El viernes 8 de enero de 1960, un grupo de cinco jóvenes asistían en La Habana a un acto pasmoso, casi de mágico. Estaban en la “Meca” de la revolución continental, como decía John William Cooke, el cesanteado delegado del ex presidente Juan Domingo Perón, invitados por el comandante Ernesto Che Guevara.
Esa noche lo visitaron y lo encontraron cómodamente sentado en su despacho de presidente del Banco Central de Cuba. Tras los saludos, el cubano-argentino disertó sobre cómo había que hacer la revolución en la Argentina.
El escritor y periodista Osvaldo Bayer era, en ese momento, el secretario general del Sindicato de Prensa de la Argentina y, también, uno de los cinco muchachos que escuchaban al jefe revolucionario. Bayer contó que también “estaban Sara Gallardo, la periodista y escritora de La Nación; el secretario general de los canillitas; una delegada de los textiles y un delegado de los metalúrgicos. Invitaron a cuatro sindicalistas”. Más adelante, relató que también asistió, porque se coló, Susana “Piri” Lugones, la pareja de Rodolfo Walsh (más tarde miembro de FAP y Montoneros). Ella no había sido invitada, y su participación en la reunión le costó a Bayer un dolor de cabeza. En el caso de la reconocida escritora Sara Gallardo Drago Mitre, su ex esposo Luis Pico Estrada me contó que ella fue a Cuba “con curiosidad y prevención” para conocer lo que sucedía y volvió “muy decepcionada”. Podría decirse que su viaje a La Habana estuvo enmarcado en el clima de entusiasmo que generaba la revolución castrista, y “nunca quiso mencionarlo ni siquiera en la intimidad”. La visa cubana se la consiguió el poeta Juan Gelman (a) “Pedro”, integrante de tres bandas terroristas sucesivas: FAR, Montoneros y M-17 (Montoneros 17 de Octubre).
Según el comandante Guevara, la revolución la debían iniciar cincuenta jóvenes, que tenían que ir a las sierras de Córdoba y estar allí seis meses sin que nadie los descubriera, “aprender a alimentarse, aprender cómo debían armarse”. A los seis meses “ya bajan y toman un pueblito, y entonces, mientras cuatro compañeros van y asaltan la comisaría y se llevan las armas, el resto va a la plaza y habla uno de ellos y habla sobre lo que tiene que ser una revolución latinoamericana”. Una vez realizado el acto, los revolucionarios debían subir a las sierras. “Es el momento en que los diarios burgueses van a dar su título principal” anunciando “guerrilleros en Córdoba”.
Según el Che, “la juventud revolucionaria argentina y de todos los lugares empieza a marchar hacia Córdoba. Entonces ya son 70, son 100, son 150 jóvenes. Y van llegando más”. Cuando son 200 “ya bajan y toman un pueblo mayor”, se adhieren otros jóvenes revolucionarios… entonces son 500, 600, 700, “y vuelven a su escondite, y así hasta que logran tomar una ciudad más importante y logran mucho armamento, armas para todos, son 2.000, y ya bajan definitivamente. Es el momento en que la clase trabajadora hace un paro general en todo el país. Paraliza todo y los compañeros guerrilleros toman los ómnibus, toman los camiones y se embarcan rumbo a Buenos Aires”.
Guevara prosigue: “En todo el transcurso del viaje, de las sierras cordobesas hasta Buenos Aires, sale la gente de las ciudades a aclamarlos porque las radios están hablando de eso. Llegan a la ciudad y se dirigen a la Plaza de Mayo, toman la Casa de Gobierno y se hace la revolución”.
Bayer relató que, una vez que explicó la metodología de la revolución, miró a los cinco jóvenes como buscando una pregunta. Bayer le explicó lo elemental: la Cuba de Batista no tiene nada que ver con la Argentina. “En la Argentina está el Ejército muy bien organizado, y los policías y la Gendarmería. Fíjese que cuando usted dice [que] en los diarios burgueses, al día siguiente que bajan por primera vez los guerrilleros, se titula con ‘guerrilleros en Córdoba’, inmediatamente va a empezar la represión”.
Como poniéndole un moño a su relato, Bayer cuenta que “el Che me miró con una infinita tristeza, tardó dos minutos en silencio, y contestó solamente con tres palabras: ‘Son todos mercenarios…’ y los demás miembros de la delegación argentina me miraron diciendo: ‘Claro son todos mercenarios’”.
Los jóvenes que esa noche participaron del cónclave no sospechaban que Guevara les expuso algunas de las ideas centrales de su manual “La guerra de guerrillas”, que estaba elaborando y que saldría ese año. Manual que traerían y regalarían en privado los integrantes del grupo de soldados cubanos que desfilaron por la Avenida del Libertador el 25 de Mayo de 1960, con motivo del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo. En ese manual se consideran algunos aportes de la revolución castrista: “1º Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército. 2º No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas. 3º En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo”.
