Jaralampos Onassis nunca tuvo un avión privado. Tampoco un yate o una colección de trajes y zapatos en un amplio vestidor. Jamás contó con un séquito de sirvientes que le tuvieran listo el desayuno todas las mañanas. No hizo negocios en Estados Unidos ni en Arabia Saudita. Pero pensó. Y puso un kiosco, luego se hizo una casa y más tarde compró un galpón para instalar una fábrica de tutucas en Córdoba. Jaralampos vio las excentricidades de cerca, pero nunca las tuvo: sólo conserva el apellido de quien supo ser una de las personas más ricas del mundo.
Su papá fue primo hermano de Aristóteles Onassis, nacido el 20 de enero de 1906 en Esmirna, Grecia. Aristóteles sobrevivió a la persecución turca y como consecuencia de la Primera Guerra Mundial emigró a Buenos Aires, en donde trabajó de mozo y oficinista. Fue hábil para los negocios y despierto para escuchar. Exportó tabaco y se transformó en el dueño de una flota naviera sin precedentes.
Jaralampos es hijo de Hércules y Elena. Tiene 70 años y vive en la ciudad de Córdoba, en donde se casó dos veces, tuvo tres hijas y encontró su lugar en el mundo tras emigrar junto a sus padres y su hermana Penélope desde Salónica, Grecia, cuando tenía apenas siete años.
“Después de la Segunda Guerra Mundial, en Grecia se vivió una guerra civil, que fue más cruel que la mismísima guerra. Se pelearon los griegos para ver si iban a ser comunistas o no. Nací en ese contexto. Éramos muy pobres, y mi papá se contactó con Aristóteles para pedirle ayuda. Entonces nos vinimos para Argentina, con la promesa de trabajo y un futuro mejor”, recuerda Jaralampos, mediante la clásica tonada cordobesa, en diálogo con Infobae.
Los cuatro arribaron a la Argentina en 1957. La familia Onassis vivió un año en Salta y luego se radicó en Villa Dolores, Córdoba, en donde el padre de Jaralampos trabajó durante 12 años en Frutos Argentinos SRL, empresa de Aristóteles dedicada al acopio de tabaco. “Llegamos acá y le sacábamos fotos a la carne que comíamos. Se las mandábamos a los familiares por cartas para que supieran que estábamos bien, porque no era fácil venir, vivíamos en la otra punta. Allá comíamos garbanzos y porotos; acá había verduras, carne... Lo que queríamos”, explica.
El español lo aprendieron a los ponchazos. La familia progresó rápidamente y la calidad de vida que habían adquirido en el país no tenía comparación con lo sufrido en su tierra natal. Sin embargo, la adaptación no ocurrió de la misma manera para todos. Elena, la madre de Jaralampos, extrañaba su país y lo lloró durante dos años. Hércules fue tajante para impulsar el desarraigo definitivo: “Si vas a seguir llorando, te mando de vuelta de con los chicos”, le dijo.
La situación familiar mejoró. En Argentina, Jaralampos vio nacer a Sergio, su hermano más chico. En 1967, con 17 años, decidió viajar a la ciudad de Córdoba para estudiar la licenciatura de Administración de Empresas. “Trabajé de empleado durante varios años en la Volkswagen, pero después de recibirme nos fuimos con mi hermana a Nueva York, a trabajar con Aristóteles en su empresa naviera. Por aquel entonces, el magnate griego había expandido su flota de barcos y adquirido la poderosa aerolínea Olympic Airlines.
“Penélope era bioquímica. En Estados Unidos hizo dos carreras más: geología y biología. Comenzó a trabajar como gerente de seguros en la empresa. Yo, en cambio, pasé por todos los sectores. Aristóteles quería que yo hiciera carrera. ¿Si hablaba inglés? Aprendí algo acá, antes de irnos, y lo mejoré allá. Pero no lo hablé correctamente porque nunca me enamoré del idioma”, relata Jaralempos, quien sí domina el griego a la perfección.
La prosperidad duró hasta que Rusia puso en el mercado una flota de barcos con subsidio estatal. Para Aristóteles, competir con los rusos fue imposible. “En 1973 mi papá se enfermó de una obstrucción arterial. Justo cuando asumía Héctor Cámpora al poder, mi papá estaba internado en el Hospital de Córdoba. Pero ahí le detectaron leucemia, y lo llevamos a Estados Unidos para que lo atendieran porque se moría. Nos contactamos con Aristóteles y lo operaron allá”, cuenta.
Y agrega: “Mi viejo quería que lo enterraran en Villa Dolores. Lo llevé para allá pensando que iba a ser mejor. Y cuando estábamos afrontando su problema, a mi mamá le detectaron cáncer de mama. También la llevamos en Estados Unidos. Pero murieron los dos y no pudimos traer a ninguno. Fue una tragedia familiar de la puta madre”.
