“Compañeros, quiero comunicar al Pueblo Argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán ni mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto”.
La inconfundible voz de Eva Perón sonó vibrante en todo el país a través de la cadena nacional de radiodifusión el 31 de agosto de 1951.
Después de nueve días de espera, finalmente “La Abanderada de los humildes” daba su respuesta al ofrecimiento hecho por la Confederación General del Trabajo y el Partido Peronista Femenino para que acompañara a Juan Domingo Perón en la fórmula presidencial para elecciones que se realizarían el 11 de noviembre de ese año, las primeras en las que votarían las mujeres en la Argentina.
Habían sido nueve días de expectativas y conjeturas desde que en el acto multitudinario del 22 de agosto –el “Cabildo Abierto Justicialista” realizado sobre la Avenida 9 de Julio, frente al edificio del Ministerio de Obras Públicas-, Evita pidiera tiempo para pensarlo.
Fueron días febriles, durante los cuales se tejieron infinidad de hipótesis y hubo constantes negociaciones políticas. Sólo se sabía que la última palabra la tenía ella. Y esa palabra fue “No”.
Fue entonces cuando a la razón oficial, la que la propia Evita dio sobre su “renunciamiento”, comenzaron a sumarse especulaciones de todo tipo sobre las verdaderas causas de la negativa.
La reticencia de Evita
La idea de que Eva Perón fuera candidata a vicepresidente en las elecciones que catapultarían a Perón hacia su segundo mandato consecutivo –posibilidad obtenida mediante la Constitución de 1949– había empezado a fogonearse en febrero de 1951 desde la cúpula de la Confederación General del Trabajo.
Fue el secretario general de la CGT, José Gregorio Espejo, quien se la propuso a Evita ese mismo mes, acompañado por otros líderes sindicales de peso, como Isaías Santín, Florencio Soto y Armando Cabo.
La respuesta que recibieron fue reticente:
-No, yo no, para eso no, muchachos, no sirvo – les dijo entonces.
Según el historiador Roberto Baschetti, los sindicalistas no tomaron su contestación como definitiva. “El mismo Espejo, con Isaías Santín, Florencio Soto y Armando Cabo –los hombres fuertes del sindicalismo en esos tiempos- le plantean que más allá de su negativa personal, quienes la quieren ver vicepresidenta era el conjunto de los trabajadores y por lo tanto un tema así de trascendental no podía agotarse en una charla. De allí surge la idea de una asamblea gigantesca que pasará a la historia con el nombre de ‘Cabildo Abierto del Justicialismo’”, relata.
El “Cabildo Abierto Justicialista”
La tarde del 22 de agosto de 1951 una multitud se reunió frente al palco montado a espaldas del edificio del Ministerio de Obras Públicas, en la Avenida 9 de Julio. De un balcón colgaba un enorme cartel con la consigna que convocaba al acto: “Juan Domingo Perón-Eva Perón - 1952-1958- la fórmula de la patria”.
Las crónicas de los diarios dan una idea de la magnitud de la convocatoria: la avenida estaba repleta, igual que sus dos calles paralelas -Cerrito y Carlos Pellegrini-, con una marea humana que se extendía desde el pie del palco, a la altura de la calle Moreno, rodeaba el Obelisco y llegaba hasta la avenida Córdoba.
Perón, Evita y el secretariado general de la CGT, encabezado por Espejo, fueron los únicos en subir al palco. Espejo fue el primero en hablar y le pidió a Eva que aceptara la candidatura porque “era el deseo del pueblo que ella, junto al General Perón, tomara parte desde el Ejecutivo en las grandes determinaciones de la Revolución Peronista”.
-¡Evita con Perón, Evita con Perón! –clamaba la multitud y también le exigía- ¡Contestación, contestación!
El acto se prolongó durante cerca de seis horas sin que Eva diera una respuesta clara. En un momento se descompuso y estuvo a punto de desvanecerse, pero cuando quisieron llevarla a la sombra para que se recuperara, se negó:
-Si Eva Perón no acepta, no importa morirse… y si Eva Perón acepta, ya puede uno morirse tranquila – les dijo a quienes intentaban auxiliarla.
Finalmente pidió tiempo para contestar. Demoraría nueve días, hasta el discurso por cadena nacional del 31 de agosto y su “renunciamiento”.
