El final de Perón en el ’55: un truco para no ser visto, su refugio en una cañonera y el vuelo que pudo terminar en tragedia

Las tensas horas desde el momento en que entregó el poder al Ejército hasta que voló a Paraguay. Cómo fue la partida de Perón de la Argentina, a la que volvería después de 17 años

Guardar
Perón en la cañonera paraguaya donde se refugió tras su caída
Perón en la cañonera paraguaya donde se refugió tras su caída

Hasta ese momento los antiperonistas eran los “contreras”, o como solía rotularlos Evita, los “oligarcas y vendepatrias”. Pero a partir de la película Mogambo -estrenada en el país en 1955- se incorporaría un nuevo sello al argot popular justicialista. En un momento de la película, en que los protagonistas Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly escuchaban extraños sonidos en la selva, uno del grupo aventuró: “Deben ser los gorilas…”. Esa expresión fue tomada por Delfor, que los domingos al mediodía conducía el exitoso programa La Revista Dislocada por Radio Argentina. Para encontrarle una explicación a cualquier situación, la muletilla del programa era “deben ser los gorilas”.

Y también fueron atribuidos a los gorilas los movimientos de tropas que los porteños contemplaban bajo una persistente llovizna que había comenzado a caer el viernes 16 de septiembre de 1955, el día que le hicieron la revolución a Perón.

El lunes 19 la ciudad estaba convulsionada. Se corrió el rumor de que Perón usaría a los jefes de manzana para iniciar una represalia. Y que dirigiera un mensaje por la extensa cadena de medios oficialistas. Sorprendía el silencio oficial. La gente, cautelosa, no se animó a salir a la calle y pobló los techos de las casas; los opositores al gobierno, recelosos a lo que pudiera pasar y los peronistas temerosos que la sublevación militar -que no se sabía si había triunfado- se desquitase con ellos. Cuando al mediodía Radio del Estado leyó el texto de Perón delegando el mando en el ejército, se supo que todo había terminado.

Cuando se conoció la noticia del derrocamiento de Juan D. Perón, la gente salió a la  calle. (Fotografía Diario La Nación)
Cuando se conoció la noticia del derrocamiento de Juan D. Perón, la gente salió a la calle. (Fotografía Diario La Nación)

“Me voy, Renzi”

Esa noche Perón le ordenó a Atilio Renzi, un suboficial de ejército que había sido secretario privado de Eva y ahora era el mayordomo de la residencia, que le armase una valija con ropa y un maletín con dinero, en el que puso dos millones de pesos y 70 mil dólares. Encerrado en la residencia presidencial -donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional- pensaba cómo irse sin ser detectado.

Armó un operativo distracción. Ordenó alistar en aeroparque un avión, en el que colocaron banderas argentinas y paraguayas, y lo hicieron despegar como si viajase en él. Pero la máquina, luego de un breve vuelo, aterrizó en El Palomar y se comprobó que estaba vacía.

A las ocho de la mañana del 20, se decidió. “Me voy, Renzi, ya van dos noches que no duermo y veo que no hay más nada que hacer”. Acompañado por los mayores Gustavo Renner e Ignacio Cialceta y del jefe de la custodia comisario Zambrino, partió en auto a la embajada paraguaya, Viamonte 1851. A Rubén Stanley, primer secretario de la legación, Perón le hizo el pedido formal de asilo. Llevaba una pequeña valija en su mano. Stanley habló por teléfono con el embajador, Juan Ramón Chávez, que no se encontraba en la sede. Cuando éste llegó, resolvió llevarlo a su domicilio particular, en Virrey Loreto 2474, casi esquina Cabildo.

En la sala de estar de la residencia del diplomático, Perón vio siete grandes valijas. Pertenecían a Ildefonso Cavagna Martínez, su ministro de Relaciones Exteriores, que había pedido asilo el día anterior.

Fue idea del embajador -un veterano de la guerra del Chaco y autor de la ley de creación del Banco Central paraguayo- que, para que Perón estuviese a salvo, llevarlo a la cañonera Paraguay, que hacía dos semanas estaba anclada en el puerto, esperando turno para ingresar a dique seco para ser reparada. Con su agregado militar Demetrio Cardoso arreglaron los detalles. A las 9:30 partieron del barrio de Belgrano hacia el puerto en el auto azul oscuro chapa diplomática 486 del embajador.

