Para ver este animé, para realmente entender su rareza (al margen de la obviedad de buscarlo en Youtube, donde está subido, completo y de forma legal, en castellano) hay que tomar coraje y animarse a mirarlo en su idioma original. Y jugar a encontrar, entre los diálogos en japonés, palabras y lugares bien criollos: Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Rosario, Bahía Blanca, empanadas, gauchos, mate… Las imágenes, por su parte, obligan a preguntar de qué se trata ese dibujo animado del que no hay demasiadas referencias en nuestro país. Simplemente, porque se emitió a principios de la década del ‘80 por ATC, pero sin ningún tipo de repercusión.
Hay que viajar 18.351 kilómetros hacia el oriente, más precisamente hasta Tokio, y remontarse 46 años atrás para conocer el origen de esta verdadera curiosidad animada. En 1974, y después del arrollador éxito en Europa conseguido ese año por Heidi los ejecutivos de Nippon Animation, una compañía pensada para conquistar el mercado occidental, decidieron continuar con la producción de clásicos de la literatura mundial.
En su país de origen, Heidi, la serie, -un animé hecho por Isao Takahata y Hasao Miyasaki basado en la obra de Johana Spyrim-, se transmitía en un segmento de Fuji TV llamado World Masterpiece Theater, que emitía los animé que luego se exportaban. En la Argentina, las aventuras de la niña, su amigo Pedro y su abuelito fueron un gran éxito. Y aún se recuerdan.
El segundo título elegido fue El perro de Flandes, basado en la novela homónima de Marie Louise de la Ramée. Pero será el tercero el que nos ocupe. Fue el que los instalará definitivamente en el mundo, y hará que continúen en el negocio de los clásicos hasta 1997: Marco, de los Apeninos a los Andes (Haha o Tazunete Sanzenri en su idioma original), un relato tomado de Corazón, la famosa novela de Edmundo D’Amicis. Ese tramo del libro se hizo más famoso que la totalidad de la narración. Para trazar lo más certeramente posible el paisaje y los personajes que acompañarían a los protagonistas, Miyazaki -encargado de los dibujos de la escenografía del animé- viajó a la Argentina.
Miyazaki y Takahata son dos figuras muy importantes en el animé. Takahata, después de aprender en París el arte de la animación, ingresó en 1959 a los estudios Toei, en Tokio. En 1963 conoció allí a Miyazaki. Tras un fructífero paso por los estudios Nippon Animation, ambos dejarán las series para enfocarse en los largometrajes, fundando los estudios Ghibli. El mayor éxito de Miyazaki fue con Sen Chihiro no Kamikakushi (El viaje de Chihiro), de 2001, con el que ganó el Oso de Oro de Festival de Berlín de 2002 y el Oscar al mejor largometraje de animación en 2003. Miyazaki, por su parte, dirigió uno de los más hermosos films de la cinematografía japonesa: Hotaru no haka (La tumba de las luciérnagas), de 1988. En la actualidad, las 21 películas de los estudios Ghibli se pueden ver en Netflix.
Lo curioso es que todos los argentinos recordamos bien quién fue Heidi, y se hacen bromas y memes con la relación entre la niña, su abuelito y su amigo Pedro, pero muy pocos guardan en su memoria Marco. Y eso que algunos de sus capítulos se llaman “Buenos Aires, allí está mamá”, “El río De La Plata”, “A través de la Pampa”, “Un gaucho llamado Don Carlos”, “Adiós Bahía Blanca”, “Camino de Rosario”, “Camino a Córdoba”, etcétera...
En otros países, sin embargo, fue un boom infantil. Antes de Maradona y de Messi, los niños nos conocieron por este dibujito Tal es así, que en 1999 Nippon Animé produjo la película, cuya canción principal, Carry a dream, fue interpretada por la famosa cantante Sheena Easton. En los países hispanoparlantes también fue un éxito, sobre todo en España, donde se tradujo a lengua castellana para su distribución en América Latina. Allí era tal la popularidad de Marco, que el protagonista de la serie -Marco Rossi- fue nominado en la categoría “personaje favorito” en los premios TP de Oro de España de 1977. En Latinoamérica, el lugar donde resultó un verdadero suceso fue Venezuela.
La serie, que abarca 52 episodios, es una de las más tristes que se han producido. Un melodrama de principio a fin. Es todo un desafío ver las peripecias del pequeño protagonista sin derramar al menos una lágrima. Sus autores no dejan un golpe bajo sin probar. Es más: en una primera versión el final era una puñalada al corazón. Pero hasta para ellos fue demasiado y optaron por uno un poco más feliz. Y aún en esos instantes de alegría, la serie transcurre bajo una pátina de melancolía que no la hace apta para mirar un domingo a las siete de la tarde, por ejemplo.
Una síntesis argumental dirá que Marco, un niño genovés de 11 años, ve un día como su pobre madre Anna parte hacia la Argentina en busca de fortuna. Un relato repetido miles de veces en nuestra tevé, que tuvo como ejemplo reciente -y exitoso- a ATAV (Argentina, tierra de amor y venganza), la novela de Eltrece. Mientras el barco se aleja y el protagonista corre por el muelle desesperado y llamando a los gritos a su madre, que lo abandona, ésta promete escribirle.
Después de un tiempo, la familia deja de recibir cartas de la madre. Un mal augurio. Entonces, el niño se contacta con el Consulado Italiano en Buenos Aires, se trepa a un barco junto a su mascota (un monito llamado Amedio, el toque bizarro del asunto) y llega a nuestro país, más precisamente al barrio de La Boca. Por supuesto, lo primero que le sucede al arribar a nuestro país es que lo estafan. Esa primera impresión luego se diluirá. hallará aquí muchas manos amigas. En Buenos Aires no encuentra a su madre. Conoce a gente de circo: a Peppino, que tiene el mismo nombre del pionero de ese arte en Argentina: Pepino el 88. Con su troupe viajará a Bahía Blanca, donde verá gauchos, carreras de sortijas, curiosos asados en base a pollo, el viento Pampero y peleas con facones…
En una de las peripecias, le cuentan que la familia del ingeniero Mequinez, para la que su madre trabaja como empleada doméstica, se trasladó a Córdoba. Se embarca rumbo a Rosario, y de allí, en tren (donde lo tratan de “pibe” y aparece una tapa de la revista Caras y Caretas), a la capital de la provincia mediterránea. Pero tampoco consigue ver allí a Anna. Una vez más, se mudaron, en esta oportunidad a Tucumán. En el viaje final, la mula que lo lleva muere (¡más lágrimas!), y él mismo casi fallece después de una tormenta de nieve de la que lo salva un gaucho, llega a destino (no sin antes probar la caña de azúcar: “Son la riqueza de la región”, lo instruyen), para reencontrarse con su mamá, que agonizaba… pero se recupera al verlo. Allí le promete que será médico, y volverá a la Argentina para curar a todos los que emigraron a este país, como ellos. En el último capítulo regresan a Génova, y la familia se reencuentra.
Pero más allá de la anécdota, Marco es una formidable pintura de la emigración europea hacia la Argentina hacia el final del siglo XIX, post generación del ’80, cuando nuestro país era una meca donde se podía hacer fortuna. Allí se pueden ver cómo debieron adaptarse a las costumbres criollas. Y flota en el ambiente cierto desprecio que dejan traslucir los nativos por esos recién llegados. Sin embargo, lo que más asombra es que los argentinos no hayamos podido ver en la pantalla chica -todavía- a Marco.
Seguí leyendo: