Como era su costumbre, aquel 29 de julio de 2000, pese a ser sábado, René se levantó temprano a la madrugada. Cerca de las nueve y media, cuando se despertó Diana (NdR: Truden, su pareja, 31 años), desayunaron juntos. La situación crítica de la Fundación Favaloro impregnaba todo. Él le mostró apesadumbrado la lista del personal que iba a recibir telegramas de despido en pocas horas más. Ella buscó distraerlo hablándole del casamiento: le dijo que se había probado el vestido de novia y le recordó que, por la tarde, tenían que terminar de definir la lista de invitados. Le cocinó algo liviano porque el doctor quería bajar de peso: no había surtido efecto el intento de convencerlo de que sumara a su rutina una dosis de actividad física.
René le había pedido que aprovechara ese fin de semana para mudar algunas de sus cosas de su departamento, y hablaron de eso durante el almuerzo. Ella le contó que ya tenía todo arreglado con su hermano Pedro Andrés, cinco años mayor que ella, quien la iba a pasar a buscar para ayudarle.
–Yo me voy a La Plata –le recordó el médico.
Supuestamente iba a ver a su sobrino Coco para ultimar detalles de los preparativos del casamiento. Se despidieron. Diana fue hasta su casa, llenó dos valijas con ropa y desconectó la computadora. Su hermano la fue a buscar a las cuatro de la tarde, cargaron las cosas y se dirigieron al edificio de Dardo Rocha 2965. Favaloro esperó a quedarse a solas para cerrar la puerta de servicio. Dejó la llave puesta. Era el único acceso a la casa por donde podían ingresar las únicas personas que tenían copias de la llave: Diana y su empleada doméstica, Ramona Jiménez, que estaba de franco.
Entonces preparó el escenario. Se afeitó, se bañó; se puso el pijama y escribió la última carta y dos notas con indicaciones precisas. Después, se paró delante del espejo del baño. Observó por un instante el abismo de su alma y, apoyando el revólver sobre el corazón, disparó. El impacto impulsó el cuerpo hacia atrás y, al desplomarse, la cabeza golpeó contra la puerta. Todo había terminado. Nadie lo advirtió. Solo una adolescente que vivía en el piso de arriba dijo haber escuchado un “fuerte ruido a lata”.
Diana y su hermano llegaron al departamento a las 16.45. El Peugeot 505 azul de René estaba en la cochera. Si bien tenían una copia de la llave de la puerta de servicio, primero tocaron el timbre. Nadie respondió. Cuando quisieron abrir notaron que había otra llave puesta desde adentro. Llamaron al celular pero no hubo caso: solo pudieron dejar un mensaje de voz en el contestador. En ese momento, la mujer pensó que René se había quedado dormido y que les iba a costar despertarlo. Bajó a preguntarle al encargado del edificio, Miguel Ángel Rossetti, si había visto al doctor. La atendió su hijo Adrián y le dijo que no.
Después de un rato de probar distintas maniobras lograron quitar la llave e ingresar en el departamento. Fueron directamente al dormitorio pero no encontraron a René. Vieron que en uno de los baños, que tenía la puerta apenas abierta, la luz estaba encendida. Cuando quisieron entrar notaron que algo obstruía el paso. Pedro empujo la puerta y alcanzó a ver a Favaloro tendido en el suelo en medio de un charco de sangre. Diana comenzó a gritar. Su hermano buscó tranquilizarla. Se comunicaron con la fundación y pidieron que enviaran la ambulancia de la guardia. El teléfono de Roberto estaba fuera del área de cobertura. Después se supo que René también había intentado llamarlo sin suerte durante aquella tarde fatídica.