Las presiones militares
Una de las teorías sobre la negativa de Evita que sonó con mayor peso fue la que señalaba la existencia de presiones militares sobre el propio Perón para que no llevara a Eva como compañera de fórmula.
Para principios 1951, el presidente ya llevaba dos años de relaciones tirantes con un sector de los altos mandos de las Fuerzas Armadas. La posibilidad de que Eva lo acompañara en la fórmula y que una eventual muerte del presidente la pusiera no solo en el sillón de la Casa Rosada sino también que la instalara como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas potenció esa tirantez.
No sólo porque Eva Perón era mujer –lo que en la época resultaba inconcebible para dar órdenes a los militares– sino por su discurso flamígero que, además, tenía muy buena recepción entre los suboficiales.
Perón se dio cuenta rápidamente de la reacción que provocaba la sola posibilidad de la candidatura de Eva, lo cual lo habría llevado a frenarla.
La historia demuestra que, si esa fue su intención, no le alcanzó para evitar que la conspiración de los militares encabezados por Luciano Benjamín Menéndez y Eduardo Lonardi.
El 28 de septiembre de 1951, menos de un mes después del “renunciamiento” de Evita, Menéndez encabezó un levantamiento para impedir la reelección de Perón, aunque fue derrotado.
En “Mi mensaje”, la propia Eva asegurará después que su renuncia a la candidatura a vicepresidenta evitó que más jefes militares se sumaran al complot:
“Aquel día, el 28 de septiembre, yo me alegré profundamente de haber renunciado a la Vicepresidencia de la República el 22 y el 31 de agosto de 1951. Sino yo hubiese sido otra vez el gran pretexto. En cambio, la revolución vino a probar que la reacción militar era contra Perón. Contra el infame delito cometido por Perón al entregarse a la voluntad del pueblo, luchando y trabajando por la felicidad de los humildes en contra de la prepotencia y de la confabulación de todas las fuerzas de la antipatria”, escribió.
La salud de Eva
La otra teoría de peso gira en torno a la ya precaria salud de Eva Perón, que la incapacitaba para sumarse a la fórmula presidencial.
Para la fecha del renunciamiento, tanto ella como Perón sabían que sufría un cáncer de cuello de útero en estado avanzado. Tanto es así que dos meses después, el 6 de noviembre de 1951, el cancerólogo norteamericano George Pack, del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, viajó especialmente a la Argentina para operarla en el Hospital Presidente Perón de Avellaneda.
Pack operó a Evita por sugerencia del oncólogo argentino Abel Canónico:
-Un mes antes de que me llamaran para que sugiriera el nombre de un profesional para que la tratara, Pack había asistido como invitado de honor al Congreso Mundial del Cáncer que organicé en el país. Él era un médico muy reconocido en la Argentina. Pero en ese entonces no sabíamos nada de la enfermedad que padecía Eva, aunque ya estaba sometida a un tratamiento de radium – recordaría años después el médico.
Las fotografías del 11 de noviembre –cinco días después de ser intervenida– muestran a una Eva Perón consumida, votando en una urna que le fue llevada especialmente al hospital.
Pese a la intervención quirúrgica, Eva Perón no logró recuperarse. Siguió participando de actos públicos, sostenida de pie por un corset, con una imagen cada vez más frágil.
Su última aparición pública fue en el acto central del 1° de mayo de 1952, cuando habló frente al pueblo reunido en la Plaza de Mayo desde el balcón de la Casa Rosada.
-Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana – dijo, pero su estado físico decía todo lo contrario.
Juan Domingo Perón asumió su segunda presidencia el 4 de junio de 1952. Paradójicamente, el vicepresidente elegido para acompañarlo luego del renunciamiento de Evita, el radical Hortensio Quijano, murió antes de asumir, de cáncer.
De no haber renunciado a la candidatura, Eva Perón habría sido vicepresidente durante menos de dos meses.
Murió el 26 de julio de 1952, a las 20.25 de la noche, once meses después de su “renunciamiento”.
Sus últimas palabras fueron para su mucama, Hilda Cabrera de Ferrari:
-Me voy, la flaca se va, Evita se va a descansar – le dijo con un hilo de voz.
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