A los 53 años y con 33 liderando en el mundo de la moda argentina, Laurencio Adot sintió que era hora de virar el timón. Ya tenía todo listo para dejar definitivamente a la Argentina e instalarse en San Pablo -en un ambicioso y novedoso proyecto que lo llevaría a repartirse entre esa ciudad brasileña y Guayaquil, en Ecuador- pero la pandemia de coronavirus cambió sus planes. Tal vez en un guiño del destino para que revisara su decisión, ambas ciudades terminaron siendo las más golpeadas de Latinoamérica, con récord de contagios y muertes.
Luego de que ese proyecto quedara trunco y que el COVID-19 lo obligara a quedarse aquí, se reinventó por segunda vez. Y es que, hace justo dos años atrás, Laurencio se debatía entre la vida y la muerte, cuando sufrió un accidente cerebrovascular (ACV) que lo afectó gravemente pero que, gracias a su gran fuerza de voluntad y su fe en Dios, pudo recuperarse. Esa fue su primera reinvención en la vida, que lo llevó a ver el mundo con otros ojos, y que le puso a flor de piel su lado más sensible y su costado más solidario. “Estoy más preocupado en ayudar, que en saber si la nueva tendencia va a ser el dorado o el plateado”, afirma el diseñador.
En una entrevista con Infobae, Adot reveló que en plena pandemia trabaja más que nunca pero sin salir de su casa, redobló su apuesta y -en plena crisis- se embarcó en la apertura de una segunda gran tienda en Recoleta, vivió un mes junto a los indígenas de Misiones para enseñarles su oficio y aseguró: “La palabra empresario no me da miedo. Yo no quiero que me den plata: yo quiero trabajar”.
-Estabas por hacer un cambio total en tu vida, ya que te ibas a vivir a vivir definitivamente al exterior, entre Brasil y Ecuador, pero la pandemia cambió todos tus planes para 2020
-Sí. Había decidido irme de la Argentina para vivir en San Pablo y en Guayaquil: pero las dos ciudades que elegí fueron las más castigadas por el coronavirus. En un mes, tuve que cambiar el rumbo y me preguntaba adónde quería vivir. Fue en una sesión de terapia, mientras hablaba de ese tema, que mi psicóloga me dijo: “La solución está frente a usted”. Por dentro, me preguntaba cuál sería esa solución. Luego, me di cuenta. Se trataba de un negocio a tres cuadras de mi casa, ubicado en Posadas y Montevideo, en plena Recoleta y a una cuadra de las marcas de lujo, como Salvatore Ferragamo y Louis Vuitton. Fue como volver a la Argentina pero de otra manera. Como todos, tuve que bancarme la pandemia, no poder moverme de mi casa y ser responsable con todos los cuidados preventivos.
-¿Cómo fue la convivencia de un mes con un grupo de indígenas de Misiones, a quienes querías tener cantando y bailando sobre la pasarela de tu desfile inclusivo que se iba a llevar a cabo en el Teatro San Martín y tuvo que posponerse para 2021?
-Al igual que ocurre con la industria de la moda, los desfiles también le dan trabajo a mucha gente. Estaba por presentar mi nueva colección en el Teatro San Martín con un desfile inclusivo: iba a traer a los indígenas de Misiones, para que canten y bailen sobre la pasarela. Fui a visitarlos en enero de 2019, me quedé un mes entero viviendo con ellos y les enseñé mi oficio. Aprendieron a trabajar y a mejorar sus artesanías. Recuerdo sus caras de felicidad: fueron las sonrisas más puras que ví. En el medio de la selva, me tiraba en una colcha -porque aún me estaba recuperando del ACV- y ellos me mostraban su templo. Ví como le rezan al sol para que venga un nuevo día... aprendí muchísimo y... ¡no tuve que ir hasta la India! Sólo fueron tres horas de avión y en mi país. Esa experiencia me llenó y es la que ahora me hace ver esta pandemia de otra manera. No me quejo: siento que no puedo quejarme de nada. Le gané a la muerte, entonces, soy un ejemplo de vida y un milagro. Hoy camino, bailo, escucho música y puedo hablar sin equivocarme con las palabras, aunque a veces las olvido. Pero puedo hablar, me pueden entender y no soy un vegetal. Quiero dar un mensaje de que sí se puede: si yo pasé un accidente cerebrovascular y me mejoré, tengo que enfrentarme y ganarle al coronavirus. Me cuido mucho, me quedo en casa, uso barbijo, mantengo la distancia social... sigo todo lo que hay que hacer. Cuando estaba en la clínica y no podía salir al mundo externo, usaba Instagram para mostrar mi rehabilitación a través de mis historias. Las redes sociales son muy poderosas y fundamentales en estos tiempos. Cuando empezó la pandemia, volví a usar mi Instagram de la misma manera: mostrando un mundo en el que la moda casi no existe. A diario, voy publicando frases con el objetivo de ayudar al prójimo.
