Son pasadas las 14 del lunes 31 de agosto y, en la plaza San Martín de San Justo un hombre toca “Paisaje” de Gilda con su bandoneón. Aunque nadie canta, ni se acerca a dejarle una moneda, la letra del tema resuena entre los transeúntes.
“No debemos de pensar que todo es diferente”, dice la canción, casi contradiciendo la realidad del mundo actual o, al menos, la de nuestro país donde, desde que llegó el COVID-19, reemplazamos los besos por “codazos” y los tapabocas pasaron a ser la estrella de nuestra indumentaria.
Hace apenas un par de horas, el gobernador bonaerense brindó precisiones sobre las actividades habilitadas para la nueva etapa del “Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio” (que regirá hasta el 20 de septiembre) y, a diferencia de las medidas que se tomaron en la ciudad de Buenos Aires, en el conurbano decidió no promover nuevas aperturas. Por lo tanto, y solo por dar un ejemplo, bares y restaurantes con mesas al aire libre continúan cerrados.
“Es un error abrir de más, prematuramente. Ha pasado en el país, en algunos lugares de la provincia. En esta situación, no podemos acompañar más aperturas. Necesitamos estabilizar. No podemos perder en cinco días lo que logramos en cinco meses”, aseguró Axel Kicillof.
Lo que se vive en las calles del conurbano, sin embargo, es bastante diferente.
Para ser un lunes a la tarde y último día del mes, en la Av. Dr. Ignacio Arieta, (importante zona comercial del centro de San Justo) se ven muchas personas. Algunas hacen fila para comprar ropa, otras disfrutan de sentarse conversar con alguien o, simplemente, a comer algo en los bancos de madera que hay en la calle.
Si bien en este sector la mayoría de los comercios son de indumentaria, también se destacan los locales de venta de electrodomésticos y algunas perfumerías. Tal como establece el protocolo de higiene y seguridad, no está permitido que los clientes ingresen a los locales: se los atiende desde la puerta.
“Les alcanzamos las prendas hasta acá para que puedan verlas de cerca. Lógicamente, no se las pueden probar, pero al menos se las pueden medir. Si les quedan mal o no les gusta, pueden venir a cambiarlas y, en ese caso, las desinfectamos”, explica a Infobae Facundo Pinto (24), empleado de un local de ropa para hombres y niños donde trabaja hace cuatro años.
“Nosotros recién pudimos abrir en julio y se vendió muy bien. Agosto, no sé si por el Día del Niño, pero también fue un buen mes”, sostiene Pinto. Las claves -dice- son las promociones y, si bien no se rechaza el efectivo, se fomenta el pago electrónico y la compra online.
Al 3100 de la calle Arieta, un local de venta mayorista de golosinas es la excepción a la regla. A diferencia de lo que sucede en el resto de la peatonal, allí permiten el ingreso de hasta cinco personas. Antes de entrar, un guardia de seguridad se ocupa de rociar con alcohol las manos de los clientes. Lo mismo hacen con la mercadería y los canastos donde la gente separa lo que va a llevar.
“Además, cada una hora, una persona de limpieza pasa el trapo y desinfecta los pasillos”, cuenta a este medio un empleado que prefiere no dar su nombre.
Una cuadra más adelante, Beatriz Leiva (46) atiende el cotillón “Petete”. Aunque no se vio afectada por la cuarentena (“Seguimos vendiendo a través de nuestra página web y por WhatsApp”) cuando reabrió el local al público, la mujer tuvo que ponerse estricta con los clientes.
“Muchas personas venían a comprar con el tapabocas mal puesto, dejando la nariz al descubierto. Encima se amontonaban acá la puerta”, explica Leiva y señala las cartulinas con letra imprenta que hay en la puerta de su negocio. La primera advierte que solo se atenderá a quien lleve puesto un barbijo. La segunda es un pedido para que respeten la distancia.
Infobae continúa con el recorrido. Llegamos a Isidro Casanova, a la Plaza Atalaya ubicada en Avenida Cristianía al 500. En el sector de los juegos para niños hay varias familias.
Si bien los chicos no llevan tapabocas, los adultos sí e intentan, dentro de lo posible, mantener distancia social. Esa medida de precaución es prácticamente inviable en los cajeros automáticos de los bancos, donde la postal de las largas filas se repite con frecuencia.
En Gregorio de Laferrere, en las cercanías a la estación ferroviaria homónima, fue donde más circulación se constató. Personas que aguardaban en hilera el colectivo, al que ingresaban por la puerta de atrás. Además, había vendedores ambulantes que ofrecían anteojos, medias y barbijos.
En la esquina de la Avenida Gral. Rojo y Luque Honorio, el local de comidas rápidas Mc Donald’s reunía varias personas. Algunas aguardaban para ingresar a comprar, otras hacían fila a un costado para llevarse un helado.
Adentro del lugar, círculos amarillos señalaban la “Mc Distancia” sugerida para que los clientes o repartidores que pasaban a retirar pedidos estuvieran separados.
A unas cuadras del Mc Donald’s, sobre la Avenida Luro de Laferrere, los locales de ropa deportiva son furor. La modalidad: el cliente saca un número y aguarda que los vendedores (que llevan máscara y barbijo) lo atiendan. El problema es que muchos se amontonan en las vidrieras para mirar la mercadería y eso atenta contra el distanciamiento requerido para evitar la propagación del coronavirus.
Al igual que en el resto de los negocios de ropa, aquí no se puede ingresar al local, probarse un par de zapatillas, ni una remera o un buzo. Las compras se realizan por fuera, con alcohol en gel mediante y sin chances de probarse nada.
Lo que no se encontró durante el recorrido por el conurbano fue control policial de ningún tipo. En los locales, las medidas de seguridad son sostenidas por los comerciantes. Esto no significa que las personas no las cumplan pero muchas veces parecen olvidarse.
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