“Es muy extraño ese momento de abandonar tu casa y ver todo el fuego al otro lado del monte. Armás una valija, te llevás lo más importante, pero esa sensación de no saber si vas a volver a ver tu casa te vuelve loco. Te desespera”.
Boy Bruzzone es un periodista de 69 años, bonaerense, que vive desde hace 23 años en Córdoba. A raíz de los incendios que azotan el norte de la provincia desde el fin de semana, se convirtió en uno de los más de 300 evacuados por precaución.
Al igual que centenares de vecinos, se encuentra a la deriva y todavía con el temor de que el fuego arrase con su hogar y no tenga lugar para vivir junto a su pareja, Rebeca.
“Yo vivo en el km. 4 de la Ruta Provincial 17, en Quebrada de la Luna, frente a Los Terrones. El primer fuego comenzó hace 9 días en la zona de Villa Albertino, cerca de Ongamira. Después viró hacia la zona de Ischilín y de ahí, a un pueblo de artesanos llamado Copacabana. Desde ahí ya no se pudo controlar”, explicó en diálogo telefónico con Infobae, desde la casa de un amigo en Capilla del Monte.
Bruzzone es una de las centenares de personas que tuvieron que ser evacuadas por diferentes focos de fuego que ya quemaron más de 30.000 hectáreas, destruyeron por completo o parcialmente 20 casas y provocó el abandono de los hogares a más de 300 personas. Se espera que en los próximos días, ese número pueda crecer por cuestiones de precaución.
“Ya habíamos tenido incendios en años anteriores, pero este es uno de los peores que yo recuerde”, le relató a Infobae.
Bruzzone se preocupó durante el sábado cuando toda la zona de Capilla del Monte y aledaños se cubrió de cenizas y, además de generar tensión por el fuego que avanzaba, produjo complicaciones respiratorias para algunos vecinos.
Si bien parecía que las llamas no llegarían a la Quebrada de la Luna, el aviso de un amigo especialista hizo que el domingo tuviera que abandonar a la fuerza su domicilio.
“El domingo yo estuve mirando el fuego desde el techo de mi casa. No pensaba que iba a venir hacia acá. Un conocido de la policía ambiental me llamó y me dijo: ‘Boy, tienen que irse, el fuego se viene para acá’. Y así sucedió con todos los vecinos de esta zona. Somos como 200”, describió.
“Con mi pareja hicimos las valijas rápido. Pusimos ropa, documentos que teníamos a mano y poco más. Lo indispensable. Nos llevamos a los tres perros también. Pensamos que lo íbamos a perder todo. La sensación que te da es de impotencia absoluta. No sabés con lo que te vas a encontrar para cuando vuelvas a tu hogar”, reflexionó.
Bruzzone logró hospedarse en la casa de un amigo y hoy se encuentra a la espera de que especialistas de Defensa Civil lo llamen para anunciarle que pueda regresar a su hogar. En principio, su casa no sufrió daños importantes. Sólo padeció algunas manchas importantes por el humo.
“El fuego pasó realmente muy cerca pero no llegó a ocasionar daños. Por ahora, no nos dejan volver porque el humo que hay es muy fuerte y casi que no podríamos respirar. Además, dependemos de los posibles cambios de dirección del viento”, explicó.
Si bien el fuego no provocó daños materiales, el periodista se encuentra alerta a raíz de un potencial estrés post traumático.
“Ayer (lunes) tuve una reunión con representantes del Gobierno de Capilla, gente de Defensa Civil, la policía caminera. Ellos celebraban que todavía no hubo ningún herido, lo cual es buenísimo, pero yo les dije que tengan en cuenta los daños emocionales que puede generar esto”, detalló.
“Cuando el fuego se lleva tu casa, ahí podés estar dejando el laburo de años de tu vida, ahí se quedan recuerdos que uno ya no va a recuperar, libros, fotos, reliquias familiares. Perderlo todo puede ser determinante para el futuro de algunas personas”, advirtió.
Bruzzone elogió la actitud inmediata de solidaridad por parte de todos los vecinos de Capilla del Monte con aquellos que tuvieron que ser evacuados. Desde vecinos que llevaron viandas de comida para repartir hasta otros que ofrecieron sus instalaciones para refugiar a evacuados.
Uno de ellos es Juan Carlos Perea, otro bonaerense que se mudó a Capilla del Monte hace 15 años junto a su esposa Sandra Bassi y a sus tres hijos y montaron juntos desde hace más de un década una granja educativa llamada Casablanca.
