“Convivo con la incertidumbre. ¿Cuándo voy a poder volver? ¿Cuándo voy a ver de nuevo a mi marido? Tengo miedo que perdamos todo lo que dejamos en Nueva Zelanda. Son muchos años de estudio, trabajo y esfuerzo… No quiero que de un día para el otro nos quedemos sin nada”, asegura Belén María Macchiavello (28) desde la casa de sus padres en Don Torcuato. Está varada en la Argentina a la espera de la autorización a volar e ingresar a Nueva Zelanda, dónde vive hace casi seis años.
Su aventura kiwi empezó como la de muchos. “Me fui a hacer una experiencia work and holiday en diciembre del 2014. Se suponía que volvía en marzo, para retomar la carrera. Estudiaba publicidad y trabajaba de fotógrafa en boliches y como recepcionista en un consultorio”, detalla Belén. Se fue con una de sus primas, vivió dos semanas en Raglan y después se instaló en Mont Maunganui, en la Isla Norte, a dónde la esperaban para juntar kiwis en el campo de Te Puke. “Mi tarea consistía en tirar los que ya no servían. Pero esa temporada no hubo tanto trabajo, entonces no pudimos ahorrar, ni viajar. Así que decidimos posponer la vuelta y quedarnos tres meses más. No me pareció grave atrasarme medio año de facultad. ¡Nunca imaginé como cambiaría mi vida con esa decisión!”, agrega.
Hardeep Singh –que para todos es Deepa y hoy tiene 34– era su supervisor en el campo. “Me invitaba a salir, pero yo tenía muchos prejuicios. Indio… Comía y se vestía diferente. Era muy flaquito… Yo más grandota. Lo negaba tanto que mis amigos argentinos me decían: ‘Vas a terminar casada y con hijos de Deepa’. ‘No hay chances’, les contestaba. Llegué a decirle que estaba saliendo con alguien para que deje de insistir”, recuerda entre risas. Hasta que después de cuatro meses de evitarlo hubo un punto de inflexión… ¡Un clásico!
“Cachaí que el indio que está allá me pidió mi número de teléfono. Quiere salir conmigo”, le comentó una chilena a Belu –no se la bancaba mucho– mientras juntaban kiwis. “Me enloquecí. Fui a buscar a Deepa y le dije: ‘Si me pedís el teléfono a mí, ¡me lo pedís solo a mi!’. Y empezamos a salir… Quise darle una chance”, cuenta Belu y agrega que hasta el día de hoy su marido le niega haberle pedido el número a la chilena. Como fuera, compartían el trabajo, el grupo de amigos, las salidas y Belén se enamoró. “Era muy atento a si yo necesitaba algo, muy relajado y muy bueno. Sigue siendo… Me gustó su sencillez. Los chicos argentinos son más histéricos”, señala Belén.
Cuenta que Deepa es de Chandigarh, al norte de la India. Como muchos otros indios –”no hindúes, que hace alusión a la religión”– estudió mucho inglés y sacaron un préstamo para que pudiera estudiar en el Exterior. Algunos se van a Canadá o Australia; él se mudó a Nueva Zelanda. Llegó en abril de 2014 para formarse en Administración de Empresas. Alquilaba un departamento con amigos y trabajaba en los campos de kiwis.
“Me mudé con él y viví tres años entre indios. Primero fue por tres meses, después tres más y así… Todo de a poco. Hasta que logramos tener nuestra casa en Mont Maunganui. Además, me dieron visa de trabajo. Fui supervisora y los últimos dos años tuve un ascenso: me encargué de contratar gente y entrenarla para trabajar en el campo. Siempre en Te Puke. Mientras que Deepa hizo un posgrado y ahora también tiene un buen puesto”, cuenta Belén, que todo este tiempo viajó al menos una vez por año a nuestro país para visitar a su gente.
“Deepa vino a Buenos Aires por primera vez hace un tiempo, para el casamiento de mi hermano. Fue fugaz, pero divertido. Y yo fui a la India en diciembre de 2017 porque se casaba un hermano de él. ¡Fue genial! Viví con su familia. Yo ya estaba acostumbrada a los indios, pero ellos no a mi. Venían a sacarse fotos conmigo”, apunta. Además, aclara: “Mucha gente cree que los indios son todos hindúes o musulmanes. ¡Nada que ver! Deepa es Sikh, pero no es practicante. Creen en los maestros. Por otro lado, son muy afectivos y familieros. Habla todos los días con su mamá. Los hombres son muy sensibles. Se pelean entre ellos y se ofenden”.