Los gritos de Diana alertaron al portero, que dio aviso a la policía. El alboroto también llamó la atención de Alberto Víctor Lapicki, un empresario que vivía en el mismo edificio, quien bajó por la escalera de servicio y encontró la puerta abierta. Al ver lo que estaba sucediendo, subió a su casa y regresó con un cortafrío con el que logró desarmar la puerta del baño. Había pasado poco menos de media hora del hallazgo cuando llegó Luis María de la Mata, el médico de guardia de la Fundación Favaloro, quien antes de ingresar en el baño se detuvo unos segundos para mirar la escena con atención. Vio el arma dentro del lavatorio y la sangre cubriéndolo todo. El cuerpo estaba con la cabeza bajo el umbral de la puerta y las piernas flexionadas.
–No hay nada que hacer. Se pegó un tiro certero –dijo De la Mata después de constatar la ausencia de signos vitales en el cuello, la ingle y la muñeca.
Minutos después llegó una ambulancia del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME) con un equipo estaba a cargo del galeno Ignacio Goyenechea, que acreditó el deceso al igual que antes lo había hecho su colega. A esa altura, el departamento se había llenado de gente. A los tres policías de la comisaría 53, con jurisdicción en el lugar, se les habían sumado el juez de turno, Roberto Antonio Grispo, titular del Juzgado de Instrucción N° 11, y el instructor Claudio Soca, de la Fiscalía N° 46, además de varios efectivos de la División Homicidios de la Policía Federal con especialistas en identificaciones papiloscópicas, planimetría, fotografía, balística y laboratorio químico.
En un primer momento el caso fue caratulado como “muerte dudosa”. Según el acta policial labrada aquel día, el médico llevaba un pijama blanco, medias oscuras y una ojota en el pie izquierdo. La sangre que le cubría el rostro y parte del pecho había alcanzado también la mampara de la bañera y el espejo, donde había dos notas pegadas con cinta adhesiva. En una de ellas, bajo el manchón rojo se alcanzaba a leer: “Avisar a Roberto y a Liliana”, y sus números de teléfono; luego el texto humedecido se había vuelto borroso y solo al final de la hoja podía leerse “hasta siempre”. La otra esquela tenía una serie de indicaciones para seguir después del hallazgo.
Al retirar el cadáver, los bomberos le quitaron el reloj pulsera y un par de anteojos que dejaron sobre la cama del dormitorio, cerca de la mesa de luz donde había un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. Dentro de uno de los cajones se encontraron dos alianzas de oro en un estuche rojo.
En la inspección ocular del departamento no se detectaron signos de violencia. El expediente judicial da cuenta de que encima de la mesa del comedor había siete sobres blancos tipo carta y uno más grande de papel madera con la inscripción “Mi testamento”, que contenía el legado elaborado por el médico en 1998, tras la muerte de su esposa. Cada uno de los sobres tenía su propio encabezamiento: “A las autoridades competentes”, “Cosas de Diana, deben ser devueltas en sobre cerrado a Diana Truden”, “René Presente”, “A mis familiares y amigos”, “A Diana, solamente será abierto por Diana Truden”, “A Ramona Jiménez” y “A mis sobrinos, hijos de Juan José”. Se procedió a la apertura de las cartas que, en su mayoría, estaban escritas a mano con letra cursiva en tinta azul y llevaban la firma de Favaloro con la fecha. A su vez, en un antiguo secretaire había otro sobre dirigido “a Roberto Favaloro”, además de efectos personales y dinero. Esparcidas alrededor de la mesa habían quedado varias hojas en blanco y algunos borradores en el canasto. Todos los sobres estaban lacrados y acompañados de la leyenda “Reservado”.
De acuerdo con las instrucciones escritas dejadas por Favaloro, el juez dispuso la apertura de la caja fuerte que había en el dormitorio, para lo cual se convocó al cerrajero Nicolás Alfredo Olivera. Si bien nunca se confirmó lo hallado en ese lugar, trascendió que del cofre se habría extraído información, documentos bancarios y dinero. En el lugar también se secuestró una copia de la carta remitida al presidente De la Rúa. Se constató que la numeración RK-681062 del revólver hallado dentro del lavatorio se correspondía con la que figuraba como propiedad del creador del bypass. Una pericia posterior certificó que se trataba del arma usada en el hecho. Tenía siete celdillas con seis cartuchos de bala y una vaina servida, y los pesquisas lograron hallar detrás del inodoro del proyectil utilizado al disparar.