En esa ensoñación de madrugada, el Che Guevara se olvidó de tener en cuenta que la dictadura de Batista no era lo mismo que el gobierno democrático de Arturo Frondizi. Que los militares argentinos tampoco eran “mercenarios”, como aquellos que él había enfrentado y “comprado” durante el combate de Santa Clara. Por otra parte, cuando hablaba de la clase obrera, Guevara se olvidaba de la raíz justicialista de ésta, tan adversaria del comunismo.
El relato de Bayer no es una simple anécdota. Es un anticipo de lo que vendría en otros países gracias a la “solidaridad revolucionaria cubana” y un engaño (uno más) para las naciones latinoamericanas, que no imaginaban en su real dimensión lo que se tramaba en La Habana. No reparó en que su metodología, con todo lo errada que resultaba, sería cumplida casi al pie de la letra en la década siguiente, aunque fracasó.
Las multitudes argentinas no siguieron a los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) después de la ocupación de Garín en julio de 1970. Y tampoco el pueblo tucumano se plegó a los miembros de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez, del PRT-ERP, entre 1972 y 1976. Y Montoneros tuvo su momento de esplendor hasta la llegada definitiva de Perón a la Argentina y fueron condenados. Sin embargo, muchos argentinos fueron asesinados por estas y otras organizaciones armadas de corte castroguevarista. Lo mismo sucedió en Venezuela, Uruguay, Chile, Bolivia, Perú, Colombia y otros países de Latinoamérica.
Una década más tarde, cuando Sudamérica -atacada por el castrismo y digitada desde Moscú- era un volcán y la Argentina ardía por todos sus costados, el PRT-ERP intento tomar el poder a partir de un “foco” revolucionario, no en Córdoba sino en Tucumán. Armó la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez y se lanzó a la lucha.
En el Jardín de la República comenzaba la acción armada rural: “Al iniciarse el gobierno peronista nuestro partido, previendo el rápido fracaso de la experiencia burguesa, no cesó en su actividad militar, orientada fundamentalmente contra las Fuerzas Armadas contrarrevolucionarias y las grandes empresas imperialistas”, escribió “Carlos” Mario Roberto Santucho a Hugo Irurzún, “capitán Santiago”, jefe de la compañía de monte en Tucumán (más tarde asesino del dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle en Paraguay).
Luego, Santucho le amplia los márgenes de la actividad guerrillera cuando dice que hay que “generalizar la guerra a otras regiones y sectores de la población que hasta ahora no han participado activamente, significa dar un salto que amplíe su desarrollo en lugares donde sus características geográficas brindan mejores condiciones para la construcción de una fuerza militar superior, capaz de enfrentar y aniquilar a importantes fuerzas del ejército enemigo.”
En otra carta –de las tantas que fue fueron abandonadas en refugios guerrilleros de la selva tucumana y cayeron en manos del Ejército Argentino- sin reparos, Santucho le aconseja a Irurzún: “Si el enfrentamiento es con conscriptos hay que tirar igual, salvo que hubiera seguridad de reducirlo sin lucha.”
Antes de iniciar su desplazamiento a Tucumán el gobierno de Juan Domingo Perón eligió una medida intermedia. Entre los días 19 y 26 de mayo de 1974 desplazo a fuerzas de la Policía Federal, al mando del comisario Alberto Villar (asesinado por Montoneros el 1° de noviembre de 1974) pero no obtuvo los resultados esperados. En el informe 40173/1 del 8 de junio de 1974, el jefe de la Quinta Brigada de Infantería afirma que “la Policía Federal no está instruída, ni entrenada, ni equipada, ni armada para efectuar operaciones sostenidas con efectivos de magnitud, pues su misión es combatir la delincuencia y obtener información y explotarla, basando su eficacia en la lucha singular de sus hombres aislados y no en la capacidad táctica de sus cuadros… los efectivos policiales no penetraron en el monte, ni lo batieron, limitándose a permanecer en proximidades de los caminos.”
La conclusión del extenso análisis llevó al general Luciano Benjamín Menéndez a opinar que “esta operación debió y pudo haber sido realizada por el Ejército, con los efectivos de la Guarnición Militar Tucumán.” Para el jefe militar “el ciclo de la lucha contra la guerrilla tenía tres partes: 1) Información para saber dónde están los guerrilleros; 2) Acción para detenerlos; 3) Sanción para evitar nuevas actuaciones.”
