La madre que le daba de comer al linyera acusado de matar a su hija porque sabía que era inocente: “Conozco al asesino”

Silvia Cicconi tenía 17 años cuando la violaron y apuñalaron 32 veces hasta matarla, el 27 de agosto de 1981 en Mar del Plata. Se condenó a un inocente y nunca hallaron al responsable del brutal femicidio. Hoy, a 39 años del crimen habla su madre Adela. El recuerdo de los peores días, cómo superó el calvario y sus sospechas

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Silvia Ciccoini tenía 17 años
Silvia Ciccoini tenía 17 años cuando fue violada y asesinada en su casa de Mar del Plata

Pasaron casi 39 años de la noche en que su hija Silvia Angélica Cicconi fue asesinada de 32 puñaladas, pero Adela Constantini nunca pudo soñarla.

-Al asesino sí lo soñé. Me lo cruzaba en la calle, pero él se escapaba ni bien me veía -le dice a Infobae la mujer, de 79 años.

Luego dice que ese hombre existe. Pero no puede nombrarlo. Espera que lea esta nota y que sienta que el crimen de su hija no fue olvidado.

Adela es de esas mujeres que siguieron adelante pese a que la vida amenazó aplastarla con todo su peso. Su mirada es transparente, su sonrisa tierna, se fortalece cuando habla del caso y se emociona cada vez que menciona a su hija.

El hombre al que se refiere como culpable está vivo. Sólo estuvo unas horas detenido.

A Silvia, de 17 años, la violaron y la mataron a sangre fría el 27 de agosto de 1981.

El que pagó con 13 años de cárcel fue un linyera apodado “Pacha”. Se llamaba Fernando Saturnino Pérez y tenía 50 años. El 28 de mayo de 1981 lo condenaron a reclusión perpetua, pero le conmutaron la pena y salió antes.

Murió hace 20 años y la familia de la víctima siempre creyó en su inocencia.

Adela lo visitaba en la cárcel y hasta lo recibía en el restaurante que tenía la familia para darle de comer. Era el tradicional “Nueva Italia” (los veranos solían ir los famosos de temporada, entre ellos Gerardo Sofovich), cerca de la estación de trenes de Mar del Plata, y situado adelante de la misma casa donde ocurrió el asesinato.

Adela, la madre de Silvia,
Adela, la madre de Silvia, cuenta que era una chica amorosa, que estudiaba inglés y era muy compañera

El día del horror, Silvia -que estudiaba inglés- les dijo a sus padres Adela y Rubén que iba a acostarse temprano porque pensaba levantarse a las seis de la mañana para estudiar. Por la noche, su madre vio que dormía en su habitación y salió con su marido hacia el restaurante. Sólo había una mesa ocupada.

Festejaron un cumpleaños de una amiga de la familia y luego fueron hacia el “Medieval”, el bar que el padre de Silvia tenía en sociedad con Pablo Mazei, su futuro yerno. A la 1.30 de la madrugada, Adela dijo que iba a volver a su casa. La acompañó la hermana de Mazei, que dormía en la misma habitación que Silvia. Las llevó su marido en el auto. Él pensaba regresar al bar.

Cuando entró en la casa, Adela notó que todas las luces estaban prendidas. Ella había dejado sólo encendida la luz del pasillo. Se asomó al cuarto de su hija y se encontró con lo peor.

-Estaba atada con sus medias de pies y manos. Tenía una cuchilla clavada en el pecho. Todavía estaba tibia. Grité sin parar y se la saqué, pensando que podía reanimarla. Mi marido escuchó y volvió. En esos segundos estoy convencida que los asesinos huyeron.

-¿Cree que si su marido no hubiera vuelto la hubiesen matado a usted y a la cuñada de Silvia?

-Puede ser.

Desde ese momento, todo fue derrumbándose para la familia Cicconi. Hasta Adela se sintió sospechada. El acto de sacarle la cuchilla a su hija dejó sus huellas en el mango.

-Me empezaron a vigilar. Lo llegaron hacer incluso cuando iba al cementerio a llevarle flores a Silvia. Me subía a un colectivo y escuchaba que la gente decía: “Qué increíble, parece que la mató la madre y que el padre no es su verdadero padre y que esto tenía que ver con una vendetta porque mi abuelo era italiano y de la mafia”. Una mentira tras otra. Todo fue una pesadilla. Y lo peor fue que la Policía nos hizo reabrir el restaurante a los pocos días para que recabemos datos del caso.

Adela, 79 años, su hija
Adela, 79 años, su hija Daniela y el retrato de Silvia: "Sé quién es el asesino y está libre"

Uno de los sospechosos era el ex novio de la víctima. Un joven que vendía hielo en los restaurantes y bares. La joven lo había dejado y él solía insistirle o hacerle regalos que ella le devolvía.

