Minutos antes de hablar con Infobae, Juan Sea (48) tuvo que contarle a su papá que el menor de sus hijos había muerto por coronavirus. De 45 años, con varias comorbilidades (problemas respiratorios, sobrepeso y tabaquismo) Guillermo Sea se convirtió en el primer fallecido por Covid-19 de la provincia de Chubut. Sucedió a las 4.30 de la madrugada del 10 de junio en el Hospital Zonal de Trelew. Hace 64 días, en ese exacto momento, Laureano -su padre- se encontraba en coma, internado en el mismo hospital, luchando contra las consecuencias de un ACV hemorrágico. Y ahora, Juan acababa de ir a buscarlo tras recibir el alta.
Veinticuatro horas antes de tener que darle esa terrible noticia, era el propio Juan quien estaba en la sala de hemoterapia de ese centro de salud -el único que atiende pacientes con Covid-19 en la ciudad- conectado a una sonda. Es el lado luminoso de esta historia: se transformó en el primer chubutense en donar plasma de convaleciente. Mientras la vacuna no sea una realidad, una de las grandes esperanzas contra el coronavirus.
“Las condiciones para donar son muy estrictas -cuenta Juan-. Yo no tengo ninguna enfermedad preexistente y estoy dentro del rango de la edad. Pero además, para poder hacerlo hay que tener un valor muy alto de anticuerpos… Y yo los tengo altísimos. Me dijeron que los que me seguían no tenían ni la mitad. Así que voy a poder volver a donar. También me explicaron que como esta enfermedad es nueva, no saben si después va a decaer mi número de anticuerpos”.
De esa manera, Juan pudo transformar su dolor en esperanza. Es que el coronavirus arrasó con la familia Sea. El primero en conocer que se había infectado fue José, el tercero de los cuatro hermanos. Luego cayeron Guillermo (que era soltero y no tenía hijos), su madre Damiana y quien era la última pareja de ésta, Elías Morales. Juan fue el último en conocer la infección. Lo hisoparon el 26 de mayo y le dieron el resultado positivo el 30 de ese mes. Su esposa y su hija dieron negativo al estudio. “José tuvo vómitos y diarrea, por eso no pensé que se había contagiado de coronavirus. Él sufría de neumonía desde que era trabajador de la construcción. Así que lo llevé a una clínica privada y de ahí lo derivaron al hospital. El que presentó un cuadro de fiebre rápido fue Guillermo, que estuvo unos días aislado y sólo en la casa de mi papá”.
La familia siempre fue muy unida, por eso las malas noticias se hicieron más difíciles de soportar. “Mi hermano era, como yo, chofer de colectivo en la Línea 22. Él me llevó a trabajar ahí hace diez años. Compartíamos el coche. Llevábamos gente de personal de salud, pero siempre se cuidaron mucho, no creo que haya sido por ese lado. Y nunca nos tocó transportar repatriados. José es taxista, pensamos que quizás vino por alguien que llevó. Nunca vamos a saber cómo nos contagiamos ni quién fue el primero. Pregunté en el hospital y me dijeron que era imposible conocer eso”, relata.
Las internaciones continuaron. Y la tragedia golpeó nuevamente a la familia: “José estuvo en terapia intensiva, la pasó mal también -continúa Juan-. A mi madre y su pareja los internaron de prepo casi. Les dijeron que les iban a hacer una placa, y cuando se quisieron acordar estaban encerrados en el hospital. Los pusieron en dos habitaciones separadas. Habían dejado la casa así nomás, ni el celular se llevaron. A mi madre le dijeron que tenía una infección en los pulmones, estuvo aislada, no la dejaban salir. Se deprimieron, estuvieron llorando como una semana… Después un compañero de trabajo de la 22 le pudo acercar el teléfono porque conocía a alguien en el hospital. Y toda la familia estábamos en cuarentena. Al final Elías murió el 14 de julio, aunque no por el coronavirus. Entró por eso pero se recuperó. No salió porque le descubrieron una enfermedad hepática que tenía de antes y no sabía. Fue otra pérdida dolorosa”.
Juan, en cambio, nunca estuvo internado. Permaneció aislado en su casa y resultó ser asintomático. El día que le dieron el alta, el 14 de junio, inhumaron a su hermano. “¡No sabés la caravana que había para despedirlo! Fue hermoso lo que hicieron sus compañeros. Siempre voy a estar agradecido con ellos”, expresa. La tristeza, al margen del inevitable adiós, dice, fue la manera en que trataron su cuerpo. “La situación fue muy complicada desde el principio. Porque estábamos aislados cuando murió, y no sabíamos cómo iba a ser el traslado al cementerio. Acá hay un servicio de sepelios a través de la Cooperativa Eléctrica, que se paga con la boleta de la luz. Mi hermano era socio, tenía la luz a su nombre, así que un sobrino fue a hacer los papeles y le dijeron que no iban a hacer el entierro. Del hospital llamaron a Defensa Civil, que se hizo cargo. Pero ellos no son empleados del cementerio, no están preparados para eso. Mi hermano José vio de lejos como hacían el servicio y quedó muy amargado, Me contó que lo llevaron como a un cajón de verduras, que lo tiraron adentro de la fosa… Pero no le echo la culpa a Defensa Civil, porque sus trabajadores se dedican a otra cosa”.
El otro padecimiento familiar fue la condena social que sufrieron después del contagio. En Trelew, el caso que involucró a casi toda la familia obligó a declarar la circulación del virus y volver atrás en algunos aspectos de la cuarentena, como las reuniones familiares. “Fue muy duro, aunque le pasó a los que enfermaron de coronavirus en todo el país. No hicimos público el contagio porque cuando sucedió el primer caso, que no fuimos nosotros, fueron terribles con esa pobre persona. Cuando nos pasó a nosotros empezaron a circular fotos en Facebook y audios truchos por Whatsapp que nos difamaban. Decían cosas horribles, como que andábamos contagiando por la ciudad a un montón de gente. Lo dijeron de mi hermano José también. Y cuando el virus entró a mi familia se quedó ahí. No contagiamos a nadie. Tomamos todas las medidas de seguridad que nos exigieron y las cumplimos”, lamenta Juan.
Por ese motivo, cuando desde el Hospital Zonal le propusieron donar plasma, no dudó. “Lo tenía que hacer por mi hermano Guillermo. También me preguntaron si quería que se supiera mi nombre y apellido y les dije que sí, por mi familia. El plasma queda, y si llega a servir a un familiar de alguien me va a poner muy contento. No fueron muchos los que se portaron mal con nosotros, fue poquita gente, pero hicieron mucho daño. Tuvimos que cerrar los Facebook mío, de mi señora, de mi hija; mi hermano Guillermo lo hizo unos días antes de fallecer… ahora se lo abrí para sacar algunas fotos”.
En las imágenes, los cuatro (los tres más Fabián, el mayor, que no se contagió) aparecen juntos, rodeando a su madre. Celebrando la vida. “Todos los días recuerdo a mi hermano. No puedo entender cómo pasó todo esto. Se supone que yo ahora estoy inmune, pero sigo manteniendo los protocolos, el barbijo y la distancia. No me creo inmortal, pero veo que la gente se relajó mucho”.
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