“Cuando corro lo siento en el corazón”, explica Mariana Belén Rojas (28), con las dos manos en el pecho. Vestida con ropa deportiva, zapatillas y medias blancas, trata de expresar lo que vive cada vez que está en movimiento. “Es mi cable a tierra, como una terapia…”, refuerza su fanatismo por el running.
Enchufa la cinta de correr que está ubicada en el living de su casa en Gregorio de Laferrere. Se sube, y se para en los laterales. Aprieta el botón de encendido, espera unos segundos que la correa empiece a rodar y se deja llevar. Puede estar así unas dos horas por día.
“La primera vez que pisé la máquina casera lloré. ¿Sabés lo que es no poder correr y estirar las piernas durante dos meses y después subir a algo que hice con mis manos propias? Fue totalmente emocionante”, relata.
La cinta hace bastante ruido. Tanto, que la música electrónica que pone de fondo no lo puede disimular. Pero en su casa, nadie se queja, le respetan su momento de entrenamiento. “¡Vuela! Hace un ruido terrible, tiene defectos pero para mí es perfecta”, dice.
Mery -como la conocen en el barrio- es estilista a domicilio, y da clases de peluquería. Tiene un hijo de 10 años y seis hermanos. Una dulzura única en la mirada que deja entrever una fuerza interior notable. Es el sostén de su familia, que desde marzo vive de sus escasos ahorros. “Los dos primeros meses fueron duros porque hemos pasado muchas cosas en la familia. Como a todos, nos tocó remontar una situación difícil para salir adelante, porque yo dejé de trabajar completamente”.
Para sobrevivir, hacen malabares. Pero Mery no se detiene, con la huerta que armó en su patio lanzó un empredimiento online: de viandas: mery.comida.saludable. ”Con eso no nos falta para comer, y así vamos tirando”, admite. Aunque esta joven quiere volver a retomar sus actividades habituales de manera estable. “Necesito trabajar. Ganas e ideas no me faltan... así que algo va salir”.
Correr para ella es su cable a tierra, lo único que le calma su ansiedad, la mantiene en eje, y mitiga la carga de no estar desempleada.
“¿Qué puedo hacer cuando no puedo hacer lo que más gusta?”, se preguntaba esta runner. Cada día de pausa obligada por la cuarentena se hacía más largo y tedioso. El mundo del atletismo le cambió la vida. Y construir su cinta en el patio de su casa, también.
Todo empezó en junio. En plena tarea de hacer orden de su casa, encontró el motor y las correas de un viejo lavarropas. “Primero lo miré fijo por un rato, y en un segundo se me prendió el foquito, y dije: ’con esto voy a construir mi cinta’”.
Hizo un poco de investigación previa, juntó bastante determinación y el resto lo puso su mano, heredada de un padre maestro mayor de obras. Mery no perdió el tiempo. “Agarré una birome y papel, y empecé a diseñar la estructura”, recuerda. Vio muchos tutoriales en Youtube. Muchos, no sabe cuantos, y así siguió tomando nota. Como una especie de manual de fabricación, lo tiene todo anotado en hojas rayadas sueltas: las medidas, los materiales y los detalles técnicos de Cintanaitor 6.0, como la bautizó, en alusión a la película Terminator y la potencia del motor del lavarropas.
“Fui ensamblando las piezas, pero algo no funcionaba bien. Entonces empecé a reemplazar esas cosas defectuosas por piezas que fui comprando por internet, y otras que me llegaron por donaciones de conocidos“. Pero claro siempre faltaba algo.
Entre que consiguió los materiales necesarios y pudo fabricarla hacerla tardó unos dos meses. El proceso no fue nada fácil. Llevó esfuerzo económico y físico: casi le cuesta un ojo, y no es una metáfora. ”Me saltó una astilla de metal cuando estaba con la moladora en el ojo izquierdo, terminé en la guardia oftalmológica con un parche por dos días. Me recuperé y volví a la construcción”.
En total gastó casi 28 mil pesos. Una nueva puede llegar a los 150 mil. “Sin trabajo, y sin ingresos desde el inicio de la cuarentena, era imposible comprar una profesional, pero no iba a perder todo el trabajo de entrenamiento que vengo haciendo desde hace un año”, admite.
Ahora puede hacer su rutina física diaria en el medio de su living. “Pongo música motivacional en la tele, la prendo y me subo… Mi mamá y mis hermanas se encierran en sus piezas. Me devolvió la alegría”.
Su invento casero fue furor entre los vecinos, y en la comunidad runner. Incluso le ofrecieron crear máquinas para particulares en el interior. “Las podría hacer sin problema aunque necesito un sponsor para poder comprar los materiales”.
El renacer de Mery
Correr, como ella lo define, no le llegó de una manera casual. Hace cuatro años, Mery decidió hacer un cambio radical en su vida. “Pesaba casi 25 kilos más que ahora. Con veintipico de años tenia hipertensión, calculos en la vesícula e hígado graso. Un día me mire al espejo y dije “¡basta!”.
Decidida a ir por una transformación saludable, comenzó a llevar una alimentación baja en grasas, se anotó en clases de baile, crossfit, hasta que su profesora de gimnasia la invitó a ver una maratón. “Vi eso y me fascino. La gente preparándose, la motivación, el espíritu, la constancia…”
Rápidamente se puso en contacto con un profesional y se metió de lleno en el estilo de vida runner. Desde ese día no paró. Ya perdió la cuenta de la cantidad de kilómetros que lleva recorridos: carreras atléticas y de calle de 5k, 10k. 15k. Está federada. Para este 2020 tenía varias carreras programadas que piensa retomar el próximo año. “Venía de un año lindo, con buenas marcas”.
Imparable, quiere llegar a los Juegos Olímpicos para representar a la Argentina. “Sé que lo voy a lograr”.
Fotos y video: Matías Arbotto, y Lihuel Althabe
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