Con el dolor que le causó el desenlace de la historia de Solange Musse a flor de piel, Ignacio Tesón (25 años, economista de la Universidad Di Tella, analista de bolsa y articulista) comenzó a tuitear su propia odisea en medio de la pandemia de Covid-19. Un hilo que dejaba expuesta la deshumanización y falta de empatía que muchas veces se enmascara en el cuidado sanitario, y roza -o se zambulle- en la desidia y la comodidad.
Su familia es de Capital, pero su padre, Fernando, de 66 años, quedó aislado en Miramar junto con su madre, que tiene 96. “Tenemos casa en la costa, y cuando empezó la cuarentena ellos dos estaban ahí. Con el tema del virus, no pudieron salir nunca más. Mi papá se quedó para cuidar a mi abuela. Técnicamente él es de Capital, pero hasta su DNI tiene domicilio en Miramar. Pasa bastante tiempo allá”, le cuenta Ignacio a Infobae.
Fernando Tesón es un hombre conocido en el ámbito político. Armador de campañas politicas para el peronismo, llevó, por ejemplo, a Norberto Fernandino a la intendencia de Chascomús en el ’95. Ese conocimiento y los contactos tuvieron un rol fundamental para que su historia tuviera un final distinto al de Solange.
Ignacio había regresado al país, desde Valencia, España, donde cursaba un master, en un vuelo de repatriación. La maestría la terminó a distancia, desde Buenos Aires. Hacía un año que no veía a su padre. En un momento de finales de julio, y durante cuatro días, le llamó la atención no poder comunicarse con él. “Yo lo llamaba y no contestaba; a sus amigos tampoco. Al cuarto día, mi abuela les pidió que entraran a la casa, y lo tuvieron que hacer de prepo. Y lo encontraron descompensado, muy mal, en shock, en la cama. Él tiene un cuadro renal de base, tiene un solo riñón. Primero pensaron que era un ACV. Llamaron a un enfermero, y éste llamó a una ambulancia”.
El destino de Fernando fue el hospital municipal Marino Cassano de Miramar. “Allí le hicieron placas y descubrieron que tenía neumonía. Pensaron que podía ser Covid-19. Y lo aislaron completamente, con un respirador. Le hicieron análisis de sangre y descubrieron que el problema era una insuficiencia renal aguda. Básicamente, se envenenó al no poder filtrar lo que ingresaba a su organismo. Me llamaron, me contaron que estaba en terapia intensiva, lo que fue una sorpresa para mí. Empecé a preparar ropa para ir allá de inmediato y estar con mi papá. Pero no sabía si iba a viajar para enterrarlo, despedirme de él o salvarle la vida”, cuenta.
Ahí comenzó un periplo en que las dificultades se sumaron a la incertidumbre. “Al no haber transporte ni medios públicos para llegar, tuve que contratar un chofer para ir a Miramar. Yo empecé a gestionar el permiso a través de la aplicación CuidAr, pero tarda ocho horas y no me llegó al mail antes de arrancar. Ese tiempo es inviable para alguien que tiene una urgencia. Pero además, vi después, cada municipio tiene sus propias reglas para entrar, así que tampoco me iba a servir de mucho. Salimos con el chofer a las 11 de la noche del 2 de agosto…”
Hasta Chascomús el viaje sucedió sin contratiempos. “Pasamos controles donde la policía estaba durmiendo…”, dice Ignacio. En la entrada de esa ciudad -que tan bien conoció su padre por las campañas políticas- los detuvieron. Y fue el primer escollo que pudo sortear gracias a distintos contactos. De los que careció el papá de Solange.
El celular de Ignacio ardía: comenzó a llamar a varios conocidos para que le allanaran el camino. Pero al llegar a Mar del Plata por la ruta 2 hubo intransigencia. Debió regresar hasta la localidad de Vidal (unos 50 kilómetros), y de allí poner rumbo a Balcarce por la ruta 55, donde fue demorado una hora. “Después de deliberar un rato largo si me dejaban pasar o no, me escoltaron durante un rato para asegurarse de que no entrara a la ciudad. Y de ahí pasamos a un camino provincial”.
Al arribar al retén de Miramar, y pese a contar con el aval de un concejal local, fue nuevamente detenido. Finalmente pudo pasar: “Llegué después de ocho horas…”.
A medida que los kilómetros se iban consumiendo, el corazón de Ignacio comenzó a latir más fuerte. Recordó el deseo de su padre en caso de morir: quería que sus cenizas fueron arrojadas en Piedras Negras, un bello paraje costero cercano al pueblo de Mar del Sur.
