Es jueves 3 de septiembre y, desde hace seis días, Carla Morel está aislada en la habitación de un hotel en San Juan, provincia donde vive donde vive junto a su marido Fabián Armoa y su hijo, Manuel. Con custodia policial en la puerta, la ex jugadora de la Selección Argentina de Vóley, contesta el llamado de Infobae para relatar el infierno que atravesó su familia, luego de que su mamá de 84 años se contagiara de Covid-19 en el Hogar de Ancianos “Stella Maris” del barrio porteño de Caballito, donde vivía desde hacía seis años y donde, también, murieron ocho personas.
La mujer de 84 años era Rosario Nélida Siffredi, y durante su juventud, representó como su hija a la Selección Argentina. Lo hizo ni más ni menos que en el Campeonato Mundial de Vóley Femenino de 1960, que se jugó en Brasil. Según Carla, y tal como consta en distintos videos y fotos que compartió con este medio, Rosario estaba sana. “Tomaba sus pastillas para la presión, pero era una persona lúcida: hacía crucigramas, sopas de letras...”, sostiene.
Carla está afligida y es lógico. Como le pasó a muchas personas, no tuvo la chance de despedirse de su mamá porque, cuando se enteró de que tenía coronavirus, ella estaba en San Juan. Manejó, cuenta, durante más de 20 horas para completar los 1.200 kilómetros que separan su provincia de la Capital Federal. Cuando llegó, después de muchas idas y vueltas, sus hermanos habían logrado hospitalizarla en el Álvarez.
Rosario, que el próximo 7 de diciembre iba a celebrar sus 85 años, tenía tres hijos (los mellizos Valentina y Sergio y Carla) y era jubilada. Ex deportista de elite, docente y afiliada a la Obra Social IOMA, hasta el 6 de agosto, la mujer de 84 años pasaba sus días en Hogar de Ancianos “Stella Maris” ubicado en la calle Eduardo Acevedo 356 en el barrio de Caballito.
En medio de la pandemia, y debido al “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, ni Carla ni sus hermanos tenían permitido ir a visitar a su madre al lugar. La pesadilla, explica Carla, comenzó el domingo 2 de agosto cuando los dueños del geriátrico anunciaron a los familiares que la cocinera (contacto estrecho de todo el personal y de la mayoría de los abuelos) tenía coronavirus.
Lo que siguió después, apunta en la charla con Infobae, se desencadenó tan rápido que todavía lo está asimilando. “Entre todos, decidimos trasladar a mi madre -que hasta ese momento era asintomática- a la casa de mi hermana Valentina, adecuando un lugar con baño privado y tomando todas las precauciones que nos recomendaron los médicos amigos”, dice Carla que, el viernes 7 de agosto, emprendió el viaje en ruta desde San Juan a Capital Federal.
En el trayecto, explica, sus hermanos le informaron que su mamá había levantado temperatura por segunda vez y que su nivel de saturación de oxígeno había bajado de 96 a 93. A pesar de no haberse hisopado, podía tener Covid-19, y todo indicaba que necesitaba atención médica.
Después de varios intentos fallidos (“El número de emergencias de coronavirus de IOMA no respondía”; “el Sanatorio Güemes nos dijo que el cupo de pacientes de Covid-19 de IOMA estaba completo”; “el Servicio de Emergencias Vital ofrecía venir al domicilio a realizar el hisopado dentro de los 3 días por un costo de $ 9.000”), Carla y sus hermanos lograron, gracias a un contacto, que su mamá fuera internada en el Hospital General de Agudos Dr. Teodoro Álvarez, donde ingresó el viernes 7 de agosto alrededor de las 18 horas.
En el Álvarez, Rosario Nélida fue hisopada. Dos días después, el domingo 9 de agosto, se confirmó que era Covid-19 positivo. “Desde el inicio de su internación nos informaron que la evolución de mi madre era muy favorable. Tan es así que, el día miércoles 12, se comunicaron conmigo y con mi hermana para decirnos que podíamos retirarla del lugar. Aunque nos pareció prematuro, y pese a las consultas informales con médicos amigos, confiamos en los médicos responsables de la sala Covid-19 del Hospital Álvarez”, lamenta Carla. “Nos equivocamos”, agrega.
Acerca de la externación de su madre, Carla cuenta que fue precipitada, violenta y una acto de negligencia. “Los enfermeros la arrancaron de la cama y, como no había camilleros, la subieron a una silla de ruedas para depositarla en mi automóvil. Nunca vi bien a mi madre. Tuve mucho miedo de que, en el trayecto de Flores a Coghlan, le pasara algo. Una hora después de llegar a la casa tuve que llamar al SAME de urgencia. Mi madre comenzó a perder capacidad de oxigenación. Pensamos que se nos moría en los brazos”, cuenta.
En el Hospital Pirovano, donde finalmente trasladaron a Rosario, tuvieron que colocarle una vía de drenaje en el pulmón. Como esa intervención no fue suficiente, una semana más tarde, el 21 de agosto tuvieron que operarla otra vez para ponerle otra vía más. Por su cuadro delicado, el cirujano decidió pasarla a una sala de Cuidados Intensivos UTI.
Desesperada por el estado de su madre, Carla no paraba de formularse preguntas. “¿Cómo estará? ¿Tendrá frío? ¿Le darán sus medicinas habituales? ¿Quien le dará de comer o la acompañará al baño?”, pensaba. Mientras hacía guardia en el hospital, aguardando los resultados de la intervención, se sorprendió al ver que la persona que trasladaba los alimentos volvía con las bandejas llenas de comida.
“Se me ocurrió preguntarle por qué y la explicación fue que no había personal para darle de comer a los pacientes. ‘Comen los que pueden hacerlo solos’, me contestó”.
Con los días, Carla entendió que la soledad que afrontan los pacientes de COVID-19 se potencia cuando son adultos mayores. “Los dejan solos, mal alimentados y muertos de frío. A eso hay que sumarle la imposibilidad que tienen de contactarse con sus seres queridos. A mi mamá recién le pusieron una sonda nasogástrica el 23 de agosto”, agrega.
A partir de ese momento, Carla entendió que a pesar de estar internada, su mamá estaba totalmente abandonada. “Yo me pregunto: ¿de qué murió mi mamá? ¿Murió por Covid-19 o por este plan inhumano? ¿Es una opción llevar a un familiar a un hospital público en estas condiciones? ¿Y si pasaba sus días en casa y controlada? Nunca sabré qué podría haber pasado. A mi madre, como a tantos otros, la mató la soledad”.
Rosario murió el 27 de agosto. Carla dice que recuerda la imagen de su madre “atada a la cama, hecha un puñado de huesos y llena de tubos” y solo puede pensar en lo que debe haber sufrido. “Ella estaba acostumbrada a tener afecto cerca. Los fines de semana mi hermana la pasaba a buscar y se la llevaba a la casa. Sumado a eso estuvo cinco meses sin poder recibir visitas, sin que nadie la llevara a la peluquería...”, se lamenta.
Durante los últimos días, el perfil de Facebook de Carla es una especie de bitácora donde comparte recuerdos y anécdotas de su mamá. En uno de sus últimos posteos, el pasado 2 de septiembre, escribió: “Mi mamá no pudo ver este damasco en flor y este jazmín en el fondo de casa, cerca del taller. Le hubiera gustado tanto.... Fue una gran observadora de la naturaleza”.
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