“Sabor a mí”.
Esta canción romántica que todos recordamos es un espejo, de alguna forma, de lo que significa la radio. Con un pequeño matiz, una parte de su letra dice: “...pasarán más de mil años muchos más...” Sin embargo, la radio será eterna. Desde su nacimiento se bancó toda la evolución tecnológica que el hombre inventó y que -de alguna manera- trato de eliminarla o al menos subalternizarla.
Pero ella se plantó y dijo: “en vez de pelear a los poderosos, los complemento y los ayudo”. No lo hizo con falsa modestia, sino de una manera útil, solidaria y digna. Y acá está, vivita y coleando.
Obvio que tuvo cambios sustanciales y se fue adaptando a los distintos momentos. De ser reina y señora del hogar cuando era única y de un tamaño mediano a grande, tener incorporado un “ojo mágico” de color verde que indicaba cuando estaba bien sintonizada hasta que apareció la revolución en forma de transistores. Incorporada al automóvil, después de finalizar la 2da. Guerra Mundial y suscitarse el cambio de mano -volante a la izquierda- el conductor comenzó a mover el dial de izquierda a derecha y le aparecieron las olvidadas: Continental, Rivadavia, Mitre.... porque antes las centrales -Belgrano, Splendid y Belgrano- acaparaban la audiencia. Como su programación central era de noche, técnicamente en ese lugar del dial tenían más alcance. Pasó el tiempo y apareció el monstruo que le cambió la vida a la gente: la televisión.
Lejos de amilanarse, nuestra querida amiga trasladó sus programas centrales a la mañana y pasó a ser nuestra compañera inseparable desde nuestro despertar.
No contentos con eso, sus despiadados contrincantes incorporaron al sistema de TV el color y después el cable. Las opciones que le daban al mundo eran insuperables. Se transmitía la guerras en vivo y en colores. Pero faltaba algo más, el súper verdugo para ahorcarla: las Redes. Ahí si dijeron “esta no resucita nunca más”.
Se olvidaron estos poderosos muchachos de algo esencial, del pueblo. Porque la radio es pueblo. Si fuera ciclismo no sería el crack que escapa solo del pelotón: el pelotón es el pueblo policrómico y vivaz y la radio es... el pelotón. Su oyente es anónimo y silencioso, pero de una fidelidad inigualable. Son menos oyentes, si, quizás es verdad. Pero ahora también se ven menos hormigas en las casas, sin embargo ellas siempre entran por debajo de la puerta o por alguna hendija y si la pisás aparece otra y otra... La radio es eso: una hormiguita que siempre se mete. Nadie sabe quien la encendió, podes haber sido vos, el despertador, un hijo o familiar, la señora que llegó a ayudar en los quehaceres de la casa... No sé, pero está y se hace escuchar de una manera silenciosa. Es paradójico pero es así.
Recuerdo mis momentos de productor y cuando sucedían todos estos adelantos cómo debíamos concebir una radio para una sola oreja. ¿Que quiero significar? Que antes la familia se reunía alrededor de la radio a escucharla y la TV borró ese hábito, entonces ahora el oyente es de a uno: el tachero, el camionero, la enfermera o el médico de guardia, el sereno, el estudiante en FM y miles de orejas más, pero individuales.
Producir para una sola oreja es absolutamente distinto. Es un traje a medida y no de confección. Y acá se produce el grave error de concepción de lo que significa producir contenidos, que no son otra cosa que lo que los oyentes reciben. Y eso se desvirtuó. Todos hacen de todo, bajo la premisa “peón en todo, maestro en nada”, salvo excepciones. Los locutores son periodistas, los periodistas son militantes o cómicos, el humorista es columnista y así como dice el tango de Discépolo: “...dale que va...” No tiremos más de la cuerda, los pueblos suelen cansarse.
Además, hay como una carrera desenfrenada para ver quien dice la peor guarangada. Esa que no decimos en una mesa de café entre amigos, la dicen lo más campante al aire. Algunos se transformaron en figuras, será porque en el país de los ciegos el tuerto es rey. Pero ese mismo señor predica al rato: “quienes hacemos radio tenemos la obligación de informar, formar y entretener”. ¡Vaya forma de formar! No quiero pecar de antiguo porque de alguna antigüedad me jacto, pero muchachos,¿no sería mejor hablar un poquito mejor? Hay giros idiomáticos que lo permiten y son divertidos.
El otro tema es la investigación. Cuando se informa se debe ser riguroso y eso parte sólo de la investigación. Nadie se asustará de un " joder”, pero limiten la brutalidad. Tus hijos también escuchan y seguramente vos, que hacés radio, querés que se formen y sean bien educados. Es solo una sugerencia.
Vaya mi recuerdo y homenaje a aquellos que hicieron grande este maravilloso medio. Yo tuve el honor de trabajar con muchos de ellos, en algunos casos descubrirlos y en otros desarrollar sus carreras o acompañar sus éxitos desde la producción: Juan C. Mesa, Juan C. Altavista, Andrés Percivale, Pepe Eliaschev, Rolando Hanglin, el Negro Brizuela Méndez, Mariano Grondona, Nelson Castro, Juan A. Mateyko, Riverito, Guillermo Salatino, Norberto Longo, Ricardo Arias, Juan C. Calabró, Enrique Llamas, Chico Novarro, Alejandro Dolina, Leonel Godoy, Enrique Pinti, Adolfo Castelo, Fernando Salas.
Creo haber realizado el primer ciclo sólo con la conducción de mujeres, como el de Pinky, Susana Giménez y uno inolvidable conducido por Ana M. Campoy, China Zorrilla, Graciela Borges, Julia E. Dávalos, Teresa Parodi. Otro con Monica Gutiérrez, Silvia Puente y las locuciones de Rafi, Maria E. Sánchez, Betty Elizalde, Nora Perlé, Carolina Perin y tantos otros que llenaron páginas de gloria de la radio.
Creamos la primera FM masiva como fue FM Horizonte, donde me acompañó mi hija María José. Esa frecuencia marcó, desde su aparición dentro de las FM, un antes y un después. Así lo señaló su marca registrada: “A partir de ahora, una nueva hora comienza“. Vaya mi recuerdo a una voz maravillosa: el Sr. Martin Wullich. Adquirimos a través de una licitación la postergada y casi olvidada LR1 Radio el Mundo reposicionándola en los primeros lugares de audiencia. Mi ícono en esa emisora en materia de descubrimiento e intuición fue Marcelo Longobardi. No tuve dudas que su talento prevalecería sobre sus inexperiencia y que tenía dotes para ser un número 1. Mi cuota de audacia no me defraudó. Hoy, además de escucharlo, soy su amigo mayor. Trabajamos desde mediados de los 80 hasta entrado el 2000, durante etapas difíciles y convulsionadas del país.
Siempre traté, desde la producción, bajar línea de respeto al oyente y nos arreglábamos para vertir pluralismo de ideas. Creo que el haber estado rodeado de gente de bien e inteligente me posibilitó producir radio de una forma estética. Deseo sugerirle a los jóvenes -y no tanto- no envenenar el aire. Quienes tienen micrófono tienen la responsabilidad de ser prudentes en el decir. Es un trabajo especial.
La audiencia es numerosa y anónima. Nútranse de ese privilegio y transmitan aire puro. No intenten imponer sus ideas: solo propongan y que la música, no importa el género, tenga melodía. Así lograremos que cuando el hombre veranee en la luna se lleve una vieja Spica para enterarse de lo que sucede. Amo a la Radio.
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