El automóvil oficial del embajador argentino Eduardo Labougle cruzó la amplia entrada del Carinhall y comenzó a transitar el gran boulevard que terminaba en la amplia residencia de campo del Mariscal Hermann Göring, ubicada a 50 kilómetros de Berlín. El dueño de casa, con sus 45 años, era el virtual número dos del régimen nazi y comandante de la Fuerza Aérea.
Era comienzo de julio de 1939 y hacía calor. El diplomático venía a despedirse porque, tras casi siete años de gestión, el gobierno de Roberto Ortiz lo trasladaba a la misión en Santiago de Chile. Con la misma finalidad, unos días antes había estado con Adolfo Hitler en el Führerbau, “la Casa del Jefe”, en Munich.
Como informará más tarde Labougle al canciller José María Cantilo, Göring “desde un principio muy deferente con la Misión a mi cargo y quien me facilitó la solución favorable del asunto carnes frigoríficas”. Se entiende la ponderación porque en esa época Göring era el jefe del Plan Cuatrienal y estaba autorizado “a promulgar decretos y mandatos generales administrativos, incluyendo a las más altas autoridades del Reich”. Lo que ignoraba el argentino era que el Mariscal en febrero de 1937, en la intimidad, había sostenido que su función era “la de establecer toda la economía en pie de guerra en un período de cuatro años”.
Además de los dos cargos, el dueño de la residencia era Ministro de Estado, presidente del Reichstag y sucesor oficial del Führer desde el 23 de abril de 1938 y, por si faltaba algo, había recibido el bastón de Mariscal.
En la entrada del palacio “fui conducido enseguida al frente del mismo que da sobre un soberbio lago. Allí se encontraba el Mariscal, paseándose, impecablemente vestido de uniforme blanco y algunas cruces, entre la que se destacaba la insignia de la aviación en brillantes. Se adelantó cordialmente con esa bonhomía que le es característica”. Extraña observación sobre una persona que, por ejemplo, fuera el fundador de la Gestapo, comandara en Berlín la Operación Kolibrí, en 1934, contra los disidentes de Hitler, y se cruzara de brazos “la noche de los cristales rotos” (“Kristallnach”) contra la colectividad judía.
Tras unas frases de estilo, el diálogo se desarrollo sobre el comercio bilateral y “me preguntó por qué no les mandábamos más productos. A lo que respondí que se estaba negociando el aumento del intercambio, pero que si tenía un deseo especial me lo hiciera saber para transmitirlo verbalmente a mi llegada a Buenos Aires. Me contestó: ‘Les compro todo lo que puedan vendernos'. Le dije que en tales condiciones es a ellos a quienes corresponde hacer la oferta para estudiarla.”
Luego, al hablar del país que representaba Labougle, con la franqueza de muchos años de trato, Göring supo decirle en un tramo de la conversación como fruto de su ignorancia: “Sí, pero los argentinos no constituyen una raza; es una mezcla; son una nacionalidad.”
También contó: “Me habló de sus trabajos y me invitó a recorrer las ampliaciones que está efectuando en su vasto dominio. Carinhall era considerado un palacio, lleno de gobelinos y obras de arte. Lo que está construyendo ahora es inmenso… todo se está haciendo con un lujo que no conocieron los Hohenzollern.” Claro, el embajador no le contó al canciller Cantilo que la decoración era el fruto, hasta ese momento, de los robos a los museos y residencias, en particular, de la colectividad judía. En poco tiempo más llegaría el saqueo cultural de Europa.
Como anticipando el futuro, al momento de despedirse, Labougle le dijo que su residencia era un museo y Göring contestó: “Todavía no, será”. “Quien sabe lo que se propone coleccionar y por qué medios”, escribió el diplomático.
Seis años más tarde, tras la derrota del Tercer Reich en 1945 (que pensaba durar mil años), Eduardo Labougle tuvo la respuesta: Göring fue sometido a un largo interrogatorio sobre el origen de las obras de arte que poseía, lo mismo que Hitler y otros dirigentes del gobierno nazi, durante una larga sesión que se realizó el 8 de octubre de 1945. En la oportunidad, tuvo que aclarar el origen de su fortuna que poco condecía con el valor de su colección artística. En la misma sesión debió explicar su competencia con Alfred Rosemberg, cuya misión era confiscar en nombre del Tercer Reich cientos de obras de arte de las zonas ocupadas. En el fondo Göring no podía justificar nada.
Al momento de despedirse Göring le regaló una foto dedicada por él y otra de su esposa Emmy como recuerdo de su paso por Alemania. Era una costumbre de la época, también lo hicieron Hitler; el Dr. Frick (Ministro del Interior); el Sr. Víctor Lutze (comandante supremo de las SA, tropas de asalto nazis); el Dr. Lammers, jefe de la Cancillería y varios más.