-Era muy violento. Llegó a pegarle y a amenazar al nuevo novio de mi hija. Ella le tenía terror -cuenta Adela.

Los días pasaban y unas cincuenta personas declararon. Hasta que el juez Bernardo Fissore anunció la detención, el 20 de febrero de 1982, del “Pacha” Pérez. El vagabundo, que solía abrir las puertas de los taxis en la estación de trenes y era alcohólico, confesó haber matado a la joven.

Lo llamativo es que en sus cuatro declaraciones dio cuatro versiones diferentes. En una de ellas dijo que actuó con dos cómplices. Uno de ellos, según él, había sido Antonio Oscar Rivero, un ex boxeador que dormía en la calle. Pero ese hombre, la noche del asesinato, fue detenido y durmió en la comisaría. Es más: tanto a él como al “Pacha”, unos malandras le habían ofrecido dinero a cambio de hacerse cargo de haber violado la infracción de juego. Sólo Rivero aceptó.

Adela recuerda con tristeza al linyera acusado.

-No cerraba nada. Decían que había entrado por los techos, y era imposible porque ese hombre apenas podía caminar.

Pacha Pérez, el linyera acusado
Pacha Pérez, el linyera acusado injustamente por el crimen. Estuvo detenido en Batán y la madre de la víctima lo alimentaba creyendo en su inocencia

La farsa quedó al descubierto en la reconstrucción del crimen. Lo empujaban para que hiciera lo que le pedían. En su momento, el diario El Atlántico de Mar del Plata hizo un sondeo de opinión y sólo una de cada diez personas creían que Pérez había sido el asesino.

El linyera no tenía ni abogado. Una tarda, en su estudio, el doctor Raúl Cuence recibió la visita de diez linyeras. Uno de ellos, “El mago” Ismael, le fue franco:

-No tenemos un centavo para pagarle. Sólo podemos decirle que seremos vagos, atorrantes, borrachos, pero asesinos no.

Cuence defendió a Pérez sin cobrar nada y lo primero que denunció, después de hablar con su defendido, es que el “Pacha” había sido detenido dos días antes. “Lo torturaron para que se autoinculpara”, dijo.

Pérez llegó a decir: “Me encapucharon y me metieron en un Falcon. La picana eléctrica es lo peor. Hubiese confesado hasta haber matado a Gardel”.

Casi 40 años después del
Casi 40 años después del crimen, su madre sigue esperando justicia

Eran la Policía y la Justicia de la dictadura militar. Algunos uniformados y funcionarios judiciales que participaron en el caso luego fueron señalados por actuar en connivencia con grupos mafiosos que se dedicaban a la venta de drogas.

Era la Mar del Plata previa al femicido cometido por Carlos Monzón, a la muerte de Alberto Olmedo, a los sucesos policiales vinculados con las drogas que derrumbaron al ex campeón mundial de boxeo Uby Sacco, a la saga siniestra del falso asesino serial “Loco de la ruta”, que en realidad era una mafia mixta entre narcos y policías que asesinaba prostitutas.

Uno de los narcos mencionados, un personaje oscuro de la noche marplatense, tenía relación con uno de los sospechosos del caso. La coartada de muchos de los apuntados fue que esa noche vieron Polémica en el Bar, un programa que acostumbraba ver Silvia porque le gustaban los cruces entre Minguito y Porcel, y luego de cenar se fueron a dormir. Paradojas de la vida, y de la muerte, Sofovich iba a cenar al restaurante de la tragedia cuando hacía temporada en Mar del Plata.

La foto que nunca se
La foto que nunca se publicó y que su madre cedió a Infobae: SIlvia lleva en una bandeja de violetas, diez días antes de morir

-¿Usted cree que su hija fue víctima de una mafia y que los investigadores desviaron la pesquisa para que todo quedara impune?

-Fue así. Hasta usaron a un periodista para que me pidiera plata a cambio de atrapar al asesino. Lo iba a atrapar la Policía. Y ya no nos quedaba plata. Perdimos todo. El dinero, el restaurante, el auto, todo. Pero no importaba si eso nos llevaba a terminar con la impunidad.

-¿Quién se quedó con el dinero?

-No quiero acusar o cuestionar a nuestro abogados. Yo creo que era una maniobra policial y judicial para además de proteger al asesino, recaudar dinero.

-¿De quién sigue sospechando?

-Del mismo. Yo sé quién es el asesino.

En ese momento se hace un silencio. Este cronista sabe de quién se trata, pero por razones legales no se lo puede mencionar. Ni siquiera fue juzgado y está vivo. Adela se siente impotente. Sabe que no se puede reabrir la causa. Que todo quedará como que un linyera alcohólico, incapaz de matar una mosca, mató con alevosía a su hija.

-La Policía llegó a meter muchas videntes que declararon. A algunas las hacían crear confusión. Sólo una dijo lo que yo pensaba.

-¿Y usted que pensaba?

