“Ya estoy curada”, certificó Lea Enriqueta Llanos de Machado. Y así fue: ya no necesitó más la ayuda del respirador artificial. Los hisopados posteriores acreditaron su sensación interna. Se agitaba para ir al baño, había perdido vigor y estaba decaída. “Yo pensé que se nos iba la vieja”, confesó Marilí Machado, su hija. Pero se repuso. Reforzó así la dimensión de su apodo. El año pasado había superado una neumonía y una bronquitis. Todavía no había vencido al coronavirus. Por eso le dicen Highlander.
Lea tiene cien años. Festejó su centenario aislada el viernes 17 de abril y, como toda su familia, contrajo COVID-19. Su hija desconoce por dónde se filtró el virus: los insumos básicos los compran por mensajería y el único que salía dos veces por semana fue su marido, que trabaja como administrativo en la morgue judicial. En la madrugada del viernes 10 de julio Marilí presentó síntomas: fiebre por encima de 38 grados y dolores en el cuerpo que jamás había sentido. Por la tarde la hisoparon. Positivo para ella, su madre, su esposo, su hijo, su hija y su yerno.
Viven en departamentos contiguos en un edificio del barrio de San Telmo: piso 14 puerta 1 la hija, piso 14 puerta 3 la madre. Durante el tratamiento, convivieron. “La contagié yo porque la ayudaba todo el tiempo -interpretó-. Pero no se puede saber quién, cómo y cuándo. La médica nos decía que no le echáramos la culpa a nadie”. De su incertidumbre por el contagio también brotó un encono: “No salíamos y nos cuidábamos. Vivimos un encierro total pero igual nos terminamos enfermando. Nos dio mucha bronca”.
Lea vivió la primera semana de la infección sin sintomatología. La segunda semana fue más dramática. Empezó a sentir la ausencia de aire y despertó inquietud en toda su familia. “A mi mamá le gusta que le digan las cosas de frente. Es una persona de una profunda fe, sin doctrinas, iglesias ni intermediarios. Se puso en manos de Dios. Decía ‘será lo que tenga que ser y haré lo que tenga que hacer’, pero en el fondo estaba más preocupada por nosotros que por ella, que era la paciente de riesgo”, relató Marilí.
Lea y sus cien años se mueven en andador. Activa su lucidez haciendo crucigramas y sudokus, con sus nietos se dispone a jugar al truco y al burako. Está fascinada con las visitas -tres veces por semana- de su kinesiólogo. Dice que tiene un secreto de tres patas para su longevidad vital: el vínculo con Dios, el buen vino y nutrirse de gente joven.
Nació una mañana de abril de 1920 en el pueblito Norberto de la Riestra, dependiente del partido de 25 de Mayo de la provincia de Buenos Aires. Su padre, en su puesto de gerente del Banco Nación, le llevó del interior bonaerense a Córdoba, Corrientes, Santa Fe por sus desplazamientos periódicos. Fue una adolescente nómade, sin asentamiento sentimental. Se recibió de maestra en Esquina, ciudad correntina. En la capital cordobesa, ejerció la docencia en su primera escuela, el colegio Hipólito Yrigoyen del Barrio San Martín, “con una vocación de enseñar entrañable hace que, aún hoy, algún alumno la recuerden con mucho cariño y la saluden para el día del maestro”, relató su hija. Allí conoció a Ángel, su marido: se casaron y tuvieron sus primeros tres hijos. Después se establecieron en la Ciudad de Buenos Aires donde nacieron sus otros tres hijos.
Marilí, una de las hijas porteñas, es cordobesa por adopción. Allí se recibió de docente de teatro infantil en el Teatro Libertador San Martín. Hizo de su voz su oficio: cantante, compositora, música, actriz y maestra por vocación. En 1991, comenzó su carrera como solista. Su trayectoria musical es vasta: fue soporte de Horacio Guarany, Cuty Roberto y Peteco Carabajal, representante cultural del país en Europa con auspicio de Cancillería Argentina en 2003, hizo más de cien presentaciones en Japón, cantó en festivales en España, Italia, Alemania, Holanda, Francia, Austria, Bélgica, Rumania y toda Sudamérica, compartió escenarios con Joan Manuel Serrat y la cantante francesa Zaz, lleva grabados más de diez discos.
Lea fue su primera audiencia, su primera fan. Su influencia, su crítica, su ejemplo, su presencia en los conciertos, su asistencia en la crianza de sus nietos cuando su madre estaba de gira, su sostén emocional cuando el reconocimiento local se demoraba. “Significó apoyo absoluto en mi carrera. Siempre ensayo con ella al lado y en mis clases online la tengo acá pegada. A veces la animo cantándole. Me pide que le cante tangos de Eladia Blázquez o Naranjo en Flor, y se cuelga tarareando conmigo Tomo y obligo”, retrató su hija.
En el marco del confinamiento y en un momento histórico adverso, a Lea se le ocurrió una idea. “Siempre está preocupada por lo demás -contó Marilí-. Piensa cuándo va a mejorar la situación de la gente, cuándo se va a ir esta pandemia. Un día me dijo: ‘¿Por qué en vez de cantar para mí no cantás para todos?. ‘Pero hacelo gratis, para ayudar’, me pidió”. No lo pensó mucho. Le hizo caso. Se puso en contacto con la gente de Remates Mágicos, una plataforma de recaudación de fondos online a beneficio de causas sociales. Usará la web para montar un streaming público y abierto a donaciones: lo recaudado será destinado a la Cruz Roja Argentina para contribuir en aspectos sociosanitarios y apoyar a personas en situaciones de vulnerabilidad.
El show digital en vivo se realizará el viernes 11 de septiembre a las ocho de la noche. Marilí sospecha que Honrar la vida debería ser el primer tema. La lista de canciones no está definida: habrá tango, folclore, rock nacional. Promete un repertorio diverso, un tema inédito referido a la pandemia y la compañía de su madre, quien cree que el encierro es, de por sí, una situación difícil que se multiplica en soledad. Asegura que la música y el arte en general curan el alma, y que su idea de difundir la voz y la música de su hija contribuye al alivio de la población.
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