Pocos meses antes de morir, el forense Osvaldo Raffo recibió a un joven colega en su casa. Mientras tomaban café con masitas finas, miraban la autopsia del llamado caso de las hermanas “satánicas” acusadas de matar a su padre, a quien le escribieron con sangre el núnero 666 en el cuerpo, por creerlo el diablo.
Era una costumbre de Raffo, casi un ritual: mostrarles esos videos a sus visitantes.
En un momento, el viejo maestro de criminología, que en su carrera hizo más de 20 mil autopsias -entre ellas la de René Favaloro- examinó la mente del asesino Carlos Robledo Puch y esclareció cientos de crímenes, le reveló a su pupilo, como solía llamarlos, que tenía un secreto y una certeza.
-A Nora Dalmasso creo saber quién la mató. Y el Loco de la ruta, el asesino serial que mataba prostitutas, no fue un invento. Existió. Hubo otros casos. Quizá otros asesinos imitaron la mecánica para que fueran atribuidos al matador perverso este.
No dijo nada más.
Eran dos casos impunes de la historia criminal argentina y Raffo sentía impotencia por no haber podido aportar “cuestiones indubitables” -otro termino que acuñaba- para llegar a la verdad. Lo de Dalmasso, estrangulada en su casa de Río Cuarto, es un femicidio que sigue abierto.
Pero el del extraño y misterioso asesino serial acusado de matar y torturar mujeres que se prostituían en el barrio La Perla de Mar del Plata, cerca del centro, y luego aparecían desnudas y abandonadas al costado de una ruta, es un caso que se cerró de manera confusa.
Al “Loco de la ruta”, que nunca fue detenido y probablemente no exista, le adjudicaron, desde 1996 a 1999, los asesinatos y las desapariciones de 14 mujeres.
Si hubiera una grieta en esto, podría decirse que de un lado sostiene que no hubo un serial killer al estilo de las series norteamericanas, ese psicópata perverso inasible que deambula por los caminos oscuros en busca de mujeres.
Hablan de una mafia mixta entre policías, proxenetas y hasta funcionarios judiciales que estaba en el entramado de estos crímenes.
De hecho, no todos quedaron impunes. Hubo condenas y detenidos.
Del lado opuesto refieren que al menos en los primeros cinco asesinatos hubo un asesino serial, pero en el resto no.
Un asesino ritual, que no dejaba rastros, que tenía crueldad, odiaba a las mujeres y era tenebroso.
¿El loco de la ruta fue mito o real?
El primer caso ocurrió el 1 de julio de 1996, cuando al costado de la ruta 226, bajo un puente, encontraron el cuerpo desnudo de Adriana Jaqueline Fernández, una uruguaya de 27 años que trabajaba como artesana.
En noviembre del mismo año apareció el cadáver de María Esther Amaro (35), con cortes en su espalda que formaban la palabra “Puta”. En enero de 1997 se encontraron las extremidades (dos piernas y un brazo) perteneciente a otra prostituta, Viviana Spíndola (26). Luego siguió el descuartizamiento de Mariela Giménez (28). El 20 de octubre de 1998 se hallaron los muslos de María Carmen Leguizamón (25).
Se suman a esos crímenes las desapariciones de Ana Nores, Patricia Prieto, Silvana Caraballo, Jacqueline Romero, Verónica Chávez, Mirta Bordón, Sandra Villanueva, Mercedes Almaraz y Fernanda Varón.
Por entonces, hubo periodistas que lo bautizaron el Loco de la ruta. Y como a las víctimas parecía no llorarlas nadie (no aparecían sus familiares), uno de ellos una vez mandó con un ramo de flores al fotógrafo del medio para el que trabajaba a hacer fotos el día después de uno de los asesinatos.
El fotógrafo tiró el ramo donde antes había aparecido uno de los cuerpos y la nota hablaba de una
“misteriosa ofrenda floral en el lugar donde fue arrojada una víctima del loco de la ruta”.
Además hubo un presunto llamado de ese asesino a una redacción. El mito parecía crecer.
La Policía adhirió desde un comienzo a la versión de ese personaje que mataba y se esfumaba. Llamaron al FBI, a investigadores franceses y en la húmeda oficina de un comisario pusieron este cartelito en la puerta: “División Homicidios Seriales”.