Perón abrazando a Alfredo Stroessner, dictador paraguayo, en una de las visitas que el argentino hizo al país vecino (Revista Así)
Perón abrazando a Alfredo Stroessner, dictador paraguayo, en una de las visitas que el argentino hizo al país vecino (Revista Así)

Pasadas las diez de la mañana, llegaron a Dársena norte, y en la planchada el capitán de la cañonera Paraguay, César Cortese, le dio la bienvenida. Abordaron una lancha a motor piloteada por el marinero José Olitte, que se convertiría en un exitoso comediante en Paraguay. Una vez en la cañonera, lo alojaron en la cabina del capitán. Por nota, los paraguayos informaron a la junta militar y a la cancillería argentina de que Perón estaba asilado.

Faltaba que las nuevas autoridades dieran un salvoconducto para que pudiese salir del país. Los paraguayos no se sentían seguros, ya que se filtraron supuestos planes para atacar la cañonera y matar a Perón, que ostentaba los títulos de ciudadano honorario del Paraguay y general del ejército de ese país. Perón había estado en ese país en octubre de 1953 y había vuelto en agosto del año siguiente en el que devolvió trofeos de guerra de la Triple Alianza.

Perón en  la lancha que lo llevaría a la cañonera Paraguay (En Historia del Peronismo, de Hugo Gambini)
Perón en la lancha que lo llevaría a la cañonera Paraguay (En Historia del Peronismo, de Hugo Gambini)

Sin embargo, la idea del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, en el poder desde agosto de 1954, era que Perón permaneciese poco tiempo en el país, reflejando el sentir de muchos paraguayos, según reveló el periodista Rogelio García Lupo.

El almirante Isaac Rojas -que en sus memorias se quejó de los comandos civiles por no irrumpir en la embajada paraguaya y hacer justicia por mano propia- dispuso que una formación de torpederas bloquease una posible salida de la cañonera y que fuera hundida si quisiera escapar. Pero el barco no estaba en condiciones de navegar -el embajador paraguayo habría admitido que no contaba con fondos ni para pagar un remolcador- por ese motivo el gobierno paraguayo había dispuesto que la cañonera Humaitá pusiese proa a Buenos Aires. Al mismo tiempo despegó un avión Catalina, a cargo de Leo Nowak, el piloto personal de Stroessner. Antes también el dictador paraguayo había enviado un DC 3.

La incógnita era qué vía le permitirían usar a Perón para dejar el país. El gobierno de Lonardi se opuso a que lo hiciera por el río. Temía que, ante el paso del buque, se produjera un levantamiento en el litoral, donde el fervor peronista seguía siendo muy fuerte.

Perón enseguida se adaptó a la vida a bordo; a la cabina le habían llevado una mesa de trabajo, y mataba el tiempo escribiendo su versión de los hechos que habían llevado a su caída. Estaba ojeroso, demacrado y se lo veía más flaco. En el buque estaban alertas, ya que no descartaban un ataque de fanáticos anti peronistas.

El ex presidente argentino a bordo de la cañonera  paraguaya. Comenzaba un largo exilio.
El ex presidente argentino a bordo de la cañonera paraguaya. Comenzaba un largo exilio.

“Sos lo único que tengo”

A la prensa se filtró una carta que le habría escrito a Nelly Rivas, una joven de 16 años que desde febrero del año anterior vivía en la residencia presidencial: “Querida nenita: lo que más extraño es a la nena y a los perritos, les decía a los muchachos paraguayos. Estoy muy triste al ver caer tantos afanes y tantos sacrificios. Los trabajadores y los pobres recién ahora comenzarán a saber quién es Perón” (…) “Sos lo único que tengo y lo único querido que me queda. Te imaginarás que te recuerdo todo el día. Cuidame los perritos y cuando vayas a Asunción del Paraguay, me los llevás a los dos”. Perón respondió que todo era un invento. Nelly recordó que la última vez que lo vio fue el 19 cuando subió corriendo las escaleras de la residencia, le dio un beso y volvió a salir. Vestía su uniforme de general. Se volverían a ver en diciembre de 1973.

