“Vuela alto mi niño”, lo despidió Cristina Castro Alaniz. Y le prometió, igual que la promesa cumplida de encontrarlo: “Tu bruja velará por ti, por justicia”. Y un abrazo sin fecha. Él le decía bruja. Y sabía que ella sentía un amor que no iba a vencerse.
Cristina enterró a su hijo, Facundo Astudillo Castro. Y, en el dolor más grande, encontró la mayor entereza. La de una madre que no aceptó el no, el encubrimiento, el papeleo, la burla y la injusticia. Cristina Castro hoy es una mujer con nombre propio y con un hijo muerto. Pero es, de nuevo en la historia argentina, una madre que nace a partir de la búsqueda de su hijo y que renace en la pelea contra la desaparición, porque el olvido nunca es una forma de despedirse.
“Le decían los negros de la vía”, le contó Cristina Castro a la periodista Adriana Meyer en una entrevista que se puede ver en YouTube, sobre la discriminación contra Facundo y sus amigos en la geografía donde la Provincia de Buenos Aires está al borde de la Patagonia.
No fue un exceso, una casualidad, sino un síntoma más de una policía que se llamó maldita en la tapa de la revista Noticias (en una nota que marcó a la Argentina, de Ricardo Ragendorfer y Carlos Dutil) y que tiene un puño racista contra los jóvenes pobres, para los que la inseguridad es la portación de su sonrisa.
“Decían que no había que ir a las vías porque estaban a los negros, les decían chorros y drogones, la gente del pueblo y la policía. Los chicos sufrían que sus mismos compañeros les hacían bullyng o los discriminaban”, enmarcó Castro.
No fue una vez o una desaparición inexplicable. Fue una y otra vez. Y no contra cualquiera, sino contra los que no pasan desapercibidos, los que no se camuflan, los que no se quedan quietos. En Argentina también, igual que las protestas que se encienden en el mundo con el lema #BlacklivesMatter (a partir del asesinato por parte de la policía de George Floyd), no todos los chicos son iguales, sino que se castiga sin ley a los que la piel expone orígenes afro u originarios, que no tuvieron que bajar de los barcos para habitar suelo argentino.
Cristina vive en una casa humilde, cerca de un galpón de ferrocarril, junto a vías muertas, en Pedro Luro, al sur de Bahía Blanca. El proyecto ferroviario de una argentina federal y productiva fue desmantelado y es un respaldo para muchos de los que no tienen respaldo. Y de las que, como Cristina, ponen el lomo cuando los padres están ausentes.
Las Cristinas son las que paran la olla, las que sufren y se alegran, las que ponen los límites y se desbordan, las que tiemblan y las que abrigan. Ellas no se borran. Están para las fotos, los bailes, los festejos, las tristezas y los goles de Boca. Son las que cuidan, son las que se enojan, son las que buscan y las que sufren. Son las madres presentes.
La maternidad tiene el peor de los contrastes en el miedo. Y en que educamos para tener miedo. Las madres de hijas sabemos que las preparamos para lo que no queremos: el miedo. Y peleamos para que el miedo no les opaque la vida. Las madres de hijos adolescentes también sabemos a qué le tenemos miedo y en qué preparamos a nuestros hijos varones. “No confíes en la policía, te pueden hacer algo”, les decimos en contra de la lógica que deshace la seguridad en abuso.
Es tan difícil que la libertad no se vuelva peligro, en vez de vuelo, si apenas dan una vuelta a la plaza relojean su cuerpo alto, su gorra, sus zapatillas, las cejas, el pelo negro o la piel, como si los prontuarios caminaran en un mapa de pibes que tienen su identidad mal vista.
Criar un hijo es decirle que no hable de más con la policía, que no crea que le van a creer y que se vaya. Facundo ya lo sabía. Nació perseguido por quien debía cuidarlo. Y su muerte, como la de Luciano Arruga y tantos otros, no puede quedar impune. Porque la imagen de Facundo forma un mapa de violencia institucional que crece cuando el poder se vuelve más fuerte e impune y los caminos se cierran.
Qué duda hay que, si la cuarentena es para evitar la muerte, la prepotencia policial es un obstáculo en una sociedad que no cumple reglas y que no tiene quien las haga cumplir sin romperlas. No hay forma de legitimar que para proteger la vida un pibe la pierda en el camino por el pecado de salir al camino en busca de su amor.
Cristina cree que a Facundo lo golpearon los policías que lo detuvieron cuando él intentaba llegar hasta Bahía Blanca para ir a lo de su ex novia Daiana, en el contexto más duro y estricto de la cuarentena. Facundo nunca llegó.
Cristina Castro no sabe de lujos, tampoco de bajar los brazos. “No me puedo dar el lujo de que Facu sea uno más”, dijo y peleó hasta encontrarlo. Ella denunció siempre la responsabilidad de la Policía Bonaerense.
