paraguay, así como se puso en duda su presencia en La Tablada, cuando el Movimiento Todos por la Patria tomaron el Regimiento de Infantería Mecanizado N° 3 en 1989.
Julián Mandriotti es periodista, novelista y compositor: escribió la canción Bienvenido con que llegó Juan Pablo II a la Argentina, y Compañero, de la campaña de Néstor Kirchner a la presidencia. Él tiene otra versión de los hechos, que plasmó en el libro La última muerte de Anastasio Somoza (Editado por Atlántida y la Universidad de La Matanza). Fue, además, quien entrevistó por última vez al exiliado dictador, para la revista Gente, en Asunción, 20 días antes de su muerte.
Según Mandriotti, al crimen hay que comenzar a rastrearlo en Managua, la capital de Nicaragua. “Es importante saber, aquí, que cuando Somoza era presidente recibió un llamado de Omar Torrijos, el presidente de Panamá. Quería que tuvieran una reunión en la isla Contadora. Esto me lo contó el propio Somoza: iban a estar Pérez, Carazo (de Costa Rica), Turbay Ayala (de Colombia) y ellos dos. Allí le dijeron: “Tachito, tenemos orden de (James) Carter que el gobierno tiene que ser para los sandinistas”. Él los insultó: “Cabrones hijos de puta…”. Y Torrijos le respondió: “Tachito, tú sabes, somos gerentes de sucursales”. Para Somoza, no lo habían derrocado los sandinistas, sino Carter”.
El periodista argentino continúa su relato: “Somoza renunció el 17 de julio de 1979. Viaja a Miami, pero lo declaran persona no grata y debe mudarse a Bahamas. El gobernador lo expulsa y va a Guatemala. Allí se vincula con un empresario paraguayo, Bazán Farías, que paga el charter para que se instale en Paraguay, adonde llega el 25 de julio. Alfredo Stroessner, el dictador paraguayo, lo recibe como a un familiar. Pensemos que la Confederación Anticomunista Latinoamericana y en el Plan Cóndor que compartían los dictadores de esa época. Lo que yo vi fue que Somoza se sentía como en su casa. Estuve con él seis días, desayunando, almorzando, en su mansión…”. Mandriotti no lo dice, pero en Paraguay también sabían que Somoza arribaba con muchísimo dinero, fruto del saqueo del tesoro nicaragüense. Su vida en Asunción parecía sacada de una sátira sobre la conducta de los dictadores caribeños: noches de juerga, mujeres, montañas de dinero gastado en el casino y negocios varios, a veces poco claros.
-¿Cómo era el Somoza que conoció?
-Me pareció un hombre acabado. Pero de alguna manera lo que mostraba era su deseo de volver a Nicaragua. Por eso acepta la entrevista, a la que fuimos con el fotógrafo Tito La Penna. Cuando llegamos a Asunción nos pasó algo curioso. Recibí una llamada. Me hablaban de parte del Coronel Aníbal Fernández… era el secretario de prensa de Stroessner. Nos invitó a desayunar. Me quedé asombrado, ¿cómo sabían que había llegado? La Penna me dijo “¿ya nos descubrieron?”. Se lo pregunté a Fernández. Me dijo que tenían en cada aeropuerto y paso de frontera personal que le contaban cuando llegaba un periodista. Le conté que estábamos para intentar entrevistar a Somoza y me dijo “ahí no puedo ayudarlo”. Me deseó suerte y nos fuimos.
Para Mandriotti, la presencia de Gorriarán Merlo en Paraguay cuando mataron a Somoza es improbable. “A mí me dijo el jefe de la custodia de Stroessner, el comisario Francisco González Rolón, que nunca estuvo”. Sobre el resto del comando no es tan taxativo, pero le adjudica un rol secundario. “Supongamos que parte del grupo del ERP como Irurzun y Silvia Hodgers, estuvieron. Cuando fuimos a Paraguay, Tito La Penna usaba barba y le dijeron ‘sacatela, porque acá los que usan barba son todos señalados como comunistas’. Irurzun medía 1,92 y usaba una barba tupida. De acuerdo con lo que dicen estuvo cuatro meses intentando hallar a Somoza. ¿Iba a pasar desapercibido? Asunción en esa época era una ciudad chica, y estaba llena de “piragüés”, servicios… Lo hubieran seguido desde el día uno. Para mí, a lo sumo fue quien ingresó las armas a través de la frontera. También dijeron, según Gorriarán, que la casa que usaron de base para el operativo la alquilaron diciendo que eran artistas de Argentina y que Julio Iglesias iría a filmar una película a Paraguay. Y le pidieron a la señora que la alquiló que lo mantuviera en reserva. ¡Imagínate si no se lo iba a contar a nadie! Al otro día tenía la casa llena de periodistas… Y además, era un barrio caro, esa casa estaba rodeada por otras que tenían custodia policial. Para mí es muy infantil ese relato”.
Luego del asesinato, y al verse burlada, la policía paraguaya comenzó un período de razzias y búsqueda de culpables. Por el crimen, finalmente, hubo un solo detenido: Alejandro Mella Latorre, un fotógrafo chileno que trabajaba en ese momento para el diario La Tribuna. Según un informe de la Comisión de Verdad y Justicia del Paraguay, fue acusado por un colega, aparentemente bajo torturas.
