En mayo de 1958 la Armada efectuó el primer avistaje de un submarino, en cercanías de Puerto Nuevo, en pleno Mar Argentino. El presidente Arturo Frondizi, que había asumido en mayo de 1958, comunicó en conferencia de prensa realizada en el Salón de los Acuerdos de Casa de Gobierno que como no hubo forma de identificarlo ni la nave contestó las advertencias dadas en tal sentido, se procedió a atacarlo. No se pudo verificar si había sido alcanzado por algunas de las cargas de profundidad que cuatro buques de guerra le arrojaron. El primer mandatario destacó a los periodistas que el área era estratégica para el país, no solo por la facilidad para la navegación sino porque se pensaba convertir a la zona en un gran centro industrial.
Luego, en octubre de 1959 fue avistado nuevamente un submarino de gran porte al que tampoco se había podido identificar, y que según los radares navegaba por la misma zona en la que se había registrado el avistaje anterior.
Durante ejercicios militares realizados el 30 de enero de 1960, de los que participaban los cruceros 9 de Julio, General Belgrano y Argentina, y los destructores Buenos Aires, Entre Ríos, Misiones y Santa Cruz, se detectó al noroeste de Puerto Cracker, en el Golfo Nuevo, la presencia de uno o más submarinos porque, intermitentemente, el radar indicaba que navegaban juntos. Vanos fueron los intentos de lograr algún tipo de reconocimiento. No respondían a las comunicaciones radiales y las misteriosas naves carecían de cualquier nomenclatura que pudiera individualizarlas. Se insistía en que podía ser una nave de tipo “21”, de las fabricadas durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania. Y nada más.
Por tal motivo, comenzó a denominárselas “O.S.N.I.” (Objeto Sumergible No Identificado). Lo único comprobable es que el submarino por momentos era detectado y de pronto desaparecía para volver a hacerse ver en otro punto no muy lejano.
De la lectura de los diarios de aquellos días se desprende la magnitud de este enigma. Se describían las acciones y las notas eran acompañadas por infografías sobre cómo actuaban, por ejemplo, las cargas de profundidad y se ilustraba con mapas detallados el área del conflicto.
La Armada organizó un vasto operativo. El contratorpedero Cervantes y los patrulleros King y Murature colocaron minas a lo largo de los 16 kilómetros de la boca del golfo, mientras hombres rana buceaban por los alrededores. Infantes de Marina habían sido apostados a lo largo de la costa, quienes veían por la noche cómo el golfo se alumbraba con las bengalas y con los reflectores que barrían la zona. Hasta se instalaron boyas con sensores de sonido.
Antes de lanzar el ataque, se desviaron las rutas comerciales aéreas y marítimas y se desalojó del lugar a los periodistas. Estos protestaron porque colegas de las revistas extranjeras, como fue los casos de Life y Time, habían alquilado un avión y sobrevolaban la zona sin ser molestados. Fueron obligados a aterrizar y se les secuestró el material fotográfico. El tema era tapa de todos los medios del país y del exterior.
De la operación, que comenzó el 11 de febrero de 1960, participaron 13 buques y 40 aviones. Se llevaron a cabo ataques con cargas de profundidad, que se arrojaban cada diez minutos. No se supo si habían dado en el blanco. Ese mismo día arribaron al país especialistas norteamericanos en guerra antisubmarina, encabezados por el capitán Ray M. Pitts, quien se puso a disposición del vicealmirante Alberto Vago, jefe de Operaciones Navales. El norteamericano debió aclarar que su misión era solo la de asesorar. Porque enseguida aparecieron los malpensados que hablaban de una intervención militar del país del norte.
Causó sorpresa al día siguiente cuando se detectó la presencia de otros dos submarinos que aparecían en el sonar. Así ocurrió hasta el día 20, en que emergían a nivel de periscopio y desaparecían con la misma rapidez. Cuando el día 21 se registró un nuevo avistaje, la Marina lanzó torpedos guiados electrónicamente. Como ninguno dio en el blanco, la aviación lanzó bombas mientras la artillería, desde tierra, hacía lo propio.
Lo único que se sacaría en limpio fue la detección, por momentos, de un periscopio y algunas manchas de aceite. Eso sería todo.
Paralelamente, la diplomacia argentina se movía frenéticamente. Chequeó con diplomáticos de Estados Unidos, de la Unión Soviética, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Holanda, más una veintena de otros países para preguntarles si los submarinos les pertenecían. Todos lo negaron.
¿Estos sumergibles podrían ser rusos en tareas de espionaje? El agregado militar de la URSS en Buenos Aires, socarronamente respondió que “lo único que van a matar es un montón de peces”. La famosa Guerra Fría estaba en su apogeo, en la que los militares argentinos ya se habían pronunciado por la defensa del “occidente libre y cristiano”. Los ingleses, vecinos usurpadores de las Islas Malvinas, también se apuraron en despegarse.
En total, la Armada contabilizó siete avistajes. Después de este ataque, los submarinos no volvieron a aparecer.
Se dio lugar a las más variadas especulaciones: ¿fue una cortina de humo de Casa Rosada para tapar otros problemas de política interna? ¿Eran submarinos nazis que transportaban a jerarcas que intentaban ocultarse en estas latitudes? ¿Formaba parte de una operación de la Armada para adquirir nuevo armamento? ¿Eran realmente submarinos de otros países realizando tareas de espionaje? Hasta los estudiosos del fenómeno OVNI aseguraban que se trataba de naves de otros planetas y sus teorías ocupaban las tapas de los diarios.
El capitán Pitts afirmaría al diario New York Times, una vez concluida la operación, que había suficiente evidencia de que se trataba efectivamente de un submarino, pero que no estaba autorizado por la superioridad a brindar más detalles.
El primer mandatario no la tenía sencilla. Negociaba un préstamo importante del Fondo Monetario Internacional y a nivel local enfrentaba la cuestión del levantamiento de la proscripción del peronismo. Frondizi consideraba que no se podía gobernar el país con Juan Domingo Perón exiliado y el peronismo prohibido. Pero no todos pensaban como él.
El ingenio no demoraría en llegar. Manejaba la escena económica el ministro del área, ingeniero Álvaro Alsogaray, empeñado en combatir la inflación. En una de las tantas conferencias de prensa que se brindó por esa época, un periodista dijo que “todo sube, menos el submarino…”
La historia de los submarinos terminaría tapada por problemas más acuciantes. El gobierno afrontaría en los meses siguientes serias convulsiones políticas y económicas, sin contar 34 planteos militares, que terminarían con su derrocamiento en marzo de 1962. Esa grave crisis institucional dejaría en el olvido el misterio de los submarinos, que nadie pudo resolver. Y que hoy es solo una anécdota.
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