“Mi hijo era peronista y defendía sus derechos. Y creo que a alguien eso no le gustó y se excedió. Eso pasó en Mayor Buratovich y ahí empezó su tortura”, le dijo al periodista de Infobae Fernando Soriano. Facundo era peronista, le gustaba discutir de política, admiraba a Estela de Carlotto y al Che Guevara. Militaba en Jóvenes por la Memoria.
Su madre no borra su dolor y siente bronca porque cree que lo mataron como a un perro. Lo sintió y se desplomó en un sillón. Lloró dos días. Y volvió a tomar fuerzas. Ella no dejó que la rabia la nuble, pero tampoco que la templanza legitime la impunidad, ni el encubrimiento.
Cristina tiene un nombre propio en una tradición de la política argentina cuando la singularidad hace mella. Pero su apellido, Castro, también la define. “Cristina” y aclaró “Castro” dijo el presidente Alberto Fernández en la entrevista en A dos voces, por TN, cuando contó que la llamó por teléfono y que no va a encubrir responsabilidades, pero que no sabe qué paso.
Cristina desconfía de la justicia y del Ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni. Ella exige que no tapen la realidad, ni la intenten callar o distraer. Dijo que sabe cuando alguien le miente y que cree en Alberto Fernández, pero su confianza no es un cheque en blanco, sino con exigencias.
Ella siente que la maternidad es un poncho que blinda y que quebrarse también es un lujo. Por eso llora sin rendirse. Y promete llevar a la cárcel a los asesinos de Facundo Astudillo Castro. La investigación continúa por desaparición forzada seguida de muerte. La justicia tiene que estar a la altura de una madre que no se rinde.
“¿Qué puede hacer una negrita que limpia baños en una estación de servicio?”, dijeron de ella. La respuesta no merece responder a la descalificación de quienes la subestiman. Su nombre ya es sinónimo de dignidad y de todo lo que puede hacer una madre para que la ausencia no arrebate hasta el dolor en los huesos.
Cristina es jefa de familia y trabaja en una estación de servicio de Pedro Luro. Antes le ofrecía agua a los policías. Ya no. Ella se describe: “Soy getona, son negra, soy rompe huevos”. Pero no admite que haya desaparecidos en democracia; ni que los pibes, de 17 a 24 años, estén en peligro o que haya suicidados por la policía.
“Fíjese señora lo que está diciendo porque está hablando feo de la policía”, la increpó un comisario cuando Cristina empezó a reclamar. “Fue al primero que le hice frente”, cuenta en el video de YouTube donde la entrevista la periodista de Página/12 Adriana Meyer.
“Yo voy a levantar la voz las veces que la tenga que levantar. Por mi hijo, si es necesario, voy a dar vuelta a la Argentina. No voy a dejar que Facu sea un desaparecido más”, se plantó cuando la fueron a buscar.
Cristina tiene 43 años, cuatro hijos y es abuela. Fue mamá a los 16 años. Ella perdió a su hijo Franco, que estuvo 45 días en neonatología y no salió. Franco cumpliría 27 años en noviembre. Y Facundo hubiera cumplido 23 años en agosto.
Ella le relató el duelo –que ahora se acrecienta- al periodista de Infobae Fernando Soriano: “Llevo el dolorcito en el alma desde que era muy chica. He aprendido a convivir con eso. El dolor es el mismo que ahora. Solo que en su momento yo era muy joven. Me deprimí, lloré, estuve mucho tiempo sin tener contacto con la gente. Después nació Alejandro y me di cuenta que tenía que salir adelante porque ya tenía otro hijo”.
Facundo salió de su casa, muy enamorado, a los 22 años, para ver a su ex novia Daiana, el 30 de abril. La policía le decía que “seguro está con la piba”, cuando su mamá quería denunciar la desaparición, le decían que se trataba de un chico de 22 y le dilataban tomarle la denuncia. Facundo le decía a su mamá “Bruja”. Ella no tiene poderes, pero no se dejo intimidar por el poder.
Él era de Boca y fue enterrado con una bandera azul y oro. El Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó que el cuerpo encontrado el 15 de agosto en Villarino Viejo era Facundo. “La policía bonaerense se cree Dios en Villarino porque no hay justicia federal y pueden hacer lo que quieran. Estaría bueno que haya otra cosa”, siguió Cristina en la entrevista con Meyer.
Y recalcó: “Hay chicos que los llevan, los cagan a palos y después los largan y no hay dónde denunciar. El hostigamiento policial es desde siempre”. En su cuenta de Twitter fustigó a periodistas que apelaban a la hipótesis del accidente y los mandaba a “sacarse la gorra”. Por eso, ella hizo bandera desde las redes sociales: “Ni un pibe menos”. Por su hijo y por los que no pueden faltar.
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