Cuando cruzó el umbral del hospital de Miramar, le informaron que su papá estaba en coma. “Lo que fue una odisea fue conseguir una cama de terapia intensiva. Ningún lugar la quiere dar. Llamás, llamás y llamás… Y no importa si tenés o no obra social. Siempre tratan de tener un margen. La burocracia interna hace que los tiempos sean ridículos, tardan más de 24 horas en conseguir una. La obra social tiene que conocer el caso, una vez tiene que llamar al hospital donde está esa persona. Ahí le piden la historia clínica y los estudios. Cuando los recibe tienen que localizar un hospital con terapia intensiva. Y eso se hace un llamado por vez. Fueron 14 horas buscando personalmente una…”
Seguramente, por ahora, la fotografía de nuestros hospitales no es esa terrible que se vio en Italia o España en el pico de la pandemia en Europa, donde contaban que debían elegir quién accedía a un respirador y quién debía partir sin uno. Por eso cuesta más digerir ciertas arbitrariedades que, muchas veces, responden más a decisiones individuales que a una organización. En uno de sus tuits, Ignacio desliza una sensación horrible: que lo estaban dejando morir. “Es que no lo ingresó un familiar y pensaron que estaba solo en el mundo, que no le iba a importar a nadie. Yo en ese momento, sí pensaba que mi viejo se iba a morir. De hecho, después de 20 días sigue en terapia intensiva, estuvo 13 días en coma inducido”, explica.
-¿Por qué lo llevaste a Mar del Plata?
-En Miramar no hay dónde hacer diálisis, entonces tenía que trasladarlo a Capital o Mar del Plata. Decidimos que debía ir a Mar del Plata, porque a Buenos Aires iba a tardar cuatro o cinco horas y no sabía si lo iba a soportar.
En medio de toda esa situación, Ignacio había ingresado a Miramar con la condición de permanecer 14 días de cuarentena. Obviamente, con su padre al borde de la muerte, era algo que no iba a poder cumplir. “Yo rompí a las tres horas ese encierro porque sí o sí tenía que tramitar su traslado”, admite con razón. Enterada la policía, quisieron detenerlo. Finalmente, otra vez gracias a su agenda, pudo zafar. La condición fue que se debía ir cuanto antes.
Al margen de su propia circunstancia, llevarlo a Mar del Plata no fue sencillo tampoco. “No querían dejarlo ir de Miramar porque no sabían si tenía Covid, sin hacerle el hisopado y tener el resultado. Yo les decía que asumieran que lo tenía y sería más sencillo. ¡Y al final no tenía! Tuve que volver a mover contactos para su traslado. De hecho, muchos momentos del viaje los pude hacer porque tengo la suerte de tener plata y contactos. Sin eso, hubiera terminado frustrado y con impotencia, como el papá de Solange, la chica que murió en Córdoba. Fue una situación donde evidentemente no tenían ninguna de las dos cosas. Leer lo que sucedió con ella me motivó a escribir los tuits”, cuenta. Al día siguiente, pudo trasladarlo a Mar del Plata en una Unidad de Terapia Intensiva móvil. “Esa noche sobrevivió de casualidad”, señala hoy Ignacio.
Cuando recibieron el resultado del hisopado, tres días después, Fernando ya estaba internado en Mar del Plata, donde fue dializado de urgencia. Por una cuestión de intimidad, Ignacio pide ser eximido de revelar el nombre de la institución donde se encuentra su padre. “Ahora está en terapia intensiva, no puede moverse bien, no puede hablar, le hicieron una traqueotomía para que pueda respirar, pero está mejor…”, explica.
Su estancia en Mar del Plata, donde aún está, se debió a la gentileza de unos amigos que le prestaron un departamento, el apoyo de su novia y la comprensión de sus jefes, que le dijeron que se tomara el tiempo necesario. Pero no estuvo exenta de dificultades.
La estadía marplatense le deparaba una sorpresa más. El 10 de agosto salía de un supermercado donde compró algo de ropa, y como no tenía bolsa, una mujer policía pensó que la había robado. No bastó mostrarle a la agente el ticket de compra. Al estrés de la enfermedad de su padre y cargar con la responsabilidad de los trámites y traslados en plena cuarentena, debía vivir otra pesadilla. Pidió que la policía se identificara y luego de una discusión, un compañero de ella -contó también en Twitter- lo esposó. Fue llevado a la comisaría con el cargo de “provocar a un policía a pelear”. Después de dos horas, lo liberaron. “El subcomisario rápidamente entendió que me llevaron sin razón real y casi que se disculpó”, escribió. Tesón radicó una denuncia en la Auditoría General de Asuntos Internos de la Bonaerense.
“Lo cuento para que quede claro porqué más policías no es sinónimo de seguridad. Si no están preparados, son peligrosos para el sistema en si”, relató. “Los policías cuando cometen errores se ponen más nerviosos que uno y constantemente redoblan la apuesta. Cuando creen que se pueden haber equivocado, tratan de cubrirse unos a otros e inventan cargos. No tienen criterio para tomar decisiones. Y están mal entrenados”, añadió.
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