-¿Cómo analizás la realidad de nuestro país, en medio de esta crisis económica?
-Quiero que al presidente Alberto Fernández, le vaya bien: soy su fanático número uno para que le vaya bien, porque ahora quiero quedarme para siempre en la Argentina. Necesitamos que nos dé las pautas, porque es el capitán de este viaje. No soy peronista pero entiendo perfectamente que alguien tiene que sacar adelante al país y que hay que hacerle caso al capitán. Esta vez, le tocó a Alberto. Todos tenemos que tirar juntos para adelante, para poder salir cuanto antes. Esto no se va a acabar en poco tiempo e implica un total cambio de actitud y una gran empatía con todos los seres humanos. Hoy todos somos iguales y el dinero no tiene valor: aunque seas millonario, te podés contagiar y morir como si no tuvieras ni un centavo.
-¿Cómo está tu empresa hoy y cómo enfrentás los fuertes coletazos de la cuarentena?
-Estoy en un momento muy importante de mi carrera. Estoy fabricando todas las colecciones de novias, alta costura y prêt-à-porter, como también mis perfumes, todo en la Argentina. Hoy más que nunca, quiero que todo sea hecho en mi país. Ese desfile inclusivo en el Teatro San Martín -que no se pudo hacer por la pandemia- se hará en marzo de manera virtual, con la nueva tienda de dos pisos que estoy abriendo ahora en plena Recoleta. Abajo, estará la línea más urbana. Arriba, voy a estar diseñando sueños: los vestidos de alta costura de novia, de madrina... Quiero acercarme a la gente con algo que no puede tener nadie, que es único y que tiene un seguimiento de un equipo de gente. En tres meses, podés tener un vestido “joya”, como si fuera una obra de arte, porque diseñaré personalmente los sueños de cada una de mis clientas. Además de la tienda que abriré en Recoleta, sigo con la de la Galería Promenade, que va a ser aún más barata de lo que ya era. Hoy me acerco a la gente con tres presupuestos: hasta 20 mil pesos en la Galería Promenade, hasta 30 mil y pico en la planta baja de Posadas, y con vestidos de alta costura a partir de 30 mil pesos.
En este momento, tengo un showroom con mi socio desde hace 21 años, Thiago Pinheiro, en San Pablo, donde llevo a diseñadores argentinos y a mis amigos de siempre, a quienes les estoy dando trabajo: lo mejor que uno le puede dar a alguien es la posibilidad de trabajar. Quiero mostrar el diseño argentino y llevarlo al mundo. Quiero que todos entiendan que hay que ponerse a trabajar y seguir adelante. Nunca trabajé tanto como en esta pandemia, estando encerrado y sin ir a la oficina, pero manejándome vía Zoom. El e-commerce hoy nos acerca a todos y es la manera que tiene la moda para acercarse a la gente. Las redes sociales son fundamentales, cumplen un rol importantísimo. Ese es el futuro de la moda. Con Thiago, estamos detrás de todo. Me cuido de mi ACV, para no cargar mucho la máquina, pero creo en el trabajo: ¡soy un animal de trabajo! Siempre empujo y nunca me asusto. Soy empresario y CEO de mi propia vida. La palabra empresario no me da miedo. Yo no quiero que me den plata: yo quiero trabajar.
-¿Qué va a pasar con la alta costura, hasta que puedan volver los grandes eventos sociales?
-Desde hace 33 años que estoy en el mundo de la moda: ya hice todo lo que tenía que hacer, gané todos los premios, salí en todas las revistas. Mi ADN es la moda y lo llevo como una pasión. Cuando este año no pude mudarme definitivamente a San Pablo, me senté con mi socio en plena pandemia. Los dos nos preguntábamos lo mismo: ¿a quién le vamos a vender lo que hacemos en la Argentina? Porque el público cambió por completo: ya no es de alta costura, porque por ahora se acabaron las grandes fiestas, y hoy la gente busca prêt-à-porter, que es muy práctico. Pero decidimos poner manos a la obra, con otro perfil y con otra manera de pensar. Fui a los importadores de telas y hablé con los editores de moda. Les dije que me quería quedar acá y les pedí que me ayuden a lograrlo.
