-Es posible que el robo esté vinculado con la banda de Aníbal Gordon – se limitó a decir el juez, sin entrar en más detalles.
Corría noviembre de 2005 y el titular del Juzgado Federal N°5, Norberto Oyarbide, estaba exultante. Luego de casi 25 años sin que se obtuvieran resultados, volvían al país 3 de las 17 obras que habían sido robadas del Museo Nacional de Bellas Artes la madrugada del 25 de diciembre de 1980 por un grupo de ladrones que sabían muy bien qué tenían que llevarse.
Las obras recuperadas eran Recodo de un camino, de Paul Cézanne; El llamado, de Paul Gauguin y Retrato de mujer, de Auguste Renoir, todas ellas de la colección de Mercedes y Antonio Santamarina, que las habían cedido al Museo.
La búsqueda, que había requerido la participación de Interpol, había llevado primero a París –donde habían sido puestas en venta- y después a Taiwán, lugar de residencia de sus “propietarios”, la familia Lung, dueña de un emporio maderero.
Oyarbide se había hecho cargo de la causa dos años antes –luego de más de dos décadas sin que se obtuviera ningún resultado– y una mezcla de impulso y suerte le habían permitido recuperar una parte de un botín que ya se consideraba perdido.
Pero la novedad no era sólo la recuperación de las obras sino la posible relación del robo con el protagonista de otra causa que Oyarbide tenía en su juzgado: la de Aníbal Gordon, integrante de la Alianza Anticomunista Argentina –conocida también como La Triple A – un grupo parapolicial que había actuado antes del golpe del 24 de marzo de 1976 y luego responsable del Centro Clandestino de Detención conocido como Automotores Orletti. Gordon había muerto en 1987, pero la causa de la Triple A seguía abierta.
La posible conexión no resultaba descabellada: Gordon, alias “El Viejo” o “Silva” o “El Coronel”, no sólo se había dedicado a la represión ilegal sino que paralelamente –y con la misma banda– había perpetrado secuestros extorsivos y robos, entre ellos de obras de arte, para su exclusivo beneficio personal.
Breve biografía del “Viejo”
Aníbal Gordon había nacido en Colón, una ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires, en 1930, y su prontuario criminal registra sus primeros delitos a principios de la década de los ’50. Pese a sus antecedentes –o precisamente por ellos– en 1968 se incorporó a la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), como agente, aunque ese empleo estatal no le hizo abandonar sus otras ocupaciones.
A principios de los ’70 fue detenido por el asalto a la sucursal Bariloche del Banco de Río Negro y fue a parar a Devoto. Debido ya que para ese robo la banda había utilizado armas de guerra (pistolas y subametralladoras 9 milímetros), en lugar de ser destinado con los presos “comunes” lo encarcelaron en un pabellón de presos políticos, donde había integrantes de Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Si fue enviado allí para hacer trabajos de inteligencia para la SIDE dentro de la cárcel es algo que permanece en la nebulosa, pero ese destino le permitió salir en libertad el 25 de mayo de 1973, cuando el gobierno de Héctor J. Cámpora liberó a los presos políticos de la llamada Revolución Argentina.
Su participación en la represión ilegal previa al golpe comenzó pocos meses después, liderando uno de los grupos de tareas de la Triple A, creada por José López Rega, responsable de los asesinatos de decenas de disidentes políticos, entre ellos Silvio Frondizi y el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña.
Después del golpe del 24 de marzo de 1976 pasó a comandar operativamente el Centro Clandestino de Detención “Automotores Orletti”, en la ciudad de Buenos Aires, por lo cual años después fue condenado por secuestros, desapariciones y asesinatos.
En enero de 1984, un mes después de recuperada la democracia, Gordon fue nuevamente detenido, acusado del secuestro de Guillermo Patricio Kelly, el 24 de agosto de 1983. En octubre de 1986 fue condenado a 16 años de prisión. Murió en la cárcel de cáncer de pulmón, el 13 de septiembre de 1987.
Menos conocidos que su trayectoria en la represión ilegal, sus negocios paralelos en el mundo del delito lo pusieron, aún después de muerto, en la mira del juez Oyarbide durante la investigación del robo del Museo Nacional de Bellas Artes.
Un robo en Navidad
Corrían los primeros minutos del 25 de diciembre de 1980 un grupo integrado presumiblemente por cuatro personas aprovechó una estructura de andamios y estructuras metálicas montadas para realizar reparaciones para entrar en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el barrio porteño de Recoleta.
Las alarmas estaban apagadas y los dos serenos que había en el interior del edificio no vieron ni escucharon nada, a pesar de que los ladrones permanecieron alrededor de cuatro horas en el Museo. Los ladrones se movieron por la planta baja y el primer piso, de donde sacaron 16 pinturas impresionistas y 7 obras de porcelana y jade, cuya valuación total se estimó en 20 millones de dólares.
El 27 de diciembre las autoridades del Museo informaron que las obras robadas eran El abanico, un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Retrato de mujer, Gabrielle et Coco y Coco dibujando, de Auguste Renoir; Recodo de un camino y Duraznos sobre un plato, de Paul Cézanne; El llamado, de Paul Gauguin; Ruta por la nieve al puerto de Chateau, de Charles Lebourg; El vendedor de diarios, de Thibion de Libian; Fiebre amarilla, de Juan Blanes; Feydeau y su hijo Jorge, de Honore Daumier; dos dibujos de Edouard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin, y un óleo de Eugene Boudin, todos de la Colección Santamarina.