Tras dejar Carinhall, Labougle fue el último argentino en pisar ese lugar porque dos meses más tarde Alemania invadiría Polonia y estallaría la Segunda Guerra Mundial. Lo reemplazó, hasta 1942, el embajador Ricardo Olivera (después Embajador ante el gobierno de Vichy, la Francia ocupada). Luego fue designado como Encargado de Negocios (A.I.) Luis Luti, hasta que se rompieron relaciones en 1944.
El 8 de mayo de 1945 Alemania firmó su rendición incondicional a los Aliados y Carinhall fue dinamitada el 28 de abril de 1945 por orden de Göring antes de que llegaran las tropas rusas. Previamente, las obras de arte del Palacio fueron trasladadas a su refugio alpino en Berchtesgaden.
La noche del 7 de mayo de 1945 Hermann Göring se entregó a las tropas americanas, lideradas por el general de brigada Robert I. Stack, comandante adjunto de la 36ª División de Infantería en el cuartel de Zell am See y más tarde conducido al cuartel del Séptimo Ejército de los EE.UU. En esas horas el militar alemán imaginaba que se iba a entrevistar con el general Dwigth Eisenhower, algo que nunca ocurrió. El 11 de mayo conversó con el periodismo y habló del fracaso de los generales de no poder convencer a Hitler de que la guerra estaba perdida desde mitad de 1944: “Hitler se negó a aceptar ese punto de vista. Ordenó que nunca más se hiciera mención a ese respecto.” Luego de estar en varios lugares, finalmente el 21 de mayo fue llevado de Augsburgo a Mondorf.
“Cuando Göring vino a verme a Mondorf era un individuo pobre de espíritu que se expresaba con una simple y tonta sonrisa. Llevaba sus dos maletines llenos de píldoras de paracodeína (un derivado de la morfina). Pensé que parecía un vendedor de estupefacientes. Conseguimos apartarle de su vicio de las drogas e hicimos de él un hombre”, declaró el coronel B.C. Andrus, más tarde el responsable de la seguridad de la cárcel de Nüremberg.
Fue instalado en el Palace Hotel y fue sometido a un severo régimen para reducir el consumo de drogas y eliminar un sobrepeso de grasa porque pesaba más de cien kilos.
El Reichsmarschall en sus largos interrogatorios no llegó a admitir su error de no haber estimado desde un principio el poder brutal que habían despabilado con la entrada de los Estados Unidos en la guerra en diciembre de 1941. Apenas unos meses antes, el mariscal Göring le había comentado al general de la Luftwaffe Joseph “Beppo” Schmid que los americanos “¡Solo saben fabricar automóviles pero no aviones!” y le confesó a Benito Mussolini que “América habla mucho pero no hace nada”.
Mientras Göring transitaba sus primeras semanas de prisión el 23 de mayo, en Luneburgo, Heinrich Himmler se suicidaba con una cápsula de cianuro cuando era revisado por soldados británicos. Ya habían muerto Hitler, Martin Borman y Joseph Goebbels y Göring pasaba a convertirse en el prisionero más emblemático del régimen nazi. Era la figura clave.
En junio fue visitado por Sir Ivone Kirkpatrick, consejero político de Eisenhower y conversó largamente, exponiendo que Hitler inició la guerra en el mejor momento de Alemania pero que no había tomado seriamente su consejo de invadir España con o sin el consentimiento de Francisco Franco en 1940, para apoderarse de Gibraltar y el Norte de África.
En esos días, a través del informe especial No 10 sobre el jerarca nazi un oficial inglés escribió: “El Reichsmarschall Hermannn Göring no es de ningún modo la cómica figura que tantas veces se ha dibujado en las noticias de prensa. No es un idiota ni un bufón en sentido shakesperiano, sino por lo general una persona fría y calculadora. Capta inmediatamente el núcleo de lo que se discute. No es evidentemente un hombre que haya que subestimar. Su vanidad entra en el campo de los patológico.”
Según el psiquiatra de los detenidos, el doctor Douglas M. Kelley, Göring se consideraba el hombre físicamente mejor formado de Alemania, era dócil y aceptaba su desgracia con toda dignidad… su ambición era conservar el prestigio de su autoridad y el reconocimiento de su elevada posición en la historia de su país. Él nunca se considero un criminal y se vanagloriaba: “Sí, seré ahorcado. Estoy preparado. Pero estoy decidido a pasar a la historia de Alemania como un gran hombre. Si no puedo convencer al Tribunal, al final convenceré al pueblo alemán de que todo lo que hice fue por el Gran Reich alemán. Dentro de cincuenta o sesenta años habrá estatuas de Hermann Göring en toda Alemania.”
En septiembre fue trasladado a la prisión del Palacio de Justicia en Nuremberg y encerrado en la celda N° 5, de dos y medio por cuatro. Junto con los otros detenidos sería juzgado por conspirar contra la paz; crímenes de guerra; crímenes contra la humanidad y crímenes contra la paz.
El juicio que comenzó el 20 de noviembre de 1945 duró 218 días y el Tribunal Militar Internacional y los documentos oficiales alemanes examinados fueron más de cien mil. Todo fue costeado por el gobierno de los Estados Unidos. El abogado defensor elegido por Göring fue Otto Stahmer, en ese momento de setenta años y nacido en Kiel.