Quiero enseñarle mi oficio a la gente, hay que volver a esa época donde nuestros bisabuelos aprendían a hacer de todo. Los míos llegaron a tener 9 mil obreros y confeccionaban zapatos de yute, alpargatas. Siempre pienso qué dirían mi abuelo y mi papá, y creo que hoy pensarían en trabajar más que nunca. Si yo pude superar un ACV, voy a superar el coronavirus y todos los problemas que vengan después. La única manera que encuentro para salir de esto es seguir adelante, formar una burbuja con mi familia y pensar: “Estoy vivo”. Eso mismo hice cuando superé el ACV. Cuando salí de la clínica, no podía caminar ni hablar, pero después pude lograr todo. Ese es el mejor mensaje que puedo dejar: un mensaje de que sí se puede.
-Hace dos años estuviste en una clínica internado por tu problema de salud y luego estuviste mucho tiempo recuperándote puertas adentro. Hoy todos estamos casi sin poder movernos de nuestras casas ¿Cómo llevas este segundo “encierro”, por llamarlo de alguna manera?
-El encierro es hartante. Me reinventé con el ACV y hoy lo estoy haciendo con la pandemia. Por esa enfermedad estuve encerrado tres meses y entre cuatro paredes, porque no podía recibir energía externa. Pero este encierro de ahora a mí me sirve y me viene bien, porque necesito generar nuevas neuronas y que mi cerebro funcione mejor: tengo que estar tranquilo, descansar bien, tomar mis remedios, hacer ejercicio, hablar con mis terapeutas... Creo que todo lo que me pasó, me ayudó para enfrentar a la pandemia. Cuando tuve el ACV, estaba trabajando con 30 clientas que -a pesar de mi enfermedad- siguieron apostando en mí y les hice sus vestidos. Thiago venía a la clínica y todas las semanas me traía los diseños para que yo le fuera dando el OK. Como no podía hablar, le escribía en el teléfono. Cuando llegó el momento de que las clientas se probaran esos vestidos, yo estaba en la cama... no sabés cómo lloraba... Era más fuerte que un dolor... era mi vida y le agradecí a Dios por ser diseñador de moda. Me acordaba el nombre de cada clienta, su color favorito, su tela preferida... y no podía hablar: sólo podía mover las manos y con un marcador respondía “sí” o “no”. Me acuerdo y me dan ganas de llorar. Hoy ya puedo dibujar, voy a Once y agarro las telas. Y en ese barrio me felicitan por hacer moda sustentable, porque voy al pasado y hago una prenda nueva. Les doy trabajo a los bordadores, a los artesanos, a los talleres, a las modistas, etc.
Con el ACV toqué fondo y llegué a un lugar donde el ser humano no sabe qué hacer. Le encargué mi vida a Dios porque soy creyente. Le dije que ya no podía más, que estaba en una cama sin poderme mover ni hablar... que hiciera lo que quisiera conmigo. Para todo, dependía de la gente. Hice toda la fuerza posible para reencontrarme conmigo y, gracias a Dios, me recuperé bastante pronto en comparación con otros casos.
-Hablame de tu gran costado solidario, de tu preocupación por enseñarle tu oficio a quienes necesitan trabajar y de la cercanía que tenés con las personas que atraviesan una enfermedad grave.
-Con la moda hice 14 comedores escolares y una clínica de rehabilitación de drogas en Gálvez, provincia de Santa Fe. Ayudo a mujeres y niños con cáncer, y otras enfermedades gravísimas. Mi corazón está con los hospitales, como el Fernández, al que le doné 300 barbijos, o como el Italiano, al que le doné más de 200. También, les regalé a las clínicas que me atendieron con mi ACV. Me siento orgulloso de estos últimos 12 años, donde descubrí a mi país y lo recorrí de punta a punta. Mediante la moda, que para algunos es frivolidad y para mí es una industria, quiero que el oficio de confeccionar ropa vuelva otra vez a su máxima categoría. Ayudar es lo más humano de esta pandemia. Cuando todavía no estaba la cuarentena y podía ir a mi local de la Galería Promenade, me sentaba a desayunar en la confitería y la gente se me acercaba a hablarme de sus enfermedades. Siento que hoy soy un nexo de Dios y que estoy para ayudar. Los escucho atentamente y no me cansa oírlos. Al contrario, les doy mi punto de vista. Hablo con la gente de la calle, les compro un café, los ayudo. Estoy más preocupado en ayudar, que en saber si la nueva tendencia va a ser el dorado o el plateado.
-¿Es cierto que te gustaría tener una charla con la Primera Dama, Fabiola Yáñez, para hablar sobre filantropía y sobre tus ideas para posicionar a la moda argentina más fuertemente en el exterior?