Tiempo después, algunos de esos casos llegaron a juicio y fueron esclarecidos. Aparecieron mafias y otros asuntos. Pero no todos los femicidios fueron resueltos.
Al “Loco de la ruta” lo calificaron como un psicópata perverso. Un hombre calvo, según el identikit, que obligaba a las víctimas a subir a su auto cero kilómetro. O un hombre deforme que andaba en una camioneta.
Un perfil lo definía como un reprimido, maltratado por su madre, experto en el uso del cuchillo, que mataba por placer y deambulaba por las noches en busca de más sangre, como una mezcla de Drácula moderno con una versión criolla de Jack el Destripador, cuya existencia también sigue en duda.
El que llegó más lejos en la hipótesis del invento policial fue el ex juez Pedro Federico Hooft, quien buscó desmantelar una presunta banda de policías que extorsionaba a las prostitutas y les cobraba todas las semanas a cambio de protección.
Se cree que fueron asesinadas para mantener la impunidad de esa metodología. Y por eso la propia Policía instaló lo del asesino.
Hasta hubo nueve policías detenidos.
En el femicido de Amaro fue acusado su pareja, un criador de chanchos. En algunos de los casos se llegó a otros culpables.
Los que creen en el Loco
Raúl Torre, comisario retirado, criminólogo y abogado, insiste en que hubo un psicópata asesino a más de 24 años de la irrupción del criminal bautizado por un periodista como “El loco de la ruta”.
-Fui convocado por el fiscal Carlos Pelliza. Los primeros cinco casos reflejan una serialidad. Recuerdo haber creado, junto a un colaborador, un software basado en la aprehensión de crímenes violentos del FBI. ¿Sabe cuál fue el problema?
-¿Cuál...?
-Que empezaron a meter todos los crímenes de mujeres en la investigación. Y eso empantanó la pesquisa. Llegaron a haber como 15 casos o más. Y no todos respondían a una serialidad. De hecho algunos fueron esclarecidos y se trataron de mafias.
-¿Según usted el Loco de la ruta no fue un invento para tapar a esas mafias?
-No. Son distintos casos. Las prostitutas siempre fueron víctimas vulnerables, despreciadas por la policía. Si iba una a hacer una denuncia por violación, la humillaban. Y el asesino se aprovechó de eso. Salía de cacería. La serialidad de los primeros casos fue clara. Aparecían desnudas, dos con inscripciones en su cuerpo -a una le escribieron “puta” con una sevillana y a otra también y era la misma letra- mutilaciones en sus genitales, y abandono de los cuerpos al costado de la ruta.
-Se trazaron perfiles del presunto serial y hasta se consultó al FBI.
-Se habló, y eso es delicado y no adhiero demasiado, de un costado freudiano de un hombre impotente que odiaba a las mujeres porque su madre lo había abanadonado. Eso corrió por cuenta de quienes lo dijeron.
-¿Por qué dejó de matar?
-En un concilio del FBI celebrado en Texas en 2005, con resultados difundidos dos años después, reunió a expertos en serialidad criminal de todo el mundo. Y una de las conclusiones es que un serial no mata sin parar. Puede frenar. De hecho Raffo, con quien trabajamos en el caso del Loco de la Ruta, tuvo los hechos de un caníbal que mató a siete mujeres y paró. Esa reunión hechó por tierra esa de que estos psicópatas perversos no pueden parar de matar.
-Hubo varios sospechosos. Un funcionario judicial, un matarife, un carnicero y hasta un hombre que mataba prostitutas.
-Ninguno fue este asesino. El funcionario apareció en la agenda de una víctima, pero porque era cliente. Lo de los cuchilleros es por la precisión de los cortes. Y el asesino es Arrastía, pero en ese período estaba preso. Lo investigué. Su mujer era dueña de un prostíbulo y él se llevaba a las alternadoras, las violaba y después las mataba. Cumplía un ritual perverso: a cada víctima le dejaba un mordisco en el pezón. Lo cierto es que el loco de la ruta no dejaba evidencias. Arrastía, sí. Era un fetichista.
