El 14 de junio de 1982 la guarnición argentina de Puerto Argentino capituló ante la superioridad militar británica. El martes 15, a las 22 horas, Leopoldo Fortunato Galtieri habló por cadena nacional: “El combate de Puerto Argentino ha finalizado… los que cayeron están vivos para siempre, pelearon contra la incomprensión, el menosprecio y la soberbia. Enfrentaron con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos de Norteamérica, sorprendentemente enemigos de la Argentina y su pueblo […] No habrá paz definitiva si se vuelve al status colonial”.
La sentencia del radical Raúl Ricardo Alfonsín fue: “Las Fuerzas Armadas no merecen este destino [...] el país no merece este gobierno [...] el gobierno debe irse ya, debe cesar la usurpación del poder y hoy mismo se debe poner en marcha un período de transición civil hacia la democracia”.
Tras pronunciar el discurso, Galtieri se dirigió al edificio Libertador para mantener una reunión con los generales de división. Eran horas de replanteos, de críticas silenciadas por el fragor de la guerra que terminó tras la rendición en Puerto Argentino. Eran momentos de crisis, en especial, dentro del Ejército. Ante la convocatoria del gobierno militar a los partidos políticos para considerar el futuro, los partidos mayoritarios se pronunciaron en contra: “El desarrollismo reclamó un ‘acto higiénico’ para el país”, tituló Clarín el miércoles 16 de junio de 1982. El mismo día, en la intimidad, el radical Juan Carlos Pugliese confesó que la Multipartidaria no aceptó la invitación del ministro del Interior, a pesar de que Carlos Raúl Contín y Arturo Frondizi eran de la opinión de concurrir. La tesis de Pugliese en la reunión previa fue: “Comando derrotado, comando relevado”. Además, los políticos sostenían que no se podía ir “a tomar chocolate con un gobierno que se va, que nos llame la Junta que viene”. Sí concurrieron al Ministerio del Interior los dirigentes de los partidos más afines con la dictadura. Antes de la negativa de la Multipartidaria se realizaron diferentes reuniones entre políticos. Una de ellas, en la casa del ex diputado Ricardo Natale, con la asistencia de los radicales Carlos Contín, Juan Trilla y Horacio Hueyo a la que asistieron los generales retirados Domingo Bussi y Reynaldo Bignone (que funcionaban en tándem, pero con intereses individuales). En la ocasión, los dos militares aconsejaron a los dirigentes no asistir a la cita del gobierno. Hasta que Cristino Nicolaides lo nombró presidente, Reynaldo Bignone tenía una consultora con el general de división (RE) Domingo Bussi en la avenida Corrientes al 400. Consultora es un decir, esperaban concretar algún negocio mientras observaban expectantes el deterioro de Galtieri. Decían que iba a fracasar.
En esas horas el conservador Pablo González Bergez manifestó: “Los que no perdimos el sentido de la realidad teníamos previsto este final de catástrofe desde hace dos meses y medio. El país hace varias décadas que vive en plena irracionalidad, con las consecuencias que todos conocemos.”
Para ganar tiempo, Galtieri citó a un cónclave de generales de división para el 17 de junio con el objeto de resolver si se continuaba o no el enfrentamiento con Inglaterra. De todos los 10 generales presentes, el único que se inclinó por continuar el enfrentamiento fue [Alfredo] Saint Jean. La mayoría de los generales de división expresaron que no se estaba en condiciones de seguir peleando y que había que negociar con Gran Bretaña a través de los Estados Unidos. El general de división José Vaquero, entonces, dijo que así como la semana pasada los 14 generales de brigada del Estado Mayor Especial se habían pronunciado en un dictamen por continuar la guerra, ahora debía solicitarse otro. Seguidamente, Vaquero (jefe del Estado Mayor) le dijo a Galtieri que los generales de brigada con destino en el Estado Mayor deseaban verlo. Galtieri se entrevistó con ellos y éstos le transmitieron la opinión que debía irse, ya que consideran que él era el responsable de la conducción de las operaciones militares y de la situación de vacío de poder que vivía el país. La reunión se inició a la una de la madrugada y terminó a las tres y media. Al terminar la cumbre Galtieri, como no entendiendo lo que había escuchado, les dijo a los generales de brigada: “Para continuar en el mando, yo necesito el respaldo expreso de la fuerza. A mi juicio, es necesario tomar una serie de medidas de trascendencia y, por lo tanto, se requerirá contar con el respaldo unificado de todo el Ejército. Deseo una respuesta en una semana”. Luego relató que “después me voy a dormir. En verdad, antes pasó por la Casa de Gobierno y avisó que “‘mañana vengo al mediodía’. Me dirijo a Campo de Mayo”. Galtieri, pocas horas más tarde, dirá: “Vaquero, a la mañana siguiente, me viene a ver. Me dice: ‘Los generales te piden el retiro del Ejército y la renuncia a la Presidencia’. No sé qué pasó entre la madrugada y el mediodía. Seguro que habrán hablado con algunos retirados.” La primera reacción de Galtieri fue explosiva. Dijo: “Cómo me van a hacer esto a mí…”
El 17 se volvieron a reunir los generales de división. Ya se había decidido que Galtieri dejaba la comandancia y la Presidencia de la Nación, por lo tanto había que decidir quién sería comandante entre los cuatro generales más antiguos (Vaquero, Nicolaides, Reston y García) y a quién apoyar para presidente de la Nación. Durante el cónclave, los presentes acordaron dos condiciones para la elección del comandante en jefe. Una, que no hubiera sido miembro del Poder Ejecutivo en las instancias anteriores del Proceso; y que no hubiera tenido relación directa con el conflicto de Malvinas. Los requisitos dejaban fuera de juego a Vaquero (el jefe del Estado Mayor de Galtieri); Llamil Reston (ex ministro de Trabajo de Videla) y Osvaldo Jorge García (jefe del Teatro de Operaciones Malvinas). El general de división Juan Carlos Trimarco, comandante del Cuerpo II, dijo: “Propongo que sea Nicolaides” y nadie presentó ninguna objeción. Seguidamente, los presentes se preguntaron quién iba a ser el presidente de la Nación. Y cuál iba a ser la posición que iba a llevar el Ejército a la próxima reunión de la Junta Militar. En otra reunión, esta vez con los generales de brigada del Estado Mayor, se trató el nombre de quién podía ocupar el Poder Ejecutivo. Vaquero tiró el nombre del general de división (RE) José Rogelio Villarreal, con más cintura política, y recibió una respuesta llamativa del general Whener: “No porque se queda con todo el paquete”.
“¿Y qué quiere? ¿Que se quede Villarreal o Isabel Perón con todo el paquete”, fue la respuesta de Vaquero.
Cristino Nicolaides pertenecía a la promoción 76 del Colegio Militar de la Nación, había egresado como subteniente del arma de Ingenieros en 1947 y recibió las palmas de general de manos de Isabel Perón en 1975. Era el cuarto comandante del Ejército desde 1976. Entre los antecedentes más notables del nuevo comandante en jefe del Ejército, Clarín recordó una conferencia dada en Córdoba el 25 de abril de 1981 en la que afirmó que “debemos pensar que hay una acción comunista-marxista internacional que desde quinientos años antes de Cristo tiene vigencia en el mundo y que gravita en el mundo”. Un filósofo.
En la lluviosa mañana del 18 de junio, bajo un galpón del Regimiento Patricios, el nuevo teniente general Cristino Nicolaides asumió como jefe del Ejército y por la tarde, en el edificio del Congreso, lo hizo como miembro de la Junta Militar. En esta ocasión, Anaya leyó un emotivo discurso de despedida a Galtieri en el que afirmó: “Usted puso de pie a la Nación”. “Las generaciones futuras me juzgarán”, había dicho Galtieri al despedirse del periodismo el ahora ex presidente. El discurso de Anaya irritó al ex presidente de facto teniente general (RE) Alejandro Lanusse. Lo llamó a Nicolaides y lo retó porque el jefe naval “le tira toda la responsabilidad histórica de Malvinas a Galtieri”. Como toda respuesta escuchó: “Déme tiempo”, le dijo Cristino Nicolaides, “recién subo al ring… todo se va a arreglar.”
Una vez asumido, el teniente general Cristino Nicolaides hizo votar a los altos mandos del Ejército sobre quién debía ser el próximo Presidente de la Nación. Antes, dió una lista con los nombres de los “presidenciables”: Reynaldo Benito Bignone, Antonio Domingo Bussi, José Rogelio Villarreal, Eduardo Crespi y Carlos A. Martínez. No había una urna en la que cada uno debía depositar su preferencia anotada en un papelito. Entonces, Nicolaides tomó su gorra e hizo que cada uno depositara su voto. Terminada la recolección de los votos dijo que iba a su despacho a realizar el “escrutinio”. Al poco rato volvió y dijo que por “unanimidad” había sido elegido Bignone, “por lo tanto lo he llamado y ya viene en camino a participar de la reunión”.
-Años más tarde le pregunté a Llamil Reston: ¿Dígame general, usted votó por Bignone?
-No.
-Entonces no hubo “unanimidad”
El martes 22, a las 17.45, la sociedad se enteró que había sido designado Bignone a través de un comunicado del comando en jefe del Ejército y no de la Junta Militar, lo que manifestaba las profundas divergencias entre los comandantes. A pesar de la negativa de la Armada y la Fuerza Aérea, fue impuesto para asumir el 1° de julio hasta el 29 de marzo de 1984, día en que terminaba el mandato de Galtieri. La Nación del día siguiente tituló: El Ejército, al margen de la Junta, designó Presidente al Gral. Bignone. La Armada decidió desvincularse de la conducción del Proceso, en tanto la Fuerza Aérea adoptó una actitud similar aunque especificó que la limitaba al terreno político”.
La noticia fue tomada con escepticismo por la mayoría del arco político. Cuatro de los partidos de la Multipartidaria (radicales, desarrollistas, intransigentes y demócrata cristianos) emitieron una declaración reclamando el retorno a la plena y urgente vigencia de la Constitución y afirmando que “la Nación asiste defraudada y absorta al espectáculo que se brinda desde los estrados del poder”. El peronismo institucionalmente no la firmó, aunque Antonio Cafiero habló de “vacío de poder” y dio “el Proceso por agotado y ya mismo debe ser dado por concluido”.
Hasta el 1° de julio, fecha en que debía asumir, Reynaldo Bignone estableció sus oficinas en dos amplios despachos de la Escuela Superior de Guerra, sobre la avenida Luís María Campos. Allí comenzó a citar a eventuales candidatos. Su secretario privado era el coronel (RE) Alfredo Atozqui. Lo primero que hizo fue convocar a los partidos políticos a una reunión. Se tenía pensado hacerla en un hotel céntrico, pero siguió los consejos del cardenal Raúl Francisco Primatesta. Esta es la historia: Una noche, cerca de las 22, Hugo Franco, un íntimo amigo del cardenal, fue convocado por el coronel Atozqui para dialogar con Bignone. Desde su departamento de la calle Virrey del Pino llegó a la Escuela Superior de Guerra y fue introducido al instante al presidente de facto “electo” por Nicolaides. Bignone buscaba ampliar su base de sustentación –la Junta Militar estaba rota- y un mensaje público de apoyo por parte del cardenal Primatesta era una buena cuota de oxígeno. El mensaje que Franco recibió fue: “Dígale al cardenal que necesito su adhesión a mi futura gestión… todavía estoy en el aire”. Además le pidió que Primatesta sugiriera el nombre del futuro Ministro de Educación.
El invitado de esa noche viajó a Córdoba y habló con el cardenal: “Me pasó esto anoche” y le relató la conversación en el edificio de la avenida Luis María Campos. Desde Córdoba, Primatesta le mandó decir que citara a los jefes de los partidos políticos en “la casa de la democracia”, en el edificio del Congreso de la Nación. También le aconsejó que anunciara el levantamiento de la veda política y un cronograma político que confirmara un camino de salida. El enviado del cardenal le dijo: “Dice el cardenal que ‘su debilidad es su fuerza’.” “Tiene razón”, contestó el presidente de facto “electo”. “Si hace esto en pocos días más lo va a ayudar y hará una declaración pública. Además, le sugiere el nombre de Cayetano Licciardo como Ministro de Educación.”
La respuesta temerosa de Bignone sobre los consejos del influyente integrante de la Conferencia Episcopal Argentina fue: “Esto no lo va a aceptar Nicolaides, venga y acompáñeme a verlo.” Así fue lo que sucedió. Primero, el enviado habló por teléfono con Primatesta para recibir su plenipotencia y alguna sugerencia más. “Nicolaides y yo nos conocemos, no se olvide que fue comandante del Cuerpo III”, le dijo a su amigo.
Bignone y el representante de Primatesta se encontraron con Nicolaides en el edificio Libertador y la conversación rondó lo deplorable. Después de escuchar el mensaje de Primatesta, el jefe del Ejército respondió:
-”No podemos armar un cronograma, sería una rendición incondicional lo que me pide el cardenal”.
