La muerte de Rivadavia, olvidado en el exilio, y la historia de su última voluntad que no fue respetada

Fue el primer presidente argentino y su vida estuvo cargada de contradicciones: de grandes obras e iniciativas para la ciudad de Buenos Aires pasó a contraer la primera gran deuda con Inglaterra y firmar un mal acuerdo con Brasil después de una guerra ganada en el campo de batalla. Expulsado del país, terminó su días en Cádiz el 2 de septiembre de 1845

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Bernardino Rivadavia, en un óleo de autor anónimo. Fue pintado en Londres en 1815.
Bernardino Rivadavia, en un óleo de autor anónimo. Fue pintado en Londres en 1815.

En un primer piso de la calle Murgía 147, en Cádiz, frente a la plaza donde en 1812 los españoles habían vivado a su primera Constitución, un argentino de padre godo vivía solo y olvidado. De ese caserón de habitaciones interminables que había sido levantado en 1815, que poseía un bello patio andaluz, ya había echado a sus dos sobrinas, Clara y Gertrudis, cuando se dio cuenta que le estaban robando las cosas de valor que había podido rescatar de sus exilios. Es que ya nadie necesitaba de los servicios de Bernardino Rivadavia, 65 años, viudo, que había sido el primer presidente que tuvo Argentina.

Había nacido en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780, de padre español casado con una prima hermana. Fue Bernardino de la Trinidad González de Ribadavia. Recién entre 1813 y 1814 modificaría su apellido, reemplazando la b larga por la corta y llamándose Bernardino, a secas.

De carácter retraído y callado, sufrió por mucho tiempo el dolor por la muerte de su mamá María Josefa, a los seis años, y cómo la atención familiar se enfocó en Tomasa, su hermana mayor, ciega. Su papá Benito, un gallego nacido en el pueblo de Monforte, no tardó en volver a casarse; cuando su hijo ya era funcionario, debió morder su orgullo y optó por la ciudadanía argentina.

Bernardino entró casi dejando la adolescencia al Colegio de San Carlos, que abandonó en 1803 para dedicarse a la actividad comercial. En las invasiones inglesas se enroló en el Tercio de Voluntarios de Galicia, y dicen que peleó bien.

Juana Josefa  Joaquina era la hija del virrey Del Pino. Fue la sufrida esposa de Rivadavia.
Juana Josefa Joaquina era la hija del virrey Del Pino. Fue la sufrida esposa de Rivadavia.

Luego de seis años de noviazgo, se casó con una de las hijas de Joaquín del Pino, quien había sido virrey entre 1801 y 1804. Juana Josefa Joaquina, que a esa altura se había quitado “del” que precedía al apellido, porque en tiempos de revolución era mal visto usar semejantes distinciones en los nombres que evocaban tiempos de privilegios y desigualdades. Era una muchacha de grandes ojos negros, nada hermosa ni agraciada; su esposo, de baja estatura, brazos cortos, de piel cetrina y que con el tiempo desarrollaría un abultado vientre, no le iba en zaga. Se casaron el 14 de agosto de 1809 en La Merced y la fiesta fue en la residencia de su suegra, Rafaela de Vera y Mujica, conocida en la ciudad como “la virreina vieja”, que vivía en la esquina de las actuales Perú y Belgrano.

Tendrían cuatro hijos: José Joaquín Benito Egidio; Constancia, que fallecería a los cuatro años; Bernardino Donato y Martín. Vivirían en una amplia casona de Defensa 453, en el antiguo barrio de Santo Domingo que aún, parcialmente reformada, se mantiene en pie.

En el Primer Triunvirato

Don Bernardino se fue transformando en un hombre público. En el cabildo del 22 de mayo votó para que el poder recayese interinamente en el Cabildo. Y cuando asumió el poder el Primer Triunvirato, junto a Chiclana, Paso y Sarratea, él se desempeñó como secretario de guerra y de hacienda. Y comenzó su fama.