El “fantasma” de otro asesino
“Aun hoy sigo pensando que existió un serial. Yo trabajé en la Justicia en esa época. Y más allá de que hubo hechos que tuvieron que ver con mafias narcos o parapoliciales, puedo decir que varios seguimos pensando eso: que el Loco de la ruta existió. Es más, en un momento se sospechó de Arrastía, que había matado mujeres que eran obligadas a prostituirse”, dice a Infobae el abogado Claudio Bardelli.
Se refiere a Celso Arrastía, denunciado en septiembre de 1988 por su pareja. Tenía 35 años y lo detuvieron después de que le encontraran prendas de algunas de las mujeres asesinadas.
Se supo que el sospechoso captaba víctimas en el cabaret de su novia. Un año después, la Cámara Federal lo condenó a 25 años de prisión. Pero sólo pudieron probar dos de los cinco femicidios.
Un episodio había desencadenado su captura. En marzo de 1988, una mujer en ropa interior escapó de un hotel alojamiento del centro marplatense. Lloraba y decía que un hombre había intentado estrangularla.
“Me dijo que iba a terminar como las cinco mujeres que mató”, reveló a la Policía.
Los investigadores no creyeron en ese relato. Denigraron a la mujer porque ejercía la prostitución. Por entonces no existía la palabra femicidio y los cronistas policiales hablaban de crimen pasional o “drama con ribetes amorosos” cada vez que un hombre mataba a una mujer. La noticia ni siquiera salió en los diarios.
Los escenarios y el fetichismo del criminal recuerdan las historias de los asesinos de las series The Fall y The Killing. El matador buscaba a sus víctimas cerca del mar, en los hoteles alojamientos y en cabarets. La primera víctima fue encontrada el 18 de octubre de 1987.
Fue identificada como Ana María Palomino, era santiagueña, tenía 16 años y trabajaba como empleada doméstica.
El cuerpo apareció en la Barranca de los Lobos, una playa ubicada en Chapadmalal, al sur de Mar del Plata. Los peritos confirmaron que fue violada y que la estrangularon con su bombacha.
Ese día, en un campo de golf, encontraron herido al novio de la chica. A la Policía le dijo que los había secuestrado un hombre que se hizo pasar por uniformado. Les pidió los documentos y cómo tenían menos de 18 años dijo que los iba a detener. “Nos paró a la altura del Torreón del Monje. Nos apuntó con un arma y nos hizo subir a un Peugeot 504 verde claro. Nos ató. A mí me hizo bajar en el Golf Club los Acantilados. Me disparó y me dio por muerto. A ella se la llevó”, declaró el joven. La bala le entró en el pómulo y lo desmayó.
El serial killer volvió a atacar en mayo de 1988, cuando estranguló en un hotel de la Terminal a Nélida Mabel Quintana, de 53 años. Días después, Margarita Inés López, una prostituta de 29 años, fue asesinada en un albergue transitorio de Santa Fe y Falucho, cerca del centro. Otra víctima fue Mónica Susana Petit de Murat, nieta del escritor Ulises Petit de Murat, asesinada en agosto de 1987. Hubo una quinta asesinada, encontrada muerta en un hotel de La Perla.
“Entre 1987 y 1988, la ciudad de Mar del Plata se vio conmovida por una seguidilla de crímenes sexuales”, publicó el diario marplatense La Capital. Hasta se difundió el identikit del sospechoso.
Era Arrastía.
Hasta la ex pareja de Uby Sacco, el campéon del mundo que murió en 1997, se lo cruzó en un hotel. Fue después de que una trabajadora sexual denunciara a Arrastía de haberla querido estrangular.
Las dudas
De haberse inventado un asesino único, ¿por qué nunca se develó la trama? Y de haber existido, ¿por qué no se siguió investigando? ¿Por qué la mayoría de los familiares de las víctimas cuyos casos siguen sin resolverse nunca hablaron? ¿Todo fue obra de una gran mafia de la noche o fueron casos aislados con algunas coincidencias? ¿Por qué las víctimas quedaron en el olvido?
No hay respuestas para esos interrogantes.
Marta Montero, la mamá de Lucía Pérez, asesinada a los 16 años el 8 de octubre de 2016, un caso emblema de los femicidios que generó el primer Paro Internacional de Mujeres, afirma que el “Loco de la ruta” fue un invento.