Lo cierto es que, una vez liberado y luego de nueve años en prisión, Mella Latorre denunció a la policía paraguaya por torturas, consiguió ser indemnizado por el Estado paraguayo y retorna a Chile. “Yo había llegado al Paraguay unos días antes de que ocurriera el atentado”, recordó tras regresar a Chile. Contó que dos efectivos que investigaban en crimen simplemente le dijeron: “Estamos en problema y vos sos la solución”. La acusación giró en torno a que una serie de fotografías supuestamente tomadas por él sirvieron al ERP para organizar el atentado.
También fue detenida su mujer, María Cristina Castro, que perdió un embarazo al ser sometida a torturas. Según denunció, él recibió “golpes con sables, palos, látigos, cachiporras de goma hasta las descargas eléctricas en los testículos, en el glande del pene, inmersión en la pileta”. Y continuó: “En esas sesiones participaron muchos generales del ejército paraguayo y un general chino que fue el que me aplicó las peores torturas nunca antes recibidas”.
Por el lado de los autores del crimen, siempre se dio por aceptado el relato del propio Gorriarán Merlo, que contó en algunas entrevistas cómo fue el operativo. Para Mandriotti, eso es sólo la palabra del ex jefe del ERP. “Cuando Gorriarán estuvo preso en Devoto por el ataque al cuartel de La Tablada, Paraguay jamás pidió su extradición para juzgarlo por las tres muertes que había provocado en su territorio. Yo estoy convencido de lo que afirmo”. Según el periodista, Mella Latorre tampoco fue ajeno al crimen: “el día del atentado había llegado un avión que venía de Caracas. Un coronel del ejército paraguayo fue hasta la torre de control del aeropuerto para ordenar que lo dejaran bajar sin identificarlo. A las 9.15 baja un grupo de gente. A las 10.10 lo matan y a las 11 se marchan”.
-¿Quiénes eran?
-Un grupo organizado por Mella Latorre, que era en realidad agente de la la DINA (la inteligencia chilena) que medía apenas 1,60 metros y que había estado en Managua como doble agente. Se había infiltrado en el sandinismo para delatar a los chilenos que combatían en las fuerzas internacionales contra Somoza. Ahí conoció a un venezolano, enviado a su vez por Carlos Andrés Pérez.
La teoría que arriesga Mandriotti es que no será la política lo que desencadenará el crimen, sino unos celos desmedidos. En Paraguay era un secreto a voces la enemistad que se generó entre el poderoso empresario Humberto Domínguez Dibb -ex yerno de Stroessner- y Somoza después que éste conquistara a Mariángela Martínez, una ex Miss Paraguay que había sido pareja del primero. Cuenta el diario ABC Color que al paraguayo se le atribuyó haber destruido un auto del nicaragüense mientras jugaba en el casino Itá Enramada, con la modelo a su lado. Poco después, el 20 de abril de 1980, el mismo ABC Color publicó una columna con firma de Jesús Ruiz Nestosa, pero que el propio medio atribuye luego -en 2005- a Pepa Kostianovsky. "En ese escrito -cuenta Mandriotti- dice “hay mujeres que se van de baile...” y “hablando de tachos, somos sacrosantos defensores…”. Dominguez Dibb se da cuenta: “de baile” es Debayle (apellido materno de Somoza) y “tachos, somos sacrosantos” forma “Tacho Somoza”. Enfurece. Y me contó su secretario, que estaba al lado, que en un partido de Olimpia, su equipo, cuando se levanta a festejar un gol le colocan en el asiento una botella con una bandera de Nicaragua pintada y un mensaje: ‘La selección de Nicaragua le gana 2 a 0 a Olimpia’”.
Así, dice Mandriotti, “el chileno Mella Latorre tiene un encuentro con el amante despechado a instancias del secretario de éste, Álvaro Ayala. Organiza todo y se pone en contacto con el equipo de agentes venezolanos que había conocido en Managua. El que hace el atentado es ese grupo, que llega y se va en el avión. Mella, que trabajaba como fotógrafo, lo que hace es sacar las fotos del operativo. Pero lo denuncian… Se queda sin el dinero y va preso en Paraguay hasta que cae Stroessner”.
Para la justicia paraguaya, como dijimos, esta inquietante hipótesis es descabellada. Y Mella Latorre fue una víctima del sistema dictatorial de Stroessner, que no podía soportar haber sido burlado sin tener a alguien entre rejas.
En Nicaragua, cuando le preguntaron por los autores del hecho a Tomás Borge, el ministro del Interior del gobierno sandinista, sólo dijo: “Fuenteovejuna”.
Lo más cierto de esta historia, lo concreto, es que Anastasio “Tachito” Somoza murió cosido a balazos y rematado con un cohete en el asiento trasero de su lujoso automóvil. Y que su cadáver estaba tan destrozado que sólo pudo ser reconocido por sus pies. Sus restos descansan en un cementerio de Miami.
Su última pareja se volvió a casar y se cambió el apellido. Jamás dio una entrevista. Por su parte, para Alfredo Stroessner, el asesinato de Somoza en un Paraguay blindado por sus fuerzas fue letal: le perdieron el miedo, y nueve años más tarde fue derrocado.
Mella Latorre, vive en el norte de Chile, en Antofagasta, y continúa con su trabajo de fotógrafo. Y Nicaragua, que se desembarazó de la dictadura de la familia Somoza -tres generaciones que detentaron el poder con mano de hierro desde 1937-, hoy soporta otra, al mando de Daniel Ortega.
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