Sin viaje de egresados ni fiesta: la tristeza de los adolescentes en su último año de escuela

Miles de chicos y chicas terminarán sus estudios secundarios este año. La ilusión de un último curso juntos, el viaje y la fiesta de egresados, y hasta la posibilidad de usar el buzo distintivo quedó postergado o cancelado. Cómo se enfrentan al dolor y qué valor tiene el cierre de esta etapa en su formación como personas

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Cuando termine el año, el grupo de amigos de Sol se va a separar para siempre. Algunas compañeras del colegio Mecenas se irán a estudiar a otras provincias, otras se quedarán en Corrientes, algunos de los chicos incluso estudiarán afuera del país. Cada vida tomará un rumbo nuevo.

Sol tiene 17 años y piensa en eso. Piensa en cómo eran las mañanas en la escuela y en la ilusión interrumpida demasiado pronto en su último año de colegio: fue tan solo una semana a las aulas y las clases se vieron interrumpidas por la pandemia.

“Todo estaba bien, era divertido, con nuestras chombas y buzo de promoción, nuevas materias, nuevos desafíos, y esa rara mezcla entre nervios, felicidad y tristeza por ser el último año en la institución. Y lo más importante: con mis compañeros y amigos de hace 4 años”, cuenta hoy Sol Bercheni desde Corrientes capital.

“Pasada una semana y media aproximadamente, luego de la suspensión de clases, se evidenciaba que la situación no iba a mejorar, al menos por unos meses, por lo tanto mi colegio decidió comenzar con las clases virtuales, con menos carga horaria pero los contenidos de siempre. Entonces desde mitad de marzo hasta ahora la nueva modalidad de aprender y de relacionarme con mis compañeros y profesores es a través de la camarita, y afirmo que no es para nada fácil, pero uno hace lo que puede”, dice.

Sol Bercheni tiene 17 años.
Sol Bercheni tiene 17 años. Va al colegio Mecenas, en Corrientes. Este año solo asistió una semana a su escuela.

Como ella, miles de estudiantes están atravesando el año de colegio de una manera impensada. La ilusión del último año, del viaje de egresados, de ser los más grandes del colegio, de tener privilegios que antes no, de organizar una fiesta, usar un buzo distintivo, poder elegir algunas materias como adelanto de la decisión mayor que vendrá después… esa ilusión forma parte del corazón de cualquier estudiante secundario. Y es esa ilusión quebrada lo que tiene a muchos chicos y chicas en un profundo estado de tristeza.

“Lo que más lamento de este encierro es cada mañana con ellos, reírnos dentro y fuera del curso, en los 10 minutos de recreo, ya que muchos el año que viene se van a estudiar a otra provincia y cada uno toma caminos distintos”, concluye Sol.

Tomás Ignacio Zarza tiene 19 años y va al colegio Técnico Hermitte, Número 43 de CABA. No pensó que esto sería tan prolongado, y sus sensaciones fueron cambiando. “Cuando arranqué la cuarentena decía: me voy a recibir sin hacer nada, me voy a levantar tarde todos los días, voy a hacer lo que quiera… Lo veía de manera divertida después de todos los años de ir al colegio y levantarme temprano. Pero cuando uno ya pierde esa costumbre y está encerrado en su casa todos los días, se da cuenta de lo valioso que era todo eso de lo que antes no nos dábamos cuenta. Ahora tengo ganas de despertarme a las siete de la mañana, verme con mis amigos todos los días, que el profesor me mande tarea, tener la mente ocupada… Extraño todo eso”.

Manuel Teplitzki comparte la extrañeza. “Es una experiencia rarísima”, dice. “No terminamos de entenderlo bien, no caemos en lo que estamos viviendo. Obviamente estamos decepcionados y tristes, porque queríamos disfrutar nuestro último año en la escuela y pasarlo con amigos estando ahí físicamente”.

"No caemos en lo que
"No caemos en lo que estamos viviendo", dice Manuel Teplitzki, alumno de la ORT.

Por supuesto, un tema ineludible para todos ellos es el viaje de egresados. Para esta altura del año muchos colegios ya debieran estar instalados en Bariloche, disfrutando de las fiestas, las excursiones y la nieve. Las empresas que organizan los viajes en general les aseguran que el viaje se hará igual apenas se pueda, pero algunos chicos piensan que no es lo mismo. Sin embargo, muchos de ellos ya pagaron.

“El tema del viaje de egresados a todos los compañeros nos tiene muy tristes porque cuando empezó todo pensamos que iban a ser dos semanas y después volvíamos a la normalidad, creíamos que íbamos a poder hacer el viaje, tener la fiesta, tener muchos meses en la escuela… Y nuestras expectativas van cayendo, cada vez bajamos más la vara y ahora casi que nos conformamos con poder ir a la escuela un mes y vernos ahí, disfrutar de algunas últimas clases en persona”, dice Manuel, alumno del colegio ORT.

Mora Halabi tiene 17 años y va al colegio Todos los Santos, de San Isidro. “En mi colegio no hacemos el viaje con ninguna agencia, lo organiza el colegio directo. Entonces íbamos a ir solo con mi camada, por lo cual no lo habíamos empezado a pagar ni nada. Pero la fiesta sí la pagamos y quizás nos dan la opción de hacerla el año que viene, pero también hablando con mis compañeros nos dimos cuenta de que el año que viene, cuando ya vamos a estar estudiando una carrera en la universidad, capaz no nos da ganas de hacer nuestra fiesta de egresados”, dice.

