En la cordobesa estancia Ana María, a orillas del río Tercero, un 25 de diciembre de 2017 fallecía Stella Ana Inés Rosa Carolina Cárcano Morra. Tenía 102 años, pertenecía a una tradicional familia cordobesa, los Cárcano -su abuelo Ramón había sido gobernador de la provincia en dos oportunidades- era vizcondesa por su casamiento con un noble inglés aunque también se la conoció por su amistad con un norteamericano flacucho, de pelo rubio como cepillo, que se llamaba John Fitzgerald Kennedy, que hasta fue a visitarla a su estancia en Ascochinga, ritual que repetiría su viuda 25 años después.
Por 1938, Joseph Kennedy (padre) fue embajador de Estados Unidos en el Reino Unido, cargo que tendría que abandonar por su pública simpatía hacia los nazis y por sus más que desafortunadas opiniones sobre los judíos.
Pero mientras desempeñaba su cargo diplomático, el domingo 2 de marzo de 1939 asistió con su familia en el Vaticano a la asunción del Papa Pio XII. Entre el cuerpo diplomático se encontraba Miguel Angel Cárcano, que desde el año anterior era el embajador argentino en Francia. El joven John se hizo amigo de su hijo Michael y quedó fascinado con Stella “Baby” Cárcano, una bella joven de pelo castaño, 23 años e hija del embajador. Mientras ambas familias permanecieron en Europa, Jack la invitó a salir en varias oportunidades pero sin suerte, aunque solían coincidir en eventos sociales.
Un gringo en Córdoba
Luego de graduarse en Harvard en Relaciones Internacionales en junio de 1940, Kennedy realizó, entre mayo y junio del año siguiente, un viaje por América Latina. A su regreso, se enlistó en el ejército. Los Cárcano fueron a recibirlo al puerto de Buenos Aires, ya que venía de Río de Janeiro. Días después, con un grupo de amigos, viajó en automóvil a Córdoba. Antes había sido invitado a un asado en la casa que el artista Florencio Molina Campos tenía en Moreno.
Desde el 26 de mayo al 10 de junio estuvo con los Cárcano en su estancia en Ascochinga –”perro perdido”, en lengua indígena- un establecimiento rural de 4 mil hectáreas que entre 1622 y 1767 fue un puesto de la estancia jesuítica Santa Catalina que los Cárcano habían comprado en 1925.
El 29, Kennedy festejó ahí su cumpleaños número 24. Para la familia era Jack y para los que apenas lo conocían era “el gringo”, el que montaba con campera de aviador, bombachas de campo y con guantes, porque tenía alergia a los caballos.
Mitad en broma y mitad en serio, insistía que sería presidente de los Estados Unidos. El experimentado Miguel Ángel Cárcano, en largas conversaciones que mantuvieron, le aconsejaba estudiar y que leyera mucha historia.
Disfrutó de la vida de campo participando siempre con su sonrisa característica de las distintas actividades. Stella intentó enseñarle a bailar el tango y cuando le dieron a probar un mate, no le gustó.
Católico practicante, asistió a misa en la iglesia del Sagrado Corazón de Ascochinga, un templo construido en 1900 a instancias de personalidades del lugar, entre ellos Julio A. Roca, que en las cercanías estaba la estancia La Paz, de su propiedad. En esa oportunidad, Kennedy dejó una limosna de 10 dólares. Cárcano hizo colocar una placa de mármol que recuerda la visita del que se convertiría en presidente norteamericano.
Luego de su partida, los jóvenes estuvieron en contacto por carta. Unas pocas fueron digitalizadas por la John F. Kennedy Presidential Library and Museum. “Estoy loca de alegría -le escribiría Baby el 29 de noviembre de 1941-. A fines de febrero volaremos a Nueva York y luego de quince días iremos a Europa a encontrarnos con mi papá, y estaremos allí dos meses”.
Stella planeaba verlo en ese viaje. En otra le describe que “hay la luna más maravillosa; puedo ver el valle y las montañas tan claro como durante el día”. Si bien eran cartas en las que más de uno creían ver algo similar a un noviazgo, ya que alguna la encabezaba con “my love”, ellos siempre lo desmintieron.
A fines de 1942, Kennedy se enlistó en la Armada, gracias a las insistentes gestiones de su padre, ya que los serios problemas de osteoporosis que sufría en su espalda no lo hacían apto para el servicio activo. En abril de 1943 fue asignado a la Patrol Torpedo Boat en las islas Salomón, en el Pacífico. El 2 de agosto el destructor japonés Amagiri partió al medio la lancha PT-109 de Kennedy, quien con un par de sobrevivientes, logró salvarse nadando hasta una isla cercana. Sin conocer la noticia, Stella le escribía preocupada por no tener noticias suyas.
En enero de 1946, Stella se casó en Gran Bretaña con el vizconde William Humble David Ward, veterano de la Segunda Guerra Mundial, con quien tuvo tres hijos, mientras Kennedy haría lo propio con Jacqueline Bouvier en septiembre de 1953. El vínculo de las dos familias no se interrumpió nunca, tanto los informales como los estrictamente protocolares, ya que Cárcano se encontró años más tarde con el mandatario norteamericano en su carácter de ministro de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi.
Stella se divorciaría en 1961. Ella y Jack continuarían siendo amigos, escribiéndose y visitándose hasta el fatídico 22 de noviembre de 1963 en que el presidente fue asesinado en Dallas.
25 años después
El 5 de abril de 1966, en un vuelo de Pan American arribó a la Argentina Jackie Kennedy y sus dos hijos, Caroline, de 8 y John, de 5. Al mediodía almorzó con el presidente Arturo Illia y su esposa, Silvia Martorell y al día siguiente voló a la ciudad de Córdoba. De ahí, en automóvil se trasladó a Córdoba.
Fue a Ascochinga, donde su marido había estado 25 años atrás. Ella permaneció nueve días, en los que disfrutó del campo, de los paseos y de las cabalgatas todas las mañanas. Según confesó, fue la primera vez que pudo descansar luego de la muerte de su esposo.
Recibió varios homenajes: la visitaron alumnos de la Escuela María Josefa Bustos, quienes le obsequiaron un mate de plata y un facón criollo con incrustaciones de oro. Le llamó la atención que los chicos vistiesen guardapolvo blanco y le explicaron su sentido.
Se organizaron en la estancia pequeños espectáculos con números artísticos, como fue la actuación del grupo folklórico Los del Suquía y, como no podía ser de otra manera, también rezó en la iglesia en la que su esposo había asistido a misa.
“Había olvidado que podía ser feliz”, confesó.
Partió el 14 de abril. “Espero que mis hijos sientan la felicidad que mi esposo conoció aquí y que cuando crezcan comprendan por qué su padre quiso tanto a esta tierra”, les dijo a los periodistas, que la habían seguido a sol y a sombra durante todos esos días.
Antes de irse, Jackie contempló en silencio la placa en la iglesia, y vaya uno a saber qué habrá pasado por su mente al leer el nombre de aquel muchacho flaco, alto, con cabellera rubia como cepillo, que ya soñaba con ser presidente.
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