El conmovedor relato de una mujer que transitaba el sexto mes de embarazo y le detectaron cáncer

Mientras esperaba su primer hijo supo que debía someterse a una quimioterapia para salvar su vida. "En ese momento el mundo se me detuvo", contó a Infobae y enumeró todos los aprendizajes que le dejó este proceso que, según ella, fue transformador

Agustina Pintos se enteró de que tenía cáncer de mama durante el sexto de su embarazo

Fue en septiembre de 2017, en México. Agustina Pintos tenía 35 y un puesto importante en el área de Recursos Humanos de una multinacional. No era la primera vez que viajaba al D.F.: lo hacía entre tres y cuatro veces al año. Sin embargo, esa vez fue diferente. Se cumplían 32 años del terremoto de 1985 y, dos horas después del simulacro conmemoratorio, un sismo de 7,1 grados en la escala de Richter volvió a sacudir el suelo mexicano. “Afortunadamente, había ido a pasar el día a otra ciudad y no estuve allí en el momento del temblor. Pero cuando llegué a la ciudad de México, la encontré devastada”, apunta Agustina en charla con Infobae.

En ese momento, asegura, lo único que quería era teletransportarse a su casa. “No me importaba ni el hotel divino en el que estaba parando, ni el avión confortable en el que iba a volar a mi país. Tampoco lo que había ido a hacer allí. Solo quería volver a Buenos Aires, abrazar a mi marido y estar cerca de mi familia”, recuerda. Los días posteriores a su regreso, Agustina convivió con la sensación de que el episodio que atravesó en México “quería decirle algo más”. Tiempo después descubriría el mensaje: la vida puede cambiar en un instante.

Año 2015. Juan y Agustina en uno de los tantos viajes que hicieron durante los cuatro años que estuvieron de novios.

Apasionada por su profesión

Agustina Pintos nació el 22 de octubre de 1981 en Capital Federal. De familia numerosa (es la mayor de cinco hermanos) cuando terminó el preescolar, sus padres se instalaron en Mar del Plata. Allí, hizo el primario y el secundario; y allí también decidió que quería estudiar la carrera de Administración de Empresas. Cuando cumplió 21, le ofrecieron un puesto en el área comercial de una reconocida cervecera, donde había ingresado un año antes como pasante. Motivada por la oferta, se mudó a Capital Federal y decidió terminar sus estudios en la Universidad de El Salvador.

Entre 2008 y 2009, Agustina continuó haciendo carrera dentro de la compañía. Durante esos dos años se dedicó a reclutar y seleccionar personal en el sector de Recursos Humanos y, además, realizó capacitaciones por el mundo. Gracias a su trabajo, conoció China, Corea, Rusia, Ucrania, Bélgica, Francia, Canadá y Brasil. “Una experiencia muy enriquecedora”, resume.

En 2010, de vuelta en Argentina y con una década de antigüedad en la empresa, decidió dejar ese empleo y montó su propia consultora. Dos años después, en una cita a ciegas, conoció a Juan (42), su actual marido. “Me tocó el timbre, bajé y fuimos a comer afuera. Como él es fanático de los asados me llevó a una parrilla. A la semana siguiente volvimos a vernos y no nos separamos nunca más”, recuerda.

Devota de la Virgen de Guadalupe, Agustina visitó el Santuario en varias oportunidades. Primero lo hizo sola y, en 2015, con Juan. En 2018, vivió una experiencia muy fuerte. “Me senté a sus pies y, automáticamente, me largué a llorar. Ahí ella me dijo: ‘Estás esperando un bebé y este niño va a traer en vos una nueva vida’”, dice Agustina.

“Sentía que vivía en una cajita de cristal”

Casada y con casa propia, después de unos años trabajando de manera independiente, Agustina volvió al ámbito empresarial. En ese contexto, en enero de 2018, regresó a México donde, tres meses atrás, había temblado todo. “Lo hice con mucho miedo. Los terremotos, al igual que los tsunamis, no se pueden predecir. Como soy devota de la Virgen de Guadalupe, antes de subirme al avión me encomendé a ella y le pedí que por favor me cuidara”, recuerda. Unos días más tarde, fue a visitar el Santuario de la Virgen (donde ya había ido varias veces) y experimentó una vivencia muy fuerte.