-Los asesinos, porque no fue uno solo, revolvieron toda la casa. Dejaron dinero y cosas de valor. Pero revisaron todos los libros y papeles de mi hija. Buscaban algo que seguro los comprometía. Alguien me dijo que Silvia encontró en la guantera de este personaje un cuaderno con anotaciones. Mi suegra me contó tiempo después que escuchaba cuando ella le decía por teléfono que no pensaba devolverle nada. Silvia no nos decía nada para no preocuparnos. Pero ahí había información que involucraba a gente. Y creo que por eso la mataron. Es más, un compañero del hombre que yo señalo como asesino, apareció con sangre en la mano. Pero contó con protección.

Una foto en un bar
Una foto en un bar de Mar del Plata

“Amenazas ocultas, un señalado muerto a balazos en un cabaret, un mozo testigo que murió en extrañas circunstancias, el socio del novio de la víctima, muerto en trágico accidente y el linyera amigo del ‘Pacha’ Pérez golpeado hasta quedar mudo. La víctima se llevó su secreto a la tumba y para la sociedad el caso sigue abierto”, escribió Enrique Sdrech en su libro ¿Quién degolló a Silvia Cicconi?.

Porque además de apuñalarla en el corazón, le habían cortado el cuello.

-¿En todos estos años recibió amenazas?

-No. Pero mi marido, que murió hace 15 años, llegó a andar armado. Lo quería matar. Esta persona vive y sigue cerca de gente poderosa.

-Hubo otros sospechosos...

-Pero fueron no tuvieron nada que ver. Uno de ellos dijo que había matado a Silvia. Pero vivía en Entre Ríos y la noche del crimen estaba en esa provincia. Hasta Ismael, el linyera amigo de Pérez, que podía declarar a su favor porque estuvo con él esa noche, fue molido a palos y quedó demente. Sin poder declarar.

-¿Nunca tuvo dudas respecto a Pérez?

-No. Además en una silla estaba la marca de una zapatilla de moda y cara que dejó el asesino. Y él usaba unas de lona. No sabía leer y el asesino revisó libros. Además quien usó la cuchilla del restaurante conocía el lugar y hasta la casa. Pienso que cuando dejé a mi hija durmiendo, uno de los asesinos estaba escondido. Quizá entró por el restaurante en un descuido. Y cuando nos fuimos hizo entrar a los otros. Y sobre Pérez puedo decir que era inocente y siempre lo diré. Una vez el padre Carlos Malfa, que me ayudó mucho, me contó que había visto en la cárcel al “Pacha”. Empecé a llevarle viandas. El cura me dijo que yo podía mandarle una carta a Eduardo Duhalde, por entonces gobernador bonaerense, para que lo ayudara. Y Duhalde le conmutó la pena. Cuando “Pacha” salió, le dimos de comer en el restaurante.

-¿Qué le decía Pérez?

-Que él no había sido. Y nos agradecía. Y el padre Malfa me ayudó mucho. Yo le preguntaba por qué no podía soñar a mi hija. Y él me decía que tal vez porque ella no quería verme llorar más.

Silvia no solo fue apuñalada,
Silvia no solo fue apuñalada, también el asesino le cortó el cuello

En todo caso policial, la víctima pareciera quedar identificada para siempre como víctima. Aparece en una vieja foto sonriente. No hay una foto en la que la mujer asesinada aparezca triste o seria. Siempre están con una luminosidad que traspasa la imagen. Para esta nota, Adela entrega una foto inédita. Nunca se publicó. Su hija aparece repartiendo violetas en la inauguración de un café familiar. Diez diez después sería asesinada.

Por esos días había ido a una parroquia con unos niños porque solía hacer tareas solidarias. Cuando volvió, le dijo a su madre que Dios le había hablado.

-Me dijo que esas palabras le habían llegado al corazón. Hoy lo interpreto como un mensaje que recibió. Un mensaje que le decía que no iba a estar mucho tiempo más entre nosotros. Porque la mataron una semana después.

-¿Cómo hizo usted para sobreponerse a tantos golpes?

-No puedo rendirme. Por Silvia, por el caso que sigue impune, por mi marido, por mi hija Daniela, por mis nietos. En cada cosa está Silvia. Pienso qué estaría haciendo hoy. Ella era muy estudiosa y responsable. Sólo pido una cosa. Y es por lo que vengo luchando hace casi cuarenta años.

-¿Qué pide?

-Que se sepa la verdad. Que el asesino no quede en las sombras. ¿Sabe qué? También me gustaría soñarla alguna vez a Silvia y escribir un libro sobre todo lo que pasó. Pero sola no puedo.

Adela se aferra a su hija Daniela. La tristeza las une, como si estuvieran a punto de llorar. En el medio, sostenido por ellas, está el retrato de Silvia. En ese instante, es la única que sonríe. Llena de vida. Para siempre.

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