Los que estuvieron con ella dicen que rompía el corazón ver llorar a Raquel García, la madre del soldado Daniel Alberto Ugalde, caído en la batalla final en las primeras horas del 14 de junio de 1982 en Malvinas. Raquel, que había logrado cerrar una triste historia con la identificación de los restos de su hijo, enterrado en el cementerio de Darwin, ahora sentía que había perdido a otro hijo. Esos que traen las vueltas de la vida. Roberto Barrientos, que en la guerra combatió en la Compañía de Ingenieros de Combate 601, falleció en las últimas horas a causa de complicaciones derivadas del Covid-19.
El desconsuelo de Raquel tenía sus razones. Roberto, si bien nacido en Lanús, se había mudado a Hurlingham y al vivir relativamente cerca, era el que la llevaba cuando había algún acto, homenaje o recordación referida a Malvinas. Y fue el motor para que la animó durante los años que tuvo que esperar luego de haber dado su muestra de ADN para la identificación de los soldados en el cementerio de Darwin. Roberto era quien le decía “no tenés que bajar los brazos” cuando los tiempos de las negociaciones políticas no acompañaban los tiempos de una madre que esperaba saber dónde estaba el cuerpo de su hijo.
El 24 de diciembre hubiera cumplido 58 años. Con los que habló Infobae, todos acuerdan en describirlo, auxiliándose con el mismo sufijo: azo. Tipazo, amigazo, compañerazo.
Hincha fanático de River, siempre discutían con su gran amigo, Juan Peralta, también fanático pero de Boca, veterano como él, compinches desde la colimba y compañeros de carpa, de infortunios y de resistencia en las últimas semanas de la guerra. Ese fue el inicio de una amistad inquebrantable.
Roberto tuvo distintos trabajos, en los que se destacó por su rectitud y honradez. Hacía cerca de diez años que se desempeñaba en la oficina de veteranos en el Ministerio de Trabajo, donde se desvivía por destrabar trámites, solucionar problemas, ayudado por su gran conocimiento que poseía de la legislación referida al veterano de guerra. Sobresalió por su seriedad y responsabilidad y por su claridad en la gestión. Fue uno de los impulsores de la ley de jubilación anticipada para veteranos, que se concretó durante el gobierno anterior.
En el ministerio, organizaba jornadas de charlas sobre Malvinas, y entre los temas que puso sobre el tapete fue la cuestión del reconocimiento de los cuerpos no identificados de Darwin, cuando pocos eran los que hablaban de ello y el veterano Julio Aro -de la Fundación No Me Olvides e impulsor de la causa- luchaba solo contra la burocracia y el desinterés.
Cuando ocurrió la rendición, permaneció como soldado voluntario en las islas. Por su dominio del inglés, ofició de intérprete entre oficiales argentinos y británicos en la dura tarea de sacar las minas de los campos. Recién regresó al continente el 14 de julio. Siempre se había negado a volver a Malvinas, se resistía a que le sellasen el pasaporte por pisar tierra argentina. Sin embargo, tal vez la nostalgia y ese sentimiento al que es inútil encontrarle explicación, lo animó a hacerlo el año pasado. Estuvo en su posición, recorrió campos de batalla, rezó en el cementerio. Dijo que para él había sido algo único.
Ese grandote simpático de risa linda que no le gustaba que le dijeran “narigón”, estaba muy comprometido con Malvinas; participaba activamente en el centro de veteranos de guerra de Lomas de Zamora, vivía en Monte Grande y era miembro de la mesa consultiva de la Comisión Nacional de Ex Combatientes, que depende del Ministerio del Interior. Era muy amigo de sus amigos y sabía escuchar, cuando alguien acudía a él con un problema.
El 21 de agosto pasado, debieron internarlo por una neumonía, a raíz del Covid. Estuvo cinco días en sala común pero luego descompensó y estuvo 20 días con respirador y sedado.
Lo que pasó en la despedida de sus restos fue una prueba palpable de lo que Barrientos significó para muchos. Se dieron cita veteranos de distintos centros, personal de distintas armas, amigos, funcionarios de la municipalidad de Lomas de Zamora y un trompa del Regimiento de Patricios, que ejecutó silencio. También estaban su mamá María Beatriz Ferloni y su esposa María Laura Colombo -quien gestionó la guardia de honor- sus dos hijas Andrea y Verónica y suplieron la ausencia de Pablo, el hijo que no pudo despedir al padre porque viajó a Australia a probar suerte.
Dio el presente el segundo jefe de esa compañía de Ingenieros de Combate 601, esa compañía que cuando terminó la guerra, fue disuelta, y de la que formaba parte el soldado Roberto Barrientos, ese tipazo que nunca bajó los brazos.
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