“Me senté a sus pies y automáticamente me largué a llorar. Ahí ella me dijo: ‘Estás esperando un bebé y este niño va a traer en vos una nueva vida’”, dice Agustina. Esa noche, cuando llegó al hotel, se hizo un test de embarazo. El resultado fue positivo. Al día siguiente, dice, lo repitió y volvieron a aparecer las dos rayitas. “No me entraba la alegría en el cuerpo. Me aguanté de no contarle nada a mi marido porque quería hacerlo en persona”, dice. Hace una pausa y sigue. “Sentía que vivía en una cajita de cristal y que todo a mi alrededor brillaba. Era un momento de gloria extrema y así lo vivía: me levantaba y me iba a dormir sonriendo”.

Agustina durante los primeros meses de su embarazo. “Sentía que vivía en una cajita de cristal y que todo a mi alrededor brillaba. Era un momento de gloria extrema y así lo vivía: me levantaba y me iba a dormir sonriendo”, dice.

En agosto de 2018, mientras cursaba el sexto mes de gestación, Agustina empezó a sentir un malestar en la mama izquierda. “Madre primeriza: se lo adjudiqué al embarazo”, cuenta. Con los días, las molestias comenzaron a ser más recurrentes y decidió hacer una consulta. El resultado le sacudió el piso, la dejó abatida, como aquel sismo en México. “Tenía un tumor triple negativo que crecía a pasos agigantados”, apunta. Aunque podía ser cancerígeno, los médicos prefirieron no adelantarse, hasta no tener los resultados de la punción. “Tu bebé va a estar bien”, la tranquilizaron.

Con los estudios en mano, finalmente, se confirmó el tan temido diagnóstico: Agustina tenía cáncer y debía someterse a una quimioterapia. “En ese momento el mundo se me detuvo. Mi vida quedó en el abismo, colgando de un hilo finito, casi infinito. Me aferré muy fuerte a Juancho y me colgué de la oración. Juré que iba a hacer todo lo que pudiera, hasta lo inalcanzable, para vivir, para compartir una vida los tres juntos, como había soñado”, recuerda.

Los días posteriores a la noticia no tuvo fuerzas para hacer nada. “Estaba aturdida, mareada... Por un lado, apareció la muerte y me dijo: ‘Hola’. Por el otro lado, miraba para abajo y tenía una panza que crecía día tras día, con un bebé que pateaba, que se movía. La vida y la muerte en un permanente contraste”, explica Agustina que, días más tarde, dejó su trabajo.

“Amaba lo que hacía, amo mi profesión, pero necesitaba enfocarme cien por ciento en mí. La poca energía que me quedaba tenía que dedicarla a curarme. Ese fue mi primer gran aprendizaje: ‘Agustina, primero vos’. Tuve que aprender a ponerme en ese lugar porque hasta ese momento yo pensaba más en el resto que en mí”, cuenta.

"Aunque extrañaba mi pelo, me sentía cómoda con mi nuevo look. Así empecé la quimioterapia", cuenta Agustina.

Surfear la ola

Con los días, cuenta, Agustina empezó a mirar la situación de manera distinta. “Me dije: ‘Voy a atravesar esto sin que sea un: ‘¿Por qué a mí?’. Y voy a hacer que sea constructivo. Como un surfer, me dispuse a barrenar esa ola enorme que se me vino encima. A pesar del miedo, creía que podía ser la mejor ola de mi vida”, apunta.

Calendario en mano, su oncólogo le explicó cómo iba a seguir adelante y le aseguró una y mil veces que su bebé iba a estar bien. El tratamiento sería cada quince días: tenía que hacer cuatro sesiones de quimioterapia y, una vez que naciera su hijo, retomaría una vez por semana. Un dato: el médico le advirtió que se le podía caer el pelo así que, antes de empezar “la quimio”, Agustina fue con sus hermanas a la peluquería y se lo cortó bien cortito.

Aunque lo esperaba, explica a Infobae, la caída del pelo fue su gran punto de quiebre. Sucedió entre la segunda y la tercera sesión. “Empecé a perder el pelo en todas partes: se me caía sobre la panza mientras me bañaba y yo sentía un hachazo en mi corazón. Finalmente me rapé. Mi papá me había comprado una peluca, pero apenas la usé: me molestaba y me daba calor. Viví parte del 2018 y del 2019 pelada, primero con panza y después con un bebé. Fue duro. La gente me miraba por la calle y la gente cercana se impactaba sin poder disimular. Pero como te dije antes: decidí priorizarme. No quería sumarme presiones”, cuenta.

"La caída del pelo fue mi gran punto de quiebre. Sucedió entre la segunda y la tercera sesión. Empecé a perder el pelo en todas partes: se me caía sobre la panza mientras me bañaba y yo sentía un hachazo en mi corazón. Finalmente me rapé", cuenta Agustina.