Pasadas las 18 el canal Crónica TV dio la primicia de la muerte de René Gerónimo Favaloro. Dos horas más tardes la Fundación Favaloro difundió un escueto comunicado confirmando el deceso: “No vamos a hacer ningún tipo de declaraciones y el lunes seguiremos adelante con su obra, como siempre”, se indicó. El acceso principal del edificio de la avenida Entre Ríos se convirtió en una suerte de santuario en el que se agolpaban pacientes, admiradores y ciudadanos comunes que, en muchos casos, ante las cámaras de televisión responsabilizaban a las autoridades por la muerte.
El mundo entero se conmovió con la noticia. El presidente De la Rúa decretó duelo nacional y ordenó mantener la bandera a media asta. La familia rechazó el ofrecimiento del gobierno para llevar a cabo un velatorio con todas las honras. Desde la Cleveland Clinic Foundation, el CEO, Floyd D. Loop, lo recordó como un “verdadero pionero de la cirugía, un maestro cirujano y un ser humano compasivo que cambió el curso de la medicina moderna al realizar la primera operación de derivación aortocoronaria documentada”. Hubo mensajes provenientes de todo el mundo que no se limitaron, en absoluto, al ambiente médico.
Si bien la investigación recayó inicialmente en el juzgado del doctor Grispo, 48 horas después, al iniciarse la feria judicial, pasó a manos del titular del Juzgado de Instrucción N° 41, Daniel Enrique Turano. El expediente, que llevó el número 78 474, fue caratulado “averiguación de causales de muerte” y quedó bajo la órbita de la secretaría N° 112, a cargo de Cristian Claudio Magnone. La autopsia realizada por los peritos forenses José Ángel Patitó y el reconocido Osvaldo Hugo Raffo determinó que la muerte “fue producida por lesión por proyectil de arma de fuego en tórax, con hemorragia interna y desgarro cardíaco”. El informe, que lleva el número 1701, confirmó que el deceso se produjo el sábado cerca de las 16.45 dentro del baño del departamento de Palermo Chico y a causa de una autoagresión.
El tiro ingresó por el pecho y salió cerca del omóplato; el orificio de entrada se encontraba volcado en la pared anterior del hemotórax izquierdo. Por las características de las lesiones que presentaba, Favaloro se había corrido el saco del pijama y apoyó el caño en el plano de la piel. El impacto fracturó el arco anterior de la cuarta costilla, desgarrando los músculos superior e interior en los espacios intercostales. Patitó sostuvo que “únicamente pudo haber aplicado tal efecto un facultativo especialista en cardiología, alguien que a todas luces sabía que la lesión que iba a causar la bala en el lugar donde se la colocó sería, justamente, el estallido de su corazón”.
Quienes investigaron el caso están convencidos de que Favaloro preparó la escena con varios días de anticipación y que solo redactó aquel día una de las cartas, la que junto a la fecha lleva el horario de 14.30. También debió haber escrito ese día las notas con indicaciones sobre cómo proceder después de producido el hallazgo, que estaban en el baño. Asimismo desde las primeras horas empezó a consolidarse la idea de que el principal móvil de lo ocurrido respondía a la desesperante situación financiera que atravesaba la fundación. En Tribunales se explicó a los medios que, lejos de tratarse de un acto repentino o producto de un estado de ánimo momentáneo, Favaloro había preparado su suicidio con suficiente antelación. Según constataron los peritos, se había bañado y afeitado antes de matarse.
En medio del impacto por el trágico desenlace trascendieron algunas versiones que incorporaban otros móviles más allá del económico. En este sentido, se mencionaba la repercusión negativa de noviazgo y el anuncio de casamiento entre sus familiares. A todo ello se sumó un rumor que indicaba de que Diana estaba embarazada, comentario que circuló profusamente en el mundo médico. Uno de los medios que mencionó esa posibilidad fue el diario Página/12, al informar sobre la solicitud familiar al juez para que tomara muestras de ADN del cadáver. A propósito, el matutino aclaró: “Nadie confirmó ese dato, pero los familiares más directos del médico fallecido quisieron asegurarse ante un eventual futuro reclamo (ya que) Favaloro era viudo y no había tenido hijos durante su matrimonio”.
