Nadie sabe qué es lo que pasaba por la mente de Lisandro de la Torre en esa capilla ardiente, de cerrado dolor, mientras mantenía su mirada en el rostro sin vida de su amigo, discípulo y colaborador incondicional, Enzo Bordabehere. El líder santafesino tenía 66 años y los largos años de luchas políticas cada vez le pesaban más. Posiblemente, intuía que esa tragedia era el principio del fin.
De la Torre había sido uno de los pocos que alertó sobre el grave costo económico y político del tratado Roca Runciman, suscripto el 1 de mayo de 1933 en Londres. En septiembre de 1934 propuso la formación de una comisión investigadora para establecer cuál era la situación del comercio de exportación de carnes argentinas y verificar si los precios que pagaban los frigoríficos en el país seguían una relación con lo que obtenían de sus ventas al exterior. Fue una lucha contra viento y marea.
Con las pruebas reunidas -que incluía documentación que se había intentado sacar del país disimulada en embarques de carnes- habló durante cinco sesiones seguidas, donde dejó al descubierto prácticas fraudulentas de los frigoríficos y una evasión impositiva, que contaba con la complicidad del Estado.
Durante 13 días, Luis Duhau, ministro de Agricultura y Ganadería y Federico Pinedo, titular de Hacienda, asistieron a las sesiones a fin de rebatir las pruebas del senador santafecino mientras eran alentados por la barra, conformada por empleados públicos y gente llevada por el comité conservador. Duhau era un estanciero bonaerense, vinculado a la Sociedad Rural y que durante el gobierno de Alvear había integrado el directorio del Banco de la Nación Argentina. Y Pinedo había sido diputado por el Partido Socialista Independiente.
El martes 23 de julio, cerca de las cuatro de la tarde, en el fragor de su discurso, se produjo una polémica por una palabra empleada por De la Torre, quien aceptó retirarla. Sin embargo, Federico Pinedo lo provocó, cosa que hizo que el senador caminara resuelto hacia la mesa que los funcionarios ocupaban.
Duhau empujó a De la Torre, quien trastabilló al pisar mal un escalón, y cayó al piso. Y ahí fue cuando Enzo Bordabehere, senador electo, quien asistía a la sesión desde uno de los laterales, corrió a auxiliarlo.
Sería lo último que haría.
Una vida dedicada a la política
Los Bordabehere eran uruguayos. Aún hoy es un apellido numeroso en el país vecino. Enzo nació el 25 de septiembre de 1889 en Paysandú y cuando tenía 5 o 6 años la familia se radicó en Rosario. Estudió en el Colegio Nacional y luego se recibió de abogado y de escribano en la Universidad Nacional de Rosario. En esa ciudad compartió estudio con su hermano Raúl, primero en la calle Maipú y luego en Roca al 700. Su otro hermano, Ismael, era ingeniero. Además tenía tres hermanas mujeres.
Estuvo, en 1914, en el grupo de fundadores del Partido Demócrata Progresista y unos años antes, siendo alumno universitario, había militado en la Liga del Sur, un partido provincial creado a fines de 1908 que luego se fusionaría en la agrupación fundada por De la Torre. En 1918 fue diputado provincial y en 1922 diputado nacional.
De fuerte personalidad, hincha de Newell’s como toda la familia, era el tío solterón cuya debilidad eran sus sobrinos, a los que malcriaba. En 1935 la legislatura provincial lo designó como senador nacional por la muerte, en febrero de ese año, de Francisco Pancho Correa, otro de los demócratas progresistas que se contaba entre los primeros miembros del partido.
Se había convertido en la mano derecha de Lisandro de la Torre y fue de valiosa ayuda en la investigación en el negociado de las carnes. Estaba a la espera que la Cámara Alta tratase su pliego, cosa que ocurriría cuando se cerrara el debate que lo tenía a De la Torre como protagonista.
Dos tiros por la espalda
En esa tarde de martes 23 de julio de 1935 cuando De la Torre cayó al ser empujado por Duhau, Bordabehere corrió a su auxilio. A pocos pasos, estaba Ramón Valdez Cora, un ex comisario de 42 años devenido en matón del partido Conservador. Tal como manifestó después De la Torre, hacía un mes que día a día acechaba a la víctima.
Cuando Bordabehere reaccionó, Valdez Cora le disparó en la espalda en dos oportunidades. Gravemente herido, alcanzó a darse vuelta y recibió un tercer impacto en el tórax. Un cuarto proyectil fue a dar a la mano del ministro Duhau.
Valdez Cora corrió por los pasillos y buscó refugio en la oficina de los taquígrafos, donde fue inmovilizado por el senador Alfredo Palacios. Se le secuestró un revólver calibre 32, con dos balas y cuatro cápsulas servidas.
