“Solange me estaba esperando. Estaba ansiosa por verme porque yo soy su luz y ella es la mía, pero no me dejaron estar con ella sabiendo que está grave... Mi hija está en manos de Dios y nadie más”. Las palabras de Pablo Muse, el padre de la joven que está con internación domiciliaria en Alta Gracia, Córdoba, son quebradas por el intenso dolor que lo invade y que desde el último fin de semana se mezcló con la impotencia que sintió cuando a pocos kilómetros de distancia le impidieron llegar al lado de su hija que lucha contra un cáncer.
Desde marzo no se ven. La extraña y teme no poder volverla a abrazar. El estado de salud de la joven 35 años que soñaba con reencontrarse este fin de semana con su padre empeoró en los últimos días.
El hombre, completamente devastado, contó a Infobae: “Sol está grave, muy grave. El cáncer de mama ya está en estadío 4, tiene metástasis en los huesos, en el pulmón y en el hígado. Está con respirador e internación domiciliaria”.
La internación la realiza en una casa que la familia alquiló en la localidad de Alta Gracia, Córdoba. Está allí desde principios de marzo, cuando la cuarentena no era siquiera imaginada, mes en que llegó para poder realizar una serie de terapias alternativas acompañada por su madre, una psiquiatra y una psicóloga.
Pasaron más de cinco meses y debido a la gravedad del estado de salud de Solange, Pablo comenzó a tramitar los permisos correspondientes para salir de Neuquén, provincia en la que vive la familia desde hace siete años, y poder ingresar a Córdoba, lugar del que son oriundas Solange, su madre y tía.
“Viajé acompañado por mi cuñada, Paula Oviedo, que tenía el permiso de Regreso a casa, y el permiso especial mío por la situación de mi hija. El Centro de Operaciones de Emergencia de Córdoba tenía toda la información del viaje, los documentos de ambos, el Certificado de Discapacidad de mi cuñada -que tiene discapacidad motriz-, los dos permisos de regreso por urgencia y de regreso al domicilio. La gente de COE se comunicó conmigo el sábado por la mañana para preguntarme qué ruta iba a tomar. Se la dije completa, sabían que iría y por dónde”, revela Muse sobre los trámites que realizó en tiempo y forma.
Consternado, agrega: “Por el supuesto protocolo que tienen en Córdoba, me solicitaron que 48 horas antes del viaje me hiciera el hisopado que debía dar negativo, pero no pude pagarlo de manera particular porque cuesta $ 8.500 cada uno y estoy desocupado. Las autoridades sanitarias no lo hacen si uno no tiene síntomas, pero cuando avisé que viajaba y envié todos los permisos solicité que me lo hicieran en Córdoba”.
Ese mismo sábado 15 de agosto a las 20:00, Pablo y su cuñada salieron de Neuquén con destino a Córdoba creyendo que todo estaba bien ya que no recibieron notificación que indicara lo contrario. “Pasé los controles de la policía de Río Negro, de La Pampa, de Gendarmería. A las 6 de la mañana del domingo llegamos a Huinca Renancó (en el límite sur de la provincia) donde está el control sanitario en el que comenzaron los inconvenientes”. Desde allí no pudo seguir y le ordenaron que regresara a su casa.
“La policía de tránsito me hizo estacionar en la banquina, ya había un par de autos más. Esperamos hasta que llegara la gente de sanidad para tomarnos los datos. Recién a las 8:30 llegó mi turno para ingresar. Allí no me pidieron ni hicieron el hisopado sino que me hicieron un test de COVID, ese que se hace con unas gotas de sangre. La mujer que lo hizo me dijo que luego me llegaría un WhatsApp del COE al que debía informarles la posición en la que me encontraba a cada hora hasta llegar a Alta Gracia, pero a la media hora el resultado del test dio dudoso. Me hicieron otro y resultó igual”. Ese resultado marcó el destino de ambos.
Luego, por pedido de Pablo, se lo realizaron a su cuñada y le dio negativo. “Ella vive conmigo, es paciente de riesgo y dio negativo, por eso pedí que me hicieran un tercer test pero dijeron que con dos es suficiente. Solicité un hisopado en el hospital que estaba a un kilómetro y me lo negaron”, revela.
“A las 10 de la mañana llamé a mi mujer para contarle lo que estaba pasando. Pude hablar con Solange y cuando supo que no iba a poder llegar se sintió muy mal, la golpeó porque me estaba esperando... se había ilusionado con vernos”, dice devastado.