Combatió la inseguridad en la ciudad; tuvo la atinada idea de hacer un censo, prohibió la introducción de esclavos, inauguró la biblioteca pública, iniciativa de Moreno, y les solicitó a los cabildos del interior que enviasen muestras de la flora, fauna y mineral de cada lugar para armar un museo de historia natural. Abrió dos escuelas; “no hay libertad ni riqueza sin ilustración”, decía; organizó el ejército y realizó un ajuste en la administración pública: a los empleados se recortó a la mitad sus sueldos, él mismo encabezó la lista y lo mismo hizo con jefes militares que no estaban en servicio activo. Aplicó un impuesto extraordinario a comerciantes, excluyéndose a aquellos de bajos recursos e implementó una lotería nacional, abrió aduanas en Mendoza y Corrientes y liberó de impuestos la compra de insumos para la agricultura y la minería. Y fue implacable en la represión del motín de las Trenzas: firmó la treintena de fusilamientos que llevó a la muerte a una treintena de conspiradores liderados por Alzaga.

Rivadavia, junto a Belgrano y a Sarratea, en Londres, 1815.
Rivadavia, junto a Belgrano y a Sarratea, en Londres, 1815.

El gobierno que integró fue víctima del primer golpe militar en la historia argentina. El 8 de octubre de 1812, cuando José de San Martín sacó a la calle a sus Granaderos, la que hablaba era la Logia Lautaro y las ideas de independencia. Como consecuencia, el Primer Triunvirato terminó. Lo que comenzaría sería un profundo rencor del secretario, que se lo haría notar a San Martín en su campaña libertadora.

Misión a Europa

“El mulato”, como le decían, pronto encontraría ocupación. En 1814 integró, junto a Manuel Belgrano, una misión a Europa. Fueron con un encargo casi imposible: “la independencia política de este continente o a lo menos la libertad civil de estas provincias”.

Belgrano volvió solo a Buenos Aires, a tiempo para contarle a los congresistas de Tucumán lo que habían visto y lo que pensaban en el Viejo Continente. A pesar de las insistentes cartas de su esposa, que no respondía, Rivadavia permaneció en Europa hasta 1820, y se haría amigo de algunos intelectuales, entre ellos del filósofo y economista Jeremy Bentham.

Cuando regresó, ya tenía trabajo. El gobernador Martín Rodríguez lo nombró ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores. Sería el protagonista de lo pasaría a la historia como “la feliz experiencia”.

Ministro

Fue el impulsor de la primera ley electoral, que habilitaba a votar a la gente decente “que se presente vestida de traje y levita”, excluía a peones y empleados domésticos. Clausuró los cabildos y aplicó una profunda reforma administrativa de justicia, creando el Tribunal Supremo. Refundó el Colegio de San Carlos, llamándolo de Ciencias Morales; fundó la Universidad de Buenos Aires, las academias de Medicina, de Música y las Sociedades de Ciencias Físicas y Matemáticas y de Jurisprudencia. Su sistema de escuela pública contemplaba que el alumno que cumplía su ciclo elemental, pasaba a ser maestro en otra escuela, generando un efecto multiplicador. Bajo su gestión vio la luz el Archivo General, el Departamento Topográfico y Estadístico, el Museo de Ciencias Naturales y vio la luz la Sociedad de Beneficencia, y se negó que su esposa figurase en la comisión, a pesar de lo mucho que había trabajado.

Dictó una “ley de olvido” que favoreció a varios políticos que sufrían destierro, abolió el fuero eclesiástico, suprimió el diezmo y legisló sobre la edad para la consagración eclesiástica y la cantidad de integrantes de cada convento y confiscó propiedades de la iglesia. Lo que era la residencia del obispo, pegada al Cabildo, pasó a ser sede de la Policía, popularmente llamada “el hotel del gallo”, por el animal que su primer jefe, Joaquín de Achával, había incorporado al logo de la institución.

Aspecto actual de la casa que habitó Rivadavia en Cádiz, en sus últimos años de vida. Hoy funciona el consulado argentino.
Aspecto actual de la casa que habitó Rivadavia en Cádiz, en sus últimos años de vida. Hoy funciona el consulado argentino.

