Hubo un tiempo en que Hugo Sosa Aguirre, alias La Garza Sosa, caminaba por las calles de San Telmo, con pantalón de vestir, zapatos, camisa y campera de cuero, y más de uno lo saludaba, le pedía un autógrafo o una foto.
No solo eso: se sentaba a comer en un restorán -su favorito era el mítico Pippo, que por esos días anunció su cierre por la pandemia-, y los mozos le preguntaban sobre sus anécdotas delincuenciales. El ex delincuente -que pasó gran parte de su vida en sucios pabellones por distintas cárceles del país- en 2011 hasta se sentó en el sillón tapizado en chenille blanco en el living de Susana Giménez.
Invitado por el estreno de la película El túnel de los huesos, inspirada en una crónica de Ricardo Ragendorfer en la que Sosa era uno de los protagonistas, aprovechó para decirle a Susana fuera de cámaras:
-Seguís siendo la que me enamoró en La Mary. Por vos me hubiese peleado con Monzón.
Ella sonrió, pero luego en el aire, después de la entrevista -en un programa que midió 12 puntos- le dijo:
-Garza, fue un gusto conocerlo... no, no fue un gusto- se atajó Susana, cuya contradicción quedó en evidencia.
Sosa logró la libertad el 8 de noviembre de 2006.
“Está limpio, labura, se levanta temprano y todo le cuesta el doble porque pareciera que el pasado lo condena”, dice uno de sus allegados.
Sosa entró en la leyenda del hampa como uno de los delincuentes más pesados y a la vez “románticos”.
Para su barrio, La Cañada, en Quilmes, fue el Robin Hood que les robó a los ricos y repartió parte del botín con los más pobres.
La Justicia cree que fue el lugarteniente del Gordo Valor, líder de la Superbanda, y que juntos robaron más de 50 camiones blindados. Se fugó al menos cinco veces de la cárcel.
El mito de su figura delictiva se agiganta en el universo del hampa cuando dicen que desde un puente le disparó a la Policía con una ametralladora en la mano derecha y una pistola en la izquierda.
Él niega todo eso.
Confiesa que fue un pistolero duro, pero con códigos.
“Ni la Madre Teresa, ni un monstruo”, suele decir este hombre que estuvo preso 12 años y jura que nunca volverá a robar porque se lo prometió a su familia.
“Transé con el Diablo”
Al principio dio notas en el lavadero de autos de Quilmes que manejaba, luego se dedicó a buscar talentos en el fútbol infantil, inauguró un bar donde se organizaban recitales y al final entró a trabajar en el gremio de petroquímicos.
No solo fue el primer delincuente en ser invitado de la ex diva de los teléfonos. También inauguró un festival literario llamado Buenos Aires Negra, al que fue convocado por el escritor y guionista Ernesto Mallo.
Por esa época, cuando estaba libre y escribía sus memorias hasta ahora jamás publicadas (y que reflejaban con su visión un mundo fascinante desde las entrañas del delito, al que entró cuando tenía 12 años para “ayudar” a sus padres), tuvo un encuentro de camaradería con Andrés Calamaro. El músico siempre se jacta de tener amigos toreros y bandidos y de nutrirse, unos a otros, de historias que inspiran canciones, artículos, libros y charlas, en lo que predomina el relato oral y coral.
Daba la impresión, por todo lo antes enumerado, que la reinserción social para el ex peso pesado de la superbanda, el grupo criminal que robaba bancos y blindados en los 80 y 90, había dejado de ser una utopía. La nueva vida con su esposa y sus hijos la podía palpar.
Se ilusionaba con dejar la vida turbia.
Pero algo pasó.
Y La Garza Sosa, o Cacho, como lo llaman sus ex compañeros de andanzas, volvió a ocupar las páginas policiales desde octubre de 2013.
El primer hecho, aunque no tuvo nada que ver, surgió a partir de la detención de su hijo mayor, quien fue acusado de hacer salideras en moto junto a una travesti.
Los pesquisas, acaso por portación de apellido, sospecharon que detrás de esa banda podría estar su padre. Lo investigaron y no encontraron ningún indicio.
En Neuquén, ese año, un ladrón de blindados, dijo que trabajaba para La Garza.
“¿Sabés cuántos están haciendo cosas malas y me nombran a mí?”, se defendía el ladrón que supo tener dinero para pasar varias noches en un hotel cinco estrellas, pero terminaba durmiendo bajo un puente, en un Fitito.