Desde hace tres días, ese espacio educativo que se encontraba cerrado desde hace cinco meses debido a la pandemia de coronavirus, se convirtió en un refugio para aquellas familias que tuvieron que abandonar a la fuerza sus hogares ante el posible avance del fuego.
“Empezamos a recibir gente el domingo, cuando el viento giró de Norte a Sur y empezó a atacar las zonas de Escobas, El Carrizal, todo lo que es la comuna de Charbonier. Después el viento volvió a virar y atacó la sierra, en Los Terrones, Tramontana y el pie del cerro Uritorco. La mayoría de las familias que vinieron el domingo, llegaron desde esas zonas”, explicó Perea en diálogo telefónico con Infobae.
Perea postuló su granja educativa en la Municipalidad de Capilla del Monte como un lugar disponible para alojar a familias evacuadas. Así, desde el mismo establecimiento público se determinó a qué lugar se dirigía cada evacuado, de acuerdo a la conformación de su familia.
“Por lo general, aquí vinieron familias con chicos pequeños y también recibimos algunos adultos mayores. Hospedamos desde a una madre con un bebé de 45 días hasta un hombre mayor no vidente, con quien tuvimos que trabajar de manera especial”, detalló el dueño de la granja educativa
Gracias a diferentes aportes de los vecinos, la Municipalidad, bomberos voluntarios, la Cámara de Turismo de la ciudad, el Rotary Club y diversas organizaciones privadas, la comunidad de Capilla del Monte se las arregló para atender a los cientos de vecinos de la zona que tuvieron que refugiarse lejos de sus domicilios.
“La Municipalidad y el Rotary nos trajeron viandas de comida, por lo que pudimos darle una buena cena y desayuno a las familias. También nos dieron cepillos de dientes, shampoo y pasta de dientes. Hubo mucha gente que el domingo se quedó a dormir acá”, relató Perea.
Pese a que el coronavirus no llegó a la zona rural de Capilla del Monte, el dueño de la granja educativa advirtió que se tomaron los parámetros de precaución necesarios para evitar una posible transmisión del virus Sars-CoV 2.
“Tomamos todas las medidas. En espacios que generalmente se utilizaban para acoger a 30 personas hoy los estamos destinando a una única familia, que además tiene su propio baño. Incluso, el director del hospital de Capilla del Monte nos llama todos los días y nos mandó barbijos, alcohol en gel, de todo”, detalló.
El lunes, la Policía de Capilla pasó por la puerta de la granja educativa para retirar a las familias evacuadas y llevarlas a sus hogares. “Hicieron una especie de caravana, en la que fueron por cada casa para ver si ya estaban en condiciones de volver. Según lo que supimos nosotros, todos pudieron regresar. Ninguno sufrió daños en sus casas propiamente dichas, aunque en algunos casos, el fuego se comió parte del campo que les correspondía a los terrenos de esta gente”.
De todos modos, el giro del viento a lo largo del lunes, volvió a disparar la señal de alerta y produjo que la granja "Casablanca" tuviera que recibir a nuevos evacuados.
“Durante el lunes, hubo un riesgo grande de que el viento girara hacia el Noroeste, con lo cual empujaría al cerro y ya después sí atacaría una zona complicada, ya que ahí está muy poblado, es un barrio que se lo conoce como Faldas del Uritorco”, explicó Perea.
“Por eso, de manera preventiva, hemos recibido a diferentes habitantes de Faldas que se autoevacuaron por consejos de especialistas. Hoy, en la granja hay una familia de una madre con dos niños, dos hermanos jóvenes que están solos, un matrimonio con un bebé, una familia con cinco chicos y también tenemos siete gallinas y un gato de otro vecino. Esa persona pudo hospedarse en la casa de unos amigos, pero nos pidió por favor si le podíamos cuidar a sus gallinas hasta que todo se tranquilizara”.
Mientras casi 30 dotaciones de bomberos, decenas de personal de Defensa Civil y de la Policía cordobesa lucha para poder controlar el fuego, y a la espera de que aparezca una tormenta que pueda calmar el infierno, Juan Carlos Perea, su esposa Sandra y sus hijos todavía trabajan para que a las familias evacuadas no les falte nada.
“Ahora vamos a mandar frutas de nuestro huerto a la zona de Ongamira, que recién ahora se puede volver a entrar. Están sin luz porque se quemaron los postes y además de comida están necesitando nafta para los generadores”.
“Lo que uno aspira es que ellos se sientan contenidos. Ellos llegan en una situación muy particular. La gente que vino el fin de semana venía con lo puesto, algunos no tenían bolso, ropa, no tenían nada. Uno se pone en el lugar del otro y lo que podemos hacer es eso, acompañar, contener y ayudar”, definió.
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