Cuando Jaralampos retornó al país -en 1979- su hermana decidió quedarse a trabajar en Estados Unidos. “Yo quería un futuro y allá no lo podía lograr. No soy de estar anclado. Cuando me instalé hice un bienestar en la Argentina, de la nada, pero en 1988 me llamaron para decirme que mi hermana había muerto. Tenía 40 años, estaba sana y tuve que ir a buscarla. La velamos allá y acá. Fue todo un desastre”, rememora.
“Kalimera: la fábrica de tutucas
En su regreso a Córdoba, Jaralampos llevaba consigo apenas un ahorro -mínimo- destinado para algún emprendimiento menor. No alcanzaba para tanto. “Primero me puse un kiosco. Pero me angustiaba tener que pagar alquiler y cada 10 años la ‘llave’, que eran USD 10 mil al dueño del local. Estaba desesperado por poseer un local propio, mío. En ese entonces tenía una casa a medio de construir. Pensé en poner un almacén adelante u y otro kiosco”, recuerda.
Jaralampos imaginó algo más grande. “Lo que más se vendía eran las tutucas. En paquetitos. Entonces dije: ’Voy a fabricar tutucas'. Empecé a investigar cómo se hacían y conseguí un galpón de 1000 metros cuadrados. Y fue mucho más difícil de lo que imaginé, porque las tutucas se hacen con una explosión. Es decir: una olla a presión, le ponés maíz, luego la tapa para que no pierda la misma. Y cuando llega a 15 kg. de presión (tomada por un manómetro), le liberás la tapa. Allí hace una explosión. Pero la tapa que liberaste se golpea contra algo, entonces al comienzo vivía rompiendo máquinas”, cuenta.
Actualmente, en su fábrica “Kalimera”, ubicada en el barrio San Pedro Nolasco, emplea a 11 personas. En la distribución del lugar, 300 metros cuadrados son para la producción. Otros 300 para los materiales y lo que resta para un taller, montado especialmente para reparar todo lo que se habitualmente se rompe. “Ninguna de mis hijas siguió el trabajo en la empresa. Me decepciona un poco. Yo soy amigo de Georgalos, ellos van por su tercera generación. Ahora tengo 70 años y dependo de mis nietos; quizá deba vivir 50 años más”, dice entre risas.
Se casó dos veces, ambas con mujeres argentinas. En su primer matrimonio nacieron Carolina (43), médica; y Elena (38), abogada. Con su segunda mujer tuvo a Sofía (26), también abogada. “Voy todos los días a la fábrica. Y ahora estoy mal porque soy amante de los cafés, de juntarme con amigos, del asado y la guitarreada. Me mata no poder hacerlo”, agrega.
Hace algunos años Jaralampos logró comprar un terreno en Villa Dolores, en donde plantó 1.000 árboles de nueces. “Logré que me fuera muy bien pero no desde un lugar de ambición. No soy fanático del dinero, pero sí de hacer un proceso industrial y que eso dé sus frutos. Cuando volví de Nueva York cambié mi forma de percibir los negocios. Antiguamente hacer dinero era poner el lomo y poner el lomo. Pero regresé con otras idea, con poner el cerebro en vez del lomo”, cuenta.
Su relación con Aristóteles Onassis
“Era un ser extraordinario, pero lo único malo que tenía era que no le daba bola a su familia. Dicen que quizás estaba cenando con un amigo y le decía: ’Te dejo, me voy a Turquía'. Y subía a su avión y se iba a hacer negocios”, dice Jaralempos.
Aristóteles falleció el 15 de marzo de 1975 producto de una neumonía, en el sur de Francia, con 69 años. Tuvo dos hijos: Alexander y Christina, quienes murieron trágicamente en 1973 y 1988, la última, en la Argentina. Su matrimonio con Jacqueline Kennedy, efectuado el 20 de octubre de 1968, lo ubicó en las principales portadas del mundo. Sus restos yacen en la isla de Skorpios, lugar al que viajó Jaralampos para ser parte del entierro.
“Me hace bien pensar, yo rezo todas las noches. A Grecia viajo todos los años y siempre lo recuerdo. Pero a Nueva York no volví y no pienso volver, es por algo personal que no puedo contarte. Le tengo mucha bronca a Nueva York. Si vuelvo es para ponerle flores a la tumba de mi mamá. Pero a él lo recuerdo como una gran persona”, completa Jaralampos.
—¿Aristóteles era de ayudar económicamente a su familia?
—Jaralampos: No, los ricos no ayudan con dinero. ¿Conocés alguno que le deposite plata a toda su familia?
—¿Usted la hubiese repartido si fuese él?
—J: No lo sé. Es fácil decirlo, pero después hay que hacerlo.
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