“Yo creo que la llevé bastante bien pero hay mucha gente en mi camada que se pasó una semana entera llorando, diciendo cómo puede ser que yo no tenga fiesta… Además a nosotros nos dan el kiosco del colegio durante un año entero, en cuarto, para vender cosas y recaudar para poder pagar la fiesta y el viaje en quinto, y se siente la bronca de haber estado un año trabajando en todos los recreos para ahorrar plata para una fiesta que pagamos y que no vamos a poder hacer o que vamos a hacer estando en otra”, cuenta.

Mora Halabi con su buzo
Mora Halabi con su buzo de egresados. Lo hicieron con los colores de la bandera de Sudafrica, a donde se iban a ir de viaje de egresados. No saben si ese viaje se hará.

Consultada para esta nota, la psicóloga Alejandra Libenson (especialista en crianza, autora entre otros de Los Nuevos Padres -Aguilar-), dice que la pandemia atravesó a los chicos con un impacto “a la manera de un trauma”. Dice: “Yo creo que la pandemia nos puso en un concepto descorporizante donde se anularon los duelos, los rituales, las despedidas, las bienvenidas, y creo que los adolescentes no están exentos de este dolor. Y a su vez están atravesando por un proceso de duelo personal por el momento histórico que están viviendo. Están por cerrar una etapa y el tiempo y los límites del distanciamiento les impiden el contacto con los otros. Somos seres gregarios y nos sentimos a partir de estar con otros. Más aún los adolescentes”.

¿Por qué algunos lo viven mejor que otros? Por las estructuras psíquicas de cada quien, por el contexto siempre distinto entre uno y otro, por infinidad de factores. Pero lo cierto es que mejor o peor, todos lo están viviendo. “A algunos les genera más confort salir de un espacio social y se sienten más cómodos en su casa, y hay otros a los que se les rompe la vida, los desestructura, conmueve, y los hace lidiar con la impulsividad, la frustración, la demora, la renuncia… Todos aspectos que se van construyendo hacia la juventud y la adultez, pero que previo a eso tienen que aparecer el deafío, la omnipotencia, la sensación de inmortalidad, de que todo lo puedo conseguir. El duelo por la pérdida de ciertos espacios infantiles pero a la vez la alegría de sentirse adolescente y que sus modelos de identificación son sus pares. Donde el sentido de la vida tiene que ver con salir de casa, con despegarse de un modelo”, explica.

Alejandra Libenson, psicóloga especialista en
Alejandra Libenson, psicóloga especialista en crianza, autora de varios libros, dice que lo fundamental es que los chicos puedan igual tener algún ritual de finalización de etapa.

Joaquín Etchegaray tiene 18 años y va al colegio Santa María, en Pilar. Como cada grupo, ellos también habían mandado a hacer su buzo de egresados. “Pero lo usamos solo una semana, muertos de calor”, cuenta. Hoy lo usa en algunos zooms con sus amigos y tiene la esperanza de poder tener un tiempo en la escuela. También, según le prometen, en el viaje de egresados.

“Nos dijeron que se iba a hacer sí o sí. Fue una gran noticia porque pensábamos que no íbamos a tener viaje, que es lo que veníamos esperando todo el secundario básicamente. La mala noticia es que nos tiraron varias fechas que no son seguras sino que son ideas que dependen de la situación del país y de Brasil, porque nosotros vamos a Porto Seguro. Si bien no lo teníamos todo pago, la mayoría viene pagando mensualmente una cuota. Nos dieron distintas opciones como diciembre o febrero o marzo, pero ya en marzo son muchos los que piensan que no irían”, cuenta.

Joaquín Etchegaray junto a uno
Joaquín Etchegaray junto a uno de sus mejores amigos con el buzo de egresados. "Lo usamos solo una semana a principio de año, muertos de calor. Hoy está en el placard", dice.

Informada sobre el testimonio de los chicos y su sensación de que no es lo mismo festejar el año que viene, Alejandra Libenson dice. “Creo que uno de los puntos importantes es seguir sosteniendo que el lazo afectivo, el cierre, el encuentro, la posibilidad de hablar de estas pérdidas, de esto que no se puede recuperar y que hay que asumir y aceptar, y se tiene que transitar junto con otros... Asumir que esto es parte de este ritual de cierre, y algunos podrán y querrán demorar este deseo y concretarlo el año que viene pero va a ser diferente. No va a ser la misma sensación. Creo que el gran desafío es construir este ritual de despedida más allá de las fiestas por zoom o alguna otra manera original de festejar la conclusión de una etapa. Me parece que más que nada hay que aceptar que es así, que es realmente una situación de pérdida. No es algo reversible porque el tiempo no es reversible”.

Sobre ese ritual están trabajando las distintas escuelas, proponiendo que sean justamente los últimos años los que vuelvan primero a las aulas, para que tengan aunque sea brevemente un tiempo de despedida y de duelo. “Se necesita algo de cuerpo en este cierre de etapa, para generar cierto mojón o hito de finalización de una etapa”, aporta Alejandra.

Todavía, sin embargo, no se sabe qué puede pasar. Joaquín cuenta que él y muchos de sus compañeros ya pusieron la cabeza en el futuro y aprovecharon este tiempo para anotarse en la facultad y hacer los cursos de ingreso para así arrancar directamente el año próximo.

“Con muchos de mis compañeros sentimos que el colegio terminó el año pasado. Sentimos que tuvimos que crecer por adelantado, que ya no estamos más en el colegio y lo único que queremos es dejarlo atrás. Esa parte del disfrute ya se perdió, y capaz se pueda recuperar en los meses que nos quedan, pero quién sabe… eso depende de que podamos volver”, dice.

Se esucha ánimo en el tono de su voz. Tal vez sea el futuro la única esperanza para recuperar este último año perdido.

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