Eso no fue todo. Cuando la policía le ordenó regresar a Neuquén, le avisó que un patrullero lo acompañaría hasta la salida de Córdoba y que desde allí otro móvil tomaría la posta hasta que lleguara a su ciudad. En total, fueron ocho patrulleros.
“Había manejado toda la noche anterior, doce horas en total. Más las horas esperando en el puesto sanitario y nunca descansé. Iba con mi cuñada que desde hacía horas no comía ni había bebido agua, pero no les importó. El trato de la policía fue pésimo. Nos maltrataron a los dos, especialmente a ella, una mujer con discapacidad a la que no dejaron siquiera ir al baño. Solicité que nos permitieran bajar del auto, a mí para estirar un poco las piernas y a ella porque necesitaba usar un baño, pero en el puesto de Córdoba dijeron que no había baño para discapacitados... Cuando llegamos a La Pampa pedí en el destacamento policial poder usarlo porque no nos permitieron usar el de la estación de servicio cuando paré para cargar combustible. Tampoco pude bajar para comprar agua, cosa que le pedí al oficial que nos acompañaba y solo me dijo que debí haber llevado un bidón de agua...”.
Aún sin poder creer ni entender lo que pasó durante el fin de semana, continúa: “Gracias al chico de la estación de servicio que se ofreció a comprarnos agua y un paquete de galletitas pudimos beber y comer algo en el camino de regreso. Estábamos desolados, tristes, nerviosos y así nos obligaron a seguir en la ruta poniendo nuestras vidas en peligro porque pedí e imploré a los policías que me dejasen descansar y no lo hicieron”.
Pablo hizo un intento por dormir una hora estacionando su auto en la banquina cuando había ingresado a Río Negro, pero apenas frenó la marcha uno de los policías le golpeó la ventana del auto y ordenó que siguiera.
“Es completamente inhumano lo que vivimos. Los Derechos Humanos de los que tanto hablan, la inclusión de la que tanto predican es mentira, queda solo en hablar con la E, porque a una persona con discapacidad la obligaron a viajar 40 horas sin descanso y no les importó. No les importó cómo está mi hija, que me estaba esperando ilusionada, tampoco les importó el grado de enfermedad que tiene. El COE lo sabe porque tiene su historia clínica”, asegura desconcertado por esa situación que los hicieron vivir los policías de tránsito de Córdoba, La Pampa y Río Negro.
Con un comprensible enojo por el temor de lo que pueda pasar, Pablo se queja porque pese a sus reiterado pedidos en el puesto sanitario de Huinca Renancó, nadie habló con él ni escuchó sus reclamos ni propuestas. “Pedí que por la situación delicada de mi hija me hicieran el hisopado en el Hospital. Si me daba mal el primero que no iba a querer en poner en riesgo a ella ni a nadie iba a ser yo. Pero nadie tuvo compasión”.
“No pude hablar con alguien que se hiciera responsable de la situación. Solo hablé con las chicas que me hicieron el test: me explicaron sobre mi resultado que eso no significa que tenga coronavirus sino que puede ser cualquier infección y por eso salió como dudoso”, asegura.
Sin ocultar su dolor cuenta que antes de la internación domiciliaria, su hija había estado internada en un sanatorio de Córdoba, pero “empezó a empeorar, a tener dolor porque el cáncer comenzó a afectar sus huesos” y que salió de allí “porque no hay nada por hacer”.
“Quiero que las autoridades entiendan que no quise irme de vacaciones. Hice todos los permisos que tenía que hacer, el permiso de regreso a casa lo hace el COE de Córdoba y la Jefatura de Gabinete de Nación nacional que autoriza de viaje. Lo hice por mi hija que es mi prioridad, quise estar con mi hija porque verla es lo que más deseo y además de prohibírmelo, nos hicieron sufrir a mi cuñada y a mí con el maltrato de la policía de tránsito de Córdoba”, dice.
Cree que el mail que envió al COE en el que avisaba que no había podido hacerse el hisopado por el costo pero que iba a viajar para hacerlo allí, ”porque no iba esperar a que mi hija muera para verla”, molestó a las autoridades viales de esa provincia y por eso no lo dejaron entrar.
Pablo no sabe si podrá viajar para ver su hija nuevamente. “No hay cosa que desee más en la vida que volver a verla, tomar sus manos y decirle cuánto la amo... Cubrirla con una manta mientras duerme, como cuando era pequeña”, se emociona. Temoroso por el avance de la enfermedad, entre lágrimas, finaliza: “Mi hija está en manos de Dios”.
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