UN VIRUS INTERNACIONAL
Amy, la hija de ambos, nació en Nueva Zelanda el 22 de julio del 2019 y además tiene ciudadanía argentina. Ellos primero hicieron la unión convivencial y después, en febrero, se casaron por civil para casarse por Iglesia y que Belén cumpliera un deseo de siempre. Pusieron fecha para el 28 de marzo en Argentina. “Vine con Amy el 16 de febrero para terminar de organizar todo. Cuando se empezó a hablar de la pandemia, me desesperé y le dije a Deepa que adelante su venida. Tenía fecha para el 22 de marzo y llegó el 15. Justo cerró todo y empezó el caos”, se lamenta.
A Belén le costó mucho aceptar que tendría que suspender su casamiento. Primero pensó en reducir el número de invitados. Después, en evitar los saludos y el baile… Cuando la llamaron del salón para decirle que tendría que posponerlo, ella pensó en hacer la fiesta en su casa. El 17 de marzo, dos días antes de que se decrete la cuarentena, aceptó la suspensión.
Además, ese mismo 19 de marzo Nueva Zelanda prohibió la entrada de inmigrantes. Sólo podían volver residentes y ciudadanos. “Nosotros tenemos visa de trabajo, pero aún no la residencia. Es difícil obtenerla. Te exigen un buen puesto. Nosotros ahora lo tenemos, cobramos un buen sueldo y Deepa tiene un posgrado… Teníamos fecha para aplicar a la residencia justo ahora, en septiembre. Pero el Covid-19 atravesó nuestras vidas”, agrega.
Mientras tanto, Belu y Deepa siguen pagando los 600 dólares semanales del alquiler de su casa. “Todas nuestras cosas de valor están allá. Y la ropa de invierno de Amy, por ejemplo… Tuve que salir a comprarle abrigo en un supermercado. Acá todo estaba cerrado”, asegura. Y agrega: “Por suerte, un amigo argentino se quedó viviendo en mi casa, que está en el campo. Es de gran ayuda. Corta el pasto y la mantiene. Si no fuera por él, no sé que sería de mi casa”.
Como si todo esto fuera poco, antes de que expirara la visa de visita Deepa –después de tres meses–, optaron por que volara a la India. Migraciones de Argentina no atendía para extendérsela. Y quedarse como ilegal complicaría su entrada a Nueva Zelanda. Voló el 5 de julio, después de sacar un pasaje carísimo y con mil escalas orquestadas por la Embajada de India en nuestro país. “La despedida fue muy triste. Amy busca todo el tiempo a su papá. Me cuesta que se adapte a su ausencia. Cumplió un año el 22 de julio e hicimos videollamada, como todos los días. Es difícil estar acá, con el horario de la India y un ojo en mi casa en Nueva Zelanda. Estoy en tres países al mismo tiempo”, asegura Belén.
¿Las perspectivas? Que Nueva Zelanda los autorice a volver después de las elecciones legislativas de octubre. “No quieren perder votos por un par de inmigrantes. Los que quedaron allá están en la gloria. Tuvieron sólo siete semanas de cuarentena y pocos infectados. Jacinda Ardern, la primera ministra, manejó muy bien las cosas en ese sentido… Pero hay controversia por los miles que quedamos afuera, cuando vivimos y trabajamos allá. Todos los países del mundo abrieron las fronteras para casos como el nuestro, menos en Nueva Zelanda”, explica Belén que, como todas las semanas desde hace meses, completa la aplicación con su historia, contratos y documentación, a través de la página de inmigraciones del país dónde vive hace casi seis años.
Claro que además hace falta que Argentina estabilice sus vuelos internacionales. En las condiciones actuales, la opción es, por ejemplo, volar durante 60 horas con escalas en Perú, Panamá y Los Ángeles. “Tengo esperanzas de volver después de las elecciones. Tenemos una visa válida y allá está nuestra casa. Mucho más no puedo esperar. Espero que sea pronto”, se ilusiona.
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