La Fundación el Potrero nació hace ocho años en el barrio Los Troncos, en Tigre, entre alambras rotos, arcos improvisados y mucha tierra. De a poco se fue abriendo paso por las calles de distintos barrios de la Capital Federal. Hoy tienen cuatro sedes: la Padre Mugica, en la Villa 31, en el Bajo Flores y la del Barrio Obrero, en Villa Lugano, y la de Gran Buenos Aires.
Detrás de este proyecto inclusivo, que tiene como objetivo “mucho más que fútbol”, están cuatro jóvenes que tuvieron buenas oportunidades de formación y que sintieron que debían involucrarse para cambiar la realidad de muchos chicos argentinos que no tuvieron sus mismas posibilidades de educación. Así, Belisario Moneta, Tomas Frers, Martin Borchardt y Alfredo Romano sintieron que podían poner su granito de arena para cambiar algunas realidades.
“El fútbol es solo un imán”, reconoce Alfredo Romano. “La primer herramienta de acercamiento de estos jóvenes para empezar a desarrollar todo su potencial”, agrega. En definitiva lo que buscan es lograr un transformación profunda a través de talleres deportivos, con apoyo psicológico y trabajando fundamentalmente en la deserción escolar.
Este compromiso que pronto va cumplir una década, le valió a Alfredo el reconocimiento de la comunidad JCI Junior Chamber International de Argentina, como uno los 10 jóvenes destacados por su labor frente a la Fundación. En noviembre de este año, participará del congreso mundial que tendrá lugar en Tokio 2020.
“Es una caricia después de tantos trabajos”, le cuenta a Infobae orgulloso frente a este desafío de seguir ampliando la labor voluntaria y social. El reconocimiento no tiene un premio material, pero sí es una ventana al mundo, algo importantísimo para estos cuatro amigos que desean que la fundación pueda cruzar las fronteras. “El fútbol es universal y las problemáticas que encuentran los jóvenes en barrios marginales se replican en otros países de Latinoamérica”, agrega.
Romano, tiene 31 años, al igual que sus otros tres compañeros tuvo la oportunidad de recibir una formación multicultural completa y de excelencia: estudió Administración de Empresas en la Universidad San Andrés, luego completó su currículum con una Maestría y Finanzas en esa misma institución, y también hizo Economía y Políticas públicas en Universidad de Columbia. Pero antes pasó seis meses en al reserva del prestigioso club deportivo europeo Paris Saint Germain, y conoció de cerca los valores que fomenta este deporte como la amistad, el respeto, la inclusión, el trabajo en equipo y la disciplina.
Hace muchos años decidió enfocar su carrera profesional en tres ejes distintos: educación, emprendedurismo y responsabilidad social.
Quiso trasladarlo a los potreros de los barrios vulnerables, aunque yendo más allá con espacios de contención y seguimiento escolar. A la fundación acuden 250 chicos de entre 6 y 16 años, que acuden a talleres deportivos, liderados por profesores de educación física o directores técnicos de los propios barrios. “La fundación entrega el material y la merienda para cada alumno, porque sabemos que eso es muy importante para que puedan venir”, cuentan.
También hay lugar para las mujeres, porque el deporte es inclusivo. Las chicas en Barrio Obrero juegan a la par de los varones. No hay diferencias.
“Si un padre tiene que llevarlo a un club de barrio o a una escuelita muchas veces lo que pasa es que no tiene los recursos, o no tiene el tiempo, entonces para nosotros desde el principio fue una alegría enorme poder estar, porque los chicos te esperan con los brazos abiertos para entrenar”, recuerda sobre las primeras experiencias, cuando la Fundación eran solamente un grupo de amigos con ganas de ayudar.
Y reconoce: “Sólo con el boca en boca de que se está dando un taller de fútbol, donde hay un profe que todas las semanas va y entrena, que no falta, que hay pecheras, que hay normas para poder jugar, se llena. Hoy tenemos 50 o 60 chicos por taller y si pudiéramos tendríamos más, pero por un tema de limitaciones no podemos”.
Hoy por la pandemia tuvieron que reinventarse.
Las realidades de estos jóvenes son complejas: drogas, violencia y carencias de contención emocional. Por eso la ayuda psicológica brindada por especialistas del Hospital Austral es fundamental. “Durante la pandemia seguimos dictando charlas virtuales con temáticas variadas para acompañar a las familias que van desde la construcción de la autoestima en la niñez o temas sobre maltrato. Se genera una confianza, y un acompañamientos que es valorado por todos”, dice Romano.
La cuarentena también alejó a los chicos de las aulas, en barrios marginales las clases online son todo un desafío por la falta de conectividad, impactando de manera directa en la deserción escolar. Hoy, para la fundación el foco está puesto en poder hacer un acompañamiento para evitar que dejen los estudios.
“Empezamos con un trabajo de seguimiento para fomentar el estudio. En octubre lanzamos junto a un startup argentina una plataforma para hacerlo seguro, preciso y medible”.
Alfredo, Marcos, Belisario y Tomás están en contacto directo con los chicos. “Lo que más aprendemos de la fundación y del trabajo con los líderes es que ellos no tienen nada y se arremangan”, destaca.
Seguir apostando por la Argentina
“Estoy enamorado del país”, repite sin parar. “Nosotros, los jóvenes y jóvenes adultos, tenemos la responsabilidad y la obligación de ser mejores que nuestras generaciones antecesoras. En nosotros radica la oportunidad no sólo de moldear el país que merecemos y soñamos, sino que también tenemos la enorme posibilidad de hacerlo entre todos”.
Y sigue: “Creo que habiendo tenido buenas oportunidades tengo la responsabilidad de devolver algo significativo a la sociedad. Argentina necesita que muchos jóvenes se involucren, para que otros salgan de ese callejón sin salida”.
Los amigos no paran de soñar, las ganas son inmensas: “Que en cada barrio vulnerable de la Argentina haya un potrero”.
Cómo colaborar :https://www.elpotrero.org/dona
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