Llamaba poderosamente la atención la falta de alarmas, la ceguera de los serenos y que los delincuentes se hubieran podido mover con total tranquilidad y sin ser vistos en una zona que, en plena dictadura, estaba rigurosamente vigilada.
Banda con inclinación por el arte
Nunca se descubrió la identidad de los ladrones del Museo Nacional de Bellas Artes, pero el juez Oyarbide tenía motivos fundados para relacionarlo con Aníbal Gordon y su banda, por otros robos posteriores.
El 2 de noviembre de 1983, tres días después de las elecciones que consagraron presidente a Raúl Alfonsín y pusieron fin a la dictadura, un grupo comando fuertemente armado redujo y amordazó a tres empleados del Museo de Arte Decorativo Museo Firma y Odilo Estévez, en Rosario, a corta distancia del Monumento a la Bandera, y se dirigieron a las salas Francesa y Española, donde desmontaron de sus bastidores a 5 pinturas de Goya, El Greco, Ribera, Sánchez Coello y Murillo. El botín fue valuado en ese momento en alrededor de 10 millones de dólares.
Con el tiempo, cuatro de las obras fueron recuperadas. Tres de ellas estaban en poder de coleccionistas privados, pero la cuarta permitió establecer la vinculación de la banda de Gordon con el robo. En 1995, el óleo de Goya Retrato de doña María Teresa Ruiz de Apodaca y Sesma fue encontrado en poder del segundo del “Viejo” en el CCD Automotores Orletti, Ernesto Lorenzo, alias “El Mayor Guzmán”, cuando lo trasladaba oculto en una camioneta por la zona de Recoleta.
-Era una herencia que le dejó Aníbal Gordon - dijo al informar sobre la recuperación del cuadro el comisario de la Policía Federal Ernesto Curletto.
Poco después del robo en el Museo Estévez, Gordon fue detenido por el secuestro de Kelly, pero su banda siguió activa. El 8 de abril de 1986, un grupo comando ingresó en la casa del matrimonio de coleccionistas Victorio Capriolo y Hortensia Tricerri, también en Rosario, y se llevó alrededor de 150 obras de arte. Para trabajar con tranquilidad, simularon una mudanza y cargaron el botín en un camión parado frente a la puerta, sin que nadie los molestara.
Sánchez Reisse y el robo del Museo Castagnino
Promediaba la tarde del 24 de marzo de 1987 cuando un grupo de hombres redujo al sereno del Museo Castagnino de Rosario, Eros Basaldella. El lugar estaba cerrado, pero consiguieron que les abriera la puerta con la excusa de una entrega de correspondencia. Hasta hacía pocos días, en el lugar había una custodia policial permanente, pero el intendente rosarino, Horacio Usandizaga, la había suspendido por razones presupuestarias.
En pocos minutos, el grupo comando se hizo de Palomas y pollos y Bandidos asesinando a un hombre y mujeres, de Goya; Paisaje con frailes y lavanderas, de Alejandro Magnasco; Un evangelista, de El Greco, y Retrato de hombre con pelliza, de Pablo Cagliari, El Veronés.
Durante casi dos años no se tuvo noticia alguna de las obras robadas hasta que en febrero de 1989 el ex comisario de la Policía Federal Argentina Juan Carlos Longo y su esposa, Hila Arias, fueron detenidos en Miami con Palomas y pollos, el cuadro de Goya robado del Castagnino. El matrimonio también tenía en su poder una foto de Retrato de Felipe II, la obra de Sánchez Coello, robada en otro golpe, el del Museo Firma y Odilo Estévez. Por declaraciones del comisario, la obra fue recuperada poco después en un hotel de Buenos Aires, donde la había dejado abandonada un reducidor.
En su declaración, el ex hombre de la Federal también dijo que tenía en su poder el cuadro de Goya y la foto porque Leandro Sánchez Reisse lo había contactado para vender obras de arte robadas.
Sánchez Reisse, alias “Lenny”, era un antiguo agente del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército con estrechas vinculaciones con la banda de Aníbal Gordon desde los tiempos de la dictadura. También estuvo en Centroamérica como asesor argentino de los Contras nicaragüenses. Al igual que “El Viejo” Gordon, “Lenny” combinaba sus ocupaciones en la represión ilegal con negocios personales.
Entre otros casos, se lo acusaba de haber participado en los secuestros del banquero Pedro Fassan, y de los financistas Jaime Prisant, Fernando Combal y Carlos Koldobsky, entre enero y mayo de 1979.
Ahora quedaba clara también su vinculación con los robos de obras de arte perpetrados por la banda de Aníbal Gordon y también permitía relacionar el asalto del Firma y Odilo Estévez con el del Museo Castagnino.
La opinión de un experto
El juez Norberto Oyarbide no fue el único en relacionar los robos de los museos rosarinos perpetrados por la banda de Gordon, el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y el robo de la madrugada de Navidad de 1980 en el Museo Nacional de Bellas Artes.
En su libro El expolio del arte en la Argentina, el arqueólogo Daniel Schavelzon sostiene: “Los cuatro casos están relacionados con grupos parapoliciales y de inteligencia militar, ex integrantes de los grupos de tareas del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército”.
Hasta hoy, el destino del resto de las obras robadas del Museo Nacional de Bellas Artes sigue siendo desconocido.
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