“Acá no había ningún loco. Era vox pópuli. Y para muchas de esas mujeres no hubo Justicia. Aparecía una vez por mes, cada dos meses, una mujer descuartizada a la orilla del camino. Nadie investigaba. Nadie veía nada. Nunca tuvieron justicia. Eso es Mar del Plata”, le dijo a la web lavaca.org.
Quienes sostienen que hubo un serial cuentan que, por entonces, los policías se infiltraron en la zona de la Perla. Se hacían pasar por mendigos o taxistas. Incluso mujeres de la fuerza se disfrazaron de prostitutas. Eso, creen, pudo haber “espantado” al criminal.
-Hay indicios para sospechar de una serialidad en por lo menos cuatro casos.
Eso dice el licenciado en Psicología Luis Alberto Disanto.
Sus títulos y su experiencia lo avalan: especialista en Investigación Científica del Delito, docente e investigador universitario, director del Programa de Actualización en Psicólogia de la Investigación Criminal de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, co-director diplomado en Criminalística, Criminología y Psicología de la Investigación Criminal y desde 2009 a 2019 trabajó en docencia e investigación en el Programa Nacional de Criminalística, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
Si bien admite que sólo puede basarse en las charlas que tuvo con expertos franceses, en la visita que hizo a las escenas del crimen y lo que leyó del expediente, además de encuentros con algunos de los investigadores que llevaron adelante la causa, enumeró una serie de elementos que se orientan hacia la tesis de que hubo un asesino serial.
-Las víctimas eran prostitutas, mujeres vulnerables y accesibles, aparecieron desnudas, con inscripciones, lo que hablaría de un mensaje. Además los crímenes no ocurrieron en el lugar donde aparecieron. Ahí las abandonaron. El asesino conocía la zona. En otros casos hubo mutilaciones, pudieron haber sido de diferentes autores porque un asesino en serie a veces experimenta. Había un patrón repetitivo. ¿Dónde fueron asesinadas?
Disanto menciona a investigadores franceses que también creen que hubo una serialidad en al menos cuatro casos. Y cuenta que todos querían resolverlos porque implicaba ascensos, reconocimientos o, quizá, encubrir alguna impunidad.
Menciona que un detective le contó que una prostituta sobrevivió al presunto “Loco de la ruta”. Logró escapar de una camioneta Ford F 100, que el atacante quiso inmovilizarla con una picana que se usaba para el ganado. La mujer declaró, pero la Policía no la tomó en cuenta porque era prostituta y además su hijo estaba preso en Olmos.
Otra versión habla de que un grupo de mujeres que trabajaban en la zona por las noches denunció que un hombre en moto, con casco, deambulaba por las noches y que una vez intentó acercarse a una de ellas cuando quedó sola e intentó atacarla. También se habló de un “auto grande y rojo”.
Disanto se refiere a las coincidencias de los primeros casos.
-Había mutilaciones diferentes, muchas de ellas postmorten con signos de tortura. Es como que hubo un manto de neblina por la resolución de otros casos que no tenían nada que ver con los primeros. El terreno donde se movía el asesino -de ser uno y serial- era muy grande. Hay dos tipos de investigaciones. In situ y ex situ, que es la indirecta. Más allá de todo, esos primeros casos siguen impunes.
A diferencia de Torre, el ex juez Hugo Trogu, que participó en la investigación, no cree en la versión del serial killer. “Fueron casos distintos. Algunos de ellos esclarecidos, pero no hubo un solo autor. El loco de la ruta fue un invento de un juez y de los diarios”, dice.
El ex comisario Norberto López Camello trabajó uno de los casos, el de María del Carmen Leguizamón, que trabajaba en uno de los cabarets de Margarita Di Tullio, alias Pepita la pistolera.
-Encontramos las piernas, y no recuerdo si también el torso. Pasaron muchos años y hay recuerdos que se borran. Para mí no hubo un loco de la ruta. Fueron varios los autores. En algunos casos hubieron similitudes, además del escenario de la ruta y las víctimas. Parecía que las mutilaciones podían indicar la posible autoría de un autor.
Seguí leyendo: