La vida después de los ochenta: la conmovedora historia de dos adultos mayores que toman clases de actuación por zoom

Cada martes a las once de la mañana, Raquela de 85 años y Eduardo de 82 prenden sus computadoras para participar de un taller digital de actuación. “A nuestra edad nos viene muy bien”, indicó él. “Nos damos cuenta de que estamos vivos”, precisó ella. El círculo de la vida de dos abuelos que debieron apagar su faceta artística en la adolescencia

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Desde julio del año pasado estuvieron ensayando para la obra "Romeo y Julieta en alpargatas" que finalmente estrenaron el último 5 de diciembre. En la foto, Eduardo junto a una de sus compañeras de actuación
Desde julio del año pasado estuvieron ensayando para la obra "Romeo y Julieta en alpargatas" que finalmente estrenaron el último 5 de diciembre. En la foto, Eduardo junto a una de sus compañeras de actuación

Hubo una competencia de rock nacional en 1954. “Pedro y sus rockers” llegaron a la etapa final que se disputó en el Luna Park. Terminaron en la tercera posición. Eduardo Resnik lo recuerda con nostalgia. Tenía 17 años y un histrionismo desbocado. Canalizaba la rabia de su juventud en el rock y en la actuación. Por entonces también tomaba clases de teatro. Dejó porque tuvo que prestar el servicio militar obligatorio. La conscripción diluyó su faceta artística y disolvió a su grupo de farra. No volvió a subirse a un escenario hasta el año pasado.

La parábola en la vida de Raquela Fisch tiene un paréntesis similar. Hija de padres polacos que se escaparon de su patria previo al despertar de la Segunda Guerra Mundial, nació en Santiago del Estero en 1935. En la escuela primaria protagonizaba cada representación artística. En la escuela secundaria era la primera en ofrecerse para recitar discursos. Se recuerda feliz arriba de una tarima o un escenario. Un amigo que trabajaba en la radio le facilitaba los boleros de época. Ella se la pasaba cantando toda la mañana. Quería aprender actuación pero en su provincia, en la década del 40, no había quién lo enseñara. Quería cantar pero para su madre si la actividad no era redituable, no hacía falta que lo hiciera. No volvió a actuar hasta principios de siglo.

Eduardo tiene una organización de seguros, vive en Caballito y desde el año pasado volvió a estudiar actuación: había dejado el taller cuando tenía 21 años
Eduardo tiene una organización de seguros, vive en Caballito y desde el año pasado volvió a estudiar actuación: había dejado el taller cuando tenía 21 años

Eduardo y Raquela se conocieron en 2019. “Él es nuestro tesoro”, dijo ella. Él es el único hombre de “los mocosos de sesenta”, un grupo de ocho adultos mayores de sesenta años que estudian actuación en la escuela de teatro “El Alma al Arte”. El único requisito es que tengan más de seis décadas de vida: todos tienen más de siete. Eduardo 82, Raquela 85. También hay una mujer de 90 años y, como todos, cada martes a las once de la mañana le dedica dos horas a una clase de actuación por zoom.

Eduardo fundó una organización de seguros con 54 años de vigencia. Hace dos años había incursionado en otra asignatura pendiente. Tenía ochenta cuando se inscribió en DeporTea para estudiar periodismo deportivo, como uno de sus siete nietos. Duró cinco meses porque no podía seguirle el ritmo a sus compañeros. Su espíritu no se desmembró. Casi por casualidad recuperó el mismo entusiasmo. Una de sus tres hijas es actriz: hizo propagandas en televisión y también trabajó con Florencia Piturro, la directora de una escuela de teatro. El día que fue a ver una obra suya resurgió el cosquilleo que las obligaciones habían anestesiado. “Cuando vi actuar a mi hija se me movió el piso. La agarré y le dije que yo quería eso. Me contó que estaban formando un grupo de gente de mi edad y me metí”, recordó.

Por zoom son ocho los participantes. Antes, cuando se podía, eran once en las clases presenciales. El único hombre fue siempre Eduardo. "Para nosotros que apareciera un hombre fue un milagro. No sé por qué no se animan, no son caraduras como nosotras", dijo Raquela
Por zoom son ocho los participantes. Antes, cuando se podía, eran once en las clases presenciales. El único hombre fue siempre Eduardo. "Para nosotros que apareciera un hombre fue un milagro. No sé por qué no se animan, no son caraduras como nosotras", dijo Raquela

Raquela tenía 18 años cuando se fue de Santiago del Estero. Su hermana, que se había instalado en el conurbano bonaerense, la invitó a vivir con ella. La ilusionaba la idea de progreso. “Vivía en la capital de la provincia. No era lo mejor pero cuando me llevó a Caseros a vivir en una calle llena de barro, le pregunté ‘¿a dónde me trajiste?’”, retrató. Se había graduado de perito mercantil: “Buscaba oficinas para trabajar pero nadie me quería si no tenía práctica ni nada. Era una santiagueña pajuerana pidiendo trabajo en la ciudad”.

Se casó con un médico. Empezó a estudiar óptica y contactología. Iba desde San Miguel a la Universidad de Farmacia y Bioquímica, en el centro porteño, para formarse. Pudo fundar una óptica. Tuvo tres hijos y se dedicó a criarlos. El tiempo pasó, dejó la óptica, sus hijos crecieron, se emanciparon y ella consiguió la estabilidad económica, el sostén familiar y la disponibilidad temporal suficiente para saldar su deuda: estudiar actuación. Ya había participado en varios cursos de tercera edad: guitarra y lectura de cuentos, entre otros. Tenía más de sesenta años. Estuvo en varias escuelas antes de recalar con sus amigas de escena en “El Alma al Arte”. Había pensando en bautizar el grupo “asignatura pendiente”.

EL ALMA AL ARTE

“Eduardo es un galán -describió Florencia-. Es el hombre del grupo. Siempre atento, piropeando y haciendo chistes a sus compañeras y a las profes. Medio ‘ladri’ a veces con las tareas, pero lo perdonamos”. Él mismo reconoció que se empilcha de ocasión y a las 10:30 ya está sentado frente a la computadora. “Raquela se pone coqueta -acotó su directora-, prepara sus vestuarios para las clases y le ordena a su familia que ni se les ocurra llamarla los martes a las 11 porque tiene teatro. La clase la hace desde dos computadoras, una grande de escritorio desde donde nos mira, y otra de costado, la que nosotros llamamos ‘la computadora chiquita’, desde donde tiene la cámara que la filma”. La conexión doble se la enseñó uno de sus nietos, de profesión analista en sistema.

Eduardo es “Nardito” para sus compañeras. Raquela es la “rubia Mireya” por su más emblemática representación. “Hacemos gimnasia, expresión y muchas improvisaciones. Sacamos los que todos tenemos dentro. A veces en la vida hay cosas que no fluyen, pero acá fluye todo. Hasta yo me sorprendo de las cosas que hago”, comprobó Eduardo. El taller ofrece un espacio de juego teatral con actividades e instancias adaptadas. “Trabajamos a partir de improvisaciones y textos dramáticos y poéticos. Realizamos propuestas lúdicas para la construcción de personajes y tomamos como punto de partida fotos, anécdotas, canciones y recuerdos de su propia vida. Es mucho más que un taller de teatro, es un lugar de encuentro, de expresión y de revivir sus historias poéticamente”, definió Florencia.

“A mí me encanta, ¿qué te puedo decir? No me inhibo nada, puedo hacerte cualquier cosa”, confesó Raquela
“A mí me encanta, ¿qué te puedo decir? No me inhibo nada, puedo hacerte cualquier cosa”, confesó Raquela

El grupo se formó el año pasado. El coronavirus, la pandemia y la cuarentena obligó la reconstrucción del taller, desde aquel marzo de 2020. El formato zoom para personas de más de setenta años costó menos de lo imaginado. “El teatro es lo más lindo que hay -dijo Raquela-. Nos entretenemos, nos ponemos al día, nos damos cuenta de que estamos vivos. Es algo que espero toda la semana. Hasta que no pueda más voy a seguir haciendo teatro”. La misma sensación causó en Eduardo: “A mi edad me hace muy bien. Cuando algo te gusta, el placer se siente”.

El jueves 5 de diciembre de 2019 a las 21 horas estrenaron en el Galpón Artístico de Caballito, sobre la avenida Avellaneda, la obra Romeo y Julieta en alpargatas. Actuaron a sala llena: las más de 200 personas que los vieron moverse lentos y seguros, los aplausos permanentes, las risas constantes fueron un regocijo. “Fue emocionante, una sensación muy agradable. La pasamos recontra bien. Al final de la obra, mi hija hizo de locutora. Yo no lo sabía. Me conmovió. Fue una obra un poco difícil porque tenía que subir y bajar la escalera varias veces. Pero fue muy divertido”, recordó Eduardo.

Parte del grupo de mayores de sesenta de la escuela de actuación "El Alma al Arte". Ahora, por la pandemia, las clases se hacen por zoom todos los martes a las once de la mañana
Parte del grupo de mayores de sesenta de la escuela de actuación "El Alma al Arte". Ahora, por la pandemia, las clases se hacen por zoom todos los martes a las once de la mañana

Él era un churrero marplatense que fue forzado a actuar de Romeo por la insistencia de un grupo de turistas que quería participar de un concurso para ganarse un alojamiento en un hotel pituco. Las Julietas eran varias porque las actrices eran varias. En el final de la obra, con la muerte de los protagonistas, sus compañeras le iban poniendo sillas para que la secuencia de la caída de Romeo fuese tenue y delicada. La situación provocó risas generalizadas. También cuando, en un gag, Eduardo tuvo que negarle el beso a una de las Julietas “porque mi señora está en la sala”. La ovación del final dejó caer algunas lágrimas. “Fue increíble, algo que nunca me imaginé que iba a volver a sentir”, acreditó Eduardo, actor, bailarín de rock y asesor de seguros. “Fue una emoción y una satisfacción muy grande. Un sueño cumplido”, afirmó Raquela, actriz de teatro de texto.

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