Margaret Harris, vocera de la Organización Mundial de la Salud, dijo que lo que le pasó a Alejandra Muller, una médica santafesina, es raro. No la nombró pero anticipó la aparición de un hecho como el suyo. Harris se pronunció luego de que se conociera el primer caso de una persona en contraer coronavirus en dos oportunidades. El martes investigadores de la Universidad de Hong Kong confirmaron que un hombre de 33 años volvió a infectarse y la OMS lo calificó de un “hecho poco habitual”.
“Estamos ante un caso documentado frente a más de 23 millones de casos confirmados”, argumentaron. Tras la difusión del primer caso de reinfección, aceptaron que podrían replicarse fenómenos similares en otras partes del mundo pero consideraron que los contagios reincidentes “representan una cifra muy baja”. El caso de Alejandra Muller se encuentra en estudio: se infectó en marzo y volvió a contagiarse en junio. Cursó ambas enfermedades con sensaciones contrapuestas.
La directora del Servicio para la Atención Médica de la Comunidad (Samco) de Helvecia, Santa Fe, contrajo COVID-19 el 24 de marzo, cuatro días después del comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio en todo el país. Fue el segundo contagio confirmado de la ciudad. Recordó que por entonces evaluaban clausurar las fronteras y los aeropuertos, se desconocían los parámetros de un caso sospechoso, no había protocolos estandarizados, no había insumos suficientes y en el hospital habían recibido a un niño con los síntomas de la enfermedad.
“Al no saber bien cómo actuar, yo me hice cargo de ese paciente. En ese momento se enviaban las muestras a Buenos Aires, por lo que se demoraba un tiempo en recibir el resultado. A los pocos días empecé con un ardor de garganta, dolor en el pecho y una febrícula. Recibimos el positivo del paciente, me hisopé yo y a las 48 horas me llegó el resultado también positivo de la muestra”, relató en diálogo con TN. En sus redes sociales, luego de que su identidad se difundiera al contagiarse, dijo que se había contagiado “por llevar la profesión en el pecho y salir a dar lo mejor”.
Su malestar fue leve. Tuvo catarro, mucosidad. Lo sintió como un resfrío que le duró menos de una semana. Le dieron el alta definitiva y dos hisopados negativos confirmaron que su paso por la infección había sido benévolo. “Me incorporé a trabajar pensando que ya lo había superado y que el coronavirus era una enfermedad benigna. Es más, alentaba a mis compañeros a que no tuvieran miedo del contagio porque conmigo había sido bastante buena. Me quedé con la tranquilidad de que ya había pasado”, adujo.
Se creyó inmune e inconscientemente se relajó. En julio, el panorama epidemiológico del coronavirus en la Argentina había crecido. Hubo un brote infeccioso en el hospital. Muchos de sus compañeros comenzaron a contagiarse y sus contactos estrechos debieron entrar en confinamiento. El protocolo de prevención llevó a aislar los focos y desafectar del cuerpo profesional a un porcentaje considerable del elenco de médicos estables. “Fue una semana bastante pesada. Nos quedamos con poco personal. Dormíamos poco y trabajábamos mucho. Y además fueron días bastantes fríos: tuvimos temperaturas de cero grados de térmica”, narró.
“Un lunes volví a mi casa después de haber trabajado mucho. Empecé a sentir dolor en el cuerpo y mucho cansancio. Pensé que era por el estrés del trabajo. Me agarraban escalofríos y mi esposo me dijo que me sentía caliente la frente. Me tomé la temperatura: 38 grados. Me acosté y no salí más de la cama durante once días. Seguía pensando que era una gripe por el estrés y el frío que había sufrido”, explicó.
Aseguró que jamás imaginó que podía tratarse, otra vez, de COVID-19: “No creí que podía ser coronavirus, porque pensé que estaba inmunizada”. “Me hicieron un nuevo hisopado y el día siguiente recibí el resultado del positivo. Venía bastante mal. Me llevaron a internarme, pasé cinco días en Santa Fe con diagnóstico de una neumonía bilateral”, contó. Cada cuatro horas levantaba fiebre, tenía dolor corporal y de cabeza, tos con catarro, diarrea, náuseas, había perdido el gusto y el olfato: padeció todos los síntomas clásicos de COVID-19. Le generaba malestar, palpitaciones y mareos levantarse de la cama para ir al baño. Sentía un dolor corporal compatible con el de haber cargado peso durante todo el día.
Estuvo 14 días aislada y cinco internada en el Hospital José María Cullen de la capital provincia. No necesitó de la ayuda de oxígeno y respirador artificial, pero le asustaba saber cómo iba a ser el día siguiente de su enfermedad. “Si a mí con 34 años me trató así, no me quiero imaginar lo que podía llegar a pasarle a la gente grande o con comorbilidades”, razonó.
Su caso es, en apariencia, el único en la región. Ella abona una teoría sobre su reincidencia: cree que la carga viral de la infección de marzo fue tan baja que no le suministró anticuerpos. Se inclina por esta alternativa por su sintomatología leve. Otra teoría es que padezca un trastorno de inmunidad –su cuerpo no genera anticuerpos– y la tercera posibilidad, la más remota, es que su primer contagio haya sido un falso positivo. Mientras tanto, Alejandra ya regresó a su función como directora del Samco de la ciudad. Hace media jornada porque aún se siente débil y cansada. Ya no alienta a sus compañeros a no tenerle miedo a la infección, como hizo luego de su primer contagio. Ahora siente miedo de enfermarse por tercera vez.
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