“Renatito”

El tratamiento lo hizo en FUNDALEU. Durante la quimioterapia, Agustina rezaba a la Virgen de Guadalupe y, luego de una conversación que tuvo con su abuelo, empezó a rezarle a Jesús. “Nunca tuve tanto miedo en mi vida. Mi mayor temor era la vida de mi hijo: pedía que no le pasara nada y también pedía curarme”, repasa Agustina. En una de esas sesiones, no precisa cuál, a su marido Juan se le ocurrió bautizar al tumor con un nombre.

“Lo llamamos ‘Renatito’ para personalizarlo. Cada vez que salíamos de una sesión Juancho decía: ‘Chumbimba, Renatito. Lo vamos a matar’. Creo que la energía, el humor y la buena vibra que le pusimos me ayudó a encarar la situación de una manera diferente. Para mucha gente la palabra cáncer es fuerte, genera miedo y negativismo. Yo me podría haber tirado a llorar en un sillón y, sin embargo, decidí encararlo de otra manera”, explica.

Finalmente, a la semana 38 del embarazo, nació Fermín. Fue el 12 de octubre de 2018 y pesó 2 kilos 800 gramos. “Fue como hacer un paréntesis de felicidad plena otra vez. Pese a todo el contexto, fue el día más feliz de nuestras vidas”, recuerda Agustina.

El 12 de octubre de 2018, luego de cuatro sesiones de quimioterapia, nació Fermín por cesárea. "Pesó 2 kilos 800 gramos. Pese a todo el contexto, fue el día más feliz de nuestras vidas", dice Agustina (Foto/@renatito_y_yo)

Un paréntesis de felicidad

Después del nacimiento de Fermín, Agustina tuvo que continuar con el tratamiento. “Descansé tres semanas y en noviembre arranqué con las 12 sesiones que me faltaban. Fue muy duro. Una vez por semana me iba tres horas a FUNDALEU y tenía que dejar a mi bebé que era muy chiquito. Por suerte tuve una red de contención gigante. Gente que nos traía comida, que nos acompañaba”, cuenta Agustina.

“Yo me caracterizaba por no pedir nada. Nunca necesitaba ayuda de nadie y, de un momento a otro, fue: ‘Necesito esto, necesito lo otro. Tuve que aprender a pedir”, dice y rescata el rol de sus padres, sus cuatro hermanos y su marido. “Durante esos primeros meses hizo de papá y de mamá de Fermín. Se ocupó de que yo pudiera descansar, me cuidó y cuidó a nuestro hijo con amor y paciencia”, agrega.

Juancho y Fermín. “Durante los primeros meses de vida de nuestro hijo hizo de papá y de mamá. Se ocupó de que yo pudiera descansar y cuidó a nuestro bebé con amor y paciencia”, dice Agustina acerca de su marido (@renatito_y_yo)

Tras la quimio, en febrero de 2019, Agustina se sometió a una mastectomía bilateral (la extirpación de ambos senos) porque, luego de varios estudios, supo que era “BRCA Positivo”, es decir, tenía una predisposición genética y una posibilidad muy alta de volver a tener cáncer. Pero no se terminó ahí. “Después hice dos meses de rayos y tuve que someterme a dos operaciones de piel porque estaba muy lastimada. No sé cómo hice pero, de repente volví a ser la mujer mas feliz del mundo con mi hijo y mi marido”, dice.

El 14 de junio pasado, con la idea de transmitir su experiencia y de ayudar a quiénes atraviesen una situación similar, Agustina abrió una cuenta de Instagram que llamó @renatito_y_yo. Sus posteos cuentan cómo fue atravesando el cáncer de mama con honestidad y simpleza. “Es una manera de devolver al universo, de informar a partir de mis vivencias y de compartir positivismo y buena vibra. Mientras transité la enfermedad tuve mis referentes y a mí me hacía muy bien que otros me acompañaran”, cuenta.

Con la idea de transmitir su experiencia y de ayudar a quiénes atraviesen una situación similar, Agustina abrió una cuenta de Instagram que llamó @renatito_y_yo.

Entre los aprendizajes que acumuló, dice Agustina, uno de los más importantes es que podía ser feliz con muy poco. “No necesitaba ni la ropa de moda, ni la mega casa, ni el mega auto, ni el mega trabajo, ni grandes viajes; sino cosas simples, como el aire fresco en la cara, los amaneceres y atardeceres o el canto de un pájaro”, dice.

Sus últimos controles se los hizo en abril y de salud estaba perfecta. Los próximos -dice- son en octubre. Mientras tanto, Agustina sonríe más que nunca. No es la misma de antes. Ahora es su mejor versión.

En febrero 2020 con Fermín y Juancho.

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