“En venta por cierre”, dice la última publicación de su cuenta de Instagram. Una flecha señala hacia la derecha y una frase entre paréntesis avisa que las ofertas las reciben por mensaje privado. Vende un viejo perchero de época con un espejo en su interior, una máquina de café usada adquirida en 2019 marca Criollo Plus, una máquina de café sin usar y restaurada por Cabrales marca Criollo, sillas de madera, una Pastalinda. Así, con el remate de su mobiliario, anunciaba su triste final Ama Gozua, un tradicional restaurante ubicado a la vera de la Ruta 2, altura kilómetro 274, municipio de Maipú, provincia de Buenos Aires.
Está anclado en una esquina del humilde partido de Maipú. Su fachada rectangular de almacén se mantiene imperturbable desde la década del veinte. El paso del siglo no forzó ninguna reforma: sólo tareas de conservación en techos, pisos y aberturas. La persistencia había sido un valor. Pero el coronavirus, la pandemia y el aislamiento preventivo, social y obligato/rio arrasó con la sostenibilidad de los comercios gastronómicos. También se llevó a Ama Gozua, una parada obligada en el circuito turístico que une la ciudad de Buenos Aires con Mar del Plata.
Fue la sede de una biblioteca socialista hasta que una familia de origen vasco compró el establecimiento. Manuel Ercoreca había llegado al país en el 1900 proveniente de Bermeo, una localidad con costas y puerto que mira el Golfo de Vizcaya. Guillermo, uno de sus hijos, se trasladó a Mar del Plata junto a Evangelina Bilbao, su esposa. La experiencia fue corta: se fundieron y recalaron en Maipú. Se instalaron en la localidad de Las Armas, un pueblo dentro del municipio bonaerense. Fundó un almacén con un nombre sin estridencias: Almacén Las Armas. Alquilaron un pequeño local de expendio de comida en la orilla de la Ruta 2. Sus descendientes hablan de la excelencia de una receta de chorizos, propiedad intelectual de Guillermo Ercoreca.
Le daban de comer chorizos a los camioneros que se detenían en el tramo de una ruta que por entonces era de una única mano. Estuvieron un año. El 5 de octubre de 1968 compraron la esquina de enfrente. Le pusieron “Mamá Dulce” o en eureska, el idioma vasco, “Ama Gozua”. La razón del nombre no tiene certezas ni dudas. “No sé por qué le pusieron así, puntualmente. Pero debe ser por mi abuela, que era una persona divina, muy dulce”, acreditó Juan Ignacio Ercoreca, nieto del fundador, actual componente de la sociedad propietaria y cuarta generación de la familia Ercoreca en el país.
Trabajaban Guillermo, Evangelina y tres de sus cuatro hijos: Guillermo, Miguel y Fernando. Evangelina estuvo un tiempo y se terminó dedicando a otro oficio. Tenían abierto las 24 horas y la circulación de gente era feroz. La Evangelina madre cocinaba una sopa exquisita, un flan casero de antología y hacía ravioles de acelga majestuosos pero la atracción de la casa eran los chacinados caseros. Se destacaba el chorizo de cerdo con papas fritas y dos huevos fritos, o en su defecto la morcilla criolla con cebolla de verdeo, papas fritas y dos huevos fritos, Era el plato estrella, la firma personal de Guillermo padre y la insigna del restaurante Ama Gozua.
Los tiempos de los dos salones y las cuarenta mesas llenas habían prescripto. Sin saberlo, el viernes 13 de marzo de 2020 fue su última vez. Desde entonces, las sillas se posan sobre las mesas, la cocina junta polvo y las puertas permanecen cerradas. En los últimos días, la sociedad conformada por Miguel y Fernando, hijos del fundador, por Nora, la esposa de Guillermo, por Guillermina y Juan Ignacio, nietos del fundador, decidió cerrar el restaurante de manera definitiva. “Ya veníamos mal. En los últimos cinco años el negocio laburaba pero por la inflación, la suba de los costos, los aumentos de gas y de luz fue una locura para nosotros. Con la pandemia no pudimos mantenerlo”, expresó Juan.
Vendieron un terreno lindero al establecimiento para saldar los vínculos contractuales con los cuatro empleados ajenos al grupo propietario pero cercanos al círculo íntimo. Federico, hijo de Fernando, de profesión contador y tesorero de la municipalidad, se encargó de sus liquidaciones. Los mismos dueños eran sus mozos, administradores y cocineros. Miguel había heredado la magia de hacer chorizos de su padre, Fernando y Nora aún sostenían el espíritu y el vigor suficiente para transportar bandejas. Graciela, la esposa de Fernando, y Esteban, hijo de Graciela y Fernando, también acompañan el emprendimiento familiar. Juan, de 52 años, era el más joven de los trabajadores. Los pacientes de riesgo eran casi todos. La pandemia alentó el cierre: la comercialización del mobiliario, una declaración del agobio financiero, aspira a cancelar los déficits de los últimos años.
“El cierre de la ruta nos liquidó -contó uno de sus dueños-. No es lo mismo el nuestro que cualquier restaurante de Mar del Plata o Buenos Aires. El 99% de nuestra clientela viene de la ruta. No tenemos clientes en el pueblo. El take away o el delivery a nosotros no nos funciona. En el pueblo hay 10.000 habitantes y ya hay mucha competencia”. Juan dijo que hace varios días no duerme, que los mensajes de consuelo le llegan desde ambos destinos de la ruta y que la decisión es definitiva. “No hay ganas ni fuerzas para reabrirlo”, explicó, desesperanzado.
Durante la entrevista con Infobae, Juan pidió perdón por la emoción y el llanto atragantado: “Fue muy duro cerrar. Mis tíos y mi vieja están destruidos. Son muchos años acá adentro trabajando. Todos somos y fuimos mozos. Mi viejo (Guillermo) se murió en 2008, pero para mí se murió ahora. Volvió a morir hoy. Lo habían abierto mis abuelos, yo me crié ahí. Tengo 40 años y el negocio tiene 52, imaginate. Es muy bravo, muy fuerte tomar esta decisión”. La sociedad propietaria deberá votar por el devenir del lugar. Podrá poner en alquiler el establecimiento y directamente venderlo, pero el proyecto no contempla una reinauguración con financiación externa.
En el recuerdo de los comensales quedará la Ikurriña, la bandera oficial del País Vasco, atada a la Argentina en la decoración de una de las ventanas, la despedida del menú con la firma de los hermanos Ercoreca que decía “Es nuestro deseo quedar bien con usted. Ojalá lo hayamos logrado. Gracias. Hasta la vuelta”, las presencias de Viggo Mortensen, Diego Capusotto, Guillermo Coppola, Moria Casán, Luis Brandoni, Mercedes Sosa, Flavia Palmiero, Soledad Silveyra o Nora Cárpena en la mesa de al lado y el inconfundible y humeante matrimonio a caballo sobre el paladar. Después del almuerzo en Ama Gozua, los que iban disfrutaban los 136 kilómetros que restaban para entrar en Mar del Plata y los que volvían sopesaban el tedio de los 282 kilómetros de distancia con la Ciudad de Buenos Aires.
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