La historia del jubilado antes de la brutal noche del asalto y muerte del ladrón

De Entre Ríos, Jorge Adolfo Ríos llegó a Buenos Aires en la década del 70 en busca de un empleo. Padre de tres y abuelo de cinco, dedicó su vida al trabajo. En 2013 quedó viudo y sufrió un infarto. Antes de jubilarse, montó un taller de herrería en el patio de su casa. "Hoy, un cuarto de los quilmeños tiene sus rejas", cuenta su hijo menor

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Desde la izquierda. La familia Ríos. Papá Jorge, Cecilia, Federico, Gabriela y mamá Cristina.
Desde la izquierda. La familia Ríos. Papá Jorge, Cecilia, Federico, Gabriela y mamá Cristina.

Jorge Adolfo Ríos (70) nació en Basavilbaso, Entre Ríos, pero se instaló en Quilmes, provincia de Buenos Aires, hace más de cinco décadas. Allí, en el conurbano, conoció a Cristina, una enfermera de la que se enamoró perdidamente. Allí, en el conurbano, decidió echar raíces: compró un casa y se convirtió en papá de Gabriela (40), Cecilia (38) y Federico (35). Allí, en el conurbano, el pasado viernes 17 de julio, casi pierde la vida. Fue después de que un grupo de ladrones violentara la puerta de su domicilio de la calle Ayolas al 2700 y lo golpeara salvajemente para que confesara dónde tenía dinero.

En ese contexto, Jorge extrajo una pistola Bersa Thunder calibre 9 milímetros y efectuó al menos seis disparos. Dos de los malvivientes lograron escapar pero uno, que resultó herido, murió tendido en la calle. Ese final inesperado, en uno de los tantos episodios de inseguridad que suceden a diario en nuestro país, hizo que la historia de Jorge Adolfo Ríos recorriera todos los noticieros, diarios y portales. Se convirtió en “El jubilado que mató a un ladrón”. Pero, ¿cómo era su vida hasta ese momento?

En charla con Infobae, Federico Ríos, su hijo menor, lo describe con sencillez: “Un laburante de toda la vida. Si algo nos inculcó papá es la cultura del trabajo”.

Jorge y Cristina estuvieron casados casi cuarenta años. Cuando ella falleció, en 2013, él sufrió un infarto.
Jorge y Cristina estuvieron casados casi cuarenta años. Cuando ella falleció, en 2013, él sufrió un infarto.

Tras finalizar el secundario, allá por la década del 70, Jorge Ríos dejó Concepción del Uruguay y se vino a Buenos Aires en busca de un empleo. Rápidamente consiguió trabajo en la planta de Peugeot, donde se desempeñó como capataz y haciendo controles de calidad. Después, pasó por la compañía farmacéutica Abbott Laboratories y, más adelante, integró el equipo de Kalop, una empresa que fabrica materiales y conductores eléctricos. “Todo gracias a su esfuerzo, compromiso y forma de ser, porque no tiene estudios universitarios”, dice su hijo.

Durante sus últimos años en relación de dependencia, Ríos comenzó a dedicarse a la herrería. Montó un taller en el fondo de su casa y comenzó a vender sus trabajos a los vecinos de su barrio. “Un cuarto de los quilmeños tienen sus rejas. Lo mismo sucede con los tachos de basura: hay hasta en Villa Bosch”, cuenta Federico orgulloso.

Austero, Jorge nunca tuvo grandes lujos. Darse un gusto era, por ejemplo, ir a pescar con su único hijo varón. Las vacaciones, cuenta Federico, eran en Entre Ríos, en la casa de su abuela paterna. “Mis viejos se quedaban en Quilmes y mis hermanas y yo nos íbamos a pasar el verano allá”, explica. En 2013, después de 38 años en pareja con Cristina, Jorge quedó viudo y sufrió un infarto. Desde entonces, su vida pasó por ayudar a sus hijos y ver crecer a sus nietos: cuatro mujeres y un varón. No lo dice mucho, pero en el fondo sueña con volver a su ciudad natal y construirse una cabañita en playa Banco Pelay con vista al Río Uruguay.

Jorge haciendo masa para empanadas con una de sus nietas. “Todo lo permisivo que no fue como padre lo es como abuelo. Se desvive por los nenes”, dice Federico.
Jorge haciendo masa para empanadas con una de sus nietas. “Todo lo permisivo que no fue como padre lo es como abuelo. Se desvive por los nenes”, dice Federico.

Como padre, asegura Federico, Jorge fue un tipo estricto, pero nunca en vano. “Cuando era chico, para la época de las fiestas, yo quería tirar cohetes. Él me decía: ‘Es peligroso’. En vez de prohibírmelo, me hacía poner guantes, antiparras y un chaleco para protegerme”, cuenta. Hace una pausa y enseguida trae a colación otra anécdota de la infancia. “Papá nos enseñó a andar en bicicleta a los tres. Mientras nosotros pedaleábamos él nos sostenía con un cinturón, que nos pasaba por debajo de las axilas, para que nos nos cayéramos”, recuerda su hijo entre risas.

En la actualidad Ríos tiene varios problemas de salud. Sufre de EPOC, tuvieron que sacarle un riñón, camina con bastón y padece discapacidad visual debido a que toda su vida trabajó como soldador. Sin embargo, cada vez que aparecen sus nietos, es como si todo eso se esfumara por un rato. “Adora pasar el tiempo con ellos. Todo lo permisivo que no fue como padre lo es como abuelo. Se desvive por los nenes”, dice Federico.

Durante sus últimos años en relación de dependencia, Jorge Ríos comenzó a dedicarse a la herrería. Montó un taller en el fondo de su casa y comenzó a vender sus trabajos a los vecinos de su barrio. “Un cuarto de los quilmeños tienen sus rejas. Lo mismo sucede con los tachos de basura: hay hasta en Villa Bosch”, cuenta Federico orgulloso.
Durante sus últimos años en relación de dependencia, Jorge Ríos comenzó a dedicarse a la herrería. Montó un taller en el fondo de su casa y comenzó a vender sus trabajos a los vecinos de su barrio. “Un cuarto de los quilmeños tienen sus rejas. Lo mismo sucede con los tachos de basura: hay hasta en Villa Bosch”, cuenta Federico orgulloso.

Acerca del episodio de la madrugada del 17 de julio el hijo menor de Ríos aporta un dato, hasta ahora, desconocido. No es la primera vez que su padre es víctima de un robo. Hace aproximadamente una década, un grupo de ocho malvivientes asaltó a Jorge mientras cargaba mercadería en un flete en la puerta de su casa. “Fue un domingo a las 7 de la mañana. Le gatillaron dos veces en la cabeza, pero las balas no salieron. Lo golpearon y lo tiraron al piso”, recuerda el joven. Esa vez, Ríos también intentó defenderse. Tras la golpiza, se levantó, logró reducir al ladrón y quitarle el arma. Más tarde, en el hospital, tuvieron que darle cuatro puntos en la cabeza. “Mi papá siempre fue un defensor de lo suyo”, agrega.

Hasta que llegó la pandemia, los domingos en la casa de la calle Ayolas al 2700, eran “como los de la familia Benvenuto”, dice Federico haciendo referencia a la telecomedia argentina protagonizada por Guillermo Francella en la década del 90. Navidad, Año Nuevo, Día del Padre o Día del Niño... No importa la fecha: la casa de Jorge era sede de todas las reuniones familiares.

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