Como sea, los allegados suelen coincidir en señalar la incidencia de un aspecto emocional anudado al quebranto económico. Así lo expresó dos años después el propio sobrino mayor, Roberto Favaloro, en una entrevista concedida al diario La Nación, cuando dijo: “Él no tenía hijos, y siempre decía que esto era como un hijo. Creo que sintió que esto se estaba muriendo, que iba a perder a su hijo. Era una persona muy orgullosa y no pidió ayuda: su proyecto de medicina para todos subsidiada por el Estado se vio en dificultades. Debía hacer una reingeniería y no pudo afrontarlo... Como dijo en su carta: se cansó de luchar y se inmoló”, había dicho el sobrino en una entrevista concedida al mismo matutino y publicada al cumplirse un año de la muerte de su tío”.
En la vida interna de la fundación ya hacía tiempo que todo estaba enrarecido, pero tras la muerte de René las peleas se potenciaron y hoy no son pocos los que reconocen la incidencia de aquel clima en la tragedia final del médico platense. “Yo creo que la mitad del gatillo lo apretó el comité de crisis. Agarraron un hombre cansado de 77 años para tirarle toda la basura arriba”, opinó diez años más tarde con crudeza Raimondi para una investigación especial de la revista Noticias. Nadie le contestó en público.
La expectativa judicial y mediática se centró en el contenido de las cartas, que fueron incorporadas al expediente. La primera en trascender fue la misiva dirigida “A las autoridades competentes”. Allí Favaloro aseguraba haber tomado su “determinación después de haberla meditado largamente”, y explicaba que se trataba de “una decisión personal” derivada de “la desesperante deuda que mantenía con diferentes bancos y organismos”, según informaron fuentes judiciales que, sin embargo, nunca exhibieron los papeles originales.
Después de que el juez Turano liberó todas las cartas, los familiares decidieron hacer pública solo una de ellas: la única que habría escrito ese día, con una sintaxis por momentos inconexa y alborotada. Según Roberto Favaloro, en este texto están contenidas las razones que llevaron a su tío a quitarse la vida:
A mis queridos familiares y amigos:
Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi Patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de posgrado a todos los niveles.
Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno. La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces.
La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente.
Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondían. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo. Este era nuestro único contacto.
A mediados de la década de 1970, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la SDDRA, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. Cuando entró en funciones, redacté los diez mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado.
La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza).
Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno! Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1 900 000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).
Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener cien camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno. Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana, sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. “Pero ¿cómo?, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?”. “Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe”. ¡El cirujano “de real valor” además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios! Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las “indicaciones” de su cardiólogo. “Doctor, ¿usted sigue operando?”, y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Muchos de estos cardiólogos son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna “lecture” de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el “sistema” y el dinero es lo que más les interesa.
La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalle los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter echo, cámara y etc., etc.), los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.
No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. ¡Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle “la operación económica” y entregará el sobre correspondiente!
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir “no hay camas disponibles”.
Nuestro juramento médico lo impide.
Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICyCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica ana-ana.
En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben.
¡Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!), todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta.
¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effler que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al “sistema”.
Sí al retorno, sí al ana-ana.
“Pondremos gente a organizar todo”. Hay “especialistas” que saben cómo hacerlo. “Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado”.
“Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación”.
¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Joaquín V. González escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: “A mí no me ha derrotado nadie”. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla. Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo.
“¡La leyenda, la leyenda!”.
Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario, se castiga.
Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata.
No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
No se hable de debilidad o valentía.
El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Solo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad. Estoy tranquilo. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacio-nales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco. Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos.
René Favaloro Julio 29-2000 – 14.30 horas.