El plan tomó forma en un bar en el barrio de La Boca. En una mesa por cuatros hombres se estaban ultimando los detalles para concretar un asesinato. El que explicaba los detalles era Aquiles Segabrugo, un italiano rubio de 38 años, quien era más conocido por su apodo de "El Austríaco".
Tenía enfrente a Francisco Güerri, a Pedro Güerri -si bien coincidían en el apellido no eran parientes- y a un amigo de este último, Luis Casimir, un marinero con el alias "Eva", todos de 21 años de edad. Habían sido convocados para hacer un trabajo muy importante, tan delicado era que Segabrugo les ofreció 10.000 pesos, pagaderos en tres veces.
Debían cometer un asesinato. Les garantizaba que, una vez hecho el trabajo, los sacaría del país en barco.
Cuando preguntaron a quién debían matar, Aquiles les respondió que a Domingo Faustino Sarmiento, el presidente del país. ¿Cuándo? El sábado 23 de agosto de 1873.
Enemigos sobran
Domingo Faustino Sarmiento había asumido la presidencia el 12 de octubre de 1868. Durante su vida política, supo granjearse muchos enemigos. Luego de la victoria de Caseros, Sarmiento le había advertido a Justo José de Urquiza sobre los caudillos del interior que se seguían manejando de la misma manera que en los tiempos de Juan Manuel de Rosas. Pero como el entrerriano tenía otros planes, Sarmiento partió al exilio.
Cuando Bartolomé Mitre fue presidente, Sarmiento le escribió: “…no deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca”.
Mitre, en la cuestión de la búsqueda de su sucesor en la presidencia, pretendía un candidato de consenso que mantuviese unido a su partido. La elección de Sarmiento no fue de su agrado. Este, al ver que debía fortalecer sus apoyos políticos, fue en busca de aliados por afuera del mitrismo.
Fue así como el 3 de febrero de 1870 viajó a Entre Ríos en un gesto de reconciliación política, limaron asperezas y se comprometieron a trabajar juntos. Sin embargo, lo que había hecho el entrerriano fue la gota que colmó el vaso; su principal enemigo, Ricardo López Jordán -quien nunca le había perdonado su retiro de Pavón, el alentar el reclutamiento de fuerzas para la guerra del Paraguay, entre otras cuestiones- lo mandó asesinar, el 11 de abril de 1870.
Sarmiento tomó el crimen como algo personal y envió un ejército a Entre Ríos a combatir a López Jordán, a quien declaró reo de rebelión. Fue uno de los principales conflictos que tuvo durante su gestión en el interior del país. López Jordán terminaría exiliándose en Uruguay cuando ya el sanjuanino había dejado la presidencia.
Es, en este contexto, que hay que interpretar las motivaciones del atentado a Sarmiento, quien pasaría a la historia como el primer presidente argentino en ser blanco de un atentado.
La noche del 23
Cuando usaba su carruaje para misiones oficiales, Sarmiento llevaba una discreta escolta. Pero cuando se trataba de temas particulares, se movilizaba solo. En esa oportunidad, iría a visitar a Aurelia Vélez, la hija menor de Dalmacio Vélez Sarsfield, con quien mantenía una apasionada relación, que había comenzado en 1855. Aurelia había vuelto a vivir a la casa de sus padres, luego de un fracasado matrimonio con Pedro Ortiz Vélez.
"Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar", le escribía Aurelia a Sarmiento, quien con Dalmacio eran viejos amigos, y el aprecio que se tenían era mutuo y sincero.
En cierto momento, una carta de semejante tenor cayó en las manos del niño Dominguito, y así la esposa de Sarmiento, Benita Martínez Pastoriza, se enteró del romance y los esposos terminaron con un matrimonio que hacía tiempo había dejado de ser tal.
En la noche del sábado 23 de agosto, Sarmiento salió de su casa de la calle Maipú, entre Tucumán y Viamonte (en esos tiempos se llamaba Del Temple). Usó su carruaje, tirado por dos caballos y manejado por el cochero José Morillo.
