Caras conchetas, miradas berretas / Y hombres encajados en Fiorucci
Oigo “dame”, “quiero” y “no te metas” /“¿Te gustó el nuevo Bertolucci?”.
Cuenta la leyenda que el célebre Luca Prodan se sentó en la última barra de The New York City y observó cómo un muchacho de pelo rubio le servía otro trago, vestido con un mameluco color verde que él y sus compañeros lucían, propio de la marca de indumentaria italiana. Dialogó un rato con su barman amigo y buscó escabullir su rostro entre la multitud. Luego obtuvo una radiografía, a su manera.
En el fondo de su copa, el músico fallecido en 1987 descubrió la angustia de aquella penumbra y encendió uno de sus clásicos, en el que habló de una rubia tarada y de buscar en el bar de la esquina una realidad que para él no existía. Allí narró y describió otra tradición: una disco, inaugurada en 1980, ubicada en el barrio porteño de Colegiales, la cual no pudo enamorar a Prodan pero sí cautivó a varias generaciones.
En la jerga nocturna es “La City”, o el viaje a la adolescencia de mentes ya no tan inquietas. Aquella disco que aún subsiste fue líder de una oferta porteña sin semejanza a lo que hoy ofrecen los locales bailables. Mucho antes, las boîtes o esos establecimientos en donde se escuchaba y bailaba música grababa, tal cual se desprende de la definición francesa. Sin embargo Gong, Zum Zum y Keller no eran para cualquiera. El código de vestimenta y las inspecciones minuciosas dejaron a la gran mayoría sin fiesta. O mejor dicho: sin aquella fiesta, porque había otros lugares, pero la exclusividad no era para todos.
La ciudad de Buenos Aires transformó sus noches en recorridos y anécdotas inolvidables. Los boliches y las discotecas se convirtieron en espacios sociales con fuertes expresiones culturales. La seducción iba más allá del alcohol, la sexualidad o el encuentro. Aquello se vivió en los sótanos, las cuevas, las confiterías y los salones. Todo se trató de los espacios. Todo se trató de los lugares. De ello dependió la transgresión y el recuerdo imborrable, el que dejó huellas en personas que aún añoran las madrugadas en las que nada importaba y todo valía.
Mau Mau
En Arroyo al 800, casi llegando a Suipacha, la “catedral del ruido” sólo permitía a hombres usando camisa, saco y corbata y a mujeres con vestidos largos sin excepción. Los hermanos José y Alberto Lata Liste encontraron en una canción de moda el nombre del lugar de sus sueños. Allí, en el codo aristocrático porteño, se escribieron miles de historias, entre amplios sillones, mesas bajas y una pista circular bajo las órdenes musicales del DJ Exequiel Lanús.
Quizá fue la discoteca más exclusiva: ingresar a Mau Mau era un desafío y no algo de todos los días. “Un living de casa para 300 personas", como alguna vez describió uno de los mellizos dueños de Mau Mau. Alguna vez el empresario catalán Carlos Pujol reveló: “Fuimos con un amigo francés que estaría sólo cinco días en Buenos Aires y no quería irse sin conocer la disco. Le habían dicho en París que no podía regresar sin conocer el Teatro Colón y Mau Mau. Pero volvió con mucho más que eso: se cruzó de golpe con la belleza celestial de Chunchuna Villafañe. Quedó petrificado y boquiabierto. No reaccionaba, no hablaba y creo que tampoco respiraba”.
Su inauguración fue en 1964 y una joven Susana Giménez participó de aquel evento. Por el lugar desfilaron Liza Minelli, Rudolf Nureyev, Iva Zannicchi, Sylvie Vartan, Alain Delon, Philippe Junot, Barry White, Cristina Onassis, entre tantos. Su historia duró 30 años, cuando José Lata Liste decidió cerrar el lugar en 1994. El mito de la “cajita” aún perdura.
Experiment
Algunos la señalan como la primera discoteca de Buenos Aires. Ubicada en Carlos Pellegrini, entre Suipacha y Santa Fe, encontró su inspiración en el prestigioso Club 54 de Nueva York. Su dueño, Carlos Egaña, decidió cerrarlo en 1979, a sólo dos años de su apertura. “Recuerdo que fue un boom, pero todos los fines de semana le hacían inspecciones. Tenía un concepto transgresor", recuerda el empresario Ricardo Fabre.
Zodíaco
Ubicado en la esquina de Juan B. Justo y San Nicolás, los hermanos Raúl y Oscar Palacio construyeron un edificio que comenzó como peña bailable y se convirtió, décadas más tarde, en cúmulo de excitación que logró ser un emblema a fines de los 70 y hasta 1990, año en el que fue vendido. ¿Su habitué más famoso? Marcelo Tinelli.
New York City
“En 1980 creímos que estaban dadas las condiciones para poner una discoteca de envergadura internacional. Salimos a buscar un lugar que nos permitiera con techos altos, grandes fiestas. Tuvimos que desplazarnos porque en el Centro era muy caro. Encontramos un lugar en Álvarez Thomas y Forest. La ubicación nos generaba incertidumbre, pero sabíamos que si la propuesta era buena, la gente iba a estar”, explica Fabre, dueño de New York City junto a su hermano Oscar, en diálogo con Infobae.