En marzo de 2014, lo demoraron otra vez.
Estuvo en una comisaría de Paraná porque fue detenido mientras jugaba en las maquinitas tragamonedas. Pero los videos de las cámaras de seguridad, según los encargados del lugar, más que como un apostador lo muestran con otras intenciones.
“Haciendo inteligencia para averiguar los movimientos de los camiones de caudales”, dijo una fuente. Pero lo liberaron.
Sobre él tejieron leyendas que probablemente sean falsas: una de ellas es que robó un hipódromo como en la película Casta de malditos, de Stanley Kubrick.
Una que no es leyenda: se escapó de la cárcel para ir al nacimiento de su hijo, a quien bautizó Lucky, por el gánster Lucky Luciano.
Pero sus detenciones, muchas de ellas confusas, siguieron.
El 3 de septiembre de 2015 fue detenido en un comercio llamado Fantástica, situado en Larrea entre Lavalle y Tucumán, en Balvanera, acusado de extorsionar a una mujer a cambio de los datos de uno de los encargados del local. Como la mujer se negó a dárselos, según él, le dijo que sabía cosas que la podían comprometer.
Lo detuvieron en la comisaría 7ma y la sospecha es que trabajaba para lograr que los morosos incobrables pagaran sus deudas, pero fue liberado y él lo negó, más allá de que le encontraron, de acuerdo con fuentes policiales, una carpeta con fotos de la encargada del local y su familia y se investiga si es lo que utilizó para cometer una extorsión.
Uno de los últimos episodios ocurrió en 2017 en Roca, Río Negro, donde estaba radicado.
Una tarde, en marzo, según los testigos salió de su casa -donde había roto unos caños de luz- y se puso en medio de la calle a gritarles a los peatones y a romper autos con un palo.
Cuando llegó la Policía, agredió a un uniformado. Lo imputaron por daños y resistencia a la autoridad y lo internaron porque, al parecer, sufrió un brote psicótico.
En la misma ciudad lo habían detenido un año antes por averiguación de antecedentes. Él siempre dijo que trabajaba en el sindicato de la Federación Argentina de Trabajadores de Industrias Químicas y Petroquímicas.
Ante los Tribunales declaró: “No recuerdo lo que hice, pido perdón. Ni quiero recordarlo. Vine a vivir acá, vine a morir acá”, dijo con la voz quebrada y signos de arrepentimiento.
En las últimas elecciones se lo vio, según refiere el diario Río Negro, haciendo inteligencia en una marcha.
Sus detractores creen que todo estos años en libertad buscó dar el último golpe o estuvo en las sombras de algunos robos. Pero él lo desmiente.
“Ahora trabajo en blanco. No estoy de acuerdo con el delito de ahora”, le dijo al autor de esta nota.
“No me arrepiento de nada de lo que hice porque si no sería una persona que no tuvo códigos ni principios. Sigo teniendo los mismos códigos y principios, ando solo por la calle y no le debo nada a nadie. Mi vida anterior terminó, y la de ahora no está nada mal. Cuesta ganarme el mango, pero vivo tranquilo, como cualquier hijo de vecino. Me costó mucho reintegrarme a la sociedad. Ahora no se me cruza por la cabeza hacer nada que no sea positivo para mi familia”.
“Nuestra generación era más romántica, aunque no éramos Gandhi. Soñábamos con la lancha o con la Ferrari para tomarnos el palo, aunque nunca la tuvimos”.
Sosa se crió en Tucumán, entre la leyenda del Pomberito y pisos de tierra.
Soñaba con ser actor de cine, como Jorge Salcedo. Su película favorita era Apenas un delincuente. Limpiaba botas y con unos pesos iba a la función continuada a ver varias películas.
Y se hizo ladrón a los 12 años, según él cuando vio el hambre que pasaban sus padres. Le robó el monedero a una anciana, en una feria de Quilmes.
Fue un camino de ida.
Llegó el primer viaje en tren a Buenos Aires, una vida dedicada al delito, golpes, tiroteos, cárcel, motines, fugas, la libertad y un deseo casi imposible:
-Devolverle lo que le robé a esa viejita.
-¿No está tentado con volver a robar? Un último golpe.
Sosa responde con rapidez. Y dice una frase que lleva su sello:
-Los ladrones somos como los yogures. Tenemos fecha de vencimiento. Y yo para el delito, estoy vencido hace rato.
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