Antes de que comenzaran las sesiones del Tribunal, el Reichsmarschall fue sometido a largos interrogatorios que comprendían la conducta del régimen nazi en general y particular. En Nuremberg se lo interrogó durante veinticuatro días, entre el 27 de agosto y el 20 de octubre sobre diferentes cuestiones. Como afirmó uno de los miembros del Alto Tribunal “ningún otro acusado estaba involucrado en tantas actividades”.
El 3 de octubre de 1945 fue interrogado por el coronel John Arlan Amen y el diálogo transitó sobre el mecanismo que llevó a la anexión alemana de Austria en 1938 (Anschluss) y, en particular, su conducta durante sus conversaciones telefónicas que mantuvo con Arthur Seyss-Inquart, el líder nazi austríaco que “invito” a las tropas alemanas a entrar en el país.
Hacia el final de la misma sesión el coronel Amen cambió de tema:
-¿Cree usted que el Führer ha muerto?
-Absolutamente, no me cabe la menor duda.
-¿Por qué lo cree?
-Bueno, es que es incuestionable. Siempre supimos que el Führer se suicidaría si las cosas salían mal. Lo supimos siempre. No cabe la menor duda al respecto.
-Pero ¿había algún acuerdo o compromiso en ese sentido?
-Sí, se lo dijo a varias personas muy claramente, y todos lo sabíamos muy bien.
-¿Y Bormann?
-Si le sirve para algo, espero que se esté achicharrando en el infierno, pero no sé nada…
Además del coronel Amen, Göring también mantuvo largos encuentros con el médico psiquiatra León M. Goldensohn, un miembro del Ejército americano, responsable de la salud mental de los prisioneros. Por su especialidad, en la mayoría de los casos sus temas eran otros. En uno de esos encuentros se hablo del destino de Adolfo Hitler. Debe recordarse que a pesar del tiempo transcurrido Iósiv Salin seguía sosteniendo que el líder nazi había huido a España o la Argentina.
Goldensohn le preguntó si realmente creía que Hitler se iba a suicidar y si se había suicidado y, en caso de lo hubiera hecho, ¿no era eso un acto de cobardía?
El Mariscal puso cara de malestar y dijo:
“No, ciertamente no fue un cobarde. ¿Se imagina a aquel hombre en una celda como esta? Hitler era espíritu y símbolo de Alemania. Ellos no juzgaron al Kaiser luego de la última guerra, ellos no están procesando al Emperador Hiroito de Japón. Más hubieran procesado a Hitler. Estoy aquí para sustituir a Hitler. No fue una cuestión de cobardía, él dejó que otros asumiesen la responsabilidad de sus actos. Asumo de buen grado el lugar de Hitler, como informe al tribunal.”
Goldensohn comentó que Göring tenía la certeza de que Hitler se había suicidado porque Alberto Speer (Ministro de la Producción) le contó el plan el 22 de abril de 1945. Que Eva Braun le dijo a Speer que ella y el Führer pretendían morir juntos en Berlín. El interrogador le preguntó si conocía bien a Eva Braun y qué tipo de mujer era. Entonces el jefe aeronáutico contó que el doctor Brandt, el medico personal de Hitler le contó que Hitler acostumbraba decir que “cuando mayor era un hombre, menor debe ser su mujer”.
Luego comentó: “Solamente una cosa me divierte del final de Hitler, su casamiento sentimental con Eva Braun. Aquello fue un poco de excesivo drama y sentimiento. Él podría haber obviado eso.”
El 1° de octubre de 1946 el alto Tribunal Internacional comenzó la lectura de las sentencias a cada uno de los 21 jefes nazis enjuiciados. El primero fue el de Göring y fue considerado “la fuerza motriz para una guerra agresiva, la segunda después de Hitler. Fue el principal agresor, así como el jefe político y militar; fue el que dirigió los programas de trabajos forzados contra los judíos y otras razas dentro y fuera del país. Todos estos crímenes, él los ha admitido con toda certeza… en vista de los cargos del Acta de Acusación, ha sido declarado culpable. Este Tribunal Militar Internacional lo condena a morir en la horca.”
Al día siguiente preguntó si en vez de la “ignominia de ser ahorcado se le permitía morir como un soldado, ante un pelotón de fusilamiento” y la solicitud fue denegada.
La noche del 15 de octubre de 1946, el condenado pidió recibir los rituales de la Iglesia Luterana y fue rechazado por cuanto en todo su período de detención no dio ninguna muestra de arrepentimiento.
Con la complicidad de uno de sus carceleros pocas horas antes se suicido con una cápsula de cianuro. Eran las 22.40 de la noche. Dos horas más tarde, el ex ministro de Asuntos Exteriores Joachim Von Ribbentrop ocupaba su lugar en la fila. Luego lo siguió el Mariscal Wilhelm Keitel y los restantes condenados.
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