Fue interrogado por el juez Miguel Jantus. El asesino tenía un prontuario de estafador y extorsionador, era afiliado al Partido Demócrata y se ganaba la vida como guardaespaldas del ministro de Agricultura. Sin embargo, en un primer momento, los dirigentes conservadores negaron saber quién era. Hasta Duhau, mostrando su mano herida, dijo que él también había sido víctima. Tanto ante la comisión especial que se formó y ante el juez, el funcionario juró no conocerlo. Pero los vínculos eran muy conocidos y debieron aceptar que el maleante trabajaba para ellos, si hasta aparecieron testigos que confirmaron que era un asiduo visitante de la mansión que el ministro tenía en Recoleta. Aun así, hubo un intento de un secretario del ministro de convencer de que Valdez Cora había disparado al ver que Bordabehere estaba armado, y se fantaseó en colocarle un arma en la mano del agonizante Bordabehere.
¿Quién era el destinatario de las balas? La historia señala a De la Torre, aunque en la familia Bordabehere -que por años conservó como reliquias el saco y el pañuelo manchados de sangre- se cree que el propio Enzo era el blanco elegido, por su minuciosa labor en el sonado negociado que el senador había denunciado.
Bordabehere fue llevado de urgencia al Hospital Ramos Mejía, donde fue atendido por el doctor Augusto Wiebert. Para cuando De la Torre llegó a las 17 horas, ya había fallecido. Tenía 43 años. Como diría días más tarde el senador: “Se conoce el nombre del matador, falta conocer el nombre del asesino”.
Miles de personas escucharon las palabras de despedida de De la Torre y de Alfredo Palacios en la estación del ferrocarril en Retiro, ya que sus restos fueron llevados a Rosario. Hubo que contener a la multitud ante los encendidos discursos de los senadores. En Rosario, Bordabehere fue velado en la jefatura de policía y el 26 enterrado en el cementerio del Salvador.
Duelo de honor
De la Torre no pudo asistir a despedir a su amigo y colaborador ya que el día anterior debió batirse a duelo con Pinedo, quien se había sentido insultado por los dichos del legislador durante la sesión. Fue a las ocho de la mañana del 25 de julio en terrenos del Colegio Militar. El senador disparó al aire, aunque dicen que Pinedo le apuntó a la cabeza y erró. Los padrinos los invitaron a reconciliarse. El santafecino se negó: “Nunca hemos sido amigos, ni hemos sido presentados”.
Luego del fatídico hecho, ambos ministros ofrecieron sus renuncias, las que no fueron aceptadas.
El martes 6 de agosto, el Senado retomó las sesiones. El presidente del cuerpo, Julio A. Roca (h) dijo que “la sala de sesiones del Senado ha sido profanada por la mano criminal de un insensato, que ha manchado con sangre los estrados del más alto tribunal de la República”. Ramón Columba, en su libro El Congreso que yo he visto, destaca que Roca pidió retornar a “la serenidad y a la mesura, la senatorial courtesy, esenciales para el acierto y el prestigio de sus sesiones”.
En la sesión del 10 de septiembre, De la Torre anunciaba que daba por terminado su cruzada sobre el negociado de las carnes. “Para terminar, diré que sería absurdo pensar en que el debate sobre la investigación del comercio de carnes pudiera continuar con mi intervención mientras subsistan en mi espíritu las dudas que mantengo acerca de que se trajo a este recinto un guardaespaldas, extraído de los bajos fondos, para gravitar sobre su resultado. Los indicios que existen son tan vehementes, que no me es posible prescindir de ellos. Si lo hiciera, faltaría al respeto y al afecto que debo a la memoria del doctor Bordabehere, y autorizaría a cualquiera a poner en duda la sinceridad de mi indignación”.
Valdez Cora fue condenado a 20 años de cárcel y en 1953, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, fue liberado. Por su parte, el 5 de enero de 1937 De la Torre renunció a su banca, cansado y abrumado por el silencio de la mayoría de la clase política. Dos años después se pegaría un tiro en el corazón en su domicilio de Esmeralda 22, en la ciudad de Buenos Aires.
La insensibilidad ante el asesinato llevó a que el decreto presidencial sobre las honras fúnebres a Bordabehere, comenzara así: “Con motivo del fallecimiento del señor senador electo”, como si se hubiese tratado de una muerte natural. Tal vez para el poder era así. Eso explicaría que la misma noche del trágico hecho, el presidente Agustín P. Justo y su esposa asistieron, como si nada hubiese ocurrido, a la velada de gala en el Teatro Colón.
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