-”Rendición incondicional es lo que hicieron ustedes en Malvinas”, fue la respuesta de Hugo Franco. La cara de Nicolaides se desfiguró, pero no tenía salida. A mitad de julio, durante su homilía dominical en la catedral de Córdoba que se emitía por la televisión y la radio provincial, el cardenal tuvo para con Bignone palabras de aliento, en la que pidió apoyo a su gestión porque se intentaba una salida democrática.
Antes de su reunión con los partidos políticos, Bignone habló con un influyente civil que le aconsejó:
-General, usted es un presidente para la salida, el desemboque, y ese acuerdo con la dirigencia política usted tiene que anunciarlo antes de asumir. Hablar con la dirigencia, decirle que participe. Incluso, en bien de su futura gestión, si es necesario suspenda por unas horas su asunción. El civil observó que Bignone casi se descompone. Quería asumir cuanto antes.
-Bignone: No, asumo el martes. No tengo tiempo. El lunes debo pensar unas palabras y el martes cepillar el traje, lavarme los dientes y peinarme.
-Que tenga suerte, general.
El jueves 24 de junio, Bignone se reunió con los presidentes de trece partidos políticos (los conservadores populares no asistieron) en el Salón de Lectura del Senado. “No vine a solicitar apoyo; vine a hablar muy claro”, dijo Bignone antes de comenzar el diálogo. Seguidamente ratificó el compromiso de institucionalizar el país no después de marzo de 1984 y se comprometió a levantar la veda política y fijar un estatuto de los partidos políticos cuando asumiera el 1º de julio. Negando todo su pasado, dijo que no es “videlista, ni violista, ni nada”. A diferencia de otros candidatos, él era la nada.
Desde la otra punta del arco político, Emilio Hardoy dijo durante un acto del Encuentro Nacional Republicano: “Ahora están reunidos con Bignone los que llevaron al país al borde de la disolución nacional.” Raúl Alfonsín (que no asistió al encuentro con el futuro presidente) manifestó que “después de proclamar durante dos meses la unidad de los argentinos, las Fuerzas Armadas se dividen incapaces de asumir solidariamente la responsabilidad de todos estos años. Es demasiado para esperar pasivamente las elecciones.”
El 1° de julio, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, no en el edificio del Congreso como había ocurrido con los anteriores mandatarios del Proceso, sin el respaldo de la Armada y la Fuerza Aérea, asumió el general de división (RE) Reynaldo Benito Bignone, el último presidente del régimen militar. Salvo el ministro del Interior, Llamil Reston, todos los ministros fueron civiles.
Bignone recibió la herencia del Proceso sin beneficio de inventario. Tras la caída de Puerto Argentino, buscó ser Presidente. A pesar de reflejar “la nada” había sido dentro del régimen un protagonista más que importante: secretario general del Ejército y comandante de Institutos Militares hasta que pasó a retiro en diciembre de 1981. Debió enfrentar la hora del “destape”, cuando la sociedad, tras las revelaciones largamente acalladas en los medios de comunicación, comenzó a tomar conciencia de cómo se había terminado con el fenómeno terrorista en la Argentina.
Durante su gestión llevó el país como pudo hacia la institucionalización. Fue, casi, en medio del desbande. Hacia octubre de 1982 logró que las FFAA volvieran a cohesionarse, por lo menos bajo la apariencia de la Junta Militar con el ingreso del almirante Rubén Franco y el brigadier Augusto Hughes. Sobrellevó todos los inconvenientes, hasta los atisbos de interrupción del proceso hacia la democracia que sólo se abrió tras la caída de Puerto Argentino: desde las conspiraciones del general Juan Carlos Trimarco y del propio Nicolaides (que pensaba llevar a Domingo Cavallo como ministro de Economía) hasta la crisis de los generales de brigada. Pero no había más margen para otras experiencias castrenses. La Multipartidaria, con el paso de los meses, entendió los peligros que lo acechaban y, en enero de 1983, lo apoyó.
Si bien las FFAA hablaron de marcharse del poder el 29 de marzo de 1984 –esa fue la fecha que le impusieron sus mandantes al nuevo presidente- con el tiempo tuvieron que acortar su mandato. La sociedad no soportaba más y los políticos no querían acordar con quienes habían fracasado. Ganó Raúl Ricardo Alfonsín, el 30 octubre de 1983, porque la gente entendió que era el que menos manifestaba una “continuidad”. El peronismo no pudo, o no supo hacerlo, y los rumores de un “pacto militar-sindical”, además de ciertos, estuvieron siempre presentes en la campaña electoral de 1983.
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