“Empecé a laburar de barman el día que tocó The Police. Fue la inauguración. Nos vestíamos de verde, de Fiorucci, de ahí la canción de Luca Prodan. Nosotros rotábamos. En la última barra encontraba a los hermanos Moura. Me llevaba muy bien con Federico, me regalaba entradas para sus conciertos. Raúl Taibo también iba mucho, con Ricardo Darín. Me invitaban a ver obras de teatro”, revela el empresario Gustavo Palmer a Infobae.
Bwana Live
Bajo la administración de los hermanos Fabre, fue Dippy Deejay el alma de “una cajita de música” atípica. “Lo abrimos en 1978 en el edificio del Alvear Palace. Principalmente lo manejaba mi hermano”, cuenta Ricardo. El lugar cerró en 1982 y continuó con el mismo nombre en otro sitio, ubicado en Floresta. “Un tipo tomó el nombre y lo continuó usando en otro local, pero ya no era nuestro”, explica Fabre.
Paladium
“Un ícono de la noche porteña. El slogan era ‘lo mejor del tercer mundo’. Le entregó a la vida noctura de la Ciudad una forma distinta. Paladium apuntó a la bohemia, al arte, allí brillaron los Botton Tap. Un lugar muy vanguardista. Un mini estadio o teatro que funcionaba como boliche en la parte de abajo. Fue muy singular que Buenos Aires haya podido tener una discoteca de esa magnitud”, explica a Infobae el periodista Pablo Silva, quien ofició como jefe de prensa del lugar ubicado en Reconquista 945.
Silva agrega: “El dueño era Juan Lepes, papá de Narda, muy vanguardista. El lugar tenía su propio fotógrafo. Las fotos se revelaban el domingo y el lunes tenía que salir a repartirlas por las redacciones”.
San Jorge / City Hall
En Villa Pueyrredón, precisamente en la intersección de las avenidas Nazca y General Mosconi, perdura un local bailable que atravesó la vida de varias generaciones. Los más grandes lo conocieron como San Jorge. Luego se convirtió en el primer boliche de muchos adolescentes que debutaban en la matinee de City Hall.
Una escalera con alfombra, una ventanilla en un descanso de la misma para comprar las entradas y una serie de escalones más. Una pista chica, con rampas en sus laterales y una salida lateral. Con los años, los más jóvenes lo descubrieron como Apple.
Caix
Fue el primer boliche de la Costanera, inaugurado el 22 de abril de 1992. “Hicimos una prueba en 1991: una fiesta para más de cinco mil personas que fue una sensación. Al año siguiente lo abrimos. Ese día estuvo Guillermo Coppola, Guillermo Francella, Gabriela Sabatini. Vinieron todos”, cuenta Palmer.
Morocco
Otro emblema de los 90. Situado en Hipólito Yrigoyen al 800, una sociedad española le dio vida a un sitio que tuvo más de 3.500 personas en su fiesta de inauguración y a artistas como Charly García o Fito Páez tocando en el escenario.
Una edificación de tres pisos a la que Diego Maradona acudía los jueves y en la que Gustavo Cerati podía encontrarse con Joaquín Sabina. Los hijos de Fernando de la Rúa festejaron allí el triunfo presidencial de 1999. Fue el ícono under durante el menemismo y cerró sus puertas en 2001, golpeado por la recesión económica.
Complejo Los Arcos del Sol
Se trató de una novedad para la época. Nació en 1994 con la conjunción de varios boliches que tuvieron a diversas sociedades como dueños. Allí trascendieron Coyote, Hanoi, Apocalypsis y, en un terraplén lindero, Puente Mitre.
Conocido como “Los Arcos”, su ubicación atrajo a miles de jóvenes debido a la cercanía del lugar con los bosques de Palermo. Permaneció abierto hasta el 2002.
La Diosa
“En un primer momento estaba ubicada en Costa Salguero. La primera persona que la manejó fue Aníbal Mathis. Era una parrilla y se transformó en una discoteca. Su furor fue los jueves, con una tendencia latina que rompió los esquemas en el año 2000”, indica Palmer.
“Por la zona estaba Rivera Este (hoy Terrazas), quedaba en el Complejo Punta Carrasco. Del otro lado brillaba El Cielo, lo que actualmente es Mandarine y Bayside”, explica el empresario.
Tequila
El último boliche con la lógica de club. Un punto en común en donde brilla la clientela tradicional dentro de un espacio glamoroso, sobresaliente por su exclusividad. Tragos con precios para pocos, un ambiente tranquilo y un encuentro indiscutible de la noche del jet set porteño.
Quedará para otra entrega el detalle de un sinfín de lugares que también dejaron su huella en la vida nocturna porteña: Buenos Aires News, San Francisco Tranway, Rainbow, Starlight, Nave Jungla, Bulldog, El Cielo, Heaven, Pizza Banana, L’Inferno, Asia de Cuba, Kika, Saint Tomas, La Reina, Retro, Ave Porco, The End, El Divino, Maluco Beleza, Rey Castro, La Morocha, Portezuel, La France, D’Light, Cinema, Dimension, La Embajada, Tequila, Pachá, Porto Soho, Mint, Amerika. Entre cientos.
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