-Sí, creo que con Fabiola me llevaría muy bien y podríamos ser amigos. Me llamó dos veces para que la vistiera pero, por distintos motivos, aún no se pudo concretar. Llegó la pandemia y estoy en el grupo de alto riesgo, así que ahora no podría ir a llevarle la ropa para las pruebas. No quiero que esto se malinterprete: con ella quisiera hablar sobre filantropía y sobre políticas respecto a la moda. Me gustaría hablarle desde un punto de vista más humano y poder contarle todas las cosas que se pueden lograr después de haber sufrido un ACV. Tendría una charla de amigos con Fabiola y Alberto, porque estoy seguro que me dejarían que les explicara cómo veo hoy a la moda en la Argentina y cuáles son los cambios que hay que hacer, para que se convierta en una industria muy fuerte, como lo es en casi todo el mundo.
-Después de todo lo que viviste con tu enfermedad, ¿qué herramientas nuevas tenés para enfrentarte a esta crisis?
-Hay que tener paciencia frente a todo, ponerse metas más cortas, cuidar a la familia y agradecer por estar vivo. Yo me pregunté qué iba a hacer conmigo mismo y qué iba a hacer con 53 años. Es muy duro dejar tu país. Tuve a mi lado a mi hermano, a mi socio y, por supuesto a mi pareja, (el actor) Damián Romero. Ellos son mi familia. Quiero ser el número uno post pandemia, porque ahora quiero estar cerca de la gente y lo voy a lograr porque voy a tener otro perfil: el que hoy necesita la moda. Pero no quiero ser el número uno de la moda frívola, no me refiero a eso. Los diseñadores odian las entrevistas con las clientas cuando van a hacerse un vestido: dicen que no son psicólogos para tener que estar escuchando sus historias personales. Hoy, yo amo eso. Quiero hablar, sentir, poder expresarme... a lo mejor, porque casi pierdo el habla y la razón. Mi cabeza había quedado en pausa, así que hoy tengo mucha necesidad de juntarme con la gente y hablar.
-Estás a punto de convertirte en el representante de muchos diseñadores argentinos, que expondrán sus creaciones en tu showroom de Brasil y que podrían venderse en todos los países del primer mundo: ¿no te inquieta encarar algo nuevo en este contexto?
-No. Todo el tiempo estoy pensando en que a todos nos vaya bien, porque no sirve si solo les va bien a algunos. Así descubrí este nuevo proyecto para hacer en Brasil y en Ecuador, donde llevaré a mis colegas para que vendan afuera y seré su representante. Es algo muy interesante y nuevo en mi vida, porque está relacionado con el empresariado. A mí no me da miedo decir que soy empresario, porque soy una persona que trabajó siempre: nunca mentí y siempre me quedé acá, incluso en 2001. A mí no me gusta que todos me digan “sí”, porque cuando me dicen “no”, siempre me la rebusco. Agarré mis vestidos de épocas maravillosas -hoy en moda se llaman ‘vintage’- y los desarmé por completo para usar el material, porque en Once no hay nada de eso. Estoy reciclando y haciendo ropa sustentable. De un vestido viejo sale uno nuevo, nunca pensé que iba a llegar a hacer esto, pero hay que adaptarse al momento.
-Después de superar el ACV, ¿sentís que, por segunda vez en la vida, volves a reiventarte, ahora frente a esta pandemia?
-Claro que sí. Cuando fui a comprar telas a Once, la gente me saludó y me dio mucho cariño. Después de mi enfermedad me demuestran mucho afecto y creo que ese es el mejor regalo que puedo recibir. Entro a un colectivo con la SUBE y el chofer no me quiere cobrar porque me dice que, si la mujer se entera que me hizo pagar el boleto, lo mata (risas) Me subo a un taxi y el chofer me dice que me veía en Utilísima, que hace 20 años que no está más. Muchos hombres me conocen por sus mujeres y esa es la magia de la moda. A dos años de haber tenido un ACV, trabajo todos los días en mi país. Es el mejor ejemplo que puedo dar y de haberme reinventado. El ACV me hizo más persona y menos personaje. Cuando estaba enfermo, me fui apagando y conocí la oscuridad. Me apagué completamente y no tenía energía. Perdí toda la movilidad y el habla. Perdí todo. Por suerte pude salir rápido y los doctores me dijeron que pude superarlo porque tengo mucha fuerza de voluntad. Esa fuerza me la dio Dios, pero también mi mamá y mi papá, que ya fallecieron.
Ahora, es verdad que me cuesta un poco sobrellevar a esta enfermedad, porque te deja bastante solo: uno se vuelve más espiritual y habla desde el corazón, pero eso no todo el mundo lo entiende. No juego con mi enfermedad, ni la uso. Siempre traté de vender a la persona y no al personaje. Hoy, soy un nuevo Laurencio Adot, y me estoy reiventando por segunda vez.
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