Maldito empréstito

Pero todas estas medidas quedarían opacadas por una que atravesaría, para mal, todos los gobiernos: el empréstito Baring Brothers. Todo había comenzado cuando una violenta sudestada desatada el 21 de agosto de 1820 destruyó el muelle del puerto porteño. Gestionó un préstamo de un millón de libras que sería destinado a la construcción de un puerto, a la fundación de pueblos costeros en la provincia de Buenos Aires y a obra pública. Sin embargo, cuando se descontaron las comisiones de intermediarios, llegaron a Buenos Aires solo 570 mil, la mayor parte en letras de cambio. El préstamo fue al 6% anual, pagado semestralmente, con una amortización del 1% anual. Como garantía, el gobierno puso a la tierra pública. Entonces, como la tierra hipotecada tenía prohibida su enajenación, lanzó la Ley de Enfiteusis, que establecía un arrendamiento contra el pago de un canon. La deuda recién sería cancelada por Roca en 1904.

El Congreso General, que había comenzado a reunirse en 1824 para dictar una Constitución, sancionó una ley de presidencia. Y el 7 de febrero de 1826 el mulato hijo de un godo fue consagrado por 35 votos; sus contrincantes, Alvear, Lavalleja y Alvarez de Arenales obtuvieron un voto cada uno. Su corta gestión estuvo marcada por la guerra con el Brasil, en que tuvo que destinar la mayoría de los recursos. Su ley de Capitalización de Buenos Aires generó fuertes rechazos, así como la Constitución unitaria de 1826. Un pésimo arreglo diplomático del ministro Manuel García con los brasileños, cuando teníamos la guerra ganada, sumado al rechazo al sistema presidencialista en el interior, hicieron que Rivadavia renuncie el 7 de julio de 1827. Nunca más ocuparía un cargo público.

Un largo exilio

Partió solo a Europa, y vivió en París. Regresó en 1834, pero no pudo desembarcar porque el gobernador Juan José Viamonte se lo prohibió. En el muelle, lo esperaban su esposa y su hijo Martín; todos debieron irse a Uruguay. Sus otros dos hijos se habían volcado a la causa rosista. Vivió primero en Mercedes y luego en Colonia, donde se ganaba la vida con la ganadería. Cuando su nombre figuró en una lista de un supuesto complot de Fructuoso Rivera y argentinos exiliados, el presidente Oribe lo desterró a la isla de Santa Catarina en 1836. Una vez en el poder, Rivera lo invitó a instalarse en Montevideo, él prefirió irse, con sus penurias económicas a cuestas, a Río de Janeiro. En esa ciudad, en diciembre de 1841 falleció su esposa, luego de quebrarse una pierna, y su hijo Martín se volvió a Buenos Aires a enrolarse en la causa federal.

Mausoleo de Rivadavia, en Plaza Miserere.
Mausoleo de Rivadavia, en Plaza Miserere.

Se radicó en Cádiz, hizo testamento, y dejó expresamente indicado que no quería que sus restos fueran llevados ni a Buenos Aires ni a Montevideo. Tenía varias propiedades en la ciudad de Buenos Aires y acciones de diferentes bancos. Luego de echar a sus dos sobrinas, quedó solo y murió de una apoplejía fulminante el martes 2 de septiembre de 1845. El padre de las sobrinas echadas armó tal escándalo y dijo que el muerto había sido el responsable de que España perdiese las colonias en América, que no recibió ninguna honra fúnebre.

La insistencia de la Sociedad de Beneficencia y de dirigentes como Salvador María del Carril, quien protestaba contra quienes calumniaban al muerto “sin haberlo estudiado”, hizo que el 12 de agosto de 1857, contra su voluntad, Bernardino regresase al país. Fue un año de pérdidas ilustres: en enero había fallecido Gregorio Aráoz de Lamadrid y en marzo el almirante Guillermo Brown.

En el vapor General Pinto, anclado en aguas del Río de la Plata, fue velado por sus hijos y las principales personalidades del gobierno y del país. Lo depositaron en la bóveda familiar en la Recoleta. Desde 1932 sus restos están en el mausoleo de la Plaza Once.

Quién sabe si descansará en paz.

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