Por Maipú fue en dirección a Corrientes. En la esquina noroeste, tres hombres esperaban. Estaban armados con trabucos y puñales. Los proyectiles habían sido embebidos en bicloruro de mercurio y los puñales, en sulfato de estricnina. A la menor herida que se le causase, la víctima moriría.
Cuando lo vieron venir, se abalanzaron sobre el carruaje. En un primer momento, habían pensado en matar primero a los caballos y asesinar a Sarmiento a puñaladas. Pero llegado el momento, Francisco Güerri disparó con su trabuco. Tal vez al estar sobrecargado de pólvora, le estalló en la mano y perdió un dedo pulgar. Uno de los proyectiles entró por la ventanilla del carruaje y salió por el otro lado. La policía rescataría balas que se habían incrustado en las paredes.
La avanzada sordera de Sarmiento, sumado al ruido que hacían los cascos de los caballos sobre el empedrado, hicieron que el presidente no se diera cuenta de lo que había ocurrido. Sólo al llegar a la casa de los Vélez Sarsfield, en la calle Cangallo, le contaron lo sucedido.
“Hirieron la más alta investidura que puede ostentar un ciudadano de la República; se resquebrajó el respeto a la autoridad”, dijo entonces el presidente.
Pero los que se sorprendieron con la detonación fueron el oficial inspector Latorre y el vigilante Soto, quienes persiguieron a tres hombres que escapaban corriendo del lugar. Fueron detenidos en una casa de Corrientes, cercana al Bajo, donde se habían refugiado.
Una cadena de complicidades
La primera reacción de los Güerri fue declarar que habían tenido un altercado con un tercero, y que uno de ellos había efectuado el disparo. Sin embargo, al día siguiente contaron la verdad y dieron el nombre de quien los había contratado: Aquiles Segabrugo.
Pero Segabrugo, rápido de reflejos, ya había escapado a Montevideo. Inútil fue el viaje que el policía Avelino Anzó realizó a esa ciudad. No pudo encontrarlo, pero en el interín en Buenos Aires había caído Luis Casimir, quien también dio el nombre de Segabrugo. A la policía les llegó el dato que se hospedaba en el Hotel del Vapor, de la capital uruguaya. Y hacia allí se dirigió el comisario Miguens, pero el sospechoso ya no estaba en el hotel.
Dos días mas tarde, el cuerpo de Segabrugo aparecerá acribillado. Se creyó que su asesino había sido el jordanista Carlos Querencio.
Miguens, antes de regresar a Buenos Aires, se llevó de la habitación de Segabrugo documentación valiosísima que probaría que detrás del atentado a Sarmiento estaba Ricardo López Jordán. Pero esa documentación nunca llegó a Buenos Aires ni se sabría su contenido. Miguens fue interceptado por desconocidos, quienes se quedaron con esos papeles y amenazaron con matarlo si llegaba a revelar su contenido.
¿Qué pasó con los detenidos?
En el juicio sustanciado, el fiscal Ventura Pondal pidió la pena de muerte para los Güerri y Casimir. El juez Octavio Bunge sentenció a Francisco Güerri a 20 años de prisión, y 15 a Pedro Güerri y Casimir. Posteriormente, la Cámara del Crimen bajaría la pena de Casimir a 10 años.
Siendo funcionario en el gobierno de Julio Argentino Roca, los presos le solicitaron a Sarmiento intercediera para lograr la conmutación de sus penas, ya que habían actuado "como unos pobres locos extraviados". Sarmiento nunca les contestó.
Pedro Güerri murió en prisión el 30 de abril de 1883 y Francisco sería indultado por el presidente Miguel Juárez Celman.
¿Qué era lo que le preocupaba entonces a Sarmiento? Se lo confesó a Aurelia Vélez. Sabiendo que las balas y los puñales estaban envenenados, dijo: “Si me hubiesen sólo rasguñado, mis enemigos habrían dicho que me morí de miedo”.
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