Todos respiraron aliviados cuando el 25 se conoció el comunicado del general Lonardi, que dejaba en claro que al presidente derrocado se le prestaría toda clase de garantías. El salvoconducto demoró, ya que el gobierno argentino no deseaba que Perón permaneciese en un país cercano a la Argentina pero, aun así, lo expidió.

Salvado por Amadeo

El lunes 3 de octubre fue el día fijado para su partida. A bordo de una lancha torpedera, el canciller Mario Amadeo, que tenía la misión de que Perón dejase el país sin inconvenientes, se dirigió a la cañonera paraguaya, que estaba rodeada por los patrulleros argentinos Murature y King, anclada a ocho kilómetros de la costa. Vieron cómo al mediodía acuatizaba el hidroavión paraguayo. Amadeo abordó la cañonera y le garantizó a Perón que se respetarían las normas de asilo.

Perón, de rostro torvo, aspecto de hombre cansado, vestía un pantalón de gabardina, zapatos de cocodrilo color ocre y abrigado con un perramus; solo asentía a todo lo que le informaban.

La comitiva subió a un bote que los llevaría al hidroavión, distante unos cien metros. Cuando llegó, primero subió Amadeo y cuando lo iba a hacer Perón, el fuerte oleaje lo hizo trastabillar, y fue la rápida reacción de Amadeo de sostenerlo lo que impidió que cayese al agua. “Gracias, ministro”, dijo.

Perón se acomodó dentro del hidroavión. Nunca le había gustado volar. Debido al oleaje, la máquina se bamboleaba mucho y el agua entraba por la puerta abierta.

Por orden del gobierno argentino, acompañaron a Perón el capitán de navío Horacio Barbitta y el capitán de corbeta Abelardo Canay.

La partida se demoró porque esperaban a que amainase el fuerte viento. A las 13:10 el piloto le dio toda la potencia a los motores y se dirigió al mar abierto, pero el oleaje y el viento le impedía despegar. Luego de unos minutos de espera, el avión levantó unos metros pero volvió al agua, y en un tercer intento finalmente lo logró, aunque pudo haber terminado en tragedia. Debió esquivar un pontón y le pasó a escasos centímetros al mástil del crucero Nueve de Julio, fondeado en las inmediaciones. Dos aviones navales lo custodiaron hasta la frontera.

Caricatura de Perón, realizada por Tristán, realizada a fines de 1955. (Del libro 150 caricaturas)
Caricatura de Perón, realizada por Tristán, realizada a fines de 1955. (Del libro 150 caricaturas)

A las 16:40, Perón dejó el espacio aéreo argentino y horas después ya estaba en Asunción del Paraguay. Cuando brindó una entrevista a la Associated Press, y dijo que el gobierno militar argentino "usurpa el poder del pueblo "y lo describió como “un régimen militar de estampa clerical oligárquica”, hizo enfurecer a Stroessner, quien además debió desactivar una marcha de organizaciones católicas contra Perón. El ex presidente fue alojado, casi a la fuerza, en Villarica, a 160 km de la capital, en la residencia del caudillo colorado Rigoberto Caballero. Aníbal Argüello, el periodista que le hizo la entrevista fue llevado preso por “simpatías comunistas”. Perón negó la entrevista, pero una fotografía con el periodista lo desmintió.

Stroessner habría mandado a algunos soldados a fraguar un tiroteo contra la residencia que ocupaba el ex presidente argentino, quien terminó de convencerse de que debía dejar el país. Nuevamente, en un avión piloteado por Nowak, el 2 de noviembre partiría para Nicaragua y a un largo exilio que duraría 17 años.

Fuentes: Perón, de Joseph Page; Ultimas noticias de Perón y su tiempo, de Rogelio García Lupo; Historia del Peronismo, de Hugo Gambini; diarios La Nación y La Prensa

Seguí leyendo:

Guardar