Ya para ese entonces, el 11 de agosto de 1974, el PRT-ERP intentó copar el Regimiento 17 de Infantería Aerotransportado en Catamarca, “en razón de contar con 4 soldados compañeros en el cuartel, uno de los cuales tenía días de guardia y participaría activamente” (según un análisis realizado por la guerrilla que cayó en manos de las fuerzas militares en Tucumán) y asaltó la Fábrica de Explosivos de Villa María, Córdoba, robando numeroso armamento y secuestrando al mayor Argentino del Valle Larrabure que pasaría un poco más de un año en una “cárcel del pueblo” hasta que su cuerpo apareció en un baldío de Rosario el 23 de agosto de 1975. Seguidamente, el 6 de septiembre de 1974, la organización armada Montoneros paso a la clandestinidad en abierta oposición al gobierno constitucional de la Señora de Perón.
Santucho ignoraba el documento militar firmado por Menéndez, pero el 18 de septiembre de 1974 anuncia durante una conferencia de prensa que su “ejército” dejará de aplicar las convenciones de Ginebra a sus prisioneros de guerra. Dos días más tarde, en la toma de la localidad tucumana de Santa Lucía, hizo fusilar a dos baqueanos que habían servido en los operativos realizados en mayo por la Policía Federal y en agosto por el Ejército. Uno era Eudoro Ibarra (29 años) y el otro Oscar Zaraspe (39 años).
Luego de más de un año de vigilar de cerca la presencia del PRT-ERP en Tucumán, se le ordenó al Ejército su intervención directa. El Poder Ejecutivo pasó a la ofensiva: El 5 de febrero de 1975, la presidenta constitucional Isabel Martínez de Perón firmó, en Acuerdo General de Ministros, el decreto Nº 261 que decía en lo sustancial: “El comando General del Ejército procederá a ejecutar las acciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”. Según el artículo 23 de la Constitución Nacional quedaron suspendidas las garantías constitucionales. En este contexto, el Ejército comenzó a operar en Tucumán a las órdenes del general de brigada Acdel Vilas.
El término aniquilar contenido en el texto trajo años más tarde discusiones e interpretaciones. Antonio Cafiero diría que “no era nuestra intención aniquilar a los subversivos, sino a la subversión. El subversivo debía ser tratado conforme a la ley. Por lo menos ese era el espíritu de nuestro gobierno.” Debería recordar que el presidente Perón, tras el asalto a la guarnición de Azul (enero de 1974), uso la palabra “exterminar” en su carta a los oficiales y suboficiales de la unidad: “Sepan ustedes que en esta lucha no están solos, sino que es de todo el pueblo que está empeñado en exterminar este mal y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros.”
Durante su intervención en Tucumán el Ejército no sólo iba a combatir contra guerrilleros argentinos, sino también extranjeros. Había unos pocos europeos y estadounidenses, pero la mayoría como veremos eran latinoamericanos pertenecientes al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) de Chile, el ELN (Ejército de Liberación Nacional) de Bolivia y MLN-T (Tupamaros) de Uruguay. Todos unidos en la JCR (Junta Coordinadora Revolucionaria, fundada el 13 de febrero de 1974).
Hacia fines de noviembre de 1974, antes de la llegada del Ejército, la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez del ERP, recibió refuerzos de acuerdo a uno de los tantos informes que se le escribían a su Estado Mayor: “Se envió un nuevo refuerzo de 10 compañeros e ingresaron alrededor de 40 obreros y campesinos de la zona, con lo que la Compañía llegó a contar con 62 combatientes. Debido a una serie de errores políticos y algunas detenciones, la Compañía no se consolidó internamente y se produjeron alrededor de 20 pedidos de baja. Con la fuerza restante se inició la campaña en el mes de enero (1975), tomándose varias poblaciones sin enfrentamientos debido a las mínimas fuerzas policiales existentes que no hacían resistencia.” Lo reconoce el PRT-ERP, Tucumán parecía estar abandonada, dejada a la mano de Dios.
“El 9 de febrero -1975, sostiene un documento del ERP- el enemigo inició un nuevo operativo militar con una fuerza de tarea nucleada en torno a la V Brigada de Infantería de Monte (3.500 hombres)” y, como veremos, otras unidades.
Comenzaba ahora un combate a través de dos planos. El primero, cuerpo a cuerpo, con combates a cielo abierto. El otro, tan efectivo como el primero, a través de sus cuadros de Inteligencia. Como veremos, los dos contendientes contaban con equipos de Inteligencia y fuentes en todos los niveles.
(Mañana, la segunda parte de este informe: la inédita y comprometedora documentación secreta del PRT-